De todas las calles de
Madrid
sólo una alumbró esta noche:
Gran Vía del Horror o
Avenida del Silencio.
En una esquina rota mis
pupilas estallaban.
Así, los heraldos negros
nuevamente cabalgando
susurraron en mi oído la
muerte convenida:
-En Madrid, sin aguacero,
en Madrid y sin palabra.
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