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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

lunes, 5 de abril de 2010

LOS CANTOS DE LA SIBILA, de Andrés Morales. Reseña de interpretación por Carlos Almonte



La conexión se transparenta en el derrumbe, en los mármoles caídos, en la trasgresión total de un proceso lógico. La mujer primera, madre y profetiza, inicia el orden aparente. No es posible ya ingresar enmascarada, aunque el plácido lamento no defina justamente aquel silencio. En el caos hexamétrico, la llamada, el ruego; es posible el flujo cálido o modulación sinusoidal. Un mensaje inscripto en el secreto y las demás dificultades, propias de un abismo insuperable. Comunicar es no comunicar; comunicar es ruido blanco, es infrecuencia, es una frase sin final. Y en medio de esta enfática vorágine, una palabra, una fiera sin dominio, cruza el cielo como el viento y esa Estela solitaria. Fiel oráculo y valiente. Ahora sienta en sus rodillas la belleza y la seduce-ampara y luego expulsa hacia un costado. Un grito enloquecido hacia las nubes, la exigencia, el odio, la caída. El paisaje es desolado, el abandono, la visión. Todos los muros se derrumban y el andar de euforia, de embriaguez y arrobamiento, se traduce en sujeción, en vaho gris, en sutil vacío. Es el trance de Sibila en el presagio. Es también el trance del que escucha, o lee, al confesar en este espejo solo, ya quebrado. El galope de los muertos no se oye, sobre una estepa inconsolable de silencio y abstracción. El oráculo marchita y no se duerme ante el paso lento de una sombra quieta en la planicie. Ya no es necesario algún acuerdo, sino simplemente caminar sin rumbo, sin la espera de respuestas, de señales o de profecías sin cumplir. El designio ha sido recibido y, sin embargo, Dios no llora / y no llovizna.

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