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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

sábado, 23 de noviembre de 2019

"RECUERDEN A RUMANÍA" POR DANIEL DRAGOMIRESCU (TRADUCCIÓN AL CASTELLANO)




El día 15 de noviembre del 1987 ha marcado la caída de la careta humanista del régimen comunista de Rumanía. Auto legitimado como un régimen político de “democracia popular” pero instaurado con los tanques del Ejército Rojo el 6 de marzo del 1945 y mantenido por medio de una combinación de populismo, elecciones fraudulentas, despotismo y terrorismo de estado, el comunismo de Rumanía había llegado a finales del reinado de Nicolae Ceausescu no representando más que al dictador y a la nomenclatura de partido, beneficiaria de privilegios ilimitados. Como consecuencia de la crisis económica y social generalizada, determinada por una larga serie de decisiones políticas catastróficas, a finales de los años 80, como en tiempos de guerra, en Rumanía el pueblo padecía frío y hambre. Las tarjetas alimentarias habían sido reintroducidas como en el periodo cuando Bucarest estaba siendo bombardeado por los Aliados, y la penuria de productos básicos, desde la pasta de dientes, el papel higiénico o el algodón medicinal hasta los alimentos indispensables y de primera necesidad (azúcar, aceite, pan) se había apoderado del país. 


Se esperaban noches enteras frente a las tiendas por los alimentos más comunes, y la aplicación del prometido principio de repartición comunista del bienestar social, “de cada quien según las posibilidades, a cada quien según las necesidades”, estaba siendo aplazado sine die. Por las estaciones, veíamos como la gente asaltaba los trenes internacionales para comprar de los turistas polacos o alemanes del este medicamentos (biseptol), cigarillos (el BT búlgaro o el Gent albanés de baja calidad) o ropa. Al caer la noche en las temporadas frías (otoño e invierno) miles de pueblos se quedaban a oscuras, a causa de las drásticas economías impuestas por los burócratas de Ceausescu, y por las estaciones pasaban de prisa los trenes mercantiles con vagones de cereales, totalmente destinados a la exportación. La situación no era mucho mejor ni siquiera en las ciudades e incluso la capital del país empezaba a sufrir las consecuencias de la crisis que año tras año se agravaba inexorablemente. La presión del gas bajaba durante la noche, el calor de los radiadores del sistema centralizado no duraba más que unas horas por la mañana y por la noche, el agua caliente corría un par de horas en los fines de la semana (pero no en todas las ciudades), y las economías con la corriente eléctrica dejaban a oscuras barrios enteros. Después del invierno de los años 1984-1985, he escuchado personalmente a algunos bucarestinos mayores quejándose del terrible frío que habían tenido que padecer durante el invierno en sus apartamentos, transformados en neveras. 


Una mañana helada de invierno, en una fila por la leche, he visto a un hombre desplomándose en la acera, por culpa de un ataque al corazón causado por las condiciones inhumanas, puesto que la gente tenía que esperar mucho tiempo en frío, desde las seis de la mañana hasta que abrían la tienda, para poder coger una o dos botellas de leche o un tarro de yogur. Después de que se agotaba, rápidamente, el surtido de leche, el resto del día la tienda se volvía algo parecido a un museo. Como alimentos básicos, en la mayoría de las tiendas había pescado oceánico congelado y camarones vietnamitas, y en lugar de café verdadero sólo se podía tomar “nechezol”, una mezcla indefinida de sucedáneos dudosos de aspecto marrón (acerca de la que se rumoraba que había provocado muchos casos de cáncer de páncreas). En cambio, el régimen pretendía que es muy humano con los ciudadanos de la patria y sobre todo con la clase obrera, sobre la que decía que la representaba como ningún otro régimen político de la historia. El culto de Ceausescu y de su analfabeta esposa, Elena, superaba los límites del grotesco, y los rumanos se veían obligados a aplaudir y a rendirles homenaje a los dos “queridos hijos del pueblos”. Un bromista había lanzado la anécdota de que los rumanos habían llegado a parecerse a los pingüinos del polo norte – batiendo las alas y alimentándose con pescado. Hasta el socialista Fr. Mitterrand, por entonces presidente de Francia, había tenido que deslindarse del régimen de Ceausescu y limitar severamente los contactos con él, para no comprometerse.


Este era el cuadro de la vida cotidiana en la República Socialista Rumanía cuando, el 15 de noviembre del 1987, estalló la gran revuelta de los obreros de la Fábrica de Autocamiones “La Bandera Roja” de Brasov, una ciudad antigua y hermosa ubicada en el centro del país. Nadie esperaba algo así en la Rumanía de Ceausescu, donde la policía política (La Seguridad) omnipresente (como el NKVD de Stalin) trabajaba con un gran número de informantes y vigilaba cuidadosamente cualquier manifestación hostil o disidencia referente al Partido Comunista y al régimen “socialista” y “demócrata popular” de Bucarest. La gran revuelta de los obreros de Brasov fue reprimida con una brutalidad increíble para un estado de Europa en el siglo XX, y Europa no pudo impedir de ninguna manera la represión, pero esta revuelta obrera tuvo la fuerza de desenmascarar el régimen dictatorial del país. Este régimen político declarado “demócrata” y “obrero” en realidad no era ni demócrata, ni obrero, funcionando para el beneficio de la nomenclatura comunista, cuyo estilo de vida deslumbraba con sus lujos, privilegios y arrogancia tribal de un país tercermundista. El régimen totalitario comunista de Rumanía en la época de Ceausescu no era más que una terrible tiranía, donde una minoría imponía su voluntad frente a la mayoría popular, que tenía que consumir a más no poder pescado oceánico congelado, tomar agua fría (cuando el agua corría del grifo) y aplaudir al infinito los interminables discursos demagógicos de Ceausescu, aguantando en silencio todas las privaciones posibles.

Bucarest, 2019



lunes, 18 de noviembre de 2019

"SEFERIS" , POEMA INÉDITO DE ANDRÉS MORALES (2019)






Una palabra
sola
abrirá el espacio
del mar
o de los cielos:

Hipnos,
sueño,
hipnos.

Como un rayo que sorprende
y un solemne trueno
rompiendo los infiernos.

Como la voz secreta
del poema oscuro
solo,
mendicante.

Como la superficie fría
de muertos hoy presentes
en la memoria huida,
en el pasado inquieto.

De las palabras
una
y
un poeta
cierto:

Hipnos,
sueño,
hipnos.

Después ya se adivina
el llanto de las olas.



                                                   (A Víctor Lobos)



RECUERDEN RUMANÍA!!!!!!!!!!!!!! REMEMBER RUMANIA! EN SU DOLOR!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!






Remember November 1987

by Daniel Dragomirescu

The 15th of November 1987 marked the fall of the humane mask that the Romanian communist regime had been wearing. Self-legitimated as a political regime of 'popular democracy', yet installed with the help of the Red Army tanks on the 6th of March 1945 and maintained through a combination of populism, rigged elections, state despotism and terrorism, towards the end ofCeaușescu's presidency, Romanian communism was only representative of the dictator and the party nomenclature who enjoyed unlimited privileges. Following the generalized socio-economic crisis, determined by a series ofcatastrophic political decisions, towards the end of the 80s Romania suffered from cold and hunger, just like during the war. Food ratios were re-introduced like at the time Bucharest was being bombed by the Allies, while the shortage of consumer goods, starting with tooth paste, toilet paper or absorbent cotton and ending with the basic necessities (sugar, oil, bread) was widespread in the country. 

One waited for whole nights in fronts of the stores for the most trivial things, while the application of the long-promised principle of communist allocation of social welfare, "from each according to his means, to each according to his needs", was being postponed sine die. In railway stations I could see how people rushed towards international trains in order to buy medicine (sulfamethoxazole), cigarettes (Bulgarian BT or the not so good Albanian Gent) or clothes from Polish or East-German tourists. When night fell in the cold seasons (autumn and winter) thousands of villages were left in the dark, on account of the drastic economizing that Ceaușescu's bureaucrats had imposed, whereas goods trains carrying whole grain cars meant for export hurried through railway stations. The situation was not much better in cities and the capital of the country was starting to feel the crisis that got deeper and deeper from one year to the next. The gas pressure was low in the evening, the heat from the radiators and the central heating lasted for a couple of hours in the morning and evening, hot water ran for a few hours at the end of the week (not in every city, though), and saving power meant leaving whole neighbourhoods in the dark. After the winter of 1984-1985, I heard Bucharesters complaining of the freezing cold they had to put up with in their flats, converted into fridges, throughout the winter. 

One freezing morning, while queueing for milk, I saw a man collapsing on the pavement, dead. He had had a heart attack – people had had to wait for a long time in the cold, starting with 6 am, until the shop opened, so that they could get a bottle or two of milk or a jar of yoghurt. After the milk was quickly gone, for the rest of the day the shop turned into a kind of museum. The basic food in most shops was frozen ocean fish and Vietnamese shrimps, and instead of real coffee, people could only drink "nechezol", an indistinct mix od dubious substitutes with a brown colour (which was said to have caused countless cases of pancreatic cancer). Nevertheless, the regime claimed to be extremely benevolent towards its citizens and especially towards the workers, whom they claimed to represent like no other regime in history. The cult of Ceaușescu and his illiterate wife, Elena, had become grotesque, and Romanians were forced to applaud and honour the two "beloved children of the people". Some joker launched the joke that Romanians came to resemble the penguins from the North Pole – flapping their wings and feeding on fish. Even the socialist Mitterand, back then the president of France, had to disalign from Ceausescu's regime and limits further contacts with it, in order not to compromise himself.

This was the picture of everyday life in the Socialist Republic of Romania, when, on the 15th of November 1987, the great revolt of the workers from the Red Flag truck factory broke out in Brașov, a historical and beautiful city in the heart of the country. Nobody had expected something of this kind in Ceaușescu'sRomania, where the omnipresent political police (the Securitate), like Stalin's NKVD, had a large number of informants and was rigorously monitoring any hostile attitude or disidence from the line of the communist party and the 'socialist' and 'popular democratic' regime in Bucharest. The great revolt of the workers in Brașov was repressed with an incredible brutality for a state in 20thcentury Europe, and Europe was unable to do anything to prevent it. However, this revolt of the workers managed to unmask the dictatorship in the country. The political regime that had declared itself 'democratic' and 'of the workers' was neither in reality. It worked only for the benefit of the communist nomenclature, whose lifestyle, through its luxury, privileges and arrogance mimicked the lifestyle of some tribal aristocracy from a third world country. The communist totalitarian regime from Ceaușescu's Romania was nothing but a horrible tyranny, through which a minority was imposing its will on the popular majority, who was forced to eat frozen ocean fish, drink cold water (when there was tap water) and repeatedly applaud Ceausescu's endless demagogic speeches, bearing in silence all imaginable deprivations.

English version by Roxana Doncu 


Remember noiembrie 1987

Ziua de 15 noiembrie 1987 a marcat căderea măştii umaniste a regimului comunist din România. Autolegitimat drept un regim politic de “democraţie populară”, dar instaurat cu tancurile Armatei Roşii la 6 martie 1945 şi menţinut printr-o combinaţie de populism, alegeri trucate, despotism şi terorism de stat, comunismul din România ajunsese spre finele domniei lui Nicolae Ceauşescu să nu îi mai reprezinte decât pe dictator şi nomenclatura de partid înzestrată cu privilegii nelimitate. Ca urmare a crizei economico-sociale generalizate, determinate de un şir de decizii politice catastrofale, spre finele anilor ’80, ca în timp de război, în România se suferea de frig şi de foame. Cartelele alimentare au fost reintroduse ca în anii când Bucureştiul era bombardat de Aliaţi, iar penuria de produse de larg consum, de la pasta de dinţi, hârtia igienică ori vata medicinală la alimentele de bază şi de primă necesitate (zahăr, ulei, pâine) a cuprins întreaga ţară. 

Pentru cele mai banale alimente, se aştepta nopţi întregi în faţa magazinelor, iar aplicarea promisului principiu de repartiţie comunistă a bunăstării sociale,  “de la fiecare după posibilităţi, fiecăruia după nevoi”, era amânat sine die. Prin gări, vedeam cum oamenii luau cu asalt trenurile internaţionale, ca să cumpere de la turiştii polonezi sau est-germani medicamente (biseptol), ţigări (BT-ul bulgar sau mai prostul Gent albanez) sau îmbrăcăminte. La lăsarea întunericului în anotimpurile reci (toamna şi iarna) mii de sate rămâneau în beznă, din cauza economiilor drastice impuse de birocraţii lui Ceauşescu, iar prin gări treceau grăbite trenurile de marfă cu vagoane de cereale, în întregime destinate exportului. Situaţia nu era cu mult mai bună nici la oraşe şi chiar şi capitala ţării începea să se resimtă tot mai mult de pe urma crizei care se adâncea inexorabil de la un an la altul. Presiunea gazului scădea în timpul serii, căldura la calorifere din sistemul centralizat nu dura decât câteva ore dimineaţa şi seara, apa caldă curgea câteva ore la sfârşit de săptămână (dar nu în toate oraşele), iar economiile la curentul electric lăsau în beznă cartiere întregi. După iarna anilor 1984-1985, am auzit cu urechile mele bucureşteni în vârstă plângându-se de frigul cumplit pe care fuseseră siliţi să-l îndure peste iarnă în apartamentele lor, transformate în frigidere. 

Într-o dimineaţă geroasă de iarnă, la o coadă pentru lapte, am văzut un bărbat prăbuşindu-se pe trotuar fără suflare, din cauza unui atac de cord produs de condiţiile inumane, fiindcă oamenii trebuiau să aştepte mult timp în ger, de pe la ora şase dimineaţa, până la deschiderea magazinului, ca să poată apuca o sticlă-două de lapte ori un borcan-două de iaurt. După ce se epuiza, rapid, stocul de lapte, în restul zilei magazinul devenea un fel de muzeu. Drept alimente de bază, prin cele mai multe magazine se mai găseau peştele oceanic congelat şi creveţii vietnamezi, iar în loc de cafea adevărată se mai putea bea doar “nechezol”, un amestec indefinit de surogate dubioase cu aspect maroniu (despre care se zicea că provocaseră nenumărate cazuri de cancer de pancreas). În schimb, regimul pretindea că este extrem de uman cu cetăţenii patriei şi mai ales cu clasa muncitoare, pe care zicea că o reprezintă ca nici un alt regim politic din istorie. Cultul lui Ceauşescu şi al soţiei sale analfabete, Elena, friza culmile grotescului, iar românii erau obligaţi să aplaude şi să îi omagieze pe cei doi “iubiţi fii ai poporului”. Un glumeţ a lansat anecdota că românii ajunseseră să semene cu pinguinii de la polul nord – să bată din aripi şi să se hrănească cu peşte. Până şi socialistul Fr. Mitterand, pe atunci preşedinte al Franţei, a trebuit să se delimiteze de regimul lui Ceauşescu şi să limiteze sever contactele cu el, ca să nu se compromită.

Acesta era tabloul vieţii cotidiene din Republica Socialistă România când, la 15 noiembrie 1987, a izbucnit marea revoltă a muncitorilor de la Uzinele de Autocamioane “Steagul Roşu” din Braşov, un vechi şi frumos oraş situat în centrul ţării. Nimeni nu se aştepta la aşa ceva în România lui Ceauşescu, unde poliţia politică (Securitatea) omniprezentă (precum NKVD-ul lui Stalin) lucra cu un mare număr de informatori şi supraveghea cu străşnicie orice manifestare ostilă sau dizidenţă la adresa Partidului Comunist şi a regimului “socialist” şi “democrat popular” de la Bucureşti. Marea revoltă a muncitorilor de la Braşov a fost reprimată cu o brutalitate incredibilă pentru un stat din Europa secolului XX, iar Europa nu a putut cu nimic să o împiedice, dar această revoltă muncitorească a avut în schimb forţa de a demasca regimul de dictatură din ţară. Acest regim politic declarat “democrat” şi “muncitoresc” nu era în realitate nici democrat şi nici muncitoresc, el funcţionând spre beneficiul nomenclaturii comuniste, al cărei stil de viaţă friza prin lux, privilegii şi aroganţă stilul de viaţă al unei aristocraţii tribale dintr-o ţară a lumii a treia. Regimul totalitar comunist din România în epoca lui Ceauşescu nu era decât o teribilă tiranie, prin care o minoritate îşi impunea voinţa în faţa majorităţii populare, care trebuia să consume cât mai mult peşte oceanic congelat, să bea apă rece (când apa curgea la robinet) şi să aplaude la nesfârşit nesfârşitele discursuri demagogice ale lui Ceauşescu, suportând în tăcere toate lipsurile posibile.



Remember Novembre 1987

Le 15 novembre 1987 a marqué la chute du masque humaniste du régime communiste de Roumanie. Auto-légitimé comme un régime politique de “démocratie populaire”, mais imposé par les tanks de l’Armée Rouge le 6 mars 1945 et maintenu par une combinaison de populisme, d'élections truquées, de despotisme et terrorisme d’État, le communisme de Roumanie a abouti vers la fin du règne de Nicolae Ceauşescu en une situation de ne plus représenter que le dictateur et la nomenklatura du Parti, douée de privilèges sans limites. Suite a la crise socio-économique généralisée, à cause d’une série de décisions politiques catastrophiques, vers la fin des années 80, comme en pleine guerre, la Roumanie souffrait du froid et de faim. Les tickets concernant les aliments rationnés avaient été réintroduits comme à l’époque où Bucarest était bombardée tristement par les Alliés, et la pénurie de produits de consommation courante, comme la pâte dentifrice, le papier hygiénique ou la ouate médicinale ou bien les aliments de première nécessité (le sucre, l’huile, le pain) avait plongé en un marasme terrible le pays tout entier.  

Concernant les aliments les plus banals, on attendait des nuits entières devant les magasins, quant a l’application du principe communiste de répartition du bien-être social – “A chacun selon ses nécessités, à chacun selon ses besoins” – et tout se trouvait ajourné ad vitam aeternam. Dans les gares, je voyais comment les gens prenaient d’assaut les trains internationaux, pour acheter à des touristes polonais ou est-allemands des médicaments (comme du biseptol pour le rhume, très répandu à cause du froid des maisons, pendant l’hiver), des cigarettes (le fameux BT bulgare ou le moins bon “Gent” albanais) ou des vêtements. À la tombée de la nuit, pendant les saisons froides (l’automne, l’hiver) des milliers de villages demeuraient dans les ténèbres, à cause des sévères économies d’électricité imposées par les bureaucrates de Ceauşescu, tandis que, par les gares, s'enfuyaient de longs trains de marchandises traînant des wagons de céréales, entièrement destinés à l’exportation. La situation ne s'avérait pas vraiment meilleure dans les villes, ni même à Bucarest, connue jadis glorieusement comme “Le Petit Paris”, et où commençait à se ressentir toujours plus la crise qui s’approfondissait inexorablement d’une année à l’autre. La pression du gaz baissait pendant le soir, les bouteilles de gaz demeuraient presque introuvables, la chaleur des calorifères distribuée par le système centralisé d’État ne durait que quelques heures, les matins et les soirs, l’eau chaude coulait seulement quelques instants en fin de semaine (mais pas dans toutes les villes), et leséconomies de courant électrique laissaient dans l'obscurité des quartiers entiers. Après l’hiver des années 1984-1985, j’ai entendu de mes propres oreilles des Bucarestois âgés se plaindre  du froid terrible qu’ils étaient obligés de  supporter dans leur appartement transformé en véritable frigidaire. En apprenant  cette situation, on dit que Elena Ceauşescu aurait répliqué: “Ils n’ont qu’à rajouter une couche à leurs vêtements !”  

Un matin très froid d’hiver, tout en faisant la queue pour obtenir du lait, je vis un homme s’effondrer sur le trottoir, atteint de crise cardiaque, provoquée probablement par des conditions inhumaines d'existence (et même de velléité de survie), parce que les gens devaient attendre des heures, pétrifiés de froid en une température glaciale, depuis six heures du matin jusqu'à l’ouverture du magasin, pour pouvoir prétendre obtenir une ou deux bouteilles de lait ou encore un ou deux verres de yaourt. Après que la marchandise se fut épuisée (très vite), le magasin devenait une sorte de musée. Comme aliments de base, dans la plupart des magasins, on trouvait encore du poisson océanique congelé et des crevettes vietnamiennes et, en remplacement du vrai café, on pouvait seulement boire  du “nechezol”, un mélange indéfini de particules douteuses à l’aspect marron (au sujet desquelles on affirmait qu'elles avaient provoqué de nombreux cas de cancer du pancréas). En échange, le régime se prétendait très humain envers ses citoyens et en particulier envers la classe ouvrière, qu’il prétendait  représenter comme aucun autre régime politique précédent. Le culte de Ceauşescu et de sa femme illettrée, Elena, frisait les sommets du grotesque, et les Roumains se trouvaient obligés d’applaudir et de rendre d'infinis hommages à ces deux-là, “les fils du peuple les plus aimés”. Un type, amateur de plaisanteries ironiques, avait lancé une anecdote (“banc”), en affirmant, ou se rendant hélas compte, que les Roumains commençaient de ressembler à des pingouins du Pôle Nord – s'ébattant de leurs bras comme des ailes, pour se réchauffer, et en se nourrissant péniblement et succinctement, avec du poisson. Même le socialiste François. Mitterrand, à l’époque Président de la France, dut se délimiter du Régime de Ceauşescu et de ses contacts avec lui, pour ne pas se compromettre.

Ainsi s'avérait le tableau de la vie quotidienne dans la République Socialiste de Roumanie quand, le 15 novembre 1987, éclata la grande révolte des ouvriers des Usines d’Autos et de Camions “Steagul Roşu” de Braşov, une ancienne et belle ville du sud de la Transylvanie, située juste au centre du pays. Personne ne s’attendait à une pareille émeute dans la Roumanie de Ceauşescu, où la police politique (la Securitatea) omniprésente (tel le NKVD de Staline) déployait ses activités à l’aide d’un grand nombre d’informateurs ( raison pour laquelle elle était, de manière euphémique, surnommée “La Coopérative de l’Oeil et du Tympan”) et surveillait avec grande attention toute manifestation hostile ou formation de dissidence contre le Parti Communiste et le Régime “socialiste” revêtu de “Démocratie Populaire”. La grande révolte des ouvriers de Braşov fut réprimée avec une férocité incroyable pour un État de l’Europe de la fin du XXème siècle, tandis que cette Europe ne faisait rien pour empêcher cette répression, cependant cette révolte ouvrière eut pourtant la force d’arracher le masque du visage du régime totalitaire communiste de ce pays. Ce Régime auto-déclaré, avec suffisance, “démocratique” et “ouvrier” n’était  en réalité ni démocratique  ni ouvrier, car fonctionnant uniquement au bénéfice de la nomenclature communiste, dont les styles de vie frisaient par leur luxe, leurs privilèges et leur arrogance, bien plutôt le style de vie d’une aristocratie tribale,  abusant et soutirant toute richesse, d’un pays du tiers monde.

Le régime totalitaire communiste de la Roumanie de l’époque de Ceauşescu ne fut que terrible tyrannie, par laquelle une minorité imposait sa volonté face à la majorité populaire, qui devait consommer du poisson océanique congelé le plus que possible, boire de l’eau froide (quand l’eau coulait, par chance, des robinets) et applaudir a l’infini les interminables discours démagogiques de Ceauşescu, en supportant en silence toutes les privations possibles.


http://contemporaryhorizon.blogspot.com/


Version française par Noëlle Arnoult (France)


sábado, 16 de noviembre de 2019

EL IMAGINARIO COLECTIVO CHILENO DE LAS JORNADAS DE PROTESTA DE OCTUBRE Y NOVIEMBRE DE 2019 "LA CORTE DEL REY NEGRO MATAPACOS"




ESTÁN TODOS LOS PERSONAJES QUE HAN APARECIDO EN LAS PROTESTAS... DIGNO DE UN ESTUDIO SOCIOLÓGICO SOBRE CHILE: DESDE EL PERRO, EL YAGÁN, SPIDERMAN, EL CAPITAN CHILE CON SU DISCO PARE, HASTA EL MONO DE LOS POKEMONES...

NUEVA ANTOLOGÍA DE VIENTE HUIDOBRO "AL OÍDO DEL TIEMPO", PREPARADA POR MARIO MELÉNDEZ MUÑOZ (SANTIAGO DE CHILE, 2019)


"LA ESPERANZA OCULTA EN STELLA DÍAZ VARÍN" POR ANDRÉS MORALES (UN NECESARIO REENCUENTRO CON LA GRAN POETA CHILENA EN ESTOS DÍAS IMPRESCINDIBLES, COMO ELLA)







LA ESPERANZA OCULTA EN STELLA

DÍAZ VARÍN[1]



                                      En la vastísima categoría de la llamada “poesía metafísica o existencial”, la obra de Stella Díaz Varín ocupa un lugar de privilegio dentro de toda la gran poesía chilena. Y no hablo de la poesía femenina, ni de la poesía escrita por mujeres, ni menos de la poesía feminista[2]. Aquí, no hay un problema de género de géneros o de istmos. Aquí sólo vale la palabra que en realidad es verdaderamente poesía: sola ella, desnuda ella, con todo lo bueno, lo peligroso y lo deslumbrante que puede acarrear para el lector y, qué duda cabe, para la poeta.  Si bien la mayoría de los exponentes de la generación del cincuenta o de 1957 –generación en la cual generalmente se inscribe la poesía de Stella-  fueron tocados por la tragedia de la Guerra Civil Española y de la Segunda Guerra Mundial (aunque fueran muy jóvenes), por la realidad de los campos de concentración, del genocidio, de la bomba atómica y del cuasi suicidio colectivo de la humanidad, impacta que a pesar de todo esto, aún así exista un gran  número de autores que  insisten en la escritura de una poesía (esperanzada o desesperanzada) que consideran, por sobre todas las cosas, indispensable. Aunque todos estos chilenos inician su oficio poético en un lejano rincón del mundo, el peso de la responsabilidad como miembros de la especie humana se evidencia a todas luces. Contrariamente a lo que podría pensarse, no existe un “escapismo” en estas poéticas: sus voces se hacen eco de las grandes preguntas surgidas después de estos conflictos, de la desesperación, del vacío, de la amargura y hasta del desamparo de la mayoría de los seres sensibles y pensantes. Pero, por otra parte, también formulan distintas salidas a estos momentos terribles de la historia. La religiosidad, la filosofía, las ideologías, el rescate del pasado, la metapoesía y la preocupación por lo estético del lenguaje son las respuestas que muchos de ellos encuentran para intentar la reconstrucción de la esperanza y de una realidad que, sin lugar a dudas, piensan que debe cambiar urgentemente.
                                                   Entre los poetas más importantes[3] de esta promoción se encuentra, como he dicho, la figura de Stella Díaz Varín (1926), poeta que, perteneciendo claramente a una línea de escritura que pretende reformar la poesía de su época integrando a ésta el tema de la ciudad (léase poesía urbana improntada por la voz de Enrique Lihn y de los narradores del ’50 o ‘57), debe considerársela en el grupo de poetas que se orientan hacia una poesía metafísica y existencial. Su obra lírica, reunida en los volúmenes Razón de mi ser (1949), Sinfonía del hombre fósil y otros poemas (1953)), Los dones previsibles (1992), Poesía (1994) y (Con)vivientes en la palabra (1998) debe ser señalada como una de las más notables dentro de la poesía escrita en la segunda mitad del siglo veinte en Chile. Su intensidad y densidad lírica, su penetración en temas que apuntan al origen y al destino del hombre así como su perfección en el oficio, deben constituirse en razones definitivas para que la crítica especializada preste una mayor atención a su escritura[4].
                                                    En la temática de Stella Díaz, la presencia de la muerte, del amor y del desamor, del tiempo y de la precariedad de la existencia son fundamentales. Entre sus primeros escritos, el poema "De la prematura muerte" es un ejemplo paradigmático de sus obsesiones y búsquedas:


                         Ella dice:
                         ¿Cómo es el amor? ¿Quién lo pretende?
                         El tiempo es tan efímero
                         y estás llorando por lo imaginario.
                         Es fácil el dolor, la alegría, la duda,
                         y el llorar de rodillas;
                         no es el querer morirse caminando
                         para no regresar después de nada.

                              En mis manos abiertas,
                         ha nacido mi querida amargura,
                         y tus ojos severos, están muertos
                         detrás de mis umbrales.
                         Nada tengo de ti, nada ha quedado.

                         Las prematuras muertes no nos unen,
                         no estuvimos jamás en el silencio,
                         ni con el tiempo, y es que nunca estuvimos. [5]

                                                          
                                                        Dentro de esta corriente es indispensable señalar que su poesía no sólo queda en el devaneo existencial, sino que indaga en la profundidad del ser y en el hálito de la esperanza intentando establecer un horizonte de claridad como vehículo de reconstrucción de un mundo que no la satisface y que pretende reformar a toda costa. Ejemplo de lo dicho son sus intensísimos “Cantos a Anadir”:


                         “Yo estaba como aquel a quien le han sido
                                                                            /arrancados
                         los ojos por una manada de serviles águilas. Y mi
                                                                            /sangre
                         entonces, era vertida en el pozo más oscuro de mi
                                                                            /casa

                         (…)



                         Anadir, si te dijera que acabas de nacer junto
/conmigo
                         me tendrías más confianza, pero ya ves, la fatalidad
                         ronda mis puertas y no puedo mentirte,


                         (…)

         Entonces tu planta bailará sobre los cristales
                                                           /líquidos
        de la lluvia y reirás como una niña recién parida”.


                                                    (“Cantos a Anadir I”)


                                                   Es la poeta quien se enfrenta a su hijo, a su objeto amado, a su objeto poético, “Anadir”, a quien desea ver reír y bailar bajo la lluvia…La hablante es la inmóvil, la testigo, la petrificada. El mundo sigue su curso, a pesar de ella, a pesar de su canto, a pesar de su dolor. No puede, entonces, tacharse esta escritura como una suerte de lamento interminable donde no existe la luminosidad del mañana ni el deslumbramiento por el futuro. Stella Díaz Varín recorre los laberintos del dolor, sí; se desgarra en el desdoblamiento doloroso, al decir de Rimbaud, sí; se destruye en el tránsito para construir en él la palabra, el universo utópico de un verbo que se agita con la fuerza inusitada de la “razón de su ser”, parafraseando a la misma autora.
                                          La esperanza oculta está en leer más allá del mito; y no sólo en el ya repetido mito de la propia autora (la combativa, la rebelde, la joven eterna, la bella luchadora que siempre nos encandilará), sino en el mito que ella solamente es capaz de recorrer: el mito de la errante, de la poeta a secas, de esa especie de “goliarda” presa de la palabra inútil, quizás, pero siempre en el vaticinio de una existencia perfectible. Y en esto soy enfático. Creo, y lo digo sin pudores, que casi nadie conoce la obra de Stella Díaz Varín[6]. Acabados los “coloquialismos baratos” que tanto bien y tanto mal le hicieron a la poesía chilena, española e hispanoamericana, finalizados los trasnochados y destemplados cantos de sirenas donde el simplismo tonto y evidente reemplazaban la hondura curva de la sólida roca, la obra de Stella Díaz Varín se revitaliza cada día más y adquiere su “peso específico”, su “espesura” frente a tanto vagabundeo estéril que gime novedad anquilosándose en el grito…
                                          Que vengan y que vengan a rendirle pleitesía… Pero que lean su obra de una vez por todas.
                                             Que su mano es ágil, dura, fuerte y  potente como el rayo; que su garganta es como el grito de mil océanos cantando.
                                             Pero por sobre todo que surja ese rugido inmenso, mil veces acallado, quieto, hermoso; esa, su palabra de ámbar, de cuchillo; esa que destelle y que rompa la mirada del que leyó y leyó; y no olvida, y no podrá olvidar.





[1] Texto leído en ocasión del homenaje realizado a Stella Díaz Varín en “La Chascona”, Fundación “Pablo Neruda”. Santiago de Chile, agosto de 2005.

[2] Y destaco también la obra de las poetas Delia Domínguez y Eliana Navarro otras “postergadas” de nuestras letras.

[3] Y, a riesgo de ser injusto, es necesario mencionar a otros poetas notabilísimos como Enrique Lihn, Miguel Arteche, Armando Uribe Arce, Alejandro Jodorowsky, Carlos de Rokha, Jaime Valdivieso, David Rosenmann Taub, Efraín Barquero, Guillermo Trejo, José Miguel Vicuña, Eliana Navarro, Alfonso Calderón, Delia Domínguez  y, aunque un tanto distante, a Jorge Teillier, entre muchos otros.

[4] Al respecto es notable el prólogo de Enrique Lihn al  libro Los dones previsibles. En él señala: “(...) La voz, que quizá se hace oír en versos largos y acumulativos, es imperiosa, arbitraria y, con la palabra amén, el sujeto de una cierta profanación (...) Algunos de nosotros, estimulados por el ejemplo de Nicanor Parra, nos alejamos rápidamente de ese tipo de poesía –del hipnotismo de las Residencias de Neruda, del gigantismo de De Rokha- Stella, no. Hasta el día de hoy sus mejores versos (Y un horizonte/donde aprendí a reverberar/con el último rayo de sol sobre las aguas”) son autoreferenciales. Adornos de la propia persona retorizada, que es la máscara del poeta (...)”. En  Díaz Varín, Stella. Los dones previsibles. Editorial Cuarto propio. Santiago de Chile, 1992, pp.11-12.

[5] Díaz Varín, Stella. Razón de mi ser. Morales Ramos Editor. Santiago de Chile, 1949, p.31.

[6] Algo similar ocurre con Gabriela Mistral, tan nombrada y tan poco leída, o de tantos otros autores que se mencionan con voz altisonante y, salvo raras excepciones, no son reeditados, ni estudiados, ni menos conocidos por la crítica y por los lectores.




STELLA

(Poema de Andrés Morales)

                                                             (In Memoriam)


Y verás con otros ojos la superficie plana
del mundo sin sentido, sin gloria, sin pasión.

Y no habrá ni un solo lirio que atrape tu belleza
para enrrostrar mi pena de perro a medianoche.

Y ya sin despedidas, en el murmullo insomne,

habrás cruzado el cielo con tu palabra sola.




"CAMPO DE SACHSENHAUSEN, BERLÍN", POEMA INÉDITO DE ANDRÉS MORALES








(Guardias de las S.S.)
                                                          

Las estrellas nunca los siguieron
ni el sol, ni aquel hálito supremo
del fondo de un volcán.

No hubo madre que pariera
la crueldad que habita en sus cabezas negras.

Y no haya muerte generosa para nadie,
para ellos, para nadie, príncipes del miedo.

Condenados a un pan que no será común.
a una tierra de espinas, a la miseria enjuta,
al campo de batalla y a la guerra interminable.

Solos, en el infierno solo.
En el círculo peor, si existe alguno
y en su contorno incierto, impenitente, solo.

Abrazados al terror de no ser siquiera arena,
ni olvido, ni vacío, ni átomos, ni piedra.