Llevo tres días bebiendo cerveza y los pensamientos ya no conectan con San Valentín. Acostumbro vivir de noche, despierto a las nueve cuando siento que la oscuridad me protege. Acudo al cine y los susurros parecen reconfortantes. El año pasado los sentimientos quedaron sepultados en alguna porción de mi cerebro. Solía enamorarme de la primera mujer que me prestara atención. Supongo que era una estupidez hablar de amor. La chica sentada en el café me sonreía y yo quería caminar por la arena y contarle lo mucho que me gustaba. Eran tiempos en que los veraneantes deambulaban por la costanera, mirando las olas imaginaba aguas cálidas en las que flotaban pretéritos sueños. Surgieron los créditos y me dirigí a la playa. No distinguía el mar, pero la brisa marina calaba mis huesos. Los rostros eran una incógnita en una noche sin luna. Manchester me arrastró al fondo del océano. «No puedo superarlo», decía Lee Chandler, diez minutos caminando y no podía dejar de llorar. Las imágenes llenaban los vacíos y me permitían mantener la cordura. Dos años separado de mi mujer, soy otra persona, no logro conversar sin alcohol en las venas. Mis ingresos disminuyen cada vez que publico un libro, suelo ver películas apenas mis padres se van a dormir. Me dieron educación, aunque en el colegio estuve becado por mis notas. Pagaron la universidad, pero cuando te vuelves loco interesa bien poco. Supongo que el trastorno esquizoafectivo tiene que ver con los maltratos. Empleadas que nos golpearon durante años, mi madre no creía lo que le decíamos y a mi padre poco le importaba. Eran unos extraterrestres, yo me dediqué a andar en bicicleta mientras le pegaban a mi hermana. Creí ser capaz de olvidar el living sin sillones, la ausencia de teléfono porque incomunica a la gente, los amigos a los que no les sirvieron once, las tareas sin máquina de escribir, la casa sin calefacción, el constante murmullo aniquilador: «Eres un descriteriado» hasta los ocho años, «se enferma porque es un merengue… si le va bien en el colegio le va a ir mal en la vida» durante la adolescencia, «los premios al mejor alumno le van a hacer mal» saliendo del colegio y como guinda de la torta «seguiste ingeniería y todos son unos locos descriteriados». Supongo que, de tanto repetirlos, sus augurios se hicieron realidad. Me enamoré mil veces de compañeras de curso, pero siempre intuyeron que me fallaba un tornillo. Una chica me trató bien en la universidad, pero más adelante confesó que me había engañado con otro. Salí odiando la universidad en medio de otro episodio mental. Cuando niño mi padre canalizaba sus conocimientos naturistas al no inyectarme penicilina. La fiebre muchas veces sobrepasó los límites y recién me extirparon las amígdalas a los veintiún años. Las enfermedades eran la mejor forma de sanar al cuerpo según mi padre, razón por la que postergó durante quince años la operación. Amigos y años de estudio perdidos, tuve que aprender de los cuadernos en vez de los profesores. Partir de cero nunca me pareció el mejor camino. Volver siempre al origen sin aprender. Después de una relación quedé vacío y perdí el trabajo. Otra chica me acogió y me pareció un ángel. Alojaba en mi propio hogar, pero cuando no pude cubrir los dividendos algo en mi mente dejó de funcionar. Cancelé las cuotas durante diez años, me faltaron otros diez. El departamento no era lo importante, pero luego del remate mi esposa comenzó a alejarse. Lee Chandler no pudo superar la muerte de sus hijos, intuí que si perdía a mi mujer no habría arreglo. Sería absorbido por esa caridad mal intencionada de mis padres. El departamento era un símbolo, el logro de algo que me costó ganar, el hogar en torno al cual intentaría ser feliz. Una felicidad de loco, algo muy distinto a la verdadera, un esbozo de sentimientos que a ratos se transformaron en amor genuino. Manejar por las carreteras, de paseo junto a mi señora, comprar aceitunas en la cuesta de La Dormida, un paseo por el santuario de Los Molles, junto a su hijo, recorriendo los glaciares del cajón del Maipo, conduciendo ese jeep que no me correspondía, según mi padre, que estuvo feliz cuando lo vendimos. Me encanta conducir, como a todos, la vida se vuelve despiadada si no eres capaz de forjar, aunque sea planes menores. Hoy no tengo siquiera licencia de conducir, pero más grave, las cosas que me satisfacían ya no me producen placer. Apenas tengo sentimientos atrofiados que debo suplir con guiones de películas. No estaba preparado para Manchester, la historia me caló hondo. Me acabo de arrancar otra uña de raíz, la gente me mira con temor cuando empuño una cerveza, no soy persona, soy un ente al cual pueden robar si se desploma en una plaza. Perdí el norte y sólo escribir me mantuvo en movimiento. Si dejaba de pulsar teclas, me sentía inseguro y comenzaba a extraviarme. Salía a emborracharme porque no sería capaz de volver a generar los mismos ingresos. Mi esposa se daba cuenta de que mi padre la odiaba; nunca entenderé por qué mi madre se dejó convencer. El sistema me jubiló y la pensión fue muy inferior a mi antiguo salario. Mi padre podría haberme socorrido, pero no se interesó. Le prestó a un conocido de mi madre, muchísimo más dinero del que yo necesitaba. Hubiera comprado mi departamento como inversión, prefirió comprar otros cinco. Algo se rompió en mi cabeza cuando perdí la propiedad, comencé a beber y a experimentar más seguido los episodios psicóticos que cada cierto tiempo gatillaba mi enfermedad. Ya no puedo conquistar a una chica, siento que no la merezco, apenas puedo mirarlas a los ojos. Siento que interpreto a Lee Chandler, podría incluso ganar un Oscar sin esfuerzo. Hasta lo sexual se va enredando por caminos cada vez más intrincados. Solicité un crédito a la compañía de seguro, por lo que mi pensión ha ido disminuyendo. Ya no entiendo el valor del dinero. Quiero publicar otro libro, aunque mi padre no lea lo que escribo ni le interese. Les insinué que podrían otorgarme un préstamo por seis meses, pero el conocido de mi madre nunca les pagó una cuota y siempre repiten que están cortos de dinero. Tienen siete departamentos, no se les pasa por la mente apartarme uno. A mi hermana le cedieron el departamento de Ñuñoa; yo soy el hijo esquizofrénico, por lo que me han dejado uno en el testamento. Para mi hermana y sus tres hijos las propiedades, es tan buena hija que una vez destrozó el portón y entró a robar mis muebles y los de mis padres. Yo tengo que vivir con estos viejos que me tienen de allegado. Los metros cuadrados les pertenecen durante el día, mientras en la noche, a partir de las doce, puedo ver películas sin escuchar sus comentarios hirientes. Lo principal será recalcarles que mi pensión ha sido reducida a la mitad, eso hará que vean con buenos ojos prestarme dinero. De los cinco de la familia, fui el único que ingresó a la universidad. Mi error fue convertirme en un loco y descriteriado ingeniero.
La página de Andrés Morales (1962), poeta, ensayista y académico chileno, es un Blog de apuntes y escritos abierto a todos aquellos interesados en la literatura y, en especial, en la poesía. Contiene poemas, artículos, notas, comentarios, críticas, reseñas, fotografías y en general, todos los tópicos imaginables e inimaginables en torno a la poesía, el cine, la prosa y la literatura chilena, hispanoamericana, española y europea de todas las épocas y estilos.
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José Saramago
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