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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

viernes, 22 de enero de 2016

TRES CRÍTICAS DE CINE POR ANÍBAL RICCI: "EL CLUB DE LA PELEA", "STEVE JOBS" Y "FIN DE SEMANA EN PARÍS"



FIGHT CLUB (1999)
Dirigida por David Fincher

 "La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos ... Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seríamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a poco nos estamos dando cuenta, lo que hace que estemos muy, muy hastiados". Simple declaración de principios de la cinta más arriesgada de este gran director que es David Fincher. Corría el año 1999 y la única explicación para que "Sexto Sentido" (M. Knight Shyamalan) recaudara más de diez veces lo que alcanzó "El Club de la Pelea" es que esta última denunciaba una realidad incómoda, rechazada incluso por nuestro subconsciente, en donde el consumismo en el que estamos inmersos, entrenado durante décadas, simplemente rechaza la realidad. "Tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos". La película ataca directamente al capitalismo, con variados guiños al poder subliminal que representan las marcas. Al igual que la película de Shyamalan, al espectador también se le oculta la realidad. En una habla un muerto sin conciencia de ser tal, y en la cinta de Fincher, en off, nos interpela el "narrador", aquel cuyo único objetivo es que despertemos de esta pesadilla, mismo tema que aborda otro gran estreno de 1999: "Matrix" (hermanos Wachowski). La película de Shyamalan, de excelente factura y escenas memorables, es un producto de entretención que no resiste verla por segunda vez debido a que ya conoces el juego que esconde, en cambio, "El Club de la Pelea" es un rompecabezas lleno de denuncias al sistema, da gusto revisionarla, y en cierta medida (mérito de la novela de Chuck Palahnuik) descubrir al grupo precursor de los indignados (movimiento estudiantil en Chile) encarnados en el proyecto Mayhem en la película, un grupo que utiliza las mismas estrategias anónimas de la publicidad (redes sociales) para enfrentarse a las injusticias de la sociedad. De ahí la partición de la personalidad del "narrador" y creación de su alter ego Tyler Durden, proyección que lleva a cabo los deseos ocultos del personaje principal, ente liberador del sistema capitalista, que también cae en la trampa totalitarista del manejo de masas. Al fin y al cabo, el consumismo es un medio en el que las grandes fortunas (minorías) inducen a consumir a la masa (mayoría) aquellos productos que ofrecen, pero así también, los movimientos sociales ejercen presión a la inversa, prescindiendo de la democracia, que al igual que la publicidad, no le pregunta a los ciudadanos lo que piensan, simplemente imponen su punto de vista. El mundo del consumo es lo que nos mantiene dormidos (tema principal de la cinta), enfocados en metas que en verdad no existen. Somos meros consumidores inducidos a vivir una realidad falsa alimentada por la publicidad, mecanismo distorsionador de nuestras percepciones, que nubla y tergiversa el auténtico poder de nuestras decisiones.





STEVE JOBS (2015)
Dirigida por Danny Boyle


Para dar punto de partida, diré que una cinta destacable de este director fue “Trainspotting” (1996), que nos planteaba un mensaje simple como respuesta al mundo de las drogas. Eficaz, de cinematografía delirante al ritmo de buenas bandas musicales, que funcionaba al cien por ciento y entretenía plenamente durante su hora y media de duración. Pero al disfrutar de "Steve Jobs" (2015), estamos en presencia de un salto cuántico en la filmografía de Danny Boyle, gestado a partir de un guión impecable, algo teatralizado, de diálogos eficaces y oportunos que complementan la interacción de un destacadísimo Michael Fassbender ante un reparto de secundarios que también vuela alto. Es curioso (genial en mi opinión) que una película acerca del gran ícono de la tecnología de los últimos decenios no se centre en sofwares ni hardwares sino en la personalidad de Steve Jobs, surgida de las discusiones justo antes de cada uno de sus lanzamientos tecnológicos, y que van desnudando toda la precariedad de sus relaciones parentales. Jobs es una especie de asperguer que solo es capaz de hablar en ceros y unos, un ser con escasos atributos humanos que persigue la perfección destinada a los dioses. Para Jobs no basta lo bueno o lo que ha funcionado en el pasado, simplemente busca aquello que lo sitúe en la cima del éxito. Lo interesante es que de sus labios jamás surgen esas citas empalagosas, pseudo espirituales, de lo que hay que hacer en la vida. Se trata simplemente de un ser proveniente de la cuna del capitalismo que venderá primero la imagen de un computador revolucionario antes de haber perfeccionado el sistema operativo. Es un tramposo que mira desde el cielo y al que tiene sin cuidado la reacción que provoca en los humanos: "Estoy rodeado de grandes músicos, pero yo soy el director de orquesta". Lo mueve la venganza debido a que en su mundo perfecto no tiene contemplada la derrota . Quizás tuvo la suerte de rodearse de incondicionales, colaboradores e incluso enemigos de gran estatura humana, los que siempre le escupieron la verdad y que, según la cinta, lograron redimirlo en su rol de padre, dimensión terrenal de este dios de las computadoras. Al mando de Apple, una vez reconquistada, será implacable con aquellos que no lo encumbren por las nubes en su objetivo de alcanzar, luego de su show mediático, un producto de excelencia. Uno de sus colaboradores le dice: "Se puede ser genial y una buena persona al mismo tiempo", pero Jobs no está para sentimentalismos y pese a su nula condescendencia ante los que tiene al frente, a su manera, logra una especie de comunicación con su hija. La película no aborda sus últimos días, pero Jobs fue tan despiadado con sus colaboradores, tan poco humano, que quizás merecía su temprana muerte, una suerte de ajuste de cuentas de los dioses verdaderos. Sin embargo (el gran mérito de la cinta), nos permite comprender su complejidad y nos emociona, sin artilugios ni manipulaciones baratas, dando una visión profunda del origen de su genialidad.





FIN DE SEMANA EN PARÍS (2013)
Dirigida por Roger Michell


Podríamos definir a esta cinta como una anti comedia romántica, donde personajes adolescentes y cierto enamoramiento irreflexivo son reemplazados por una pareja de sesenta años que celebra sus treinta años de matrimonio. Meg es profesora de biología y dueña de cierta distinción, en cambio su marido (Nick) descuida su vestimenta, pese a haber estudiado en la prestigiosa universidad de Cambridge y, gracias a su nula ambición, terminó trabajando en un politécnico de Birmingham, lugar del que lo acaban de despedir (según le acaba de contar a Meg). Nick despliega un humor gris, se ríe de su poca fortuna, y Meg intenta provocarlo por su escaso arrojo. Ambos han emprendido el viaje desde Inglaterra hasta el idílico París con el objetivo de revivir el amor de antaño. Sin embargo, sus posibilidades económicas los obligan a hacer "perro muerto" en un restorán mientras sus desavenencias y diálogos son cada vez más ácidos. Han decidido ser descarnados y sus conversaciones ahora evidencian la ausencia del amor. El contrapunto lo representa Morgan (Jeff Goldblum), un snob al que la vida le sonríe evitando cualquier situación de conflicto. Este último los invita a su lujoso departamento que contrasta con la austera vida del matrimonio británico. La cena es un desfile de vanidades donde Nick, al enterarse de que Meg quiere divorciarse, hace un brindis amargo que deja incómoda a toda la mesa. En ese clímax Meg se da cuenta de que su marido la divierte, a pesar de todo la hace reír y sentir como una reina. La cinta es dura, patética, transita entre la comedia y el drama, culmina con Meg y Nick dejando pasar el tiempo (no tienen dinero para pagar el hotel ni siquiera las copas de vino) y siendo rescatados por la secuencia final en que los tres personajes imitan la coreografía de una antigua película francesa. La cinta de apenas una hora y media de duración te involucra en el relato, pero mantiene un aire desesperanzador que hace que el tiempo transcurra lentamente.

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