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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

miércoles, 2 de febrero de 2011

"CARNE Y JACINTOS" CRÍTICA DE RODRIGO PINTO EN EL DIARIO "EL MERCURIO" AL ÚLTIMO LIBRO DE ANTONIO GIL






Por

RODRIGO PINTO

REVISTA DE LIBROS

DIARIO "EL MERCURIO"

Sábado 22 de Enero de 2011




Antonio Gil vuelve, en Carne y jacintos, al género que más ha cultivado como escritor, la novela histórica. Se sitúa en las primeras décadas del siglo pasado, en torno a dos años bastante separados en el tiempo, 1905 y 1934. Es que, en un nivel del relato, Carne y jacintos es una suerte de biografía de José Julio Elizalde, el Pope Julio, un cura que abrazó la doctrina positivista, se inscribió en la masonería y trató de conciliar, en encendidas prédicas, los razonados asertos de Compte y la revelación de los evangelios. Así, la novela comienza y termina en 1934, cuando Elizalde, viejo, abandonado y de algún modo reconverso a la fe de su juventud, recuerda y evoca tiempos pasados, especialmente los agitados días de inicios de 1905.En ese verano, dos hechos disputaban la atención de los santiaguinos: la violentísima represión, a través de tropas del Ejército, hacia los obreros y gentes del pueblo que demandaban la eliminación del impuesto a la importación de carne argentina, y la revelación de que en el colegio de San Jacinto, donde se educaba parte de la élite criolla, los hermanos de las Escuelas Cristianas abusaban sexualmente de sus educandos. Es el primer caso de pedofilia en el seno de la Iglesia Católica registrado en la historia oficial de Chile, y Gil lo aborda desde distintos ángulos, pero especialmente a través de la reconstrucción -apócrifa o no, importa poco- de las crónicas periodísticas de la época y sobre todo a través de las escritas por otro personaje, Justo Bravo, para el periódico La Ley. El narrador, por su parte, situado en el tiempo presente, interviene ocasionalmente y contribuye con el acopio de un sinnúmero de materiales de diversa índole (estudios sobre el impacto de las balas en los cuerpos, rituales masónicos, listas de establecimientos educacionales), lo que da a la estructura de la novela un cierto aire experimental que ofrece un interesante contraste con el cuidado estilo del narrador, más acorde con el tiempo de la narración que con la actualidad. Y aunque la novela no deja de interesar por la variedad de sus motivos (que también pueden leerse como una elocuente mezcla de la amplia gama de abusos sobre las personas que se han dado en la historia del país), falla en darle cohesión y sentido a esta estructura. Si, por una parte, desperdicia al personaje mejor trabajado, el Pope Julio, por otra sus excesos retóricos y de aires bíblicos en torno a la maldición que recae sobre generaciones le quitan fuerza a la denuncia contenida en un texto que se proyecta también sobre el presente. 

Antonio Gil. Sangría, Santiago, 2010. 228 páginas. 


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