(Del libro Visión del Oráculo. Red Internacional del Libro – Edicions Café Central. Santiago de Chile – Barcelona, España, 1993)
-No hay azar más claro que el iris de mi ojo,
pregunten a los hijos que van llorando tierra,
deténganse en el mar a respirar su vuelo
si el sol es transparente y gime y no aparece.
La adivina cierra sus ojos y crepitan
los dientes y su lengua, malhumorada, seca.
-La rueda vuelve siempre al centro de su cielo
y todo se detiene y habla y permanece.
-Desnuda en el desván irá tejiendo siempre,
tal vez nunca regrese su amante de la guerra
y bailarán los años y sin reconocer
los trozos de metal, la columnata, el mar.
-Después veo silencio y un grito despiadado.
La sangre descubrió su propio peso hueco.
Más allá un incendio y el caballo cónsul
y mártires que huelen a gloria antojadiza.
...Hay nubes en mis cejas y peces,
hay planetas...
Puedo ver la huella cómo se desfigura y cae.
La luna se avecina, el ángel se avecina.
Dos mil campanas hieren, se clavan en mi oído
y Jericó se rinde y el águila perece
mientras el toro huye detrás de los leones.
Penúltimas noticias, los heraldos corren:
Ha caído Roma, Tenochtitlán el Cuzco.
-Otra vez el llanto recorre mis anillos.
-La policía aguarda detrás de las murallas,
no hay escapatoria, me arrastran con azufre,
me fuerzan, me condenan, me besan en la cara.
-¡Alejen los espejos, aviven ese fuego!
-El hambre me conmueve y siento como vuelan
los cuervos en mi boca, enloquecidos míos.
-¡Por qué jamás anuncio lo que se escribe ayer!
...Hay nubes en mis manos,
recuerdo sólo el mar...
(A Gonzalo Rojas)
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