De Santiago y ningún otro lugar
Hay miradas inolvidables, insondables, de una profundidad que no se
sabe cuando partió, llenas en el terror caliente, párpados
entreabiertos, rabia y ausencia. Las cortinas heladas continúan
esa perplejidad, como un desfile de ciegos en medio de dos tierras en
guerra fratricida.
Hay empujones y golpes y tardes que nada tienen de místicas, solo
dinero y calor
En el metro y la micro pasamos suspendidos en ambigüedad,
entre un recreo y mintiendo sin ejecutar voluntad, sin hablar
¿Si desaparecieran los del asiento próximo, y queremos que sean
felices,
adonde aparecerán?
Los queremos dormidos indefinidamente
Los queremos nadando
Creciendo con sus hijos
¿Adonde irás tú, el del asiento de adelante, al que solo veo pelos
negros,
si desaparecieras ahora de improviso?
¿Donde estamos al pensar y no pensar en eso?
Yo quisiera en días largos e inútiles mirar fijamente a una mujer a
los ojos como siento la música que amo, a cualquier mujer, no una
en especial, ojala desconocida, cerrar mis ojos y dormirme así, sin
saber si sigue mirándome y después, despertar solo, sobre una
cama, en una habitación vaciada, con la sensación de que los seres
vivos somos lo único real del universo.
Esperaría el agua de los océanos sentado en el comedor, sería el
hipnótico abrazo internándose por las casas del barrio. Bajaría
escaleras hasta los antepasados muertos, y que sin decirnos nada,
nos miremos con sonrisa de jardín nocturno, sin apretón de manos y
con ninguna envidia.
En la tristeza del organillo la tarde se haga aeropuerto
Regresar muchos años atrás a encontrarme con el niño poeta
y juntos tocaremos las campanas que despierten la ciudad.
Quizás cómo me observaría, porque yo, el adulto, contaría con el
deber
de comprender la situación, desechar pormenores,
Pero creo que el me miraría de reojo cada cierto rato. No podría
defenderlo de mí.
Un día, una mañana fría o caliente, nos perderíamos el uno del otro,
entre las multitudes que ayudamos a despertar juntos.
Yo me quedaría en ese pasado, esperando, hasta que al cabo de
muchos años el volviera, otro tipo, nada que ver, con preguntas y diálogos agotados rápidamente tras ser dichos
Ya no saldríamos a tocar campanas, y el envejecimiento
se confundiría con el crecer, y las promesas con las consecuencias.
Sería la hora de caminar solo, y tal vez de componer música, sin letras.
Mas nada de eso hay, (se repite y repite) solo una ciudad zoológico
donde todos añoramos ser espectadores aventajados de las demás
bestias. Y rostros repitiéndose tanto que ya parecen palabras
sueltas. En el animal está la palabra animal varias veces, por eso los
gritos en el baño, sobre la cama: ¡Animal! ¡Animal! ¡Animal!
Y una novia que teje frases tales como, “velos rosáceos”, “deseo
que va mas allá
de la vida de pueblo”, “mañana de clarividencias”, “partir para
siempre
en tren un domingo”, etc. Así, la muchacha continúa con esto de las
frases una vez ya acostumbrada nuestra joven desilusión, y los colmillos del animal son la esperanza que nos deja en forma de carne y viento, cuando ya lo queríamos olvidar todo, o casi todo.
El camino partió en un lejano invierno, todavía estoy en el y a veces me sorprendo y casi suena excéntrico que no muramos en cualquier momento, sin causa definida.
Quisiera que alguien subiera, que nadie bajara
Quisiera que nunca fueras a ser disuelta tiernamente en la tierra, porque eso son
solo unas palabras. Además no se quien eres.
Esa es mi libertad
cuando vuelvo a casa solo.
La doble
Una mañana de trópico ella salió del agua a encontrarse
con su doble (que era mi esposa) y ambas partieron con
destino incierto, mientras yo me encerraba
en el baño a no entender nada,
a detener el juicio entre dos soles.
Partieron como un volantín inventado antes que los niños
En las plazas irán mintiendo que son gemelas
Antes que sus siluetas se perdieran definitivamente en el ocaso
salí a la calle y me detuve en una esquina observándolas partir
Y sonreí, porque de algún modo sabía que volver nunca sería
realmente volver
Pasaron muchos años
Yo vivía en otra ciudad, otro país donde todos éramos extranjeros
Y nadie tomaba fotografías a menos que estuvieran borrachos
Habían pasado años entonces, yo seguía siendo un extranjero
de mis propios preceptos
Cuando la vi, a una de las dos, por el ventanal de una boutique
donde había entrado para ver unas pipas y billeteras
La vi de la mano de un niño, cruzando la calle azulada
y tendí mi mano hacia ese espacio
Entonces, breve, acotadamente (pensé) nos cruzamos las miradas
y ella me observó con curiosidad, algo dijo entre labios
una palabra fantasmal
(El niño estaba tan abrigado y elegante con un gamulan
en miniatura)
Salí a la calle (¡la ventolera!)
No me conocía, hablaba otra lengua
Y la doble, le dije
“Double”, repetí, para que me entendiera
- Oh!, exclamó, “the doublé”, murió la semana pasada,
vivimos encontrándonos y separándonos…
Yo fui, alcanzó a decir, casi inaudiblemente.
- ¿Y tu hijo?
- Es hermoso, es lo único que me importa de el
- ¿Y quien es el padre?
- Un marinero de Marsella que se hizo poeta
- ¿No me recuerdas?
- Si, una esquina, una mañana de trópico. Estábamos casados ¿verdad?
- Si, nos sentíamos más seguros juntos
- Ah…ahora solo busco un lugar mas hermoso que el (y apuntó al niño)
para que pueda tener sueños buenos al dormirse
- ¿Porqué te fuiste con la doble?
Pero ya no me entendía, nuevamente hablaba en otra lengua y me observaba
con curiosidad, y hasta burla (pensé en ese momento, ahora no creo
que haya sido eso)
El niño la tironeó y el frío azulado era tan suave (recuerdo que no sentí
miedo sino frío) e impersonal que se me
humedecieron los ojos
Cruzaron la calle y se subieron a un bus
Yo me quedé un rato más parado en esa esquina, con los ojos brillantes
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