Con mi llanto atraigo
a los gigantes que me cambian de pañales.
Voy conduciendo confortablemente. Los instrumentos de
navegación son precisos. A noventa kilómetros por hora atravieso la carretera
dentro de las normas permitidas. Con el paso de los años lo percibo cada vez
más iluminado. He recorrido tantas veces el camino entre Santiago y Viña del
Mar que me siento seguro en este túnel. No sobrepaso las tres mil revoluciones
y tres mil años es más que suficiente para cualquier religión. Pienso que
ningún esfuerzo por agradar debiera durar tantos años. Acelero con la esperanza
de alcanzar algún destino antes del final.
Las luces artificiales se transforman en líneas que van
convergiendo. La ruta se hace cada vez más angosta y a pesar de los destellos
me transporto a otro túnel menos alumbrado que llevará a Illapel. Es de una
sola vía con un semáforo de advertencia, a veces tiene sentido y otras un
contrasentido. Lo recorro seguro a pesar de que la oscuridad es extrema. Las
luces del auto dan un tinte azul a las rocas, un azul tenebroso que me hace
pensar en un cielo sin estrellas.
Me interno en un valle completamente distinto calentado
por un sol sin sombras, donde un hombre hace dedo con un casco en la mano. Dice
que es bombero y también policía, que en ese pueblo suceden pocas cosas.
Arrienda un pequeño local en el centro. Lo dejo en la entrada, pero es tan
minúsculo el lugar que también es el centro.
Se respira una velocidad distinta en el aire. Aquí no hay
delincuencia, nos conocemos todos, me dijo el policía. Los bandidos se
encierran a sí mismos en la cárcel (confieso que reí) y por lo mismo soy
bombero. Rara vez había incendios y por eso trae ropa usada desde Santiago.
Es un poblado de casas de adobe. Los presos almuerzan en
la picada de la esquina, me confesó. Todos lo saben, pero nadie dice nada. Por
su boca me entero que en la taberna les cobran lo justo y no se aprovechan de
su situación. El restorán da pena y el bombero saluda a los reclusos. La comida
es pésima y el vino peor.
–¿A qué se dedica?
–Soy gerente de una empresa.
–Yo hago lo que hay que hacer en cada momento.
–Verdad que vende ropa americana.
–Tengo muchos empleos.
–¿Y necesita trabajar tanto?
–Nunca he buscado empleo.
–¿Y cómo llegó a policía y bombero?
–Los trabajos siempre me encuentran.
–¿Quién es usted?
–Un prisionero de este pueblo donde nunca hay incendios.
Despierto llorando en una habitación gigantesca que jamás
he visto.
En este túnel estoy rodeado de gente que me quiere.
Muchos de ellos incluso me idolatran y no me permiten navegar tranquilo. Pierdo
mi brújula por satisfacer deseos ajenos que hacen sentir culpable. Confundo la
amistad de tantas personas y me escudo detrás de una mujer hermosa. Vislumbro
mi futuro a través de sus ojos y deseo hacerla feliz. Mis instintos se esfuman
y me vuelco por entero hasta asfixiarla. Dice que está deprimida y entristezco
por amarla demasiado. Me deja abandonado en una enorme caverna para la que aún
no estoy preparado.
Del túnel del amante paso a sentirme borracho ante los
problemas que me angustian. Ahora necesito borrar mi historia y partir de cero.
Estar solo no es fácil y prefiero cambiar el pasado para trazar un presente.
Espero no contraer nunca matrimonio. Prefiero las fiestas y las cenas
románticas en restoranes de moda, aunque el sexo pasajero me hace sentir un
peor amante. Busco la luz en el pasado y retrocedo a mi infancia.
Subimos el cerro San Cristóbal en
medio de una intensa niebla. Al llegar a la terraza donde llega el funicular,
montamos las bicicletas al hombro y escalamos hasta la virgen por un sendero de
tierra. Ascendemos por su pedestal de cemento entre una bruma tan densa que a
cada paso van desapareciendo los peldaños. Nos vemos suspendidos en el aire y
distinguimos apenas la estatua virginal. Con mi amigo somos los únicos
moradores de una isla de peldaños que se pierden entre las nubes.
Esta habitación tampoco la he visto antes. Necesito
escapar de estas borracheras interminables que me hacen sentir atrapado. Es una
forma de renegar el pasado sumiéndome en fiestas que transcurren a una
velocidad mayor. Quiero llegar pronto al final del túnel. Una sola partícula de
luz le dará sentido a toda una vida de oscuridad.
He tomado rumbos equivocados. Ser un alumno brillante
hizo que me aislara de la crueldad de la gente. Estudiar demasiado es el camino
fácil para no entender a los demás. Es querer que transcurra a una velocidad
diferente del resto, no sé si mayor, pero de todas maneras distinta.
Voy avanzando con los ojos vendados, aun cuando lo
razonable sería detenerse. Necesito incorporar el pasado al presente, mutarlo
en nuevas acciones que permitan atesorar mi existencia.
Cuando era niño estaba enfermo. La cama no sólo servía
para dormir, sino también para desayunar, almorzar y seguir estudiando. Apenas
me levantaba, subía a mi bicicleta y recorría los parajes que había perdido.
Algunos se cansaban de esperarme y supe que muchos amigos quedarían atrás
mientras estuviera recorriendo esos túneles solitarios y exagerados de mejor
deportista, estudiante destacado e incluso de mejor enfermo.
La verdad es que yendo hacia atrás también hay luz. Es peligroso
detenerse, pero aún peor avanzar a ciegas. Necesito aprender de la experiencia.
Darle sentido a este recorrido fascinante que voy escribiendo a cada paso.
Descubro que la historia es para liberarnos del pasado.
Casi sin darme cuenta estoy disfrutando de mis errores y apartando esa tristeza
que contamina otros túneles. Por fin he aprendido que el pasado nunca termina
de ocurrir y en el futuro me veo abriendo puertas.
Unchain the colors before my eyes,
yesterday’s sorrows, tomorrow’s white lies.
scan the horizon, the clouds take me higher.
Resurgiré del fuego.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario