PACTO DE FUGA (2019)
Dirigida por David Albala
Película circunscrita al género de las fugas carcelarias, destinada al consumo del espectador que busca entretención de su visionado. Lejos del espesor dramático de cintas como Fuga de Alcatraz (Don Siegel), Papillon (Franklin Schaffner), Sueños de Fuga (Frank Darabont), El Gran Escape (John Sturges) y Expreso de Medianoche (Alan Parker), la chilena Pacto de Fuga toma prestado el cascarón de este tipo de películas (planificación, estrategia para reducir escombros y un póster de chica desnuda para despistar a los gendarmes). En la anécdota es demasiado similar a Sueños de Fuga (1994), aunque su reconstitución de época sea sobresaliente, situándose a la altura de producción que se espera de este género.
La tensión por ser descubiertos está bien lograda y la claustrofobia permea mucha de las escenas que básicamente transcurren al interior de una celda de presos políticos de la dictadura de Pinochet. Hay espacios de la ex Cárcel Pública de Santiago reconstruidos fielmente y vemos presos confinados en una sección especial del penal, en cuyos tejados recibían las visitas de sus familiares. Los personajes principales pertenecen a las filas del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) y la cinta insinúa su participación en el atentado al general Pinochet y en el desembarco de armas en Carrizal bajo, ambas operaciones fallidas que determinarán la permanencia de los reclusos en el mencionado recinto carcelario. León Vargas (el ingeniero) liderará la operación, no tiene nada que perder, su esposa e hija fueron asesinadas por los militares, vistazos recurrentes a su fotografía recuerdan el dolor. La cinta hace hincapié en los ideales de estos reclusos y en la pérdida que debieron afrontar para oponerse a una de las dictaduras más crueles del continente (se refiere a muertes de familiares o al rompimiento de lazos conyugales).
El 29 de enero de 1990 se produjo la mayor fuga de la historia carcelaria de Chile: 49 presos políticos vieron la luz, cuarenta días antes de que asumiera Patricio Aylwin a la presidencia de la República, luego de haber triunfado en las elecciones posteriores al Plebiscito de 1988, donde la opción por el NO (a la continuación de la dictadura) allanara el camino al retorno de la democracia.
Esta película chilena se enfoca en el suspenso y resta épica a los personajes. Si bien hay guiños al FPMR, no hay imágenes que permitan diferenciarlos de los presos comunes. El guion es unidireccional: no muestra escenas paralelas que caractericen a los reclusos como miembros de la lucha armada contra la dictadura. Nada de imágenes reveladoras, salvo breves explicaciones sólo entendibles para los chilenos y que hacen muy difícil la lectura para un espectador extranjero.
La banda sonora incluye algunas canciones de la época (Los Prisioneros, Aparato Raro), pero es la versión moderna de “Libertad” de Ana Tijoux, la canción elegida para hacer una suerte de video clip de imágenes yuxtapuestas que dan cuenta del conflicto interno de los personajes. Es bien extraña esta última elección de montaje que emparenta más con el mundo de la música, dejando de lado las elipsis más propias del lenguaje cinematográfico.
Hay otras escenas, por el contrario, hermosas y metafóricas como una vista general al túnel con los presos avanzando hacia su libertad, o la escena de Rafael Jiménez (el otro protagonista) quedándose a bordo de una micro, sentado en el último asiento y con todo el porvenir por delante, sabiendo que acaba de escapar de una condena de muerte.
Hace mención del CODEPU (Comité de los Derechos del Pueblo), organismo gestado en 1980 y presidido por Fabiola Letelier, que defendió a militantes partidarios de la lucha armada, como apoyo fundamental a los presos políticos, pero insisto, sólo está insinuado en una película más enfocada en la acción trepidante. Mejor es el trabajo sobre personajes como los gendarmes, el alcaide y sobre todo el fiscal Andrade, exhibiendo este último la mejor muestra de brutalidad y excesos que caracterizaron a la dictadura de Pinochet.
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