Confiesa: es mi profesión
lo que te alarma.
Es por eso que pocos me invitan a cenar,
aunque Dios sabe que no me esfuerzo por dar miedo.
Llevo vestidos discretos
y tonos de beige poco llamativos,
Huelo a lavanda y voy a la peluquería:
nada de melena de profetisa,
llena de serpientes, eso asustaría a los jóvenes.
Si pongo los ojos en blanco y murmuro,
si me agarro el corazón y grito de horror
como una actriz de tercera masticando una escena loca,
lo hago en privado, así que nadie me ve
excepto el espejo del baño.
En general, podría estar de acuerdo contigo:
las mujeres no deben contemplar la guerra,
no deben evaluar tácticas con imparcialidad,
ni evitar la palabra enemigo,
ni mirar a ambos lados y no denunciar nada.
Las mujeres deben marchar por la paz,
o repartir plumas blancas para despertar la valentía,
escupir ellas mismas las bayonetas
para proteger a sus bebés
cuyos cráneos serán destrozados de todos modos,
o, habiendo sido violada repetidamente,
ahorcarse con su propio cabello.
Estas son las funciones que inspiran el consuelo general.
Eso, y tejer calcetines para la tropa,
y una especie de porrismo moral.
También: luto por los muertos.
Hijos, amantes, etc.
Por todos los niños asesinados.
En vez de esto, digo
lo que espero que pase de verdad.
Una cosa contundente, no encantadora.
La verdad rara vez es bienvenida,
especialmente durante la cena,
pese a que soy buena en lo que hago.
Mi oficio es el coraje y las atrocidades.
Los miro, pero no los condeno.
Escribo las cosas tal como sucedieron,
tan cerca como puedo recordarlas.
No pregunto por qué, porque habitualmente es lo mismo.
Las guerras ocurren porque quienes las inician
creen que pueden ganarlas.
En mis sueños hay glamour.
Los vikingos dejan sus campos
cada año durante unos meses para matar y saquear,
así como los muchachos van de caza.
En la vida real eran agricultores.
Vuelven cargados de esplendor.
Los árabes cabalgan contra los cruzados
con cimitarras que podrían cortar
la seda en el aire.
Un corte rápido en el cuello del caballo.
y un trozo de armadura que se derrumba
como una torre. Fuego contra metal.
Un poeta diría: romance contra frivolidad.
Cuando despierto, lo sé mejor.
A pesar de la propaganda, no hay monstruos,
o no hay ninguno que pueda ser enterrado.
Termina uno y las circunstancias
y la radio crean otro.
Créanme: ejércitos enteros han orado fervientemente
a Dios toda la noche, y lo hacían en serio,
pero fueron masacrados de todos modos.
La brutalidad gana con frecuencia,
y los grandes resultados han dado lugar a la invención
de un dispositivo mecánico. A saber, el radar.
Cierto, el valor a veces cuenta para algo,
como en las Termópilas. A veces funciona —
aunque la virtud última, por tradición acordada,
la decide el ganador.
A veces los hombres se lanzan sobre las granadas
y estallan como bolsas de papel llenas de tripas
para salvar a sus camaradas.
Puedo admirar eso.
Pero las ratas y el cólera han ganado muchas guerras.
Eso y las papas,
o la ausencia de eso.
No sirve de nada poner todas esas medallas
sobre el pecho de los muertos.
Impresionante, pero sé demasiado.
Las grandes hazañas simplemente me deprimen.
En aras de la investigación
He andado por muchos campos de batalla
que una vez fueron líquidos con cuerpos
de hombres hechos pulpa y salpicados de proyectiles que explotaron
y huesos desparramados.
Todos ellos habían vuelto a ser verdes.
cuando llegué allí.
Cada uno inspiró unas cuántas citas buenas en su día.
Tristes ángeles de mármol se ciernen como gallinas
sobre nidos cubiertos de hierba donde nada nace.
(Los ángeles también podrían describirse como vulgares
o despiadados, dependiendo del ángulo de la cámara.)
La palabra gloria se repite mucho en las puertas.
Por supuesto que elijo una flor o dos
de cada uno y las pongo, como recuerdo, entre las páginas
de la biblia del hotel.
Soy tan humana como tú.
Pero no sirve de nada pedirme una declaración final.
Como digo, me ocupo de las tácticas.
También de las estadísticas:
por cada año de paz ha habido cuatrocientos
años de guerra
(Puesto en castellano la noche del 22 de mayo de 2022)
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