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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

jueves, 31 de enero de 2019

V JORNADAS DE ESTUDIANTES DE POSTGRADO EN LA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y HUMANIDADES DE LA UNIVERSIDAD DE CHILE: "LITERATURA DE ALTA TENSIÓN 2019"




 
V Jornadas de Estudiantes de Postgrado Literatura de Alta Tensión 2019

El Magíster en Literatura Latinoamericana UAH convoca a la recepción de ponencias para la quinta versión de las Jornadas de Estudiantes de Postgrado Literatura de Alta Tensión, que en 2019 tendrá como título "Memoria, violencia y cuerpo en las literaturas latinoamericanas".

En esta quinta convocatoria, se busca reflexionar y hacer una lectura crítica, precisamente, acerca de dichas nociones de memoria, violencia y cuerpo en la literatura y los estudios literarios de las sociedades latinoamericanas. De acuerdo a lo anterior, interesa promover un diálogo sobre cómo la literatura interpreta, expresa, concibe, negocia, escribe o imagina las tensiones sociales, económicas y culturales en Latinoamérica.

Los/as interesados/as deben completar la ficha de postulación y enviar un resumen/abstract de la ponencia en un máximo 300 palabras.
Plazo para el envío de ponencias: viernes 08 de marzo de 2019.


 

miércoles, 30 de enero de 2019

"ESENCIAL 1982-2014" POR ISMAEL GAVILÁN EN EL LIBRO DE GIOVANNI ASTENGO "LA POESÍA COMO UN DIOS" (PISO DIEZ EDITORES. SANTIAGO DE CHILE, 2018)









Crítica a Esencial 1982-2014, de Andrés Morales

Ismael Gavilán

“(Des)venturas de la profecía”

Publicado en junio de 2015 como volumen inaugural de la serie Selección Personal con que Revista AErea, junto a RIL editores, abren una nueva apuesta editorial y de difusión para la poesía hispanoamericana –con el fin de que los autores se encuentren a sí mismos en su propia obra–, Esencial 1982-2014 viene a ser la quinta entrega de carácter antológico que el poeta chileno Andrés Morales efectúa de su extensa obra poética, en un recorrido que abarca más de treinta años de escritura. Pero tal vez en estricto rigor, es la tercera, dado que Poemas/Pjesme (2011) y poemas escogidos/ Poezii Alese (2014) son muestras bilingües –al croata y al rumano, respectivamente– que poseen un afán divulgativo, apostando por un corpus relativamente pequeño de poemas canónicos de la obra de Morales y que la crítica más perspicaz ha resaltado varias veces. Si eso es así, para buscar un referente de fuste al volumen que comentamos, tendríamos que remitirnos sin duda a la amplia y generosa Antología personal. Poesía 1982-2001 que bajo el patrocinio de la Universidad Diego Portales de Santiago y RIL Editores, vio la luz hace ya más de quince años y que sin duda fue un hito primordial en la escritura de Morales. En el intertanto, la Antología breve publicada por Mago Editores en 2011, es una antesala muy reducida que apenas deja entrever lo más característico del actual libro en comento.  
Ciertamente en el proceso escritural de cualquier autor, la antología es un género que se presta a múltiples usos y diversas justificaciones: ejercicio de autocrítica donde el autor se desdobla en lector para seleccionar lo más granado de lo que haya hecho, síntesis de un periodo, un estilo o una serie temática con que se despliega un cierre de posibilidades, pero también apertura de nuevos recorridos, posibilidad de hacer balance en la caracterización de la voz más personal que la escritura va descubriendo, evaluación de lo hasta ahora escrito. La antología, como género, tiene sin duda varios usos y si es articulada por el autor mismo, adquiere rasgos personales que colindan con ser objeto de crítica y de lectura simultáneamente, como a su vez, reflexión acerca de lo que significa experienciar en el tiempo, el transcurrir mismo: cómo un poema que creíamos valedero o que creíamos justificado adquiere en el ejercicio antológico otra densidad, otro espacio y, a veces, hasta un incómodo silenciamiento. Como ejercicio de relectura bajo parámetros de un ordenamiento que no obedece necesariamente a la particularidad de los libros individuales que cita o requiere, la antología es un hito representativo en el desarrollo de una escritura: es su toma de pulso y también su nueva toma de aliento.
Creo que estas reflexiones son válidas a la hora de abordar Esencial, válidas en lo que implica tener ante nuestra mirada, un conjunto de poemas que urden una trama que se vuelve significativa en la lectura que los aborda, pero sin cercarlos en limitaciones explicativas  u ordenamientos unilaterales. Sin duda, el volumen se ordena de modo cronológico –cualquier lector de la poesía de Morales notaría aquello–, pero sin la presión de estampar señas o indicaciones temporales o bibliográficas que nos remitieran a su inmanencia editorial o a su circunstancia de escritura. El continuo resultante de ello es impresionante: una tensión de vasto aliento donde se deja entrever una persistencia tonal y temática que va de poema en poema articulando una visión en el más amplio sentido del término, es decir, como una aparición indispensable de pensamiento, emoción, placer y arquitectura lingüística como pocas veces ha existido en la poesía chilena de los últimos lustros.
Un continuo que no deja lugar para lo superfluo, lo anecdótico o lo meramente testimonial: aquí el poeta desaparece tras el poema, sus indicios biográficos se convierten en escasa referencia y la voz que emerge desde el texto nos reitera una y otra vez que tanto el silencio como la experiencia son intercambiables como la necesidad extrema de un decir que no se queda rezagado en la contingencia cotidiana ni tampoco prisionero de lo inesperado. Más aún, lo que hay acá es una intensificación de las obsesiones que la poesía de Morales ha ido plasmando en más de 30 años: un afán de asir la belleza más allá de la maldición de su evanescencia; la reflexión a veces serena, otras amarga, del paso del tiempo; la incertidumbre de las cosas y objetos que nos rodean y que nos hieren con su maravilla; el dolor y perplejidad ante la, en apariencia, irrefutable violencia de la Historia; los fragmentos irruptivos que constituyen las imágenes de infancia; la densa urdimbre reflexiva que se pregunta sobre el quehacer poético mismo y que no encuentra respuestas satisfactorias si acaso existieran.
Pero esta veloz enumeración “temática” de los poemas de Morales, si bien pueden ayudar a comprenderlos como trama, como discursos que hacen de su masa verbal, hábito significativo, no agotan ni mucho menos explican su radical apuesta que se enraiza en un temple, en un animus decidor y para nada circunstancial: la tensión entre desencanto y trascendencia como opuestos que en vez de cauterizar la herida de lo real, la abren más y más, haciendo de buena parte de esta poesía un acto verbal e imaginario que se descubre así mismo en la frontera de la posibilidad misma de su decir. Eso posee un nombre, una feliz y a la vez trágica denominación: la desventura de la profecía. Porque la poesía de Morales, desde sus inicios y los poemas aquí reunidos lo aseveran una y otra vez, comulga con la videncia, con la necesidad inmemorial de ver más allá, de anunciar y referir, de presagiar y advertir. Pero como Casandra, su voz –el poema- no es oído, incluso su propia aseveración es puesta en entredicho, en primer término por el lenguaje mismo que invoca en una paradoja de cruel modernidad. En segundo lugar por la inutilidad misma del gesto ante un escenario vacío de significaciones y que entre nosotros es el rostro inhumano de los fragmentos de Historia que nos atacan e hieren a diario. El sinsentido ha hecho que la poesía se vuelque sobre su propio regazo, preguntando sobre su propia vaciedad. Así ha devenido un mensaje que anuncia nada a nadie, transformándose en una agónica incertidumbre ante los requerimientos casi absolutos del desencanto.
La poesía de Morales, al menos aquella que me parece más significativa o relevante, se vuelve así un tour de force de la imaginación mítica, plasmando en vez de una imagen plena y segura, un resto fragmentado de sentido que la violencia epocal difumina entre los recovecos humeantes de nuestras ciudades herrumbradas donde padecemos el olvido de la epifanía. En poemas como “Las visiones de Tiresias”, “Lázaro siempre llora”, “Escrito en el vacío”, “Los elegidos”, “Oráculo”, “Los videntes”, “El canto de la Sibila” , entre unos cuantos más, se plasma el duelo verbal que ello significa, donde el lenguaje, llevado al límite de su eufonía y de la prestancia habilidosa de su sintaxis versicular, se niega una y otra vez a caer en lo in-significante, en la ruina total que ya no dice palabras. Así, la belleza que se desprende de la arquitectura lingüística de la poesía de Morales nos muestra esta sugestiva paradoja: una poesía que no puede, ni quiere renunciar a su gesto de profunda necesidad mítica, ni aun en la precariedad de su contexto o de su asfixiante indiferencia, ni tampoco a la lucidez que implica saberse anunciando ese “algo” que el desencanto mira desde el rabillo del ojo.




[“Latin American Literature Today”, Estados Unidos, 2016]





CUATRO MIRADAS ACERCA DE LA POESÍA DE ANDRÉS MORALES (EDUARDO ANGUITA, MIGUEL ARTECHE, JORGE RODRÍGUEZ PADRÓN Y EDUARDO MILÁN) DEL LIBRO "LA POESÍA COMO UN DIOS" EDITADO POR GIOVANNI ASTENGO (PISO DIEZ EDICIONES, SANTIAGO, 2018)

EDUARDO ANGUITA

MIGUEL ARTECHE

JORGE RODRÍGUEZ PADRÓN (ESPAÑA)

EDUARDO MILÁN (URUGUAY)

Cuatro miradas acerca de la poesía de Andrés Morales

I.              Sobre Lázaro siempre llora
Eduardo Anguita

Al pasado libro de poemas de Andrés Morales-Por ínsulas extrañas- sucede este, en versos blancos, y no rimados, aunque sí con ritmo propio, titulado Lázaro Siempre Llora. Carentes de aquella rima tan peninsular que exhibía, ahora el poeta opta por cierto desaliño coloquial chileno, y con lo que dice cosas de calidad trascendente y de una intención telúrica afectiva: es decir, él es como un nuevo Lázaro que se enfrenta a un “tú”, que más parece ser la tierra, la Patria nuestra, una mujer hecha geología en cuyo seno él vive, muere y resucita. “Así me fui quedando con la tierra/ Que hubo para mí en el camino/ Mi patria levantó su cuerpo muerto/ Al ritmo de los pasos y del mar”. Es a la Patria a quien canta, doliéndose a sí mismo.
 Andrés Morales ha publicado también Soliloquio de Fuego que apareció en una Antología de poesía y prosa, compilada por Miguel Arteche, 1984.

      (Contraportada de Lázaro siempre llora, Santiago de Chile, 1985) 

II.          De las regiones infernales a la playa
                     de la infancia

 Miguel Arteche
                                         
Esta decadencia no es la decadencia de Occidente y es la decadencia de Occidente. Por ejemplo, la del hablante lírico y el gozo de innumerables lectores y auditores. Conviene tomarlo en cuenta antes de entrar en estos poemas. Lo seguro es que no se trata de la decadencia de Andrés Morales. El decadente no suele hablar de su decadencia.
                                          Es un oficio de tinieblas en tiempos rodeados de muerte, a la que se disfraza con el éxito, el poder o el dinero, trinidad de los que trafican con bicarbonato de lavanderías que, cuando se aplica a los poetas éstos huelen y no precisamente a rosas. La importancia de los títulos es que aquí son poemas o anuncios de poemas. El poema está en las mayúsculas y en las minúsculas. Luego: la estructura que se sostiene en endecasílabos, decasílabos o dodecasílabos. Recordemos que en esta benemérita república los proclamados poetas escriben en versos que ellos llaman libres, aunque no saben lo que es un endecasílabo. Esta designada república vive de apariencia, insolencia y dolencia. Morales acota en estrofas clásicas.
                                          Las regiones infernales que explora el hablante son las fiestas del demonio, pero también sus orgías gélidas. Son los sueños como pesadilla, el demonio del reloj, el duelo de las noches, los hermanos muertos en la puerta, la fila de difuntos puestos uno sobre otro, el quedarse en el puerto esperando algún navío que no vuelve, el vals de despedida al más allá. Es decir, la exploración del infierno de hoy. Pero después, en relámpagos de versos, la inédita belleza de la calma en deslumbrantes islas de color violeta. La música del mar descubre al tiempo, el largo aliento del silencio, como único alimento. El viaje, en fin, por el infierno y el purgatorio, y las ventanas que se abren a la playa de la niñez.
                                          Andrés Morales mantiene aquí, como en otros de sus libros, la seguridad del oficio, la fuerza de sus imágenes, y en el temblor de la nostalgia encuentra el aire perdido de la infancia, que es como la vida nueva de todo poeta.


(Prólogo a Escenas del derrumbe de Occidente. Red Internacional del Libro. Santiago de Chile, 1998)


III.      Vicio de belleza
        Jorge Rodríguez Padrón


                                                   Empiezo por el título: no sólo acertado por sí mismo, sino porque compendia muy bien el sentido global del mismo. Hay en estos poemas una peculiar (y ajustada, por justa y por rigurosa) tensión entre lo placentero y lo inalcanzable; entre el rigor de lo bello y lo inestable del vicio. Y eso, por un lado, tiene un carácter de certeza trascendental; pero, por otro, no puede sustraerse (y es lo más notable a mi entender) a una particular agresión irónica, tanto en su materia (la existencia y su degradación física y temporal) como en lo que atañe al lenguaje (siempre en esa delgada, y delicada, línea entre lo dicho y lo no dicho). Ya digo: su mejor valor.
                                                   Pero es que tal posición de partida, que se mantiene como sustento nuclear del conjunto, nos lleva a lo que resulta ser el “meollo” de esta poesía: la necesidad de revelar lo invisible. Lo que esta escritura revela, alumbra, ilumina, descubre – y en esto apuesta por un radicalismo indiscutible- es aquello que no se ve y no se dice: el otro lado del discurso. La palabra, el verso, apenas es el teatro de tal proceso de búsqueda e inauguración: la escritura nos lleva hasta el borde y allí nos deja, ante lo blanco que es también la luz. Un ejercicio disciplinado –entendiendo por disciplina una exigencia mallarmeana- que contiene un impulso que, a este lado del vivir, existen. Y que suele ser el lugar donde el común de los mortales (y muchos de los presuntos poetas) solemos detenernos.
                                  ¿No es el poema “Nocturno de las voces”, por ejemplo, una suerte de archipiélago de palabras, o de constelación de palabras, en el mar, ¿o cielo oscuro de la página? ¿No se iluminan o se descubren, unas y otras, en ese discurrir que es el poema; y no se apagan (se pierden para dar paso a la verdadera luz que es el blanco alumbrado) después de oírlas? Lo mismo me parece en un poema muy bello titulado “Retrato bajo la lluvia”.
                                  Y, acaso, “Arte Poética” me dé la razón, confirme como corroboración final, a punto de ir a la Segunda Parte, cuanto vislumbro. El ejercicio de la poesía como una acción que supone un progresivo borrar la palabra, hacerla desaparecer en su integridad física, para que renazca (deletreada, balbuceada al azar) tras “despertar al sueño vivo y a la muerte”.
                                  Un ejercicio, en fin, de precisión rítmica: abriendo siempre la atención con intención. Ajuste, como decía al principio, entre el verso que discurre y la pausa que se abre: una respiración muy interesante la de estos poemas. Respiración interesante, porque en ella se va la vida. No en vano, la segunda parte sucede a la “Última voluntad” que se hermana con el poema más histórico de todo el libro, “Los elegidos”. La segunda parte, donde se desarrolla, precisamente, esa otra cara del ejercicio poético de Andrés Morales: el ajuste de cuentas con el tiempo. Este presente de la palabra escrita donde los elementos son la memoria. Es decir, donde la experiencia habida, en vez de ponerse en marcha de nuevo, y discurrir (la anécdota) en el poema, está en el poema; más es el poema. No es casualidad que sea una secuencia de visiones, una especie de apocalipsis al revés (Visiones de San Juan en Occidente, MCMXCII); o quizá, haya que decir el apocalipsis, culminación de la experiencia visionaria, al derecho. Nuevo Patmos.



[Revista Chilena de Literatura, N. 41. Santiago de Chile, abril de 1993]


  
IV.       Moral luciferina insobornable
Eduardo Milán



Andrés Morales escribe desde el asombro y desde la duda. Su poesía no es un gesto operático: es un rumor, un acto de cautela con la palabra y con el mundo... El lenguaje no caracolea sobre sí mismo al intentar el planteo de un segundo mundo, metáfora del primero. Morales va de frente: estos son los objetos, dice, y esto me dicen a mí.  No es notoria, en este poeta chileno, ninguna ansiedad para escapar al tejido intertextual del entredicho. La poesía de Morales avanza, retrocede, se pregunta o se afirma, se desdobla, hace pareja con su eco. Nunca se traiciona para caer en aseveraciones categóricas. Al ponerse en duda pone en duda al mundo y ese mundo se refleja en un lenguaje fragmentado, astillado. Es que no se puede pretender aseverar en la actualidad: todo está en duda. La aseveración (o incluso la celebración) es una forma de traicionar lo real, la única devoción que legitima la búsqueda de un poeta. En esa morada vive la poesía de Morales.         



 [Vuelta, Año XIV, N. 169. México D.F., México, diciembre de 1990]

  



miércoles, 23 de enero de 2019

SE EDITA EN ESPAÑA (2019) UN NUEVO Y EXCLUSIVO LIBRO DEL POETA CHILENO JULIO ESPINOSA GUERRA: "METAMORFOSIS DE LA METAMORFOSIS"





Este 2 de febrero se presenta un libro que es muy especial. Se trata de la relectura/reescritura del primer libro  de Julio Espinosa que salió en España, Las metamorfosis de un animal sin paraíso.

Este nuevo libro --nuevo, porque tras la relectura es otro-- se llama Metamorfosis de la metamorfosis y sale en la colección Ejemplar Único del artista visual Gabriel Viñals.

Saldrán a la venta solo 25 ejemplares, acompañados por una camiseta pintada por él. Se trata de una edición de autor, especial y única, firmada y numerada.

La presentación será el sábado 2 de febrero en el Estudio de Escritura, c/ Cuatro de agosto 7, local 4, Pasaje de los Giles, Zaragoza, a las 12 de la mañana. 

Si se quiere reservar uno de los veinticinco (ya hay algunos reservados) con su respectiva pintura/camiseta es preciso escribir a  Gabriel Viñals: gabrielvinyals@gmail.com


Uno de los textos del libro:

Ladro y el eco me devuelve su mueca.

Cada vez que mato al animal que me habita
otro laberinto se levanta dentro del ojo.

Los basurales están llenos de cadáveres que sonríen.

Dormir no sirve de nada
porque el despertar siempre será en dentro del sueño.

La ciudad siempre está allí
y allí su encrucijada.

Huelo la noche y aúllo.

Soy un perro
en la noche del ojo.



DIPLOMADO DE EXTENSIÓN DE LA UNIVERSIDAD DE CHILE "LITERATURA PARA INFANCIA, ADOLESCENCIA Y JUVENTUD 2019"


sábado, 12 de enero de 2019

ARTÍCULO DE TONI CLAPÉS SOBRE "VICIO DE BELLEZA" DE ANDRÉS MORALES. DEL LIBRO "LA POESÍA COMO UN DIOS" DE GIOVANNI ASTENGO (MAGO EDITORES, SANTIAGO DE CHILE, 2018)


Notas a propósito del libro Vicio de Belleza
de Andrés Morales
Antoni Clapés
                             
                         Este es el séptimo libro de Andrés Morales[1] (Santiago de Chile, 1962), y nos llega justo un año después de Verbo[2], un volumen que recogía tres poemarios. Uno de ellos, Thalassa, contenía, tal vez, los mejores momentos poéticos del autor. Cómo olvidar aquel espléndido arranque del libro, prefiguración misma de todo el poemario:

“El mar como un lenguaje que me encuentra:
la voz como un silencio que ensordece”

                         El libro representó un firme paso adelante y la consolidación de la “voz propia” del autor[3]. Voz que sigue pareciéndonos igualmente atractiva y, a la vez, turbadora: la poética de Andrés Morales pone al lenguaje “en estado de emergencia” –como reclamaba Gastón Bachelard-, y, en consecuencia, deviene plenamente creativa: rompe la convención, lo establecido, el orden incuestionable; altera la lógica de la palabra –de la razón- para instaurar otra lógica: la poesía[4]. Traslada el sentido a un área semántica nueva. Crea, en definitiva, su propio lenguaje. Su poética.
                         Acaso esta sea la mayor bondad con que cuenta la poesía de Andrés Morales: su capacidad de creación de estados poéticos. A veces, el lenguaje es “estirado” de tal forma que uno teme que vaya a romperse el equilibrio; pero no, Morales es suficientemente astuto y hábil –conoce demasiado bien, por ejemplo, a Vicente Huidobro y a Juan Larrea- como para saber dónde deben situarse los límites de su poética a fin de evitar la repetición de unos moldes que pertenecen, ya, a nuestro pasado, pero que conforman el tejido estructural de nuestro presente. El tiempo de las vanguardias fue otro, y hoy conviene saber extraer de su lectura las bases para alimentar nuevas poéticas.
                         Vicio de belleza es un libro de tonos musicales suaves, contenidos, que, bajo el pretexto de la belleza –hilo invisible que recorre todo el libro y que trenza su treintena larga de poemas- desarrolla algunos de los temas ya tratados en libros anteriores: el amor, la poética, el oficio de escribir (que es tanto como decir el oficio de vivir), la melancolía.
                         Pero todos estos temas –verdadero material en estado de magma que Morales manipula a su aire- aparecen como escondidos[5]. A veces hay que buscarlos en un sutil giro, en una metáfora:

 “al cuerpo mil batallas de luces apagadas
   y limpios y estridentes golpes de timón”

O, en una metonimia:

“como piedra por azar”,

O en una imagen, una repetición, o un juego de palabras.

                         La obra de Andrés Morales es, ciertamente, de una belleza turbadora: “La belleza nos recuerda lo imperfecto”, dice. (¿Acaso por repetir tanta forma bella el poeta ha dado este título al libro?). Cada poema es un espacio cerrado –un paisaje interior- en el que ha simbolizado todo su microcosmos y también toda su potencia creadora. “Tiene que pasar alguna cosa” en la dimensión espacio/tiempo de cada poema, en la percepción sensitiva que tiene el lector, después de cada lectura. Y este “instante anterior” al momento en que “tiene que pasar alguna cosa” es el que sabe materializar Andrés Morales con sus poemas.
                         El uso de la palabra debe ser, en consecuencia, exacto, riguroso, preciso. No avanza el discurso a través de meandros retóricos, sino que progresa linealmente –tal vez despacio, gozando el hecho mágico de crear-, y sin hacer ninguna concesión. Con una sorprendente economía de palabras. Con el ritmo adecuado que imprimen las palabras elegidas, por la fuerza de las imágenes y no por una rima (casi) inexistente o por unos versos de regular métrica. En ocasiones, esta contención nos hace creer que estamos ante poesía oriental, escrita bajo la influencia del zen: tal es el grado de interiorización de las emociones, la intensidad de unas vivencias que hablan el lenguaje de lo místico (del silencio). Los poemas “Danza”, “Glorieta al amanecer” o “Imagen nocturna” son potenciales haikús a los que tan sólo les faltaría seguir el ortodoxo silabario de 5-7-5:

“La sombra o la figura
de esa sombra.
El paso hacia el silencio de su centro.”

                 (¿Es Bashô, Rausetsu, Kikaku, o algún otro poeta zen?)

                         Pero al lado de esta poesía intimista, minuciosa y preci(o)sa, están los grandes poemas, de larga versificación, de índole moralizante, como “Edgar Lee Masters reflexiona”, “Tiempo” o el poderoso “Los elegidos”, verdadero manifiesto generacional:

“Fuimos una estirpe generosa:
el don que nos fue dado en privilegio
lo hicimos madurar perfectamente”

                         Que rezuma melancolía, al recordar el tiempo pasado y las ilusiones tal vez vencidas. Una melancolía que es un estado pasajero y no necesariamente fatalista. Una melancolía que puede crear una poética. (Ya nos advirtió Víctor Hugo que “la melancolía es el placer de estar triste”). Porque en “Última voluntad”, Morales recupera el tono combativo, creador:

“Domar un largo río en la blanca línea de la mar
(…) entonar el canto,
el grito,
recuperar el agua y el ritmo que deslumbra.”

                         Lo único que puede temer el poeta es el silencio –entendido éste como imposibilidad material o metafísica de escribir, porque anula su propia condición de esclavo de la palabra-, tal como lo expresa en el poema-manifiesto “El ojo del huracán”:

“El óxido no llega ni aparece,
el viento como un muro no susurra.
La única derrota es el silencio”,

                         Ya que su praxis consiste en preguntar (y preguntarse):


“en medio de la luz,
detrás del sol,
en medio de la muerte
(…)
donde [se halla] el corazón de las palabras”.

                         Vicio de Belleza es un espléndido libro de poesía, un verdadero regalo. Andrés Morales, con este poemario nos retorna el placer por la lectura, el placer por la vida, por la poesía. Por la poesía, sí, por esa

“imagen de la imagen de la imagen
espejo del espejo repetido”.




                                                                       [Barcelona, Cataluña. España,
 junio de 1993]




[1]Morales, Andrés. Vicio de Belleza. Red Internacional del Libro. Santiago de Chile, 1992.
[2]Morales, Andrés. Verbo. Red Internacional del Libro. Santiago de Chile – Buenos Aires, 1991.
[3]Ana María Cuneo escribió, a propósito de Verbo: (…) una búsqueda de unidad, un deseo de estructura que se materializa en la organización casi matemática de los poemas, una voz poderosa pese al excesivo enciframiento del mensaje y un trabajo notable sobre los textos hace de este libro un eslabón importante en el desarrollo de la poesía chilena actual.” En “Revista Chilena de Literatura”, N. 38. Santiago de Chile, 1991.
[4]“La poesía es lo único rebelde ante la esperanza de la razón”, escribió María Zambrano en su libro Filosofía y poesía.
[5]Personalmente, discrepo de Ana María Cuneo cuando habla de “excesivo enciframiento del mensaje”. La poesía de Andrés Morales proporciona pistas más que suficientes para reseguir su discurso. Sin embargo, es cierto que la evidencia de las pistas no es inmediata: el lenguaje, todo lenguaje, empaña el espejo de la realidad, esconde el sentido de lo que, en apariencia, es evidente. “Todo lo que podemos llegar a describir, también podría ser diferente” (Wittgenstein, Tractatus, 5. 634).