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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

sábado, 15 de octubre de 2016

DOS CRÍTICAS LITERARIAS DE ANÍBAL RICCI (A HUGO SÁNCHEZ Y FERNANDO JEREZ)



COBARDE, de Hugo Sánchez.

La cobardía es no atreverse a hacer lo que te gusta, escuchar lo que opinan los demás y amoldarse a esas expectativas. Esa es la premisa que nos plantea «Cobarde», denuncia mordaz al mundillo de la televisión, ambiente descrito con lujo de detalles, que nos presenta de la mano de conocidos rostros de la farándula criolla. Sentir la mirada del otro –postulaba Sartre–, es experimentar que dejo de ser dueño de la situación, porque hay otra libertad que le hace frente. Significa vivir de acuerdo a lo externo, en este caso particular, atento a los escándalos y rumores sin fundamentos. Andrés Valdivia es la estrella del canal, conduce un estelar de variedades y es entrevistado obligado de matinales y segmentos misceláneos. Es la marioneta del titiritero dueño del capital, el rostro que sube o baja el pulgar sin preocuparse de la dignidad del entrevistado, lo importante es mantener el ratingen lo más alto, ser el enlace entre la publicidad y los televidentes, el filtro entre los ricos y pobres. Andrés Valdivia suministra un tipo de «droga» a través de la pantalla, adormece a la población con ese «pequeño gran cáncer» que es la farándula. Es un ser carismático, pero sin moral, incluso cree ser ateo. Este protagonista vive en un departamento lujoso, viste a la última moda y se jacta de ser un gourmet. Sus inicios fueron en Informe Especial, donde ejercía el periodismo investigativo, pero Don Mario (que ahora vive en Miami) le aconsejó aprovechar su prestancia y ángel en pantalla, transformándose en el rey de la opinología. Dueño de un ego gigante, desmesurado, exagera sus sentimientos y habla a todo el resto desde la altura. Su combustible es el éxito y la fama, el people meter y toda esa basura online. Es un galán nato: llega el día en que su esposa le pilla un romance leyendo sus correos electrónicos. A partir de ese día de año bisiesto (29 de febrero) se derrumba todo el castillo artificial que lo rodea. «Tienes dos semanas para desaparecer de mi vida», le dice su mujer, Ángela, a este rostro del canal que no entiende cómo le puede estar ocurriendo este impasse. Durante la primera semana vivirá encerrado en la pieza de su hija, desterrado a habitar el mismo departamento, pero sin intercambiar palabras con su familia. Todo el mundo externo se le desmorona, se adentra en la oscuridad en pleno verano, siente que dejó de ser una mariposa y que ahora es una larva que devorarán los pájaros. Sus metáforas son exageradas y desquiciadas, hace analogías entre su sufrimiento y el martirio de Jesús en la cruz. Sigue tratando de convencerse de que no es católico, pero sus comentarios van cargados de citas bíblicas. Su paranoia se manifiesta en una «voz interior» que lo mantiene cruzando la región de las Árdenas, librando su propia batalla en medio de la nieve, pero su guerra es la de un solo hombre contra el frío, la soledad, un lugar donde el enemigo es él mismo. Toda la primera parte de la novela hace referencia a La metamorfosis, debido a que su segundo nombre, Gerónimo, empieza con «G» al igual que el Gregorio Samsa de Kafka. Sin embargo, su transformación es mental, se autoflagela con palabras y pensamientos oscuros, creyéndose un monstruo. No quiere contar a su familia, la gente que lo quiere, de su fracaso matrimonial. Enfrenta su trabajo al interior del canal, tratando de evitar a los buitres que lo habitan, sabiendo que su desgracia será una veta mineral de la cual lucrarán para luego reemplazarlo por otro rostro. Conduce por la carretera, protegido por el esqueleto de metal, ajeno a las rutinas de los otros conductores. Existen escasos momentos donde recuerda a su madre, su infancia, siente que esos momentos ya no le pertenecen. Ha usufructuado de las mentiras, por lo que el mundo real (su familia) lo está abandonando. Al igual que el escarabajo de Kafka, ya no puede comunicarse con su esposa, su hija ni sus seres queridos. Ahora, cuando hace su programa, siente que el público le succiona la energía, el tiempo se detiene y lo obligan a mantener los párpados abiertos (clara alusión a La Naranja Mecánica de Kubrick). El castigo mental es infernal, ya a partir de la página sesenta al lector se le oprime el pecho. Es una lectura fluida pero sufriente (mérito del autor), valga la contradicción. Coincide con el momento en que el personaje se vuelca contra sí mismo y desaparecen los otros personajes. Para el lector resulta agobiante este monólogo interno constante e infinito. La soledad es fría y nos sitúa fuera de la atmósfera terrestre, lugar desde donde Andrés Valdivia observa un espacio paralelo al de los otros. La cobardía para afrontar el fracaso matrimonial se suma a la anterior renuncia de su vocación. Pero también hay cobardía en los otros, ese nido de buitres que no se atreven a ayudarlo para no caer en la rodada. Representan un desfile de egos a los que sólo les importa el próximo escándalo que les dé de comer. En este punto comienza a deteriorarse el cuerpo del protagonista y la metáfora de Kafka cobra realidad. Andrés Valdivia pierde diez kilos de peso, envejece su piel y su alma amenaza con escapar. Se refugia en el baño de su casa y su conducta neurótica le hace sentir que la balanza electrónica es su única aliada. El insomnio le hace huir de la luz y sus riñones son incapaces de retener líquidos. El no dormir lo vuelve un ser moral que se da perfecta cuenta del mundillo donde trabaja. «Mi personaje (televisivo) ha muerto», le dice a su voz interior y el lector relaciona ese discurso con Nietzsche, dándonos perfecta cuenta de que el personaje se considera una especie de dios, comparando sus heridas a las laceraciones de Cristo. En su delirio, cree que su metamorfosis ha empezado, que de ser una oruga pasará a ser una mariposa cuando haga un giro radical a la línea editorial de su programa: quiere dejar la farándula y volver al periodismo investigativo. Como El Loco del Tarot, siente que se encuentra al margen de este ambiente. Su futuro está vacío y viaja sin rumbo. Ha roto la rutina de ver Jesús de Nazareth durante la Semana Santa, justo cuando más necesita de la redención. Quiere volverse un periodista «honesto», pero no puede dormir. Sufre delirios. Es evidente que necesita fármacos. Sueña con un clan que le hace ofrendas (los otros opinólogos), pero revive La noche boca arriba de Cortázar, descubriendo que él mismo es la ofrenda (el comidillo de la farándula). Cree que sufre de las peores enfermedades y consulta nerviosamente a muchos especialistas. Se imagina en un ataúd mientras los rostros televisivos lo sitúan en los lugares más exóticos del planeta. La verdad y la mentira confunden sus límites, el propio Andrés Valdivia está en la boca de todos. El personaje cae en su propia trampa (el mundo de las apariencias) y se vuelve un eslabón más de la cadena alimenticia televisiva. Hugo Sánchez despliega una atmósfera despiadada que asfixia al lector que recibe de primera persona esa falta de normas morales de este capitalismo rampante.
COBARDE
Hugo Sánchez
Simplemente Editores
168 páginas


LA FORMA DE LOS HECHOS, novela de Fernando Jerez

“Hay que cambiar todo para que nada cambie”, frase del ámbito político (también del literario y extensivo a otras artes) define de modo amplio el tono de la novela. El escenario santiaguino aparece violentado por protestas multitudinarias de trabajadores y estudiantes, en distintas épocas de la historia de Chile, que van desde los gobiernos de entre Guerras Mundiales hasta la asonada popular hacia fines del segundo mandato de “El Caballo” Ibáñez. Novela histórica, aunque encierra una profunda reflexión acerca de la circularidad de los movimientos sociales y políticos durante el último siglo. “Los hechos una y otra vez volvían… se reciclaban los buenos y malos momentos”. Lucio Contreras y Balbino Crespi son detectives de “El Servicio”, entidad estatal que vela por el orden institucional del país. Personas de origen humilde al servicio del poder estatal (el supuesto bien común) que debe imperar por sobre los bienestares individuales. El autor les otorga humanidad recurriendo a sus recuerdos de infancia, a la vida de sus padres, para situarlos en la parte inferior del mundo que menciona el sociólogo y economista Veblen, aquel pensador que desenmascaraba a los ricos que explotaban a la clase trabajadora. Es el libro de cabecera de Crespi, no tanto porque lo entienda, sino debido a que en su interior guarda los cabellos de su amada, su Laura de tez blanca, ese amor que jamás se concretó y que representa la pureza que nuestro protagonista siempre quiso alcanzar. La novela es excepcional al contrastar los designios de las clases dirigentes con las del ciudadano de a pie. El absurdo de obedecer órdenes que atentan contra gente que podrían haber sido sus propios padres o incluso podrían ser sus hijos. Balbino Crespi es un funcionario honrado que trabaja para el Estado (incluso devolvería un tesoro hallado por azar), pero que antiguamente se desempeñaba revendiendo objetos comprados a bajo precio en los velorios (una especie de especulador de poca monta) y que incluso es involucrado en una estafa bancaria contra un hombre acaudalado que supuestamente acaba de morir. Hay humor negro, hábilmente trabajado por el autor, en esos oficios que dependen de la muerte de terceros. En resumen, Crespi era un embaucador que con los años se ha vuelto más honrado que el mismo Papa. El hecho de haber conocido a Laura cuando huía de la justicia lo ha marcado para siempre y, con el paso del tiempo, actualmente se desempeña como un representante de la ley. Todo lo que rodea a la novela escapa de las manos de este personaje que va siendo aprisionado por las circunstancias y que, las vueltas de la vida, ahora defiende a los poderosos. Es una absurda jugarreta del destino, esa rueda que gira sin parar. Incluso la peripecia de novela negra que da origen a la novela (un cadáver, el oro) se resuelve sin que él tenga participación: el azar lo salva de su propia ingenuidad. Narrado en un lenguaje directo, de frase concisa y eficiente, Fernando Jerez nos va involucrando en la vorágine de la historia, la personal y la con mayúscula, para luego hacernos parte de los recuerdos de su protagonista, que aguarda la muerte ante los hechos que simplemente no pudieron ser. El Portal Fernández Concha es para el autor un verdadero portal del tiempo que ve cómo los acontecimientos se repiten una y otra vez. Y el lector avezado constata que los problemas que originaron esas protestas sociales de antaño todavía siguen sin resolver de cara al nuevo siglo.

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