Cállate, me estás molestando. Ayer extravió
la tarjeta de crédito cuando compró tres kilos de plátanos antes de abordar el
Metro y viajar a la ciudad jardín. Dice que el nieto no sabe nada, aunque en
realidad fue quien le bloqueó el plástico. El hombre tiene ochenta años y
prácticamente no trae equipaje cuando viene con su mujer a la capital. Adquirió
un computador que no le interesa usar, no lo incluye en el bolso por el peso
excesivo, aunque bien podría haber comprado los plátanos en los puestos cerca del
terminal de destino. Ingresa en la línea tres y en vez de ir en dirección a
Universidad de Chile, prefiere la ruta opuesta por Plaza Egaña. Estás
equivocado, ese no es el camino. No quiere que su hijo lleve el bolso con los
tres kilos de más. Su andar es pausado debido a que se cayó la semana anterior
cuando experimentó un día de furia contra sus hijos y nietos. Hubo que
encerrarlo para que no saliera a la calle, pero también escondieron los
cuchillos luego de amenazarlos con las esquirlas de un vaso que hizo trizas
contra el lavaplatos.
Baja en el terminal de Pajaritos y compra
los pasajes para el bus de las seis. Quedan diez minutos y quiere de todas
formas tomarse un café. Su esposa termina a tiempo y el hijo le dice que el bus
va a partir. Nunca llegan a la hora, dice y tarda a propósito en beberse el
brebaje. La idea es llevar la contra, está convencido de que el bus no partirá
si no lo decide. Llega tarde al andén y el hijo sugiere que el bus ya partió.
Son las seis y diez minutos. No quiere soltar los pasajes, repite que el bus
está retrasado como otras veces, pese a que el asistente de andén ya anuncia
las salidas de las seis y veinte minutos. El hijo le quita los boletos de la
mano y al ejecutivo de Tur-Bus poco le interesa que dos ancianos hayan perdido
el viaje. Se remite a informar que deben establecer un reclamo formal en la
oficina central ubicada en no sé dónde.
El asistente de andén es un dominicano que
observó como el hijo tomaba del brazo a la madre mientras ella caminaba
temerariamente por la loza. El anciano se desentiende de la esposa que hace lo
imposible por ingresar al bus que tiene enfrente. Está convencido de que el bus
de las seis está retrasado cuando son las seis con cuarenta minutos. El
asistente de andén intercede y habla con el chofer de las seis cincuenta. El
hijo tranquiliza a la madre que grita frente a la puerta del bus. El chofer
asegura que si quedaran asientos disponibles los hará pasar, que lo esperen
hasta la hora de partida. El hijo llama al padre que está a seis andenes de
distancia esperando el bus de las seis. La madre quiere ingresar al baño del
bus que está junto a la entrada. El hijo coge al padre del brazo y le dice que
ya solucionó el problema. Éste se adelanta a su mujer y la aparta para entrar
primero al baño. Madre e hijo suben al segundo piso esperando un mejor momento.
El bus cierra las puertas y se ubican al final del pasillo. Un pasajero cede el
asiento debido a que presenció el griterío de abajo. El viejo tarda diez
minutos en el baño y se sienta en cualquier asiento, no en los asignados por el
chofer, a ocho asientos de distancia de sus parientes. Habla por celular en voz
alta que se escucha hasta el final del pasillo. La madre está asustada ante la
insistencia del hijo por llevarla al baño.
El hijo lleva más de treinta horas sin dormir debido a que acompañó al anciano
a reparar la placa dental que hizo añicos la noche anterior. Por la mañana
pretende por fin someterse a una resonancia magnética para descartar un
accidente cardiovascular. Vislumbra que ha tratado pésimo a la familia durante
los últimos días y dejará que el hijo lo lleve a Integramédica a primera hora.
A la neuróloga le indicó que se hará un escáner como el que se hizo hace años,
aunque la doctora insiste en que ese examen no determinará si hay algún daño
cerebral. Extiende una orden médica para una resonancia magnética, exactamente
la misma indicación de los tres centros de urgencia a los que acudieron la
semana anterior. El diagnóstico probable es exactamente el mismo. Señorita,
usted está equivocada, repite varias veces. No tengo ningún problema, anóteme
un escáner para hacerlo de inmediato. Le indica que no sirve ese examen y que
para hacerse las imágenes necesita pedir hora. El hombre sale de la consulta
diciendo que la neuróloga no tiene idea de nada. Requiere de una muestra de
sangre, insiste en que tiene que ser altiro y que medirá el nivel de
creatinina. De ser alto resultaría peligroso el contraste yodado indicado para
la resonancia que no quiere hacerse. La doctora lo explicó claramente, pero el
sujeto quiso entender que de salir bien el examen de sangre no sería necesario
el escáner, que en realidad debiera ser una resonancia magnética.
En Viña del Mar el hijo ha logrado dormir seis horas y el hombre le retira las
frazadas y las sábanas. Acto seguido le sirve pebre de desayuno, en el
refrigerador sólo hay tomates. El hijo trajo un tarro de café desde Santiago y
lo esconde porque el padre insistirá que es veneno. Pero cuando se entera que
calienta agua se enfurece. Te vas a cagar los riñones, repite como cientos de
otras veces. El hijo desayuna solo mientras el hombre acude al banco a retirar
una nueva tarjeta que le solicitó el nieto. Tuve que ir a otra sucursal, mi
nieto no tiene idea de nada. El hijo lo llama durante toda la mañana y sus
padres regresan a las tres de la tarde ya almorzados. Acudieron al restorán
favorito y se sirvieron dos platos cada uno, con jugo, postre y café. El hijo
los esperaba para almorzar, pero el padre no se da por aludido. A las cinco de
la tarde toma un bus al centro y devora una pizza en el patio de comidas.
Regresa al departamento del hombre y éste le pide que le enseñe como borrar
contactos del celular. Le explica que su amigo de Limache se refería a los
cientos de wasap que tiene registrados, pero no insiste y le enseña a borrar
contactos. Quiere borrarlos todos, el de su hija, hijo y nietos. Le explica que
va a quedar incomunicado e intenta llamar a su hija. Ha borrado también el
ícono del teléfono y no sabe como llamarla. El hijo rescata el ícono, pero el
anciano dice que nunca ha llamado marcando wasap. Quiere aprender a usar el
computador nuevo. Le enseña a activar el motor de búsqueda. Se lo muestra, el
hombre accede al banco, pero ahora quiere que el hijo le hable, que no entiende
la tecnología que usaba hasta hace dos semanas. Le conversa, pero él no quiere
conversar de ese tema. Estás mal, no entiendes nada. El hijo le menciona que un
antiguo conductor de televisión, Enrique Maluenda, está próximo a cumplir
noventa años y el progenitor le responde airado que no es así, que Maluenda es
de su época y que no tiene noventa años. El hijo molesto busca en Google y le
responde que cumplirá ochenta y ocho años. Ves que no sabes nada, nunca le
achuntas. Enséñame a apagar el computador, insiste. En el refrigerador
solamente hay tomates y de su bolso saca unas láminas de queso. Busca el pan en
la despensa y el viejo grita con furia que lo va a dejar sin pan. Para qué
viniste, todo está mal, tu madre nunca se porta así conmigo. No me puedo
concentrar. Enséñame a prender el computador, ayúdame, escribiendo cosas en tu
computador no me sirves. Para qué viniste. El hijo lo abraza y le dice que está
sobrepasado, que tiene que contratar a alguien para que cuide a la madre.
Cállate, me estás molestando, ahora la furia es contra su esposa. Ella le pide
un pedazo de queque y él la manda a acostarse. Son recién las ocho cuando se
oye el tercer me estás hartando. El hijo le pide que se calme cuando ella ya se
ha acostado. No está acostada, las cosas no son como tu piensas, ahora increpa
al hijo que se refugia en el cuarto para hablar con su novia. No me sirve que
hables con ella, enséñame a apagar el computador. Si bien el hijo entiende el
estado mental de su progenitor, también sabe que su padre lo ha odiado toda la
vida.
Tenía siete años cuando le gritó a su madre que el médico no entendía nada.
Tercer médico que insistía en que le extirparan las amígdalas. Estas
amigdalitis recurrentes que se suceden varias veces al año pueden traer futuras
consecuencias cardiacas, las mismas palabras de los anteriores doctores. El
hombre repetía con voz airada que las amígdalas eran indispensables para el
sistema inmune y que la fiebre alta era benéfica para la salud del hijo. La
temperatura sobrepasó los cuarenta grados muchas veces y le bajaban la fiebre
con compresas de barro y cebolla. Una vez llegó cerca de los cuarenta y uno,
entonces el hombre se asustó y metió al hijo en una tina de baño con agua fría
y le echó los hielos del refrigerador. Algo cedió, para el anciano bajarla con
aspirinas era muy peligroso. Procedió a envolverlo en una sábana que sumergió
en el agua, para luego cubrirlo con frazadas que impedían que se mojara el
colchón.
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