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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

sábado, 31 de mayo de 2014

Héctor Hernández, el poeta anti-aborto



jose carlo2Desde que me acerqué al feminismo de la disidencia sexual, distanciándome de la poesía que en esos días dejaba de entusiasmarme, comencé a darme cuenta de lo realmente añeja que está nuestra sociedad. Comencé, incluso, a darme cuenta de lo poco atractiva que me resultaba la poesía chilena frente a mi nuevo interés feminista de la disidencia sexual. Que la discusión se centrara en “cómo discutir sin faltar el respeto” o “qué palabras usar para no herir sentimientos” me parecía hasta “pasado de moda”. Oír a jóvenes poetas hablar de sexualidad como si tuvieran que pedir permiso, leer a otros el llanterío misógino típico del heterosexual dañado por su mujer, me estaba llegando a sonar, incluso, como los versos de algún viejo poeta de los 60. Sólo unxs pocxs “poetas abyectxs” me parecían interesantes, pero son justamente los que no pueden publicar a diferencia del resto más debiluchos de discurso.
No creo que deba sentirme con el derecho a exigirle compromiso político a quien no quiera tenerlo, pero, sí, al menos, un compromiso cultural con quienes se atreven a trabajar con la “publicidad del alma” a través de la bella poesía. No me interesa pasar por alto discursos conservadores de quienes la poesía parece librarlos de todo mal, enamorados de ese placer burgués de escribir bellos versos para aliviar las penas. Entonces, no fue sino uno de estos poetas debiluchos de discurso el que me confirmó la urgencia de repensar la poesía chilena, quizás, desde un feminismo realmente emancipador, pues una vez más en Facebook me encontré con una sabrosa discusión que así lo daba a entender. Era el estado que Héctor Hernández Montecinos había posteado en su muro. Un estado con más de 60 Like y que superaba los 80 comentarios -comentarios contundentes e intensos- en torno a la postura anti-aborto que el poeta publicaba, al parecer, por primera vez ante sus más de 4 mil ciberamistades de su perfil de Facebook. Frases como “A mí me gusta la vida, desde esos átomos que se fusionan por primera vez” me daban la sensación de estar leyendo el posteo de algún jovencito UDI; pero era Héctor Hernández, un poeta quizás no muy conocido, pero bastante relacionado en el liviano mundo de la poesía chilena contemporánea. Un poeta que se supone preocupado de los males sociales, un poeta que ha estado, incluso, a favor del encapucharse y destrozar la propiedad privada -también expresándolo por Facebook-, defendiendo la violencia de las marchas estudiantiles. Sin embargo, las frases esperables de un cristiano de derechas no paraban de resonarme cada vez que leía su estado para asegurarme que no era efecto de mi astigmatismo ni miopía. “El (aborto) terapéutico debe ser una ley de Estado, pero el otro (aborto libre) es como decir: uy me embaracé qué soy gila, ah filo, aborto y shao pescao”. Luego de esta frase hedionda a Concertación dejé de sorprenderme y sólo me imaginé algo muy común entre los artistas de este país: Héctor Hernández recibiendo un premio nacional gracias a su postura oficialista. Y es que, quizás, como dice Pamela Jiles, la agencia de empleos Bachelet es muy tentadora hasta para un poeta del “margen”.
“Es insoportable el discurso de algunos homosexuales anti-aborto que argumentan conservadoramente sobre “sexualidad responsable” mientras ellos pueden follar con todo el mundo. Nos hace mucha falta el feminismo para evaluar críticamente los lugares diferenciales desde donde cada unx habla.” –Felipe Rivas, artista visual y activista CUDS.
Me dediqué a leer cada uno de los comentarios. Le puse atención a las respuestas que Héctor posteaba cada vez que alguna mujer pro-aborto intentaba contra-argumentarle su conservadora postura, pero era imposible rescatar del poeta algún destello de sensatez, más aun cuando me encontré con su insistencia en una “sexualidad responsable” para no necesitar el tan conflictivo aborto. Que Héctor Hernández, un poeta homosexual que ha defendido la manifestación violenta de lxs encapuchadxs, haya comenzado a hablar en nombre de la “sexualidad responsable” ya tan solo me parecía irrisorio. Su soberbia masculina estaba ardiendo en medio de las voces femeninas que intentaban responder ante su fascista postura. Tratándolas de tontas, Héctor Hernández, el poeta antiaborto, sólo evidenciaba aun más, comentario tras comentario, su misoginia muy mal camuflada. Dejaba en evidencia su curioso afán por representar un discurso bastante empático con el poder, ese poder que beca a sus escritores, que premia a sus poetas, que regala puestos político-culturales en otros lugares del mundo. Porque él no está en contra del aborto, sino que está a favor, igual que Michelle Bachelet, del aborto terapéutico. No está en contra del aborto, sino que a favor de una sexualidad razonable, cuidadosa y muy responsable.
aborto hdez
Me gusta mucho leer los estados de Facebook de las personas como Héctor. La poesía y su mundo suelen ser tan románticos que en algún momento muestran, lo que yo llamo, “la hilacha de la tontera”. Versos hermosos, compañerismo entre poetas del mismo corte, pelambres solapados sobre otros poetas de otros cortes, lanzamientos de carreras literarias gracias al apadrinamiento de los más influyentes sobre los novatos, la autocompasión estilizada, la queja poética desde un escritorio y el estado de Facebook que, a pesar de “no ser la realidad” según Hernández, reduce todo su mundo letrado a un discurso mediocre, cristiano y machista. ¿Qué fue lo que impulsó al poeta postear semejante conservadurismo? Dicen que fue el nacimiento de su nuevo sobrino. Luego de publicar una foto del bebé de su hermana, no supo más que disparar en contra del reprimido discurso abortista que nos convoca a los distintos feminismos y disidencia sexual de este añejo país, pasando por alto todo argumento situacional que se podría utilizar para justificar cualquier aborto, más aun en mujeres de clase baja.
“Héctor Hernández no sólo deja entrever su incapacidad para dialogar sino además los precarios conocimientos que maneja sobre el tema de aborto y cómo intenta disfrazar esa ignorancia y su moral burguesa con ironías de baja categoría y agresividad. Afirmó que los homosexuales no pueden tener hijos, que el aborto es un trauma insuperable para las mujeres, y peor aún, que la práctica del aborto encuentra su fundamento en las lógicas capitalistas. Todo esto, dando por hecho que la “vida” comienza desde la concepción; que la condición de cigoto, embrión o feto es la misma que de persona y lo más lamentable: la soberbia con que naturaliza como “irresponsabilidad” la desigualdad en el acceso a la información sobre sexualidad y reproducción. Olvida el poeta, la condición obligada del embarazo, la violencia política que se ejerce sobre las mujeres cuando se les obliga a ser madres. Probablemente no sabe cómo en Chile el aborto pone en riesgo a miles de mujeres que deben practicarlo en clandestinidad mientras hay quienes gozan de sus privilegios de clase, entrando y saliendo del quirófano con varias operaciones por apendicitis”. – Francisca Muñoz, feminista.
Sorprende tal postura de parte de alguien que creen en una sexualidad libre. O quizás cuando se es hombre es mucho más fácil y legítimo creerlo, ahorrándose tanto impedimento para poder hacer con su propio cuerpo lo que desee. Según el poeta “si yo fuera heterosexual y supiera que por cada cachimba podría nacer un niño no sería tan weona (…) Tampoco sería monja, pero no irresponsable”, refiriéndose a las mujeres que prefieren, al igual que él, vivir tranquilas una sexualidad libre, pero pasando por alto las distintas mujeres según la clase social, por ejemplo. Porque no hace falta tener un doctorado en filosofía para darse cuenta que no todas las mujeres viven la maternidad de igual modo y que no toda vida merece ser vivida.
“Si yo hubiera sabido que iba a ser violada y abusada durante 10 años de mi niñez por mi padre, siendo cómplice mi madre, habría exigido ser abortada. Lamentablemente se valora la vida sin tener en cuenta sus contextos“– Andy Co, estudiante feminista y miembra de laSESEGEN.
Me pregunto qué piensa Héctor Hernández del derecho a tener sexo sin condón. Me gustaría preguntarle al poeta anti-aborto (con un tono UDI) qué tan responsable ha sido con su sexualidad, con la sexualidad de los jóvenes que desea y si le parecería bien una condena social -al mismo estilo de la suya contra las abortistas- a todo joven homosexual que simplemente quiera follar sin condón a pesar de las listas de ETS que conocemos. ¿Pensará que también es una “irresponsabilidad” facilitar gratuitamente el tratamiento médico a lxs contagiadxs por VIH, ya que podría promover aún más contagios? Quise hacerle esta pregunta cuando me terminé por enterar de su bullada publicación en Facebook, pero el poeta había eliminado toda huella de tal discusión y sólo me encontré con la foto de su sobrino bebé y un meloso posteo asumiéndose conservador por “amar la vida”.
Josecarlo Henríquez
Prostituto, feminista y activista de CUDS

UNA GRAN RESEÑA A UN GRAN POETA: DANIEL CALABRESE





Calabrese, Daniel. Ruta Dos. Santiago de Chile: El Mercurio-Aguilar, 2013. 136 pp.


Retomar el pueblo y devolverlo transfigurado: ya no por lo que representa sino por lo que construye. Olvidar, por un instante, el referente real (la tarea sencilla, pues implica el recuento y la descripción) y desplazarlo hacia la zona donde se vuelve inapresable: el fruto del recuerdo, la evocación, y también la construcción imaginada sobre la realidad de una historia, un pasado que los hechos insinúan pero que no alcanzan a develar sino a través de lo que inventa la lengua de la poesía.  Así, el espacio se convierte en una excusa sobre la que sobrevuela la escritura que anota, desde el costado, lo que podría pensarse como una cultura del pueblo (pueblerina) y que se impone desde las circunstancias que rodea y no evita: en los pueblos siempre hay muerte, cementerios, molinos, carteles, habitantes extraños, familia, cines, mecánicos, padres, aislamiento y extensión. Este, además, está en la mitad de una ruta que une cosas que no deberían estar unidas, que quizás no une nada.
Con este libro, Ruta dos, Daniel Calabrese (Dolores, Argentina, 1962, y residente en Chile desde 1991) obtuvo el «Premio Revista de Libros 2012», que organiza hace más de veinte años el diario El Mercurio, de Santiago, con un jurado integrado por los poetas Raúl Zurita y Óscar Hahn, y el académico César Cuadra. Es su quinto libro de poesía; lo anteceden La faz errante (1989), Futura ceniza (1994), Escritura en un ladrillo (1996) y Oxidario (2001), publicados en Argentina, Barcelona, Japón, Chile.
Los poemas de Ruta Dos se inscriben en el espacio vacío que deja el cruce entre la experiencia y su trascendencia, entre el devenir y su epifanía: «Hace un año murió el perro de la casa/ recién ayer me di cuenta» («Vidas privadas», 51) . Con la ficción del recorrido que impone la imagen de la ruta (que funciona como un río unidireccional que, siempre, se lleva las cosas y rara vez las trae), la idea del lugar medio adquiere una dimensión poética inusual, sorprendente. Porque no se trata de buscar las cosas que tienden a la unión sino de instalarse en ese exacto punto y, desde allí, mirar lo que pasa: la mitad entre todo lo que nos rodea, el punto de vista que no logra juntar (porque no quiere) lo que ocurre del lado de la realidad (el lugar verosímil, quizás el pueblo como una colección de fantasmas) con lo que apenas ocurre del otro lado, el que esa realidad suscita y que no existe sino de un modo que no podría llamar de otra manera más que religioso. Allí hay, claro, una elección y una figuración incómoda, porque no existe mayor indeterminación que la impertinencia de optar por un punto de vista un poco imposible (y, por lo tanto, arriesgado). «Ahora bien,/ si la memoria no me falla/ dando la vuelta en esa esquina/ vamos a encontrar un viejo cine,/ la casa de mis padres con su biblioteca de madera/ y una puerta solitaria en medio de una larga pared/ que sirve para llegar/ adonde ya no queda ninguna pregunta.// No hay una biblioteca de madera,/ dijo, entre mis sueños/ y la llave que conservo atada al fuego/ no tiene acceso a los depósitos del tiempo.// De acuerdo, entonces sigamos vagando: no es hora de abrir/ esta pobre historia que llevo en la maleta» («La memoria compartida», 46-47).
Ni contra una corriente que fija lo poético en el objeto ni a favor de otras que lo niegan, la lengua de Calabrese desoye cualquier llamado de la especie que esté ocurriendo en un sentido de contemporaneidad y define un lugar propio: «Y, como aquellos que se van de la casa más amada,/ nos alejamos de la poesía amarga» («Tubos de gas», 33). Según Raúl Zurita, los poemas «van trazando un recorrido que es a la vez geográfico y mental, biográfico y metafísico, histórico y al mismo tiempo atravesado por una extraña religiosidad, por una suerte de nostalgia del lugar inexistente, pero que por eso mismo está en el origen común de la utopía, del sueño y de la desgracia». La lengua que los arma no apuesta por la construcción de sentido en el escaparate, a esta altura banal, de la superficie y su artificio. Puesta en el lugar del medio, es capaz de recoger  las voces de algunos personajes que rara vez hablan pero se presentan construidos por un decir (la madre, el tonto del pueblo, la vida del padre en paralelo con la de Kerouac), como de hacer restallar hasta la incomodidad la conmoción que causan las palabras en el lugar de la cifra y el sortilegio (ese lugar un poco místico que adquiere significado cuando se atisba la posibilidad de la trascendencia: queda, en la lectura, la sensación de que en casi todos los poemas lo dicho es una excusa para la iniciación de un camino imposible de alcanzar de otra forma más que borrando algunas fronteras de la convención). «Va dejando así una marca de luz/ que permanece hasta que la borran/ los faros de un automóvil/ o simplemente se diluye en la humedad.// No falta el que bebe y después dice/ que leyó completo En busca del tiempo perdido,/ completo, las siete novelas,/ y que lloró al amanecer/ frente a un mapa de Londres.// Tengan cuidado,/ en la ruta de la entrada/ suele cruzarse a veces un caballo,/ algún rencor,/ algún árbol perdido.// Esto no es más que un pueblo chico,/ aburrido y violento» («Ceda el paso», 60).
Es común ver, en la pampa argentina, en esa planicie, una sucesión de molinos. Algunos de ellos tienen, al pie o un poco desplazado, un tanque australiano (un círculo de lata, de diámetro variable pero por lo general significativo, que sirve para acumular el agua que la fuerza del viento extrae de lo profundo). Un espejo en el medio de la tierra, un remedo del cielo: en el poema de Calabrese el tanque se transforma en el lugar del medio, una metáfora que, ahora sí, asume la ruta como pasaje entre este mundo y el otro, como aislación del entorno y, también, como el lugar de la conexión total, de la mística, de una fe que atraviesa el libro completo, el pueblo, las cosas: «Si me dan un tiempo/ quizás pueda hablar de algún misterio:/ de las sencillas luces de la Ruta Dos, por ejemplo,/ o de lo que se siente al nadar/ en el fondo de un tanque australiano» («Sabiduría», 63). Si no fuera porque existe, porque es la pampa y ese pueblo, el tanque podría pensarse como la anulación del tiempo y de la forma, esa que la lengua asedia sin alcanzarla, porque no es de este mundo.  «No sé cuántos días transcurrieron/ mientras me hundía en el silencio./ Recordé que en el ‘Paraíso’ del Dante/ no se describen sonidos,/ pero eso qué podía importar.// Era un mundo sin horizonte:/ por más que buscaba alrededor/ el horizonte no aparecía.// Desaparecieron, finalmente,/ la luz y el tiempo.» ( «El tanque australiano», p. 30).

Alfonso Mallo
Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina

eldiainvisible@gmail.com


miércoles, 28 de mayo de 2014

PRESENTACIÓN DEL POETA CARLOS COCIÑA, EL 30 DE ABRIL DE 2014, DEL LIBRO “ESCENAS DEL DERRUMBE DE OCCIDENTE” DE ANDRÉS MORALES (Descontexto, 2014, Santiago de Chile)




Es impresionante cuando un libro, luego de quince años de su primera puesta en circulación (1998), reaparece innovando, y vale la contradicción, reinnovando un acercamiento al presente desde el lenguaje. Es más, ante el verso libre, que se ha constituido en canon, parte de la novedad es la férrea adicción a los metros clásicos de la escritura, de una época que claramente no se supera sino que se reemplaza.
Al abordar este libro, entrar en él, o mejor, dejarse invadir, o mejor, seducir por él, ya desde el título nos ubica en Occidente, espacio geográfico cuyo espesor determina parte importante de nuestra mirada, nuestro estar. Y ese Occidente, este Occidente, corresponde al espacio mediterráneo, en un tiempo de aproximadamente tres mil años,  incluyendo su traslado a esta América.
Las referencia filosóficas y mitológicas, muchas veces campo vedado, o más bien minado, no son tributarias de un quehacer arqueológico, sino un ejercicio del presente, sin estrépito, como lo consigna el epígrafe de Juan Ramón Jiménez, ensimismado en la palabra que designa, pero que se deja impregnar de lo designado. Ni lo uno ni lo otro se preceden, sino que su relación es el espacio y tiempo de esta mirada.
Aquí, el metro como condicionante, es lo que permite traspasar su propio límite, para dar cuenta, y ser cuenta del derrumbe constante de las condiciones del estar.
Es significativo que los títulos, o rótulos extensos, puedan alterar su condición con lo que designan, y así no hay encabezamiento y descripción o derivados, sino un propio desmoronarse que en sí es la construcción. Ni antes ni después, ni lo primero y lo que sigue, sino la palabra, el poema constituyéndose en una realidad, ¿qué es la realidad?, que se inscribe en la realidad.
Ahora voy a hacer algo que, creo, Andrés Morales no privilegia. Desde un ejercicio que tiene trazas del azar, que nace de una secuencia no azarosa.
En el Índice del libro se consignan las primeras palabras de los poemas o sus títulos, cortados no rigurosamente al final del verso, y con tres puntos seguidos. Lo que allí aparece es el notable registro poético de Morales, pues en la construcción de estas páginas del índice, donde inciden elementos del soporte, el libro, las palabras constituyen tiradas, que en sí, son poemas surgidos casi al azar del libro.*

Bajo el Cielo de la Noche...
Una Luz brillante inquieta a Todos...
Aventurándose en Tierras de otros Mares...
Todos recuerdan a sus Muertos...


Despertando una Mañana sin saber...
Descubren su Deseo por las Noches...
Arropados, enjutos, abiertos en sus Ojos...
Abarrotado el Tren de los insomnes...


Riguroso el Sol desciende en las Praderas...
El Silencio como único Alimento...
Una Grieta enciende el Cuarto a Medianoche...
Perdida la Ciudad y nuestros Pasos...
Oficio de Tinieblas cada Día...
Entonces se iluminan los Desiertos...


Leímos sin los Ojos las Palabras...
Romper la Curvatura...
El Teatro sin sus Luces ni Misterios...
Abrimos las Ventanas en la Tarde...
Hundimos nuestros Dientes en la Arena...


La Ciudad avanza en este Sueño...
Sin Odio, Indiferencia ni Pecado...
Desencajados, enhiestos o perdidos...
Una Calle abierta es otra Calle...


La Escena que regresa nos persigue...
Un Arco Iris negro en las Llanuras...
Los Labios y los Cuerpos bajo el Agua...
Ningún Sueño, ni Tormento o Pesadilla...


En la Niebla o en el Sol...
La Fiesta nos hacía impertinentes...
Entre el Ritmo y el Demonio del Reloj...
La Lucidez del Aire nos marchita...
Mientras tanto preguntamos al Vacío...
Y todas las Señales nos acusan...
Tantos en el Cielo desollados...
  
*Se sigue exactamente el índice, obviando la numeración, y marcado pausas, que no están en el libro (aquí señaladas con ____ )



PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE ENSAYOS DE LUISA EGUILUZ "SANTIAGO, FRAGMENTOS Y NAUFRAGIOS. POESÍA CHILENA DEL DESARRAIGO (1973-2010)






IMÁGENES DE LA PRESENTACIÓN DE "ESCENAS DEL DERRUMBE DE OCCIDENTE" EL 30 DE ABRIL DE 2014