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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

martes, 3 de enero de 2017

DOS NUEVAS CRÍTICAS DE CINE DE ANÍBAL RICCI




ROMA, CIUDAD ABIERTA (1945)
Dirigida por Roberto Rossellini

El guion, escrito durante la ocupación alemana, reunió varias historias de protagonistas reales cuyos nombres fueron cambiados para la película. El rodaje comenzó en enero de 1945, meses antes del fin de la Segunda Guerra Mundial. Roma, Ciudad Abierta es considerada el primer exponente del «neorrealismo italiano», corriente fundamental en la historia del cine. Rossellini dotó a las escenas de una visión naturalista, casi documental, una mirada a la vida cotidiana sin más artificio que lo que muestran las imágenes. La narración sigue una estricta línea temporal para retratar los escenarios reales donde tuvo lugar la resistencia partisana. El realismo se sustenta en la neutralidad del relato, no estableciendo mayores juicios morales sobre los victimarios. Un enfoque humanista que busca comprender todas las aristas del conflicto. Un cine comprometido, de gran honestidad, basado en personajes de carne y hueso que sufren las consecuencias de la ocupación, exaltando la solidaridad ciudadana, la dignidad del pueblo en aras de la libertad. Hay dureza en las imágenes, que se adentran en temas peliagudos (tortura, drogadicción, homosexualidad), muy a contrapelo de la corriente hollywoodense. Es un homenaje a los héroes anónimos: el tipógrafo de los impresos clandestinos y su mujer Pina (mujer visceral comprometida con la causa); el párroco Don Pietro; los niños de la localidad; unidos al incorruptible ingeniero Giorgio Manfredi. El sufrimiento del pueblo italiano se evidencia en los derroteros de Pina, el ingeniero y el párroco. Memorables las escenas de Pina embarazada corriendo entre ráfagas de ametralladoras, la tortura de Giorgio, los niños observando el fusilamiento de Don Pietro. La cámara de Rossellini no se detiene para enfatizar estos hechos dramáticos, simplemente registra los acontecimientos de una manera sincera, logrando involucrar al espectador en una sensación de realidad. Este drama social es una abierta denuncia al régimen nazi, desnudando su ideología de superioridad aria, incluso sugiriendo diferencias de criterio entre sus altos oficiales.




LA REGLA DEL JUEGO (1939)
Dirigida por Jean Renoir

Una verdadera delicia. Comedia de enredos que, bajo la apariencia de una inocente farsa campestre, supone una ácida crítica a la alta burguesía parisina previo al estallido de la Segunda Guerra Mundial. Octave (el propio Renoir), amigo del marqués Robert de la Cheyniest y de su esposa Christine, les convence de que inviten a una cacería en su casa de campo al aviador André Jurieux, quien está enamorado de Christine. La cacería supone el mayor riesgo al que se expondrá esta gente de alcurnia, que vive ajena al surgimiento del fascismo, simplemente movidos por la frivolidad expresada durante una fiesta ofrecida por el irresoluto anfitrión. El marqués no sabe si quiere a su mujer y decide festejar al héroe aviador, a pesar de que se trata de su rival. Muestra una absoluta permisividad ante el comportamiento de los criados, de su esposa, de su amante, y la celebración pierde el rumbo mientras él está preocupado por mostrar sus colecciones de objetos. No hay honor entre los invitados, quienes juegan a intercambiar parejas, respetando una única regla del juego: la servidumbre no debe mezclarse con la gente de alta sociedad. André (el aviador) no tiene fortuna y sólo puede ofrecer su amor a Christine. No entiende el comportamiento cambiante de su amada y caerá víctima de la imprudencia. El guardabosque da muerte al héroe por un lamentable error, solucionando de paso los problemas del marqués, quien ofrece un emotivo discurso que evidencia el cinismo reinante en los de su clase. Los encuadres son magníficos, con vigorosos movimientos de cámara que nos involucran en las acciones. Luis Buñuel en «El discreto encanto de la burguesía» (1972) homenajeará al cine de Renoir en la escena de unos burgueses sentados a la mesa siendo observados por los espectadores de un teatro. La cinta de Jean Renoir constituye una sátira despiadada a la clase acomodada, a la que Buñuel añadió su visión aún más irónica.

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