Raquel Lanseros nació en Jerez de la Frontera , Cádiz (España), en 1973. Licenciada en Filología Inglesa y traductora. Ganadora del Premio Unicaja de Poesía por Los ojos de la niebla (Visor, Madrid, 2008). Ganadora XIII Edición del prestigioso Premio de poesía 'Antonio Machado' en Baeza por la obra titulada Croniria y de un Accésit del Premio Adonais por Diario de un destello (Rialp, Madrid, 2006). Ha publicado también Leyendas del promontorio (Ayto. Villanueva de la Cañada , Madrid, 2005) y La acacia roja (Tres Fronteras, Murcia, 2008). Ha sido incluida en las antologías Tributo a Serrat (Ramalama Music, Madrid, 2007), Diez nuevas voces de la poesía leonesa (Edilesa-Diario de León, León 2007), Premios del tren 2007 (FFE, Madrid, 2007), Poemas en el Canal (Tres Fronteras, Murcia, 2008) y Antología del beso (Mitad Doble, Málaga, 2009). Miembro de la redacción de las revistas literarias Ágora y The Children’s Book of American Birds, colabora con poemas y reseñas críticas en numerosas revistas y publicaciones periódicas.
SOBRE UNA CAMA HELADA
No es invisible el modo
en que ya no te busco,
ni esta manera nueva, sin fe ni mediodía
de llovernos despacio —como gotas de hielo—,
de no ceder un palmo en medio del tornado.
El olvido es azul. Nunca termina
de convertirse a golpes en él mismo.
Se mide por ausencias y papeles en blanco.
Tras su paso, el silencio
deja detrás de sí un paisaje de ruinas,
una patria deshecha e inmolada
a los grises fantasmas de la pérdida.
El ánimo rojizo de las uvas maduras
se apodera despacio de la tierra.
Te quise. Me quisiste. Nos quisimos.
Qué fácil es decirlo cuando no queda nada,
cuando ya ni siquiera recordamos
el tacto de los sueños.
Ahora que la memoria se bate en retirada,
—vencida y silenciosa
como un niño sin cromos—,
y lo único tangible frente a nosotros mismos
es lo que ya no existe.
LIBRO DE CUENTOS
Sobre la antigua mesa de juegos infantiles
el volumen de cuentos escogidos.
El sol, igual que entonces,
derrama su promesa de luz inagotable sobre las viejas páginas.
Hoy vuelvo a ver, con dedos asombrados,
el paisaje de mis primeros sueños.
El corazón se comba bajo el peso del tiempo como una flor nevada.
Hubo un día que soñé con palacios de oro detenidos
al borde de un estanque. Con diamantes
lloviendo sobre el barro. Con montañas sonámbulas, con dragones domésticos.
Los años han pasado con esa exactitud impertinente.
Ahora,
ya conozco el sabor
-agridulce y perplejo-
de la hierba que crece al otro lado.
Y no siempre es más verde.
He visto transformarse muchas veces
sueños en calabazas,
promesas en harapos,
palabras en ratones asustados.
Quien cruza una frontera, apuñala las horas.
Ahora,
en este tiempo del que huyen las respuestas,
cuando vuelan los pájaros
tras comerse las migas derramadas sobre el musgo del bosque.
¿Cómo encontrar de nuevo el camino de regreso?
INVOCACIÓN
Que no crezca jamás en mis entrañas
esa calma aparente llamada escepticismo.
Huya yo del resabio,
del cinismo,
de la imparcialidad de hombros encogidos.
Crea yo siempre en la vida
crea yo siempre
en las mil infinitas posibilidades.
Engáñenme los cantos de sirenas
tenga mi alma siempre un pellizco de ingenua.
Que nunca se parezca mi epidermis
a la piel de un paquidermo inconmovible,
helado.
Llore yo todavía
por sueños imposibles
por amores prohibidos
por fantasías de niña hechas añicos.
Huya yo del realismo encorsetado.
Consérvense en mis labios las canciones,
muchas y muy ruidosas y con muchos acordes.
Por si vinieran tiempos de silencio.
VÍA CANSADA
Entre un pecho y la bala que lo busca
hay la misma distancia
que existe entre los dedos y el gatillo.
La muerte no se mide por pulgadas.
En la tarde, la niebla
tiene forma de adiós.
Ella está sola al lado de la vía.
Mira el tren que se aleja
cada vez más pequeño, cada vez más lejano
igual que una canción envejecida.
Puede extender la mano contra el sol del oeste.
En ese instante, el tren
le cabe entre dos dedos.
Entonces piensa: Este es el tamaño
exacto de mi vida.
Sin embargo, ya sabe
que las cosas que el tren arrastra lejos
no cabrán nunca más
entre su pecho y el último segundo
en que su corazón siga latiendo.
La vida es un asunto
que no puede medirse por pulgadas.
Es una tarde pálida. Ella sigue mirando,
inmóvil como el tiempo de los ejecutados.
Trata de calcular la lejanía
que existe entre ella misma
y sus mejores sueños.
La ilusión es un río
que no puede medirse con las manos.
En medio del andén, detenida en el tiempo,
una mujer aprende que marcharse
es una nueva forma de seguir estando
siempre en alguna parte.
BEATRIZ ORIETA
Maestra nacional (1919-1945)
Los niños corren y saltan a la comba.
Beatriz Orieta pasea junto a Dante
sorteando los pupitres
[en medio del camino de la vida...]
Tiene litros de frío mojándole la espalda.
Apenas pueden nada contra él
los míseros tizones del brasero oxidado.
Entran al aula los gritos infantiles,
huelen a tos y a hambre.
Algunas veces,
Beatriz Orieta casi no contiene
las ganas de llorar
y mira las caritas sucias afanándose
en recordar las tildes de las palabras llanas.
Prosigue Dante todo el día musitando
en el oído de Beatriz Orieta
[...amor que mueve el sol y las estrellas].
Ella siente de veras
que otro mundo es posible
al lado de este mundo gris y parco.
Contra el lejano sol
del lejano crepúsculo
dos amantes se miran a los ojos.
Beatriz Orieta está
apoyada en su hombro.
Los álamos susurran las palabras de Dante.
Los amantes son túneles de luz
a través de la niebla.
Los besos puros son las amapolas
de un cuadro de Van Gogh.
Pasa el invierno lento como pasa un poema.
Pasan el frío andrajoso, la fiebre y el esputo
y toman posesión del blanco cuerpo
igual que las hormigas invadiendo
esas migas de pan abandonadas.
Sesenta años después, entre las ruinas verdes
leo un descanse en paz envejecido
sobre la tumba de Beatriz Orieta.
El silencio es de mármol.
El silencio
es la respuesta de todas las preguntas.
Unos metros más lejos, hace sólo dos años
yace también el hombre
que, apoyado en el hombro de Beatriz Orieta,
dibujó un corazón sobre un tiempo de hiel.
¿Qué más puedo decir?
Que la vida separa a los amantes
ya lo dijo Prévert.
Pero a veces la muerte
vuelve a acercar los labios
de los que un día se amaron.
La anciana ha colocado
las flores sobre el borde del camino.
[Es una tarde roja y esto es cualquier lugar]
El luto difumina
las cruces negras como un túnel sin fondo.
Recuerdo los cerezos lamiendo mansamente
la piedra ahogada en líquenes
de las tapias cansadas.
Mientras, la veo moverse.
Tiene manos inquietas de venas abultadas.
Murmura sin cesar una antigua plegaria
-perdónanos, Señor, nuestras ofensas-,
tiñendo de esperanza
el silencio desierto de la tarde.
Parsimoniosamente va arrancando
con una fuerza inusual para sus años
las malas hierbas, los matojos silvestres
que salpican de olvido la pobre sepultura.
La suave brisa baila con las hojas.
[Es una tarde roja, amarilla, celeste
y esto es cualquier lugar]
El sol resbala lento hacia el ocaso.
De pie contra la luz agonizante
yo la sigo observando
acariciar despacio la tumba desvalida.
El tiempo desmayado no es más que una advertencia.
UN JOVEN POETA RECUERDA A SU PADRE
Ahora ya sé que pasé por tu vida
como pasan los ríos debajo de los puentes,
-indiferentes, turbios, orgullosos-,
con la trivialidad desdibujada
de las pequeñas cosas que parecen eternas.
Muchas veces lo obvio
se oculta tras un halo de extrañeza,
tras la costumbre lenta, indistinguible
del aura fugitiva de las vivencias únicas.
Es difícil saber
que la belleza abrupta del vivir cotidiano,
tan desinteresada de sí misma,
nacida sin clamor ni pretensiones
es en esencia tan mágica y rotunda
que resulta imposible de imitar a propósito.
Y es aún más difícil
comprender que la fiesta de las cosas sencillas
casi siempre termina
mucho antes que la voluntad del festejado.
Inmóvil vi pasar ante mis ojos
el desfile callado de tu vida
con tus sueños cansados en otoño,
tus alegrías de puertas para adentro
y tus desvelos discretamente cálidos.
Creo acertar si digo
que nunca te di nada que no fuese
un préstamo a mí mismo.
Te pedí, sin embargo, tantas cosas.
Hoy, inmóvil de nuevo, asisto inerme
a este desfile amargo de tu ausencia
mientras mi corazón -dividido y atónito-
comienza a descubrir que la vida va en serio.
Te recuerdo. Hace frío
y el frío me devuelve
aquella forma tuya tan sutil
de ofrecerme a la vez un corazón errante,
la suerte en un casino de Las Vegas,
la lluvia indescifrable del desierto,
los versos de Machado en un suburbio.
Ahora ya sé que pasé por tu vida
indolente y confiado, -sin asombro-,
como suelen vivir todos los hombres
que no conocen todavía la pérdida.
PARADOJA
Mis amigos hacen arder sahumerios
releen libros de mantras
decoran sus paredes con letras orientales.
La mayoría ortodoxa
tiene clase de yoga tres veces por semana.
La última Navidad
abogué por frenar
la cota de consumo irresponsable.
Soy un pobre aprendiz de budista.
Fabriqué mis regalos artesanalmente
reciclando residuos imaginativos.
¡Qué triste desengaño! Esta iniciativa
distó mucho de hallar el éxito esperado.
Se siguieron prendiendo
veinte velas a dios y dieciocho al diablo.
No conseguí sino un escaldamiento.
Desde entonces
los mismos que predican una existencia zen
me acusan de tacaño.
TRADICIÓN ORAL
Me gusta amarte hincada de rodillas.
Aquí, tan desde abajo, tan cerca de la tierra
reclamo el palpitar de tu cuidado
y centro mi delicia en el transcurso.
No es de extrañar que el mundo sea redondo.
¿Qué forma iba a adoptar, sino la de mi boca?
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