Tiene mirada lánguida y desarmada.
Palas lo ha cogido por el pelo y lo ha domesticado. Se ha vuelto un cortesano e
inclina la cabeza como las Gracias. Supongo que ha leído a Castiglione y sabe
recitar a Petrarca. Coge su arco con delicadeza y ha perdido todo su empuje.
Y sin embargo no deja de ser un
centauro. Su torso tiene la piel muy fina pero debajo sigue siendo un caballo
con la piel oscura y las patas dinámicas. Y las patas no pueden quedarse quietas.
Y le salen pelos en la juntura entre la parte humano y la parte equina. Y tal
vez ya le está fastidiando un poco que Palas le toque la cabeza.
Porque Palas representa la parte
razonable y esquemática del ser humano. Esa parte con que según Nietzsche Sócrates
negaba la vida y pretendía sustituirla por conceptos. En lugar de la vida
contradictoria ponemos esquemas mentales. En lugar de las selvas de columnas de
los palacios persas ponemos los cuadrados perfectos de los templos dóricos.
Las metopas del lado sur del Partenón
representaban la lucha de los Lapitas contra los Centauros y naturalmente
ganaban los primeros que representaban la austeridad y la rigidez contra los
centauros que eran el entusiasmo y lo orgiástico. Y en la propia Atenas los
puritanos de Esparta le ganaban a la sensualidad de los atenienses. Los dioses
patriarcales (y también Palas Atenea era patriarcal, al fin y al cabo salió
entera de la frente de Zeus) vencían a los dioses matriarcales del misterio y
la noche. Robert Graves dijo mucho sobre eso en “La diosa blanca”. Y también
sabía mucho de eso David Herbert Lawrence.
El idealismo de Botticelli no está
descarnado, como tampoco lo estaba el de Platón y sus sueños estaban llenos de
sensualidad y entusiasmo (por algo maldeciría sus cuadros de esa época el
puritano Savonarola). Al fin y al cabo es mucho Boticelli. Pero alguien que no
lo comprenda podría convertir al centauro en un tipo completamente anodino, que
diga siempre lo que se espera de él, que conteste siempre con las mismas fórmulas
bienpesantes, que hable siempre de modo políticamente correcto. Y hasta podría
esconder sus patas en una funda de plástico. Un poco más y se convierte
completamente en una máquina. De esas que no nos sorprenden nunca. Si queremos
mecanizarlo todo, sustituir completamente la vida por la máquina (es más,
negamos la vida, y decimos que el universo entero es solo una máquina) nos
sobran los centauros. Y en lugar de relinchos escucharemos grabaciones de
teléfono móvil.
Theodore Roszak en “El nacimiento de una
contracultura”, en los años sesenta, habló de una invasión de centauros, que
representan las fuerzas de la vida, contra la tecnocracia y la mecanización de
todo. Mucho antes, en el romanticismo francés, un gran poeta desconocido,
Maurice de Guerin, expresó en su poema “El centauro” todo el dinamismo de la
vida que se niega a encerrarse en reglas y mecanismos, o en las sofisticaciones
de la vida urbana: “Mi vida se estremecía en mi interior. Yo sentía correr y
bullir y rodar el fuego que ella había tomado del espacio ardientemente
atravesado. Mis flancos animados luchaban contra las olas que los empujaban
interiormente, y gustaban en esas tempestades esa voluptuosidad que solo
conocen las orillas del mar, de llevar sin ninguna pérdida una vida llevada a su
plenitud”. Con ese poema estaba expresando su propio tumulto interior que se
rebelaba misteriosamente contra todo adocenamiento. Pero ahora a los centauros
queremos cortarles las patas. Y en lugar de hablar con centauros queremos
hablar con máquinas que nos digan machaconamente: opción 1, opción 2, opción 3.
Tal vez nos haga falta otra invasión de centauros, que entren sutilmente por
las esquinas, que se nos metan en los atardeceres por los ojos, y no dejen que
nos cuadriculen del todo. Centauros que relinchen en el fondo de nosotros y no
dejen que nos corten las patas.
Porque insisto en que Boticelli pintó a
un centauro lánguido que se deja acariciar el pelo por Palas pero sigue siendo
un centauro con patas y piel oscura y dinamismo. Y a la misma Palas se le nota
la travesura y un fondo de sensualidad sublimada y una piel muy tersa entre sus
bordados (será una piel muy pulida, señores, pero sigue siendo piel), y los
pechos le asoman con pezones muy grandes, y una faja grande le marca el
vientre. Y una sensualidad exquisita y loca se dibuja en su inclinación de
cabeza y en sus labios rojos y en su cabellera torrencial. De modo que las
fuerzas de la vida se cuelan en la diosa del intelecto y rebasan el
esquematismo y la frialdad de los conceptos. No, a esa mujer no le valen solo
los conceptos. Y uno puede imaginarse qué revolcones pueden darse el centauro y
la diosa cuando se apaguen las luces delante de ese paisaje inmenso.
El idealismo no se opone a las fuerzas
de la vida, como suponían Nietzsche o Robert Graves, más bien las sutiliza y
las profundiza. Las vuelve musicales e invisibles, como expresaba Rilke. (“Es
el centauro el que tiene razón, / el que atraviesa a saltos las estaciones/ de
un mundo apenas comenzado/ que él ha colmado con su energía”). Y la prueba es
que esos cuadros idealistas y plenamente renacentistas de Boticelli tenían un
componente sensual y pagano exacerbado, como mostraron las reacciones puritanas
e integristas que se volvieron contra él. Y es que todo el Renacimiento tenía
también ese componente de entusiasmo y de travesura. Y si parecía negar la
realidad y el impulso era solo, en muchos casos, para recogerlos más
íntimamente.
En cualquier caso, yo brindo por ese
centauro que no ha dejado en ningún modo de ser un centauro.
Nacido
en Barcelona en 1956, se crió en Galicia desde muy pequeño. Estudió Filología
Hispánica e Historia del Arte y hoy es profesor de Literatura en enseñanza
media. Ha publicado libros en todos los géneros literarios: 'Revelación',
'Delirio del fuego', 'El tamarindo', 'Las campanas', 'La reina secreta', 'La
seda y la niebla', etc. con los que ha sido galardonado con numerosos premios:
la Estafeta Literaria en 1976, el del Ministerio de Cultura en 1981 o el de
Amantes de Teruel en 1985. Con 'Las campanas' llegó a la última votación del
Premio Nadal en 1994 y del Premio Planeta en 2001. Colaborador en más de una
treintena de diarios y revistas, ha viajado por los cinco continentes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario