Himno sin mucho elogio para New York City
Cuando las ventanas del West Side golpean como
címbalos en la puesta de sol,
Y cuando el viento gime entre las antenas del
East Side,
Y cuando al norte y al sur de la calle treinta
y cuatro,
En todos los mareados edificios,
Los ascensores golpean sus dientes y hacen
chirriar las barras de sus jaulas,
Entonces, los hijos de la ciudad,
Saliendo de las guaridas de monos
de sus edificios de oficinas y departamentos,
Con gran dificultad abren sus bocas y cantan:
"Reina entre las ciudades de la Tierra: ¡Nueva
York!
Rica como un pastel, común como un donut,
Cara como una piel y loca como la cocaína,
Nos encanta oír que sacudes
Tu gran cara como un banco resplandeciente
Haciendo saber al mundo de locos que estás
llena de monedas de diez centavos!
"Esta es tu noche para hacer maracas de
todo ese dinero metálico
París está en la cárcel, y Londres muere de
cáncer.”
Este es el momento para que gires,
Reina de nuestra paz pasada exacerbada,
Y dejes que la emoción de tus congas algo tullidas
Reemplacen los valses de más resplandecientes
Capitales que han sido bombardeadas.
"Mientras tanto, nosotros tus hijos,
Llorando en nuestro zoo de ventanas mareadas
mientras bailas,
Tragaremos aspirinas,
Y trataremos de evitar que nuestra jaula se
derrumbe.
Mientras tanto, nuestra mente se llenará de
estas peticiones,
Floreciendo calladamente entre los gongs de
nuestros latidos.
Ellos tendrán que servir como oraciones:
-- ¡Oh, enciérranos en las seguras cárceles de
tus películas!
Confínanos en las salas semiprivadas y en los
blancos asilos
De inaguantables cocktail parties. ¡Oh Nueva York!
Senténcianos de por vida a las penitenciarías
de tus bares y discotecas,
Y déjanos para siempre estupefactos por las
luces azules e imparciales
Que llenan las pálidas enfermerías de tus
restaurantes,
Y las clínicas de tus escuelas y oficinas,
Y los quirófanos de tus salones de baile.
“Pero no nos des nunca ninguna explicación,
aunque la pidamos,
De por qué nuestra comida sabe a yodoformo
E incluso las flores más frescas huelen a
funerales.
No, que nunca veamos tanto como para
preguntarnos
Cuáles hombres ricos, tiritando en la oficina sobrecalentada
Y cuáles de los pobres, durmiendo boca abajo en
el Daily Mirror,
Todavía están vivos y cuáles están muertos".
(1940-1942)
IMÁGENES PARA UN APOCALIPSIS
VI
En las ruinas de Nueva York
La luna está más pálida que una actriz
Nosotros hemos observado su duelo en la hiedra marrón
De los puentes déndricos,
En la hiedra seca, marrón
Que sólo anhela un poco de aire.
¡La luna está más pálida que una actriz, y llora por ti, Nueva York,
Tratando de verte a través de los puentes hechos jirones,
Inclinándose para agarrar el falso latón
De tu voz sofisticada,
Cuyas canciones ya no se escuchan!
Oh, cuán silencioso es después de la noche negra
Cuando llamas salidas de las nubes arrasaron tus dientes cariados,
Y cuando esos relámpagos,
Alanceando los negros furúnculos de Harlem y el Bronx,
Desparramaron los prisioneros que quedaban,
(Los diez o veinte de los vivos)
En de los bosques de Jersey,
En las verdes granjas, para hallar su libertad.
¿Por qué están abajo, cómo se han caído
Esas grandes y fuertes torres de hielo y acero?
¿Qué terror y qué milagro las derritieron?
¿Qué fuegos y luces derribaron
Con la blanca ira de su repentina acusación,
Esas torres de plata y acero?
¿Tú, cuyas calles crecieron en los enrejados
Con raíces en Bowling Green y raíces en la Upper Bay:
Cómo has quedado sólo en tu esqueleto:
Qué ha sido de tu mentira y de tu carne muerta:
Dónde está el brillo de tus hojas obscenas?
Oh, dónde están tus hijos en la noche de tu último domingo
Baleados unos tras otros en las sombras del Paramount,
Las cenizas de las torres niveladas aún se enroscan con penachos de humo
Velando tus obsequios en su niebla incinerante
Elos escriben, con brasas, éste, tu epitafio:
"Esta fue una ciudad
Que se vestía en papel moneda.
Vivió cuatrocientos años
Con el níquel corriendo por sus venas.
Amó las aguas de los siete mares púrpura,
Y ardió en su propio puerto verde
Más alta y más blanca que cualquier Tiro.
Era tan desalmada como un taxi;
Sus ojos de altos tacones eran a veces azules como el gin,
Y ella los clavaba, todos los días de su vida,
En los corazones de sus seis millones de pobres.
Ahora ha muerto en los terrores de una repentina consideración
-- Ahogada en sus propias aguas, en su pozo envenenado.”
¿Podemos consolarlas, estrellas,
Por la tan larga supervivencia de esa crueldad?
Mañana y el día después
Las hierbas y las flores crecerán
Sobre el seno de Manhattan.
Y pronto las ramas del nogal y el sicómoro
Ondearán donde todas esas ventanas sucias estuvieron--
La hiedra y la vid silvestre
Derribarán esas débiles paredes,
Sepultando los frentes color ladrillo con frescura y flores fragantes;
Y la rosa y el manzano silvestre
Florecerán en esos valles silenciosos en medio de la ciudad.
Habrá nidos de palomas y colmenas de abejas
En los acantilados de los antiguos departamentos,
Y los pájaros trinarán en los soleados espinos
Donde una vez estuvo Park Avenue.
Y donde estuvo el Grand Central, habrá una pequeña colina
Rodeada de pinos dulces y oscuros.
¿Habrá algún granjero, crees tú,
Despejando un lugar en el bosque,
Plantando un acre de maíz flameante
En las alturas sobre el bosque de Harlem?
¿Vendrán los cazadores a explorar
Los claros vírgenes de Broadway tras el lince y el ciervo?
¿O algún eremita, escondido entre los abedules, construirá una celda
Con las piedras del edificio municipal,
Cuando todos los túneles del metro se conviertan en arroyos
Y arroyos de peces,
Fluyendo bajo el sol y en silencio hacia el Battery repleto de juncos?
Pero ahora la luna está más pálida que una estatua.
Extiende su mano y cuelga su lámpara
En los árboles de hierro de esta Hespérides destruida.
Y por esa luz, bajo las cuevas que alguna vez fueron bancos y teatros,
Los peludos salen a jugar --
Y nosotros creemos escuchar el canto de las mantícoras
Haciendo eco en las rocas de Wall y Pine.
Y nosotros estamos muertos de miedo, y más mudos que las estrellas patas arriba
Que cojean en las aguas sosas,
Más mudos que la madre luna, que blanca como la muerte,
Vuela y escapa sobre los residuos de Jersey.
(1947)
** Los poemas anteriores pertenecen al libro Geography’s Landscapes.
*** Traversiones hechas
la noche del 8 y la mañana del 9 de noviembre de 2016.
PAISAJE:
LA BESTIA
Allá, por el mar hacia el este
Donde el humo se derrite en un platillo de ciudades extinguidas,
Los últimos hombres se paran, en las delegaciones,
Esperando ver el negocio de siete cabezas
Que nos han prometido, de esas profundidades inéditas:
Esperando ver esos cuernos y diademas
Y escuchar las siete voces de la blasfemia final.
Y hacia el oeste, donde las otras aguas son tan suaves como la seda
Y se deslizan, en la tarde gris, con luces inciertas,
(Proyectadas por el humo de los estudios extinguidos)
Los últimos hombres esperan ver la cosa de siete cabezas.
Están parados alrededor de las radios
Llevando las insignias de gala en sus finos pechos excitados,
Ondeando las señales de su masonería.
¿Qué pasará, cuando vean esas cabezas, esos cuernos
Despeinando el mar titilante?
¿Cómo desnudarán sus frentes y extenderán sus manos
Y se estremecerán con la última Marca indeleble,
Y llevarán el dolor del número de ese animal,
Y estarán eternamente marcados a fuego con su nombre asqueroso?
Tierra adentro, en la apacible distancia, donde una docena de aviones zumba
todavía
Tan fuerte como los tábanos, rondando las ruinas de una ciudad común,
Un dragón mediano, verdiazul, nadando en el río,
Emerge de las aguas fangosas y viene a retozar un rato sobre la tierra.
Se levanta en la orilla sin senderos,
Y va a rodar en las cenizas del campo devastado.
Pero no hay hombre que se vuelva a mirar y se sorprenda
Donde esos flancos grises destellan pálidamente al sol.
¿Quiénes se juntarán a ver un dragón común, en este día de furia,
O se maravillarán de esas escamas tan comunes como los pecados?
Mientras tanto, sobre las rotas montañas del sur
Nadie observa a los ángeles pasar de un lado a otro:
Y nadie ve el fuego que se disparan bajo los cascos
De todos los blancos caballos impacientes.
Y nadie oye ni teme la música de esas espadas ardientes.
(Hacia el norte, hacia el norte, ¿qué queda para ver?
¿Quién contará el terror de aquellas calles arruinadas?
¿Y quién osará mirar donde todas las aves de pico dorado
Acuchillan los ojos azules de los santos asesinados?)
(Traversión hecha la noche del domingo, 4 de diciembre de 2016)
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