Es que aún te amo
más en esta noche de peces y hiel,
mientras el barro de los recuerdos
se me escurre como una matemática sigilosa
cuando el corazón esconde los
murmullos,
cuando los magos juegan a la hombría
porque me has dejado solo en Cartago.
Melenas de oro
acampanadas para un réquiem
con guitarrones chilenos y una lira
renquina,
déjame estirarte las pelotas hasta
el alba para fecundar los suicidios,
reconociendo los guachos que me
retiraron la saliva bajo tu ensueño felino.
Echarte se hace poco, quererte en
los obscuros
cuando todo brilla a la distancia,
acaso penetrar a Lavinia se hace
menos frágil que hacer parir naranjas rosas.
Dícese muchacho labios escarcha
los porqués malditos del deseo
vehemente,
apasionado con la letra del feto
muerto,
da lo mismo si es el caso o no,
pero quiero venir en esta madrugada
de brujos a descubrirte la alquimia
para entibiar los pasados rebeldes.
Aunque asistí a tu funeral vestido
como alegre viuda,
aún resuenan en mi piel desde tus
ronquidos
hasta la cantidad de huevos que
comías al desayuno,
pues tus gentiles huéspedes pueden
ser presa de tu hocico,
llevándolos sobre el pasto o
poniéndolos contra el muro
para que un gemido suene como rayo
nuevo,
pero ninguno de ellos hace germinar
al sol.
Quizás sigas buscándome
espectralmente por los versos que vienen,
más mi puño se atreve a escribirte
estas últimas letras,
derribado por el imaginario arrugado,
haciendo un pacto servil con los
cuervos para marcarme como buey guacho.
Ese hijo que tú y yo no tuvimos es
el más claro reflejo de tu dorada palabra de león.
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