Alberto Rojas Giménez
no pasó inadvertido en la sociedad en que le tocó vivir. Su forma de ser lo
hizo destacar entre el grupo de poetas, artistas e intelectuales de los albores
del siglo pasado, cuando connotadas figuras se consolidaban u otras hacían sus
primeras armas. El compartió generación con Pablo Neruda, Julio Vicuña Cifuentes,
Romeo Murga, Victor Barberis, Armando Ulloa, Rubén Azócar, María Monvel, entre
muchos otros.
En varios de estos
poetas de la generación de 1920 hay un signo trágico, pues murieron muy jóvenes
y sin haber publicado ningún libro en vida.
Otros tuvieron una carrera larga y premiada, llegando incluso al Nobel. Entre ellos, Rojas Giménez aparece como un farol
que encendió la bohemia, la hizo suya y, finalmente, se consumió en ella,
confirmando el signo trágico que apagó la vida de sus compañeros de generación.
Parece haber un
consenso en que hay algo en Rojas Giménez que está más allá de su poesía; es su
estela, su aura, su pasión inmensa para convocar a su alrededor a diferentes
tipos de personas. Era sin dudas un
“guitarrero vestido de abejas”, que encontraba su lugar predilecto en la
bohemia de Santiago y no al lado de notarios oscuros u oficios insoportables
para un espíritu libre que prefería llevar una vida sin ataduras, sin
limitaciones impuestas de entrada. Lo
suyo era conversar, jugar, crear y acompañar cada velada con licor y tabaco,
quizás sin importarle más que un constante viaje hacia su propio final, que
llegó luego de una conversación de aquellas que le gustaban, pero que lo
encaminó hacia la muerte, lo que en definitiva dio sentido a su existencia.
Según las
semblanzas de sus amigos, él era una persona encantadora, gran conversador,
dotado de un carisma inigualable. Era
poeta, narrador, dibujante, cronista y sobre todo un viajero por convicción,
que consiguió llegar a donde quiso a punta de pasión y creatividad. Yo conocí
la poesía de Rojas Giménez de manera inesperada, en mi juventud, cuando
escribía mis primeros versos y buscaba referentes en la biblioteca de mi casa.
Descubrí el poema Carta Océano en una antología de poesía que mi madre me
regaló y desde ahí comencé a tener diferentes momentos en los que me fui
encontrando con este poeta hasta que se convirtió en el tema de mi tesis de
grado, hace ya muchos años.
Alberto Rojas
Giménez vivió una vida poética intensa o como dice el gran poeta Jorge
Teillier, como un outsider, que no encontraba espacio en una sociedad
burocrática y estructurada. Al leer las
crónicas de sus amigos o los textos que él mismo fue escribiendo durante su
vida, entendemos que él quiso ser aquello que fue, ni más ni menos, un poeta
que vivió a su modo y que devino en un mago, un amigo encantador, un provocador
dotado de una genialidad extraordinaria.
Sus poemas no
siguieron la ruta regular a la editorial, quizás su propia personalidad lo
hacía ser menos riguroso en tal sentido, lo que provocó que sus poemas se
fueran quedando en el camino, entre revistas, en los archivos de los amigos o en
un manojo de hojas mimeografiadas que se perdieron como si un otoño mezquino se
hubiera apoderado de ellas. No obstante, hay registros de sus poemas en
antologías o en esmerados trabajos como el de Oreste Plath, a quien tuve la
oportunidad de entrevistar muy fugazmente en la Biblioteca Nacional, cuando yo
era un joven estudiante. El publicó un libro recopilatorio, que da testimonio
de la obra de nuestro poeta: Alberto Rojas Jiménez Se Paseaba por el Alba
(1994).
Si bien es
cierto que su producción poética no alcanzó un gran volumen, también es un
hecho que el poema Carta Océano bastaría para que fuera incluido en todos los
florilegios de poesía de nuestro país.
Es un poema que nos entrega alusiones autobiográficas y a la vez nos
conecta con un profundo sentido poético asociado a la tristeza, la melancolía,
el viaje permanente de alguien que no encuentra un lugar en el mundo que le
tocó vivir. Asimismo, si nos adentramos
en sus otros textos poéticos y abordamos los distintos momentos de producción
de Rojas Giménez, pueden percibirse influencias o pesquisar algunas huellas
literarias del ambiente en el que estaba inserto. Por ejemplo, Jorge Teillier, ve en el Rojas
Giménez más joven una influencia de Francis Jammes. Asi también es posible revisar huellas que lo
conectan con los otros poetas de su generación y con Neruda más claramente, tal
vez influido por la amistad que los unía y por el aire poético de los días en
los que desarrollaron su obra.
A 90 años de su muerte, ocurrida un veinticinco de mayo de 1934, Rojas Giménez, el poeta que no publicó nunca un libro de poesía, sigue presente. A 90 años de su muerte, la lluvia lo recuerda, el mar lo recuerda, el aire, la noche, las calles de Chile lo recuerdan, porque en todas partes viene volando para siempre.
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