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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

jueves, 9 de febrero de 2017

CUATRO CRÍTICAS DE CINE DEL ESCRITOR ANÍBAL RICCI




EL CIUDADANO ILUSTRE (2016)
Dirigida por Mariano Cohn y Gastón Duprat

«Creo que hice una única cosa en mi vida… escapar de Salas... mis personajes nunca pudieron salir y yo nunca pude volver», dice Daniel Mantovani, antes de volver a su pueblo natal (Salas) después de cuarenta años y luego de salir otra vez del mismo, ante la concurrencia que asiste al lanzamiento de su nueva novela, que se divide en cinco capítulos al igual que esta película. Las palabras de este argentino recientemente galardonado con el Nobel de literatura encierran una profunda contradicción: se ha convertido en el protagonista de su novela (en un acto de extremo egocentrismo) y justamente (como escritor y personaje) a duras penas ha logrado escapar con vida de su pueblo y definitivamente nunca más podrá volver. Lo anterior evidencia un perfecto guion circular, al que se agregarán buenas actuaciones donde cada personaje se incorpora hábilmente a la trama. La cinta abre con su discurso petulante ante la academia sueca, perfilando a un intelectual que dispara lugares comunes y se autoerige como portador de algo que sólo pueden entender los artistas. Es aguda la mirada de los directores, describen a Mantovani como un tipo frío, distante, incluso cínico, pero inteligentemente no empatizan con él. La hebra es muy interesante: el escritor se extravía de sus ficciones y se pone a pontificar respecto de la realidad, pero a su vez su comportamiento privado deja mucho que desear y está lleno de contradicciones. Como buen escritor ha utilizado las anécdotas de su infancia para dar cuerpo a sus novelas, sin ningún tipo de miramientos, divinizando a sus habitantes o satanizándolos según convenga a la ficción. El punto de vista de los directores parece ir por el lado de que el artista no tiene moral ni debe tenerla, pero su personaje ejerce una especie de doble vida que lo convierte en alguien detestable. Cuando llega a Salas es homenajeado y aclamado por gente que ni siquiera ha leído sus libros, pero el lugar es un pueblo provinciano, muy pobre, por lo que se percibe en ellos cierta envidia ante el exitoso hijo ilustre. Lo que al comienzo se desliza por la comedia simplona, a partir del tercer capítulo empieza a esbozar la crueldad de la gente hacia Mantovani, a quien consideran un hombre rico que se ha venido a meter donde no le importa. Cuando incluso los amigos del escritor desnudan sus rasgos psicopáticos, la comedia se ha vuelto negra… negrísima. Es cierto que los personajes bien trabajados no son más de tres, aunque la decisión de delinear secundarios estereotipados contribuye (premeditadamente) a realzar lo grotesco de la historia. No sólo se trata de «pueblo chico, infierno grande», sino que pretende exponer a cualquier grupo intolerante (religioso, clasista, resentido) donde la cultura es un elemento que molesta debido a que obliga a pensar. El gran acierto de los directores es no mostrar simpatía ni por el escritor ni los amigos ni por ninguno de los habitantes del pueblo, un ejercicio interesante acerca de la envidia que puede provocar el éxito ajeno, pero también la estupidez de la que se puede contagiar quien lo alcanza.



PATERSON (2016)
Dirigida por Jim Jarmusch

Paterson conduce un autobús en la ciudad de Paterson, New jersey. Una coincidencia de nombres como William Carlos Williams, su poeta predilecto. Jim Jarmusch nos invita a la cotidianidad de Paterson, lo acompaña con su cámara durante una semana, siguiendo la misma rutina, pero a los ojos de Paterson sus pasajeros, en cada ruta, le ofrecen una interpretación distinta del mismo recorrido. Paterson capta un tipo de poesía, observa las variaciones matemáticas de las calles a cada paso del tiempo. El corazón de Paterson y el de su novia Laura no tienen dobleces, se enfrentan a la rutina desde una perspectiva ingenua, como si ningún acontecimiento los inmutara, hasta que una pérdida definitiva trae nuevas coincidencias, nada es fortuito en corazones que atesoran cada momento. El espectador podría elucubrar que estos amantes no podrían procesar un episodio violento en sus vidas. Paterson contempla la naturaleza y la plasma en su libreta secreta, es claro que no es la única forma de crear poesía, no es reactiva, pero es el tipo de poesía que entiende Paterson. Sus sentimientos son estables, pacíficos, como si fuera una molécula de agua, sin embargo, esa molécula es capaz de fluir desde la altura de una cascada y percibir la creación en todo su esplendor, su concepto del tiempo (despierta a la misma hora sin necesidad de un despertador) es diferente al de un hombre común. Parecerá un sujeto que sólo toma decisiones cuando Laura se lo sugiere (incluso su perro lo lleva donde quiere), pero la verdad es que no necesita ambicionar otras cosas debido a que considera que lo tiene todo. Desde esa totalidad (o vacío si se prefiere) Paterson recurre a la poesía para recrear su experiencia y otorgar mayor belleza al mundo que lo rodea.




MANCHESTER BY THE SEA (2016)
Dirigida por Kenneth Lonergan

El encuadre fijo, en silencio, muestra a un chico de dieciséis años (Patrick) observando tres retratos, los rostros no aparecen y Patrick empatiza con el dolor de su tío (Lee Chandler). «No puedo superarlo», le confidenciará, simplemente a Chandler no le queda fuelle para afrontar la vida. Al comienzo lo vemos haciendo de maestro chasquilla para algunos edificios en la ciudad de Boston, no tiene miramientos con sus inquilinos, los trata irrespetuosamente si se meten en sus asuntos, acude al bar sólo con la intención de beber cerveza, emborracharse, tampoco le interesa flirtear con mujeres, simplemente no quiere llamar la atención, desea que lo dejen en paz. Estalla de rabia e impotencia (no sabemos por qué) y golpea a los clientes, pareciera que todo le da lo mismo, pero explota y al espectador le inspira risa. Destapa wáteres, hay algo patético en su vida. Todo transcurre dentro de un tono desesperanzador y la cinta no tiene prisa por internarse en la existencia del protagonista. De pronto, desde Manchester (New Hampshire) recibe una llamada del hospital, acude raudo, pero su hermano ha muerto. El abogado lo nombra tutor de su sobrino, Chandler le dice que sólo era el plan de contingencia, que no puede hacerse cargo. Tanto Lee como Patrick no muestran sus emociones, no saben cómo actuar ante la pérdida. Los incómodos silencios se interrumpen para gritarse, no pueden ponerse de acuerdo, simplemente se enrostran verdades que pueden herir al otro, pero Chandler es inmune a los insultos. Descubre que Patrick también va por la vida como si nada le importara, entiende que la madre es una extraterrestre con la que su sobrino no puede contar. Se encuentra solo al igual que él, ambos se ven como espejos y eso los asusta. Chandler se encuentra en el funeral con su antigua esposa (Randi), no sabe cómo reaccionar, pero intuimos algo doloroso. En mitad del metraje nos enteramos de la razón por la que Lee abandono su ciudad natal, un hecho desgarrador lo desplazó fuera de los márgenes, no pudo enfrentar la culpa ni a los vecinos y huyó a otra ciudad para vivir en un segundo plano. Sus tres hijos murieron en un incendio, él estaba borracho y dejó prendida la chimenea mientras iba por otras cervezas. En Manchester no encuentra trabajo, todos parecen rehuirlo, un paria que lleva a su sobrino a todos los lugares. Patrick tiene dos novias y no conecta con sus emociones, a Chandler parece no importarle, pero accede a quedarse en Manchester por un año, al menos Patrick parece tener una vida. Un día se topa en una esquina con Randi, ella le pide perdón por las cosas que le dijo, Lee estalla en llanto, la ciudad se hace pequeña, no soporta el dolor reflejado en los ojos de su ex mujer. Acude al bar y golpea a un sujeto para descargarse, desea que lo golpeen para sentir algo, como espectadores sentimos impotencia y nos reímos en silencio, es difícil reaccionar correctamente, he ahí el mérito de la película. Sólo en ese instante Chandler comprende que no puede arrastrar a su sobrino hacia ese punto muerto en que se encuentra. Toma las riendas del asunto y le pide a un amigo y su esposa que adopten a Patrick. Su sobrino tiene amistades, un bote, lazos de pertenencia a fin y al cabo, pero a su vez es el único capaz de entenderlo, desea ser parte de su vida y en cierta medida lo ha conseguido. Lee volverá a Boston, pero a un lugar con dos cuartos para que Patrick lo visite. No puede superar el dolor, los recuerdos de Manchester, simplemente su proyecto de familia fue despedazado y no tiene fuerzas suficientes para rehacer su vida, prefiere el anonimato, ser uno más dentro de Boston, mientras unas elipsis de la costa de Manchester se suceden, una tras otra, en desgarradores momentos que parecen detenidos en el tiempo ante una naturaleza inmutable.




EL TERCER HOMBRE (1949)
Dirigida por Carol Reed

Harry (Orson Welles) intenta escapar por las cloacas de Viena, observa en medio de una gran bóveda, expectante, debe elegir entre muchos túneles. Acaba de finalizar la Segunda Guerra y el mundo ha sido invadido de tonos grises. Holly Martins es un mediocre escritor estadounidense que viene recién llegando a la ciudad en búsqueda de un trabajo que le prometió Harry Lime. De inmediato se entera que su amigo ha muerto en un accidente de automóvil. En el funeral lo recoge el mayor Calloway, un policía que le informará que Lime era un peligroso delincuente. Martins no quiere creerle e inicia una investigación. Se transforma en un personaje de su propia novela cuyo alter ego defendía a su amigo injustamente acusado. El guion es magnífico, cada parte ensambla a la perfección y la música de Anton Karas, sencilla e hipnótica, aporta un rasgo distintivo con respecto a otras cintas de cine negro. La existencia de un tercer hombre en la escena del crimen y la muerte del único testigo, le hace percibir a Martins que Harry no era de los trigos más limpios. Viena está llena de escombros producto de la guerra y en cada ventana, en cada esquina, pareciera que alguien sigue sus pasos. La fotografía se compone de encuadres dislocados y las sombras proyectadas en las paredes contribuyen a acentuar una atmósfera fantasmal. Entre las personas que interroga Martins se encuentra Anna, una chica perseguida por la policía de la cual se enamora. Entretanto el mayor Calloway le ha expuesto los delitos horrorosos que ha cometido Lime. Casualmente, luego de despedirse de Anna, un gato delata a un hombre escondido bajo el pórtico de un edificio. Martins lo desafía a dar la cara y un foco ilumina el rostro del amigo que creía muerto. Más tarde acudirá donde sus secuaces y ambos tendrán un encuentro en las alturas de una noria. «Sentirías compasión por uno de esos puntitos negros si dejara de moverse», le dice Harry en alusión a los hombres de deambulan abajo por las calles. Habla desde la cima del mundo, no uno celestial, sino un lugar confuso donde hombres como él sacan provecho en esos momentos caóticos de posguerra. Lime se muestra tal cual es, un sujeto dispuesto a matar a cualquiera que se interponga en su camino. Se despide justificando sus actos: «Durante la dinastía de los Borgia no hubo más que terror, guerras, matanzas, pero luego surgió el Renacimiento», agrega con cinismo y lo invita a encontrase otro día en un lugar seguro. Martins traicionará a su amigo transando con la policía la liberación de Anna; si no ella será deportada a territorio ruso. Ella también está enterada de que Harry traficaba con penicilina adulterada y que ha provocado la muerte de muchos inocentes. No le importa y lo perdona, los despojos de la guerra han confundido la línea divisoria entre el bien y el mal. El mundo no es blanco ni negro, abundan los tonos grises en todos los estamentos. En sus últimos momentos, Harry se aferra a una rejilla del alcantarillado, como queriendo disfrutar de un último soplo de vida. En definitiva, él no ha hecho más que sobrevivir en un lugar lleno de escombros. En su segundo funeral, se repite la imagen del comienzo y Martins observa a Anna desde el automóvil. Se baja con la intención de entablar conversación, pero Anna avanza en medio del encuadre, indiferente, en un final casi opuesto al de Casablanca (1942) de Michael Curtiz, dejando a un costado a Martins, en un anticlímax de antología. El mundo que ha dejado la guerra es un lugar sólo apto para sujetos de la calaña de Harry Lime, no para hombres educados o bien comportados.

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