Akrotiri
las olas que rompían en
tus piedras
ni el volcán, aún sereno,
los secretos
de tus muros, de la sal y
de tus muertos.
Nadie adivinó tu nombre,
nadie, en medio de la
nada
nunca pensó ni una
palabra,
no predijo la grandeza de
tu historia
ni supo abrir tus puertas
entornadas.
Solo,
inquieto siempre,
pero solo
quedó el corazón de tu
belleza
presentida, hoy,
iluminada
pero hueca en el
silencio,
en la sorpresa.
Mil años o dos mil,
más otros mil
tus huesos se perdieron
calcinados
en la frente de aquel que
te soñaba.
Aun así, tus cimientos
florecieron
y sin estar de pie te
alzaste quieta
lejana de las guerras y
el desaire
del tiempo y la memoria
quejumbrosa.
Sin lágrimas de piedra,
inmensa en el susurro de los vientos
que entierran
la sombra interminable de
tu cuerpo.
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