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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

jueves, 30 de octubre de 2008

PANORAMA DE LA POESÍA CATALANA CONTEMPORÁNEA por ANDRÉS MORALES


Antoni Clapés





Salvador Espriu




J. V. Foix










La bonança del meu port



és eterna com la mort:



vine, vine, vine...



MIQUEL DEL SANTS OLIVER





Referirse a la poesía catalana en Chile es como si nos enfrentáramos a una tradición literaria tan distante y desconocida como la poesía africana o la poesía asiática (con todas las inmensas diferencias que existen en y entre estos continentes y en y entre esas literaturas y diversas lenguas). En nuestro país, para la gran mayoría de los lectores, poetas y académicos, la poesía española no es otra cosa más que la poesía escrita en castellano. No existe una lírica gallega, vasca o, como he dicho, catalana (incluyendo en este acápite a la poesía de las Islas Baleares y del País Valenciano). Parece que a los chilenos aún se nos han quedado grabadas las frases del antiguo régimen (español), donde nombres propios y sustantivos como “raza”, “imperio” o “Castilla” dominan el imaginario y la memoria de los intelectuales de este otro lado del Atlántico. Si mencionamos a algún autor de otra de las lenguas oficiales del Estado Español, la primera pregunta que surge (si es que hay algún interés genuino): “¿está traducido al español?”. Y, claro, está traducido al español, porque el catalán, el gallego o el euskera son lenguas españolas y, además, oficiales. Otra cosa es si la pregunta se dirige a una traducción al castellano y, eso, es asunto y materia de otras consideraciones, donde existen complejidades como el bilingüismo, la obligatoriedad de publicar en castellano y la prohibición de hacerlo en catalán (en la época de la dictadura de Francisco Franco) o en el desinterés (después del franquismo) desde las editoriales castellanas y de los propios autores catalanes por publicar en esa lengua (porque sienten, con mayor o menor razón, que están “traicionando” su cultura, o peor, “se están vendiendo” por una mayor circulación de sus libros que no siempre redunda en una comprensión cabal de las particularidades de la autonomía catalana o, incluso, de las otras autonomías con sus propias lenguas vernáculas). Si en América, con justos alegatos, nos hemos quejado de la imposición de los modelos españoles sobre nuestras culturas prehispánicas, donde la religión, las lenguas, las tradiciones y hasta la vida humana no fueron respetadas y, en la actualidad, de forma más que ambigua se nos menciona y rotula con ese anestésico y amnésico “slogan” del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, como un “Encuentro de Dos Mundos” o “Encuentros de Dos Culturas”, los catalanes (y también los vascos y gallegos, insisto) pueden dar cuenta en su historia de tratamientos similares. Y no es que yo quiera hacer un encendido discurso en contra de mi lengua materna, el castellano, lengua en la que pienso, siento, escribo… Con su maravillosa riqueza, con su literatura extraordinaria, con su historia y con su cultura y sus tradiciones que han forjado una buena parte de la moderna civilización occidental. No. Por ningún motivo. Pero me gustaría ordenar un poco las cosas y abrir nuestros criollos ojos a la merma gigantesca que consiste en clasificar, disminuir, etiquetar o excluir de un plumazo a una cultura, a una lengua, a una literatura y a una poesía que ha entregado también una visión de mundo plena de belleza y de interrogantes. Que ha aportado libros, estilos, escuelas y autores que, por desgracia, aquí desconocemos casi por completo.
De esta manera podemos hablar, desde Chile e Hispanoamérica, de una doble marginación de la literatura catalana. En primer lugar, la que ha sufrido en la propia península ibérica con todos sus avatares políticos, nacionalistas y hasta clasistas. En segundo lugar, la que nosotros le infringimos, al ser, de una u otra manera, “herederos” de esa primera marginación y duplicarla para hacerla desaparecer del horizonte de la literatura y de la poesía. Doble marginación… doble injusticia. Pero en el concepto de la “Europa de las naciones”, que cada vez se parece más al mapa de la Unión Europea (sobre todo si pensamos en países como Eslovenia, la República Checa y tantos otros), la recuperación histórica, lingüística y cultural (y no me refiero a ese nacionalismo tan venenoso que intentó destruir al continente por lo menos en dos grandes y terribles ocasiones) ejerce un poderoso incentivo para redescubrir o, simple y llanamente, descubrir, los grandes tesoros que estas pequeñas naciones conservan vivamente hasta nuestros días, incluso con la tan mentada globalización que, finalmente no es más que la imposición de modelos culturales, económicos y hasta estéticos de uno o dos países que, como siempre, han dominado (o quieren dominar) al resto del planeta, desde el bolsillo hasta las neuronas.
Pero centrándonos en este breve “panorama de la poesía catalana contemporánea”, asunto por lo demás muy difícil de enfrentar, ya que este escrito podría transformarse en una larga lista de nombres que poco o nada pueden decir a nuestros lectores, me gustaría señalar que, obviamente, no podemos hablar de una poesía moderna o contemporánea o actual sin referirnos primero a la larga tradición que Cataluña posee desde la Edad Media. Si uno de los primeros documentos literarios se remonta al siglo XII, podemos afirmar con propiedad que se trata de una tradición milenaria que poco a poco fue construyendo una red de textos y autores que, en aquellos tiempos y en muchas ocasiones son traducidos a otras lenguas europeas antes que al castellano. Ya en los siglos XIII y XIV, con Ramon Llull (1232?-1315) y Bernat Metge (1346-1413), notabilísimos narradores, o en el siglo XV con Joanot Martorell (1405-1468) y su Tirant lo Blanc -tan amado por Cervantes-, la literatura catalana manifiesta sus primeras obras definitivas que la consolidan como una importante tradición europea. Y es en este siglo XV cuando aparece en Gandía (Valencia), la brillante figura de uno de los poetas peninsulares más trascendentales de la historia de la poesía catalana. Me refiero a Ausias March (1397?-1459), quien rompiendo con la tradición de la lírica provenzal, es reconocido como un prodigio en la belleza de sus poemas y de sus canciones. Inspirado en las fuentes italianas es uno de los primeros en experimentarlas en España. Ausias March es el poeta fundador, el faro y el candil que alumbra la historia de la poesía catalana. Su obra, que, por cierto, ha sido traducida al castellano tanto en verso como prosificada, aún produce una admiración unánime por todos aquellos que aman el género y, en especial, la literatura renacentista. Desde este poeta arranca con aún más fuerza la poesía catalana. Es como si Ausias March fuese el modelo y el poeta “adánico”.
La guerra de sucesión, las políticas de Felipe V y otros hechos históricos hicieron que los siglos XVI y XVII no fueran especialmente generosos con la lírica en la lengua catalana. Es en el siglo XIX con la famosa “Renaixença”, donde el romanticismo, el nacionalismo y múltiples esfuerzos por recuperar ese pasado literario glorioso, la poesía (y en general las artes y la literatura), como bien dice el término, renacen para consolidar un segundo momento importantísimo en la historia de esta nación. Bonaventura Carles Aribau (1798-1862) autor del poema La Pàtria de 1833 y Jacint Verdaguer (1845-1902) y su monumental L’Atlàntida de 1877, por mencionar a los más importantes entre muchos otros, sientan las bases y son las figuras literarias “paternas” que presidirán su siglo y los inicios del siglo veinte proyectándose en los cultores del Modernismo como Joan Maragall (1860-1911) y en su antítesis, los representantes más radicales del “noucentisme”, fundado por Eugeni D’Ors (1881-1954) que intenta la defensa de la lengua y la cultura catalana. Mención aparte merece Josep Carner (1884-1970), considerado por muchos como el primer poeta moderno catalán, autor de El cor quiet (1925) y Nabí (1941) y quien, hasta el día de hoy, se ha transformado en un referente insoslayable aún para los poetas más jóvenes.
Ya entrados, entonces, en el nuevo siglo, algunos poetas intentarán conciliar sus versos con las más novedosas tendencias literarias de Francia y del resto de Europa. Antes que Madrid, Barcelona (con periódicos o revistas como “Trossos”, “L’ Amic de les Arts” o “La Publicitat” y con tertulias muy animadas donde se discutía sobre las nuevas posibilidades de la poesía), se transforma en el espacio privilegiado para que empiecen a surgir obras y tendencias que nada tienen que envidiar a las que se publicaban al otro lado de los Pirineos. Paralelamente, algunos poetas y escritores mallorquines como Joan Alcover (1854-1926) y Gabriel Alomar (1873-1941) -autor de El Futurrisme (1905) que tan importante fuera para el joven poeta chileno Vicente Huidobro- van consolidando la unión de tendencias que parecían irreconciliables como la renaixença, el noucentisme, el modernisme y las vanguardias que ya se asomaban con inusitado vigor en esta literatura. Es con la cristalización de la vanguardia que aparecen algunos nombres centrales en la poesía contemporánea de Cataluña: Joan Salvat Papasseit (1894-1924), fundador de la revista de vanguardia “Arc-Voltaic”, muerto muy prematuramente, pero quien legó una obra importantísima entre las que se cuentan libros de poemas como L’irradiador del port i les gavines (1921) o El poema de la rosa als llavis (1923); Joan Oliver (1899-1986), quien usara el seudónimo de “Pere Quart” y que se exiliaría durante ocho años en Chile. Autor de importantes poemarios como Cataclisme (1935), La fam (1938) y Circumstanciès (1968) y el gran Josep Vicenç Foix (1893-1987), otro amigo de Huidobro, con quien mantuvo un breve pero intenso contacto epistolar a raíz del libro Finnis Brittania del creacionista chileno. Con una influyente obra, candidato al Premio Nobel, figura legendaria del Barrio de Sarría de Barcelona y donde es preciso destacar hermosos libros como Sol y de dol (1947), On he dexait las Olaus? (1953) y Desa aquests llibres al calaix de baix (1960).
Distante de las vanguardias, pero con una poesía de un decir moderno y a la vez enraizada en su Cataluña natal y en los grandes mitos y símbolos de la humanidad, la obra de otro eterno candidato al Premio Nobel, Salvador Espriu (1913-1985), es considerada como un patrimonio de la resistencia al franquismo y un constante homenaje a una patria a la que cambia de nombre frecuentemente, pero que sus lectores saben reconocer e identificarse con ella. Así, Sinera será Arenys de Mar, o Lavínia, Barcelona, o Alfaranja, Cataluña… Entre sus obras más conmovedoras y relevantes hay que citar Cementeri de Sinera (1946); Les cançons d’ Ariadna (1949); Les hores (1952); La pell de brau (1960); Llibre de Sinera (1963) y Per a la bona gent (1984).
En la orilla opuesta a Espriu y vinculado con las vanguardias históricas, el poeta Joan Brossa (1919-1998) destaca por buscar nuevos formatos para la escritura y ha sido considerado como una de las figuras más importantes, a nivel internacional, de la llamada “poesía visual”. Aún así, es autor de libros “tradicionales de poesía” donde cabe mencionar las antologías Poemes de seny i cabell (1977) y Un home reparteix fulls clandestins (2004).
El terrible paréntesis de la guerra civil (1936-1939) significó diversas convulsiones al interior de Cataluña que son imposibles de reseñar en estas páginas. Aún así hay que destacar la existencia de una poesía militante con el bando republicano y con algunas ideologías de izquierda y otras asociadas también al nacionalismo catalán. El triunfo del franquismo significó una violenta represión a la lengua y a la literatura y las relegó prácticamente a los intramuros del solar familiar. Los duros años de la posguerra, tan bien retratados por diversos novelistas españoles, fueron quizás aún más crueles para los catalanes, quienes, a fuerza de decretos, tuvieron que relegar sus costumbres y el uso totalmente libre de su lengua hasta la recuperación de la democracia y los años de la transición, con el regreso de la Generalitat como institución regidora y la proclamación del Estatuto de Autonomía de Cataluña de 1979.
Los años sesentas y setentas, con el retorno de algunos exiliados (entre ellos muchos escritores), la llegada masiva del turismo, una suerte de “apertura” del régimen y, principalmente con el nacimiento de la “Nova Cançó” donde destacan figuras de la talla de Raimon, María del Mar Bonet, Lluís Llach y Joan Manuel Serrat, por citar a algunos, hace que la poesía vuelva a tener un protagonismo en la cultura catalana. Los cantantes musicalizan poemas de sus grandes autores (catalanes, mallorquines, valencianos), les rinden homenajes y hasta escriben sus propios libros de poemas. Todo un fenómeno que revitaliza no sólo la industria discográfica barcelonesa, sino que alerta a las editoriales para empezar a reeditar obras de narradores, ensayistas, historiadores, dramaturgos y, por supuesto, poetas. Evito aquí el tratar a los poetas catalogados como “del bilingüismo”, dado que éste es un problema donde aún las susceptibilidades no permiten una mirada objetiva (y me refiero, por ejemplo, al caso de Pere Gimferrer, nacido en 1945).
En las décadas finales del siglo XX, Cataluña reafirma su identidad, su política lingüística y la difusión de su cultura y sus letras. De alguna manera, y de forma muy comprensible, “se encierra” un poco en sí misma tras la progresiva recuperación de sus íconos, valores, costumbres y tradiciones. Un tanto áspera con el resto de la península, es intransigente con las posibles intervenciones del gobierno central y esto se refleja, también, en el ámbito de las letras. Superados los años noventas, me parece, se produce una apertura natural hacia el resto de Europa, una empatía con otras naciones del continente y una mayor libertad en los discursos poéticos que ya no se rebelan ante una dictadura que los relega permanentemente o ante la esperpéntica figura de un Jefe de Estado que invoca a una España castellanizada del siglo XVI y que nada tiene que ver con las circunstancias de la realidad del mundo y del tiempo presente. Por otro lado, las reivindicaciones lingüísticas ceden ante una vocación cosmopolita que, aunque firme en sus raíces, explora otros territorios que los vinculan, insisto, con las preocupaciones propias de los poetas de todas las latitudes del planeta.
Nacidos en la época del franquismo pero con una mirada abierta a otras tradiciones literarias universales, hay que destacar a algunos poetas como Josep Ramon Bach (1946), quien últimamente ha derivado hacia la recuperación de la tradición de la poesía oral de los pueblos primitivos enfocado a la literatura infantil, o a Antoni Clapés (1948) notable poeta de Sabadell quien ha publicado más de doce libros de poesía entre los que destacan Trànsit (1992) A frec (1994) e In nuce (2000). Autor de gran reflexión por la palabra, en sus infinitas connotaciones e irradiaciones, con un riguroso oficio, a veces minimalista, pero no por eso superficial, y quien, además, ha sido editor, hasta el día de hoy, de una colección de “plaquettes” y libros importantísimos que han sostenido y difundido buena parte de la poesía catalana más nueva (las ediciones “Cafè Central”).
Barcelonés de la década del cincuenta, Alex Susanna (1957), poeta y también editor (Columna Ediciones) es autor de libros muy interesantes cercanos a la “poesía de la experiencia” como Abandonada ment (1977), Els dies antics (1982) o Quadern dels marges (2006). Ha recibido diversos premios y ha incursionado también en la prosa.
La lista de autores posteriores se va ampliando de forma extraordinaria. Autoediciones, revistas, múltiples editoriales en Barcelona, Palma, Valencia e incluso en ciudades y pueblos medianos o pequeños, más el verdadero “boom” o fenómeno descomunal de premios literarios en España (que ha contagiado también a los catalanes) hacen imposible una reseña medianamente rigurosa y justa. Queden los nombres de Xavier Canals, Melcion Mateu, Esther Xargay, Víctor Nik, Enric Casasses, Eduard Escoffet, Dolors Miquel y Josep Pedrals como continuadores de esta lírica, entendiendo que aquí se mencionan sin tener un conocimiento profundo de sus obras.
Para finalizar, creo que es nuestro deber como poetas, académicos y lectores interesados, despejar los nubarrones que han mantenido oculta tan importante literatura. Es necesario que publiquemos en Chile una antología bilingüe de la poesía catalana contemporánea. Que las Ferias del Libro y las Sociedades Literarias, a veces tan convencidas que sólo en Chile se escribe buena poesía, reconozcan con hidalguía su ignorancia y abran las puertas a autores y obras catalanes que, estoy seguro, más de algún secreto nos pueden contar (como ocurre con otras tradiciones poéticas que aquí se obvian como si este “finis terrae” fuese además una isla perdida en el infinito).
Los catalanes, como los chilenos, habitantes rodeados por el mar y las montañas, pueden escribir junto a nosotros un poema donde el abrazo sustituya, de una vez por todas, el desconocimiento.


Santiago de Chile, octubre de 2008

"I SEMINARIO D' ESTUDIS CATALANS", FACULTAD DE FILOSOFÍA Y HUMANIDADES, UNIVERSIDAD DE CHILE

Afiche del Seminario.
La Prof. Dra. Haydée Ahumada lee su ponencia sobre Mercé Rodoreda.
Pablo Duarte presenta a los ponentes.

El poeta y Prof. Andrés Morales lee su ponencia sobre la poesía catalana contemporánea.

Los profesores y Doctores Manuel A. Jofré y Andrés Morales.

El Lector del Institut Ramon Llull de Catalunya, Pablo Duarte se dirige al público.

Una pausa para el café.

El lector del Instituto Ramon Llull lee su ponencia "Lengua y Literatura catalana: de Franco a Frankfurt"

El Prof. y Lector del Institut RAmon Llull, Pablo Duarte y parte de la concurrencia.

jueves, 23 de octubre de 2008

DISCURSO DE INCORPORACIÓN A LA ACADEMIA CHILENA DE LA LENGUA por ANDRÉS MORALES MILOHNIC


EL LUGAR DE LA POESÍA EN EL POETA, EL ACADÉMICO Y EL LECTOR: UN SECRETO A VOCES



Señor Director de la Academia Chilena de la Lengua, Don Alfredo Matus Olivier; Señor Vicepresidente de la Academia, don Gilberto Sánchez; Señor Secretario de la Academia don José Luis Samaniego; Señor Censor de la Academia, don Juan Antonio Massone; Señores Académicos; Señor Decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, don Jorge Hidalgo Lehuedé; Señora Embajadora de la República de Croacia doña Vesna Terzić; Señor Encargado de Negocias de la República de Polonia, don Maciej Zietara; Señoras y Señores; estimados poetas, colegas y estudiantes; amigos todos:



Pero, ¿qué voy a decir yo de la Poesía? ¿Qué voy a decir de esas nubes, de ese cielo?
Mirar, mirar, mirarlas, mirarle, y nada más. Comprenderás que un poeta no puede decir nada de la Poesía. Eso déjaselo a los críticos y profesores.
Pero ni tú ni yo ni ningún poeta sabemos lo que es la Poesía.

Federico García Lorca, Poética




A Dunja Morales Milohnić, in memoriam



La poesía tiene secretos que solo unos cuantos “elegidos” parecieran poder descifrar. No es que ésta sea ni deba ser “para unos pocos”, como algunos aseveran, pero, de ninguna manera –y más en estos tiempos- no es para mayorías, ni menos multitudes. Como ha dicho Juan Ramón Jiménez, la poesía está abierta a esa inmensa minoría que realmente es capaz de abrir los ojos, la mente y el corazón a esa honda cavilación de las emociones y del pensamiento. Todo esto puede aparecer muy obvio, muy dicho y hasta repetido, pero a la luz de las carencias que manifiestan muchos lectores ante el género, incluso argumentando “no entender nada de la poesía”, hoy es un deber urgente para el poeta, para el académico, para el crítico, e, incluso para el generoso buen lector (sobre todo en Chile, en este tan mentado “país de poetas”), desentrañarla y desprejuiciarla de una vez por todas y hacer crecer a esa inmensa minoría. Abrir las puertas, las ventanas, los sótanos y las buhardillas de “la casa de la poesía”, con sus jardines y terrazas, con sus ruinas y ampliaciones, con sus techos antiguos y aquellos temerarios pisos vanguardistas que escalan el cielo inquiriendo respuestas o desafiando a los dioses. Es hora que nos preocupemos, que tomemos conciencia. El poeta ha de tener siempre, fuera de sus búsquedas estéticas, una posición ética y crítica ante el mundo que le ha tocado vivir: basta ya de concesiones, de silencios y de renuncias. Como he dicho, la casa de la poesía ha de ser abierta a todos aquellos que quieran visitarla, habitarla, incluso hasta robarle alguno de sus objetos, aunque sea sólo con la memoria. Los niños y los jóvenes son los primeros que deben entrar: es misión nuestra, no obligarlos, sino “encantarlos” para que jueguen, y canten, y bailen y se pierdan en los laberintos de esta mansión extraordinaria. Es hora, también, que revisemos cómo se enseña, o mejor, quiero decir, cómo se seduce, en el mejor sentido de la palabra, a estos nuevos lectores en sus hogares, en sus escuelas y en sus realidades más particulares. Tal vez, es necesario mostrarles cómo ya habitan poéticamente el mundo, o cómo ya viven la poesía (sin siquiera saberlo o intuirlo), mucho más que cómo la “entienden”: concepto, a mi juicio, absolutamente inútil cuándo alguien se adentra por primera vez en este género.
Mi relación más temprana con la poesía empezó desde muy niño. Mi admiración por la naturaleza, fundamentalmente por el mar -que nunca ha dejado de romper en mis oídos- en las vacaciones en los pueblos costeros de Isla Negra o de El Tabo, o en el patio de mi casa de Santiago, a la sombra de un árbol inmenso que plantó mi madre: Todos estos espacios fueron quizás, entre el asombro y el descubrimiento, el primer lenguaje de la poesía que conocí y amé. Poco a poco llegaron los libros, en la escuela fiscal primaria donde tuve el honor de ser formado por profesoras normalistas que nos leían poemas, que nos enseñaron a recitar con cariño, sin sonsonetes ni sobreactuaciones, los versos de Pablo Neruda y de Federico García Lorca, entre otros. De esos días aún recuerdo el poema “Hay un día feliz” de Nicanor Parra que muchas veces recité, al principio con vergüenza, luego con orgullosa seguridad, ante mis compañeros y las autoridades que, a veces, nos visitaban en algún acto de importancia. Mi familia, mi madre Visnja Milohnić Roje y mi padre Juan Alberto Morales Malva, ambos científicos, pero tan humanistas como para llegar a publicar libros de poemas y de cuentos, ambos también extranjeros, exiliados políticos provenientes de Croacia y España, fueron abriendo mis ojos a otros poemas y a otras formas de la poesía: cómo olvidar esas hermosas “Trece canciones populares” recogidas y armonizadas por Federico García Lorca y que mi madre me cantaba; esas palabras en una lejana y difícil lengua croata, donde aprendí un poema de memoria que me enseñó mi abuela Ljubica Roje: también escritora, incluso publicada y reconocida en la tradición literaria de su idioma. Mi casa, “del color de las grandes pasiones y desgracias”, al decir de Miguel Hernández, visitada por amigos y poetas, por mi tío, quien también fue uno de mis primeros críticos y quien me aconsejó con gran sabiduría, el dramaturgo y académico, José Ricardo Morales y su mujer, la pintora y grabadora francesa Simone Chambelland, por el poeta Gonzalo Rojas, cuando regresó del exilio y a quién debo un bello prólogo a mi segundo libro, Soliloquio de fuego (1984), por Jesús Ortega, ese mimo, actor y poeta maravilloso que siempre ha sido, para mi, una caja infinita de sorpresas. Mi casa, digo, fue ese otro espacio esencial donde no sólo me enamoré de la poesía, sino de las palabras, de su magia, de su increíble fuerza evocadora. Algunos años de estudios de piano me enseñaron a dimensionar el ritmo y el silencio, a deslumbrarme con el lenguaje único de la música, que tampoco me ha dejado, como el mar y el silencio, en la experiencia de la escritura y la lectura.
Pero hubo un hecho en especial, un trágico hecho, que me hizo buscar en el poema la respuesta a lo que nunca tendrá respuesta. La prematura muerte de mi hermana Dunja (a quien dedico este discurso y con quien, secretamente, celebro este momento), en el terrible dolor que sólo puede ocasionar la muerte de algún niño, despertó en mi la inquietud por la expresión: por arrancarme ese llanto y ese grito callado, por conocer las razones, por aquietar mi espíritu, por indagar hasta siempre lo que es la realidad y cómo poder cambiarla… Esos años de introspección y de grandes preguntas derivaron, lentamente, en esos primeros poemas, sentidos y, por cierto, muy malos, con lo que uno comienza a escribir poesía. Años más tarde, en esa “civilizada jungla” que fue para mí el Instituto Nacional, conocí a un hombre extraordinario, mi primer maestro, quien junto a mi madre, siempre me animó a seguir en la tozuda batalla de los versos. Me refiero a don Gastón Sánchez, mi profesor de castellano, quien leía y criticaba mis poemas, quien me sugería lecturas y quien habló con Guillermo Blanco, académico y narrador, hombre de letras más que generoso (a quien también agradezco sus valiosos consejos y estímulo), para que me recibiera y leyese mis escritos. Sin estos apoyos, jamás habría perfeccionado mi oficio, jamás habría escrito, quizá para fortuna de mis lectores, gran parte de lo que he publicado. Fue Guillermo Blanco quien me envió a Miguel Arteche gran poeta y académico, quien en esos años había fundado el ya mítico “Taller Nueve de Poesía”. Con mi uniforme de institutano acudía a las sesiones, a veces ásperas pero absolutamente necesarias, donde el maestro abrió aún más mi horizonte de lecturas y donde me enseñó a usar las herramientas de la lengua para ese trabajo alquímico que es la transformación de las palabras en poesía. Ahí aprendí que los talleres de poesía eran claves para la formación de un poeta, pero que era también fundamental buscar en soledad el camino zigzagueante de la escritura. Así, abandoné el taller (con la soberbia del joven poeta) para iniciar mi andadura solitaria, la única posible en este oficio, que al cabo de un par de años se materializó en un primer libro, Por ínsulas extrañas (1982), donde, gracias a la visión del gran poeta Eduardo Anguita y del gran editor Eduardo Castro, en tiempos más que difíciles para la poesía y la cultura, pude publicar en Editorial Universitaria ese primer poemario con un prólogo muy alentador del inolvidable Miguel Arteche.
Si me he referido a estos años iniciales de esta trayectoria de más de treinta años en la poesía, es justamente para ilustrar aquel problema que enunciaba al comienzo: la urgente necesidad de “provocar”, digo bien, provocar, la lectura y la escritura de la poesía en los más jóvenes, los que, al mismo tiempo, siempre son los más curiosos por conocer este mundo y todos los otros, posibles e imposibles.
La vocación poética es una de las más radicales que puede sentir alguien en estos tiempos, donde la estupidez es la norma y la vulgaridad la costumbre. La misión del poeta, si es que hay una misión específica, es la de enrostrar incansablemente las miserias que hoy son parte de una cotidianidad descerebrada, insulsa y desensibilizada. En ese sentido, Francisco de Quevedo, a quien siento, junto a San Juan de la Cruz, como un padre espiritual, me ha señalado la ruta del estoicismo que ha de seguirse cuando uno apuesta por el derrotero de la poesía. De igual forma, Quevedo, corto de vista, pero no por eso ciego, fundó en nuestra lengua, a ejemplo de Fray Luis, esa “ética del poeta”, quien, insisto, ha de ser un crítico más que un adulador. Lejos, como diría Huidobro, la poesía “reproductiva”. Lejos, la poesía del poder y/o para el poder. Lejos, muy lejos de mi, la poesía oficial… Con todo el respeto a Walt Whitman y a Pablo Neruda y a tantos otros que admiro sinceramente, creo que la poesía adánica y fundadora (o refundadora) ha llegado a sus últimos días. No es que piense que no ha de celebrarse nada en este mundo, pero, ustedes convendrán conmigo que, cada vez hay mucho menos que celebrar y más por hacer, desde la ecología a la medicina, desde la teología al derecho, desde todas las artes hasta la poesía. El artista, el escritor, el intelectual, el poeta, no es un personaje decorativo, como en aquellos decimonónicos salones decadentes donde la soberbia imperaba sobre la cordura. Sin pecar de ingenuo o de idealista, y aunque peque, creo en una poesía viva, que logre fracturar los cráneos de las testas más duras y pueda reinventar el mundo actuando como memoria y conciencia, pero con un discurso que siempre propone, dialoga y discute.
De esta forma y en pos de satisfacer mi insaciable apetito por la poesía es que las circunstancias me llevaron a estudiar la carrera de Literatura. Desde luego, pensaba y aún pienso, no siendo éste un requisito insalvable para mi formación como poeta, pero sí un instrumento intelectual revelador para ahondar en la cristalización de un estilo y en el conocimiento de autores, técnicas e ideas en torno a la creación. En el año 1980, junto a escritores y poetas de gran valía como Alejandra Basualto, Mauricio Electorat, Gregory Cohen, Bárbara Délano, Juan Ignacio Siles, Lilian Elphick y muchos otros más, ingresé a la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, mi alma mater, donde fui formado por una legión de extraordinarios profesores que tuvieron la valentía de enseñarnos la literatura sin prejuicios políticos, sin censuras, sin omisiones. La lista de estos otros maestros es larga, algunos de ellos, han sido o son, hoy en día, afortunadamente, mis colegas y, a pesar del paso de los años, aún se desviven por desentrañar y transmitir la belleza de la lengua y de la literatura. Entre ellos: Alfredo Matus, director de esta Academia Chilena de la Lengua, Lucía Invernizzi, Ana María Cuneo, Eduardo Thomas, Eladio García, Luis Vaisman, Guillermo Gotshlich, María Eugenia Góngora, Carmen Foxley, Eduardo Godoy, Carlos Morand y Ambrosio Rabanales, los tres últimos miembros de esta Academia. Al finalizar mis estudios de pregrado, el destino quiso llevarme a la tierra de mi padre, España. Cruzando inversamente el Atlántico, océano que él atravesara junto a mis abuelos y a mi tío José Ricardo en el famoso vapor “Winnipeg” (gracias a la ayuda de Pablo Neruda y del gobierno del Presidente Pedro Aguirre Cerda), en el año 1984, desembarqué en Barcelona, donde obtuve mi Doctorado en Filosofía y Letras con mención en Filología Hispánica junto a nuevos y también inolvidables maestros que no quiero dejar de nombrar: Alberto Blecua, Joaquín Marco y Claudio Guillén, entre otros. Ellos tuvieron la paciencia de formarme en la filología y en la crítica textual, en la literatura comparada y en la poesía de los Siglos de Oro. Allí, intenté unir mis dos mundos, América y Europa, en una tesis sobre nuestro gran Vicente Huidobro y su influencia en la poesía española contemporánea. Años, al principio, de soledad y de mucha escritura, donde mi necesidad por poetizar la experiencia que vivía era indispensable. Reencuentro con una tierra que, como Croacia, mi otra segunda patria, es uno de los pilares fundamentales para mi escritura y mi visión de mundo, a veces más mediterránea que chilena. Y, además, reencuentro con algunas personas, como Mauricio Electorat, quien se constituyó en un amigo y en un crítico esencial. También tuve la suerte de poder relacionarme con algunos poetas de la lengua castellana como Jaime Siles, o de la lengua catalana, como Antoni Clapés, ambos amigos hasta el día de hoy, y además, autores influyentes en mi experiencia literaria. Años, también, donde se adentró con fuerza en mi escritura la reflexión sobre la lengua y el oficio, como igualmente logre profundizar en obras y autores de otras tradiciones literarias: la poesía francesa y Paul Valéry, o la poesía anglosajona y T. S. Eliot, o la poesía neohelénica y Constantino Kavafis y Yorgos Seferis, donde las traducciones del académico y profesor Miguel Castillo Didier fueron más que iluminadoras.
Luego, muchos años, muchos libros, leídos, escritos y publicados, muchos viajes, pero por sobre todo, el esfuerzo por ahondar cada vez más en mi desvelo por la escritura y, hasta el día de hoy, por lo que Octavio Paz llamara “la pasión crítica”, esa pasión que consume, como la creación poética, pero que se centra en la investigación y, de especial manera, en la enseñanza de la literatura. Viviendo una sana “doble vida” he logrado conciliar al poeta y al académico, al profesor y al investigador con el iconoclasta, el clásico y el crítico. Tradición y vanguardia, historia y teoría, reflexión y emoción han coexistido, han “cohabitado” este mismo cuerpo posesionándose equilibradamente y, a veces, no tan equilibradamente… He permitido que el poeta entre al aula y delire, en ocasiones, en un éxtasis demasiado intenso, frente a algunos alumnos que, no es de extrañar, me observan con ojos extrañados. Lo que he tratado de evitar, eso sí y muy cuidadosamente, es que el académico traspase el umbral de la escritura poética. No por un prejuicio en el que se defienda un coloquialismo a mansalva y una aparente espontaneidad que, al parecer, hoy por hoy, son requisitos insoslayables para lograr un buen poema, asunto de larga discusión, sino, porque pienso que el texto poético ha de reflexionar y ha de sentir desde la perspectiva del ser humano a secas, libre de ver en cada línea un influjo, un modelo o un modo de discurso teórica o históricamente enmarcado en determinadas líneas o preceptos. La idea de pertenecer a una tradición y de entender el concepto del palimpsesto borgeano en la poesía es algo que siento íntimamente ligado a mi proyecto de escritura. Desde luego, uno es “muchos” que se reencarnan con frecuencia en los versos que pensamos nuestros. La tablilla del poema suele conservar la huella del escriba anterior. Y esa es la maravilla que conecta, tal vez, de forma más vívida la escritura poética con la enseñanza -si es posible utilizar este término- de la poesía. También aquí hay un fantástico palimpsesto, donde uno es la voz que intenta articular todo lo que ha leído (uniéndose el poeta, el lector y el académico), pero también, lo que otros le han heredado en agridulces horas de clases. Es por esta razón que pienso que el lugar del poeta, del académico y del lector, aunque desdoblados de distinta manera, es el mismo. Ese pálido papel que vibra bajo la pluma del poeta es, desde ese momento exacto, el mismo lugar imaginario donde vibra la hoja del futuro lector y del exégeta futuro. Esa idea, esa pasión, esa crítica afilada es la que traspasará el horizonte del tiempo y del espacio para clavar sus flechas en el “desocupado lector”, víctima y victimario de toda escritura.
Al comenzar estas palabras me referí a ese “secreto a voces” que parece tener la poesía: un lenguaje oscuro, difícil, lejano para muchos. Al final de este discurso me gustaría creer que he podido demostrar que, por distante y despreocupado que pueda parecer el poeta (un lugar común más entre los muchos en torno a los artistas), éste tiene los pies muy bien puestos sobre la tierra. Sin desdeñar tantas utopías o proyectos que quizás aluden más a otros mundos que al nuestro, quiero subrayar la condición y la oportunidad única que la poesía puede tener hoy en día: no sólo ser un medio, una excusa, un referente, sino, también, un lugar de convivencia, de convergencia o divergencia, un continente a medio descubrir que sobrevivirá a todas las amenazas, externas e internas, y en las que algunos predicen su crepúsculo o su muerte.
A mis colegas más jóvenes y no tan jóvenes, tanto poetas como críticos, profesores y académicos, quiero aprovechar esta ocasión para decirles que es hora de terminar con ese “canibalismo” desatado en la pelea por un metro más de gloria, poder o figuración. He mencionado a Anguita y a Arteche, pero quiero señalar a Enrique Lihn y a Juan Luis Martínez como ejemplos también de esa “ética poética” que los tuvo siempre más cerca de las preguntas que de los reconocimientos. Chile es un país pequeño pero, lo crean o no, es también inmenso. Su grandeza no está en los mapas, en la topografía, en las cartas de navegación: su vastedad inigualable está en su poesía donde, con todo el derecho a la disidencia, cabemos todos.
Agradeciendo muy sinceramente a la Academia Chilena de la Lengua este alto honor que hoy se me confiere al incorporarme como miembro correspondiente por la ciudad de Santiago de Chile y al poeta y académico don Juan Antonio Massone por su cálida recepción. No quiero dejar de enfatizar que el espacio, el lugar de la poesía, está en todas partes. También, y, por supuesto, en las academias. Si es que existe una condición para habitar ese espacio es darse cuenta, de una vez por todas, que no es un “coto vedado”, ni es un privilegio, ni siquiera una recompensa. El lugar de la poesía está en nosotros, en todos nosotros y es más cercano e infinito que cualquier horizonte, cualquier mar, o cualquier cielo; con islas, con estrellas y con constelaciones que nos hablarán mañana, como lo hacen hoy: detrás del estrépito, en voz baja pero muy clara, diciéndonos, sin prisa ni temblor, que aún existe la belleza.


Muchas Gracias.



Santiago de Chile, 20 de octubre de 2008

INGRESO A LA ACADEMIA CHILENA DE LA LENGUA, SANTIAGO DE CHILE, LUNES 20 DE OCTUBRE DE 2008


Invitación.



Público asistente a la ceremonia,entre ellos: mi madre, Visnja Milohnic Roje, Sonia Huerta, Héctor Henríquez, Bernardo Reyes y Sra., Gastón Sánchez, Paz Molina, Gustavo Barrera Calderón, Fernando Van de Wyngard, Osvaldo Contador, Elena Signorini, Antonio Ostornol, Mario Rodríguez.

Discurso de Recepción del poeta y académico Juan Antonio Massone.


Mesa directiva de la Academia Chilena de la Lengua: Alfredo Matus Olivier, director; Giberto Sánchez, Subdirector; Juan Antonio Massone, Censor. En el podio, el Secretario de la Academia, José Luis Samaniego.



Recepción por parte del Director de la Academia, Prof. Dr. Alfredo Matus Olivier de la medalla y el Diploma de Académico.


Junto al Director de la Academia y a mi tío, el dramaturgo y académico, José Ricardo Morales.


Leyendo el Discurso de Ingreso a la Academia.


Lectura del discurso: escucha Juan Antonio Massone.


Ya incorporado a la Academia, en la Mesa de la Directiva.


Otra panorámica del público presente: los académicos Tulio Mendoza, Humberto Giannini, Miguel Castillo Didier, mi madre, el Dr. Juan Idiáquez, Walter Jensen, el Dr. Xavier Feliú, entre otros.


Junto a Hernán Vallejos e Ingrid de Vallejos, Soledad y Maricruz de Reyes.


Junto a mis colegas y profesores, Alfredo Matus, Paula Mranda y José Luis Samaniego.


Con la Prof. Dra. María Olga Samamé, el Prof. Dr. Gilberto Sánchez, Subdirector de la Academia Chilena de la Lengua y la Profesora de la Universidad de Chile, Raquel Villalobos.


Con el poeta y guionista cubano Roberto Díaz Muñoz.


Con el Prof. Dr. Eduardo Godoy, académico correspondiente por Valparaíso y la pintora Ana Luisa Kohon y su marido.


Junto a la Secretaria de la Academia, Eva Peralta y acompañante.


Junto a mis primas de la Familia Roje, Patricia, Thamar y Vesna.


Junto a estudiantes de Literatura de la Facultad deFilosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.


Con el poeta y Censor de la Academia Chilena de la Lengua, Juan Antonio Massone.



Con el poeta y gran amigo, Fernando Van de Wyngard.


Con Karen Müller, escritora e hija de escritores tan destacados como Pepita Turina y Oreste Plath.


Con la Señora Sonia Huerta de Henríquez y el Prof. Héctor Henríquez.


Junto al gran amigo, el Dr. Patricio Henríquez Huerta.


Mi madre, Visnja Milohnic Roje, junto a los diversos miembros de la rama chilena de la familia Roje.


Con mi tío Benigno Roje.


Con los queridos amigos Magda García y Félix Riquelme.

martes, 14 de octubre de 2008

TEXTO DE JUAN CÁMERON SOBRE JESÚS ORTEGA


Jesús Ortega, hace años residente en Suecia, ha sido sistemáticamente olvidado por los críticos, académicos y antólogos... Un error imperdonable que es casi una costumbre en Chile. Perteneciente a la Generación del '60 (o estríctamente hablando, de 1972) comparte este lugar junto a notables cultores del género como Juan Luis Martínez, Oscar Hahn, Manuel Silva Acevedo, Juan Cameron, Gonzalo Millán, Alejandra Basualto, Carmen Berenguer, Jaime Quezada, Omar Lara y Floridor Pérez, entre otros. Su primer libro, Las pizarras del mundo, fue elogiado y destacado como uno de los mejores libros publicados en el año 1968, pero luego, con el horror del golpe de estado y con el exilio de Ortega, su figura se fue desvaneciendo inexplicablemente en Chile (no así en Europa, donde ha sido publicado y traducido). en esta página he tratado de divulgar algo de su producción. Hoy me parece importante reproducir un artículo aparecido en la Revista "Liberación" de Malmö, Suecia, y que firma, haciendo justicia al poeta, el querido y gran poeta Juan Cameron.



De este mundo y del otro, de Jesús Ortega
Una necesaria antología


por
Juan Cameron

La reciente recopilación de la obra del chileno Jesús Ortega, quien reside en Malmö, da cuenta del oficio mantenido por este poeta a través de sus cuatro libros anteriores. Reconocido, por su cercanía expresiva, a la Promoción del 65, la poesía de Ortega nos resulta absolutamente sesentaiochista.
Es necesario repetir -para confirmar las versiones del autor- que en tiempos de la Unidad Popular, con Juan Luis Martínez y Raúl Zurita leíamos, en el Café Cinema, Las pizarras del mundo, editada en Santiago, en 1968, por un artista conocido más bien como mimo, una suerte de Chaplin en la incipiente televisión chilena. Esta anécdota se la conté a Jesús Ortega al conocerlo en un bar de Malmö, el Två Krögare, a fines del verano de 1987. Y lo leíamos, justo es decirlo ahora, con el mismo interés que a los beatniks, los surrealistas y todos nuestros héroes contemporáneos.
Algún buen amigo limpió aquel ejemplar de mis estanterías. Textos como El indolente, Leonídas en Sudamérica o El ángel derribado puedo rescatarlos ahora desde su esperada antología, De este mundo y el otro, editada recientemente en Suecia -en castellano dicho sea de paso- por Brutus Östlings Bokförlag Symposion.
Pocos meses después de aquel encuentro, Ortega entregó su segundo libro, Serpentímetra. Habían transcurrido casi veinte años y sus lectores se encargaban de reclamar por tal ausencia. El volumen, bilingüe, con traducciones de Lasse Söderberg, fue editado por Aura Latina, dirigida entonces por Pancho Pérez Santiago y su heroico camarada de armas, Rubén Aguilera. La presentación tuvo lugar el sábado 26 de septiembre en el Fredman, y contó con la presencia de Manolo de Utrera y su grupo en una tarde que ofrecía, además, flamenco y tango. Y si bien muchos de los textos acompañados ya los habíamos leído en su primer libro, piezas como Para hablar con las musas y Recuerdo a Carmona -esta última una verdadera joyita para la lírica nacional- se destacaron de inmediato.
Carmona es un poeta que ya se fue; pero sigue bicicleteando en el texto de Ortega: Es él y su Volvo idolatrado/ Es él llegando a mi casa/ Por la tarde/ Es él y yo y la Chabe tomando vino caliente con naranja/ En el jardín de mi casa/ En el jardín lleno de rosas de mi casa/ Es mi casa/ a 13.000 kilómetros de su calle/ La que pasa. Ritmo, cadencia y repetición construyen este nostálgico texto. Aunque en la versión original le agregaba un largo Chile de distancia.
El escritor se toma su tiempo. Luego de ocho años, en 1995, entrega, en versiones distintas, La vidriera irrespetuosa. La gente empieza a comentar que Ortega escribe poco, que está en deuda con la poesía. El poeta se defiende: no escribo poco,/ emborrono centenares de cuartillas,/ pero quemo mucho./ (El fuego inmola)/ y debiera echar a la fogata/ la mitad de aquello que no quemo, alega años después en un poema no incluido en ninguna parte.
Su visión apocalíptica (a la entrada de la isla/ De Manhattan/ Circe levanta su antorcha encendida), esos cuerpos prestados al amor y las verdaderas causas de los monstruos que allí nos explica, muestran el desarrollo logrado en la reiteración de sus temas. Aunque su verdadero conflicto -entre la desesperación por el decir y la concentración de la técnica- se expresa en estas páginas como una oposición bastante absoluta.
Jesús Ortega es poeta del descubrimiento, la inteligencia iluminada y el juego permanente. No estamos ante un simple continuador de Nicanor Parra -bien podría serlo también de Gonzalo Rojas- ni frente a un antipoeta declarado. Ortega maneja un estilo propio y reconocible, aunque muy vinculado a la Generación Universitaria del 65 y a sus primeros autores (Omar Lara, Oscar Hahn, Hernán Miranda Casanova, Jaime Quezada y Floridor Pérez aproximadamente) más que a la del 50, a la que por razones cronológicas podría vincularse. Y en tanto sujeto histórico ha permanecido siempre en la memoria y el registro literario nacional, aunque su ausencia a ratos sea causa de un desconocimiento marcado y ocasionalmente odioso.
La actitud lúdica de Ortega consigue, en Modestísima proposición (2005), momentos de intensidad y placer estético. El poema Iluminaciones, escrito ciertamente por alguien que conoce y gusta de la poesía, más allá del hecho de citar a poetas de diversas épocas, en sí un objeto valioso. La contracción semántica del verso 9 -Y Ungaretti d’inmenso- es un recado para golosos, un reflexión inversa, tal vez la única posible frente al espectacular verso del vate italiano. Es decir, una iluminación.
Otro punto de altísima inflexión consigue el poeta en el texto Se acabó la fiesta. Como en la mayor parte de sus trabajos, la cuestión política, la denuncia y el necesario apuntar con el dedo, están presentes con su lenguaje directo, indirecto, transversal o cotidiano. Cuanto hace aquí, Ortega, es ensamblar una serie de lugares comunes, imágenes recurridas, pastiches de nuestra cultura occidental, para mostrarlas al desnudo en una nueva armatoste, lírica, rítmica y absoluta. Como diría un argentino, «se pudrió todo»: Hemos roto la guitarra contra el piso/ Hemos incendiado el piano. / Estrangulado el arpa (...) The end./ Cierren y vámonos a casa./ Desde la poltrona veremos/ Pelícanos fritos en aceite.
De este mundo y el otro se cierra con un cuadernillo reciente bautizado como De par en par. El mérito de esta antología reside en poner de manifiesto su poética válida e interesante, como una expresión más de la poesía chilena, esta vez generada en el extranjero. Una poesía que, por lo demás, responde a la línea formulada por su autor desde sus inicios y que se adscribe al modernismo humanista de fines del Siglo XX. En ella se manifiesta una clara búsqueda de lo inteligente, lo sagaz y lo acertivo -así como de la perfección formal encaminada a la denuncia y a la liberación frente al dominio opresivo del mal. Pero esta búsqueda, en todo caso romántica, muchas veces deberá sacrificar la obtención de ese instante perfecto en beneficio de la realidad. De allí que el título elegido por Jesús Ortega Heller -poeta chileno nacido en Caracas en 1932- sea del todo preciso.


jueves, 9 de octubre de 2008

DOS POEMAS INÉDITOS DE JESÚS ORTEGA HELLER





















NO CAMERON, NO ESCRIBO POCO

No Cameron, no escribo poco,
Emborrono centenares de cuartillas
Pero entrego a la llama el verso tosco,
El fuego inmola y en sus lenguas brilla.

Mas no debiera dejar un solo verso
Sin sufrir el flamígero castigo,
Que después de todo pienso
Cameron, querido amigo,

Que igual lo que arde y lo que absuelvo
La traidora errata
Y lo florido,

Se ha de comer el polvo
o el diente crecido de la rata
dos maneras semejantes del olvido.



SI, GONZALO ROJAS, ADVERTIDO

“..de lo que uno se muere es de maniquí”
G. R.

Si, Gonzalo Rojas, advertido,
de maniquí termina uno,
sobre todo si arriba al importuno
momento sin haber vivido.

Que cruzado el lùgubre dintel
hay quien llega con el alma seca,
y pasa, hueco èl,
ella muñeca.

Y como todos por igual en la resaca,
baja uno a la fosa horizontal
a un yantar no prevenido,
donde no se es comensal
sino el comido.

Porque al fin,
maquillado y bien vestido
se llega al gran festín
con todo el aderezo,
pero eso que devoran en la fosa,
aunque baje tieso,
Gonzalo Rojas te juro, no es de loza,
ni mayólica, ni acrílico, ni yeso.

domingo, 5 de octubre de 2008

SELECCIÓN DE POEMAS DE LEÓN GUILLERMO GUTIÉRREZ


El alma dormita

El alma dormita y sueña
que al alba no estará sola,
sueña que sueña
lejos de sí misma,
atraviesa la noche en contemplación estática.
En silencio se enreda
en su propio silencio
y gira,
suave,
lenta,
alrededor de la flor de pétalos presentidos.
En el viento,
ingrávida se desliza,
se abraza a su propia levedad
mecida en el vientre de una noche
que se ignora a sí misma.

Afanosa asciende, se eleva
a un horizonte sin márgenes,
el camino es la invención del sueño
que en su andar tropieza con sueños
de otros sueños que se sueñan a sí mismos.

El alma despierta al alba,
escucha su silencio,
se envuelve en su liviandad
y gozosa
Sabe que está sola.



Noctámbulo pernicioso


¿Dónde comenzar,
en el periplo de tu cuerpo
o en los andenes de tu alma?

Noctámbulo pernicioso
transito sin acordes
en la partitura de tu cuerpo,
mi piel se convierte en violines,
tambores africanos gritan
chillan, se sacuden como palmeras
en ventisca de otoño.
Un remolino centrífugo concentra
lo que dicen es universo en este instante
en que fieras, alacranes, pájaros,
océanos, cielos y el paisaje todo
se trasmutan en la carne que contiene
la consagración de los misterios.

¿O hablo de tu alma?
precipicio que invita al suicidio.
Detengo aquí la pluma
porque no se puede fabular el amor rotundo
desde la inventiva del verso.

No obstante, me declaro
noctámbulo pernicioso
aún en la palabra.




Los solitarios



Los solitarios no hacemos ruido
pisamos levemente
con miedo a ser descubiertos,
presentidos.
Sonámbulos
caminamos
por ríos sin agua, sin peces.
Nuestro silencio escondido
es más potente que el estruendo
de la montaña.
Con los ojos abiertos
nos incendiamos de oscuridad
sólo la tinta delata
la llama que nos incendia.



Día baldío


Murió mi padre, mi cid campeador
siempre vencido en la victoria
siempre glorioso en la derrota,
la estrategia de tu vida
fue ser torre y caballo a la vez
resguardando un rey decapitado que no veías.

La noche amaneció muerta
derrumbada entre las patas de los grillos,
cigarras y ciempiés
con tambores y flautas anunciaron el duelo
mientras el sol hería las pupilas del silencio.

Como estruendo que cimbra
pisos, techos y paredes,
en el calendario se hiende
una fecha funesta.
Sin misericordia la empuñadura
de la daga choca con la cerviz del día ciego.
Y uno queda dando tumbos
sin puertas ni ventanas,
el sol perdida la razón
incendia pastizales, levanta el agua de los mares,
va de este a oeste, se pierde en su propia luz.

Porque sin ti, padre
el día quedó baldío
y decapitado mi corazón.



Ahíto es el tiempo


El tiempo es mío
las nubes hipócritas
me lo habían robado.


El tiempo se transluce
bajo la tela que perfecta
dibuja la silueta del deseo.
Entonces el tiempo es deseo
y viceversa.
No más.


Ahíto es el tiempo
Y el deseo también


Poeta de dos abstracciones
desgarro la tela,
tu piel y tu sexo
me convierten en el primer
y el último hombre.


Deseo y tiempo desaparecen
en los pliegues íntimos
y las nubes son sombras
que parpadean
de mi pupila a tu sexo.


Vertical, el tiempo y el deseo
se persiguen en una fina línea
antes que el tiempo fuera deseo
y el deseo tiempo.



León Guillermo Gutiérrez nació en San Julián, Jalisco. Realizó estudios de maestría y doctorado en literatura hispanoamericana en la Universidad de Texas en Austin. Poeta, narrador y ensayista cuyos textos han sido publicados en revistas y suplementos culturales de Chile, Bolivia, España, Estados Unidos, Inglaterra y México. Ha publicado Donde la ausencia (1990); Salmos del peregrino (1991); Voices of Land and Sea (1995); Los dardos de Dios (1996); Los colores de la noche (1997); El nacionalismo en la novela mexicana del siglo XIX (1998); Evangelios de la tierra (1999); No mueras esta noche. Amor en tres actos (2000); Poesía de Jalisco del siglo XX (2001); Prisma. Antología poética de la vanguardia hispanoamericana (2003); Bajo la piel de la escritura. Evolución y permanencia de la literatura iberoamericana (2004) y Fervor desde el trópico. Poesía religiosa de Carlos Pellicer (2007). Fue coordinador editorial y del Catálogo Patrimonial del FCE. Es Doctor en letras por la Universidad Autónoma de México. Es colaborador habitual del suplemento “La Jornada Semanal” y Profesor universitario.

RESEÑA AL LIBRO "EVANGELIOS DE LA TIERRA" DE LEÓN GUILLERMO GUTIÉRREZ por MARIELA INSÚA


Evangelios de la tierra de León Guillermo Gutiérrez. México D.F.: Instituto Veracruzano de Cultura. Colección Los cincuenta, 1999.



Mariela Insúa Cereceda
Universidad de Navarra



En Evangelios de la tierra del poeta mexicano León Guillermo Gutiérrez, se plasma un recorrido por las intrincadas rutas de la existencia del hombre que debe lidiar con lo sagrado y lo profano. Esta obra se compone de cuatro partes imbricadas, cada una liderada por un elemento. Aire, fuego, agua y tierra se suceden en esta vía de huida, encuentro, pérdida y remembranza. Asimismo, todas estas partes son evangelios y con ello procuran dar a conocer un estado particular. En este caso, el intento comunicante se vincula a una carencia que es propia del hablante pero que es factible extenderla a la instancia vital de todo ser que busca saciarse en el recuerdo.
La primera de estas partes, «Evangelios del aire», nos sitúa ante un hablante adolescente que huye y divaga. Incluso la religiosidad se ve coloreada por esta actitud rotante: «rezo, blasfemo, enciendo y apago cirios» («Paisaje en rotación»- p.14). El murmullo de otros que sufrieron de este mal de «carne adolorida» se hace eco en las murallas de la habitación donde «dibuja» sus versos. Es este un espacio de tributo a Vallejo, Whitman y San Juan de la Cruz. Destaca, en este trasfondo de incertidumbre, «El nombre del poema» (pp.18-19). Con su «voz en la tormenta» el sujeto nos acerca a la confesión de una pérdida adánica. El nombrar ya no posee la potencia que tenía en los orígenes y de aquí deriva el anhelo de retorno a esa tierra «de donde fui sacado» que será una constante en las siguientes partes. No obstante, no sólo se añora la palabra perfecta sino también a un otro con el que se compartió una noche de diálogo plagado «de signos y presagios/ de luces y de ángelus» «(Nocturno del alba» - p.22).
A continuación, «Evangelios del fuego», precedido por un epígrafe de Luis Cardoza y Aragón, se circunscribe al paso del hablante por el deseo del otro que ya se prefiguraba en el último poema de la sección anterior. El extravío halla su sanación en el sacrificio. La mirada es el vínculo que estrecha al yo y al tú. En los versos proliferan ojos en busca de esa luz que colma, deleita y derrite. Es ante estos ojos que el sujeto consigue recuperar parte del botín pasado: «y en esta eucaristía, recupero mi nombre primigenio» («Piedra de sacrificio» - p. 31). De este modo, se consuma la rendición del yo frente al tú que sana la herida de la pérdida. Este acto de entrega voluntaria al fuego de la carne lo ha purificado y le ha permitido acceder a un estado armónico ya olvidado. El espacio del Puerto de Galveston, presente en los poemas, «Sábado de Gloria» y «Dibujos de Galveston» constituye el ámbito de asidero de esta dicha pasajera.
En «Evangelios del agua», estamos ante el sujeto solo junto al mar, lo que ya está sugerido en el epígrafe de Lezama Lima. Un océano separa y une a los amantes. Tras el consuelo primaveral que se observa en el segundo poema de esta parte («Primavera en Madrid»- p. 50), el hablante retorna al extravío que, tras conocer el estadio de plenitud, se torna aún más agónico que en un principio. Dicho desgarro vuelve a vincularse a la pérdida del «hilo primigenio» («Luz de agua»- p. 53). En «Desde la ventana», uno de los poemas más notables del conjunto, se hace patente que la carencia se proyecta hacia el pasado. Su historia familiar lo observa desde la repisa y nuevamente la mirada ocupa un lugar preponderante. Sus padres enmarcados en los retratos de adolescencia son testigos mudos. Asimismo, otro lo vigila desde el reflejo del vidrio de la ventana. Y la secuencia se cierra con un verso que plantea un camino de lectura del libro: «Detrás de la ventana alguien me ve / que escribiendo me veo» (p.55). Así, el sujeto que escruta su presente y su pasado a través de la confesada actividad escritural, está frente a alguien que tras el vidrio lo observa en su afán. Si ampliamos el alcance de estos versos al poemario, podríamos afirmar que estos evangelios entregan la noticia de un sujeto que se quiere dar a conocer en el más allá de la ventana.
La obra se cierra con «Evangelios de la tierra», meta del transitar por los elementos previos. Tierra, origen, madre, infancia se aúnan en el entramado de los versos como añoranza irrecuperable. La armonía de la edad primera, en que el hablante se tuteaba con el mundo circundante y era dios en sus juegos, ha sido desplazada por el insuficiente rememorar de aquella cosmogonía. El hablante retrata el trágico colapso con la temporalidad, fue entonces cuando el horizonte del paisaje infantil se transmutó en «línea fina» y en «filo de navaja» («Puerto de Amsterdam» - p. 65). Cabe acotar que al romper lazos con el origen, el sujeto pierde el hilo de su destino y siempre «está por llegar» («El camino» - p. 66). El hablante se despide en «Buenas noches», con lo cual se acentúa la idea de comunicación con el polo receptor. Esta despedida consiste en inventariar sus pertenencias en la lejanía de un café de Austin. Ellas son el compendio de esa lucha permanente por recuperar el don una vez poseído. De este modo, confluyen en las palabras finales vestigios de su pasado y del de otros que como él sintieron el flagelo del anhelo de lo inaprehensible. El poemario se cierra con un poema breve titulado «Autobiografía instantánea» que ilustra la vuelta al extravío cadente y solitario del viajero.
León Guillermo Gutiérrez materializa la travesía del sujeto poético en versos libres y de métrica variada. El lenguaje se torna diáfano y las resonancias se integran al sistema sin ostentación. El experimentalismo gratuito cede frente a una intención de comunicación poética con mayúsculas. Las imágenes se pueblan de referencias religiosas y se confabulan elementos católicos con el proceder del sacrificio azteca. El aporte del autor radica en que la exquisitez de la combinación no oscurece la humanidad que late en sus versos.
En Evangelios de la tierra cada poema es parte del compendio vital que procura retratar el periplo del ser. Un sujeto hecho de palabras es centro del evangelio que se funda en la escritura y el lector, frente a esta honestidad existencial, se siente tentado a dejarse evangelizar.