Se acerca el día X. Sube la bilirrubina por
los whiskys endulzados con zumo de naranja. Luce relajada mientras bailan unos
merengues. Siempre concentrada con esa voz única casi pedagógica. Liberándose
de un día de mierda. Giran y la besa por causa de su amor cristiano. Sólo
tus besos, vida mía. Vuela por la habitación y la piel es su único atuendo.
Acaricia su vientre, los hijos ya son grandes. Sexo sin complicaciones, aunque
existen de otro tipo. Miedos furtivos de una noche difícil de explicar. Nueve
meses de pulsaciones a mil, devorando el tiempo para esquivar delirios. El
hombre se calma cuando aplaca los cien latidos. Ya no requiere excitar el
sistema nervioso con estupefacientes. Antes invocaba el instinto de dar el paso
siguiente y las consecuencias eran para otra vida. Pero ahora rescata el pasado
porque esta mujer lo ha embrujado. Actos previos podrían ser el origen del
caos. Miedo a estar muriendo, ahora desea eternizar esta noche. Disfrutar más
allá de ese beso apasionado. Debe cuidarla, pero la quiere suya. Para
conquistar su tiempo. Bailan suspendidos en melodías de Juan Luis Guerra. Inyéctame
tu amor como insulina. Esa hora se transforma en una noche, por qué no una
vida. Han conversado de tantas cosas, hasta de la corrupción de las
autoridades. Votaron por el mal menor, pero este remedio está siendo peor que
la enfermedad. Una pésima película de cine negro con villanos que posan para
las cámaras. Pero estos bailarines recuerdan a otros actores y actrices. Hablan
de sus filmes preferidos, breves momentos donde compartieron fotogramas que
detienen el tiempo. Porque en ese instante la vida se ilumina en medio de la
noche. Dos adolescentes navegando sobre un puente. Comparten una mirada
lujuriosa de otras experiencias. Las ciencias sociales se mezclan con las
matemáticas, pero ninguno desea elegir la ruta. Entienden un lenguaje que se
torna musical. El trip–hop de Bristol, la sensual voz de Beth Gibbons.
Portishead habla su idioma a un costado del camino, lidiando con la resaca
beben para enamorarse cuando se hace preciso. Las pulsaciones descendieron de
los ciento cincuenta, ya no es necesario el polvo en su nariz. El hombre le
regala tiempo, pero también quiere robárselo a esta mujer. Hacer converger sus
túneles es la parte más pesada. En esas intersecciones el tiempo se confunde
con la distancia. Kilómetros para recorrer tomados de la mano. Envuelve su
cintura y ese beso desaparece los problemas. El día de mierda ya no importa,
mejor un par de ginebras con rodajas de limón. Le cuenta de Isla de Pascua y
cuando aterriza en el continente lo invita a su casa ecléctica, pero una vez en
el dormitorio lo seduce con su perfección, esa intimidad tras las cortinas que
perpetúan la noche. El hombre con insomnio crónico la observa mientras duerme.
Posa su mano en su trasero. Tiene miedo, pero le gusta navegar en tierra firme.
Tatuajes que dibujan una brújula para recorrer mientras se acerca el día X y
disfrutan el recital de Fito Páez. La luz de la pantalla ilumina los cuerpos,
pero esta mujer es el mismo monte Sinaí. Nunca quiso ocultar la verdad, pero
entiende que era para atenuar los latidos. El tiempo es distancia, velocidad,
el beso eterno de Borges.
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