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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

miércoles, 25 de enero de 2017

FRAGMENTO DE LA NOVELA “CIUDAD DE FIN DE LOS TIEMPOS” DEL ESCRITOR CHILENO JORGE CALVO




Poderosas ráfagas de un viento proveniente del norte se vuelcan sobre las calles de la ciudad a la hora incierta del crepúsculo. Es un viento que nace más allá del desierto y las más altas cumbres montañosas, viene de regiones fantasmales, imaginarias, acaso inexistentes. Un viento que se origina al otro lado de la mar océano que cierta vez temblando de espanto cruzaron los descubridores en sus diminutas carabelas. Un viento astral que nace más allá de continentes y planetas, un viento ajeno a la historia humana, un viento cósmico que arrastra polvo de estrellas, soplado quizá por la boca de algún Dios. Un viento de locos, que lame porfiado los muros del Malecón, apura el vuelo de las aves marinas, deja vibrando los campanarios, hace polvo las hojas secas de los arboles, alza levemente la frazada que cubre el cuerpo del mendigo en el atrio de la Catedral, pone a danzar bailarines de polvo en el desierto, acompaña a los peregrinos, entibia a los prisioneros, se infiltra por los caños, las hendijas de las ventanas y las techumbres de las casas, recorre los desiertos pasadizos, los alfombrados salones donde solo yace el silencio, pasa bajo los marcos de las puertas e ingresa a los dormitorios, recorre las mantas y las sábanas, y se introduce por la respiración a las regiones del sueño. Un viento demencial que sopla a su antojo en las regiones de la memoria, en los abismos de los recuerdos, en el proceloso mar de los deseos. Un viento tenaz que atiza el fuego de la imaginación y en estaciones olvidadas bajo una lluvia de hojas marchitas pone en marcha lentos trenes donde viajan los pasajeros de los sueños. La ciudad duerme y los habitantes descansan en los lechos de sus casas, algunos se demoran haciendo el amor en el Jardín de la Princesa, en brazos de dulces doncellas, descalzas y suaves, como piel de conejo, expertas en el precario erotismo de la pregunta filosóficamente correcta y capaces de sacudir la esencia de un hombre. En tanto Rosario, que no fue bautizada con ese nombre, juega con los abalorios y lleva la cuenta de lo que ha perdido, ya que la vida que tanto la hizo perder también le permitió alcanzar la sabiduría máxima y esta noche comprende que por mucho dinero que obtenga jamás recuperara lo único valioso en su vida, un marinero llamado Nicanor y dos hijas que se fueron con el viento. Un viento que hace cantar a los escarabajos y recorre los caseríos de la Saramaya, sellando los párpados dormidos de Javier junto a su lustrín, y de un alacrán que con una pata alzada espera dos metros más allá. Un viento que hace agujeros en las barricas de vino y pone a soñar a las muchachas que no han de regresar nunca más a la escuela. Un viento de nadie, de nunca, de jamás, que ingresa al taller de zapatos del Cóndor y  juega a recorrer las cuencas perforadas de los ojos y el orificio de la boca de la miniaturizada calavera de Bartolomé de Cádiz, muerto cuatro siglos atrás, en presencia de indios jibaros. Un viento invisible y plagado de polvo de estrellas, soplando por el Remolón, cauce arriba, a la mansión junto al río, donde Mora deja caer un chorro de azúcar granulada sobre los vellos ensortijados de su pubis mientras Mr. Morgan excitado, temiendo un infarto, se dispone a paladear el dulce sabor acre acuciado por la imperiosa necesidad de adquirir El Centinela. Un viento tunante que desciende a los sótanos, acaricia las linotipias y regresa  a la superficie a recorrer los barrios en penumbras, la calle del departamento de Liliana que duerme saciada y contenta consigo misma. El viento sopla sobre el faro, el castillo del inglés y las islas desiertas, recordando quizá a las bellas de otros días, mientras René Álamos, en un sillón del aeropuerto espera el avión que lo ha de llevar de regreso a la ciudad en las montañas, sin comprender aun la negativa de Liliana y dichoso ante la perspectiva de encontrarse con Simona, la bribona. Un poderoso viento de divina locura, jugueteando con los visillos recién lavados y planchados del departamento de Lucas, el Inspector Lucas, muerto durante la tarde en un tiroteo con delincuentes, y Frida la engreída, tendida desnuda en el lecho, con los ojos muy abiertos, buscando en el techo una respuesta a la pregunta que la asfixia: ¿Por qué la vida le otorga la dicha y al mismo tiempo se la arrebata? Un viento que se refriega luminoso contra los cristales de la ventana de una Irma plena, una vez decidida la respuesta que la libera. El viento loco sopla en la boîte atestada en donde está noche Amaya no canta ningún bolero. Amaya, que ya viene de regreso en un bus desde la selva. El viento de estrellas golpeando la cara de Carlos que vaga solitario por la Avenida Conquistadores, estrujando en el fondo del bolsillo la nota dejada por Amaya preguntándose si existirá un edén, una suma ultima, un caldero con riquezas al final del laberinto de la existencia, o todo no es más que una trampa de Dios, carente de sentido, como el viento soplando en el desierto o el mismo lenguaje que utiliza en sus reportajes para nombrar una realidad mentirosa, que en verdad no existe, como él mismo, o como la ciudad siempre asediada por un viento sin nombre. 

  
Jorge  Calvo


Nace en Santiago de Chile en 1952, cuentista y novelista. Ha publicado los libros de cuentos No queda tiempo (1985), El emisario secreto, (2004), Fin de la inocencia (2003) y las novelas La partida, (1991) Ciudad de fin de los tiempos (2010) y El viejo que subió un peldaño (2015). Dos de sus libros han sido traducidos al idioma sueco. Desde muy joven destaca como cuentista. En 1967, mientras cursa humanidades en el Liceo de Aplicación, obtiene el primer premio en el concurso de cuentos convocado para estudiantes de la provincia de Santiago por el Colegio La Maisonette, con el auspicio del Ministerio de Educación. Luego recibiría diversos galardones literarios tanto en Chile como en Suecia, país en el que residió quince años. A inicios de los ochenta se desempeña como editor de narrativa de la revista literaria Huelen y posteriormente colabora con la revista de literatura sueca Res-publica. Cuentos suyos han sido incorporados a diversas antologias y textos de caracter colectivo y también se han publicado en numerosas revistas. Su cuento No queda tiempo forma parte del curso Spanish American Short Story del programa de Literatura de la Universidad estatal de West Georgia en USA. 
Durante el año 2016 tuvo el honor de organizar el Homenaje ”80 veces nadie, 100 veces Gonzalo Rojas” para el poeta Gonzalo Rojas, además colabora en el Programa Literario Barco de Papel que se transmite por Radioemisora Nuevo Mundo y desde el mes de octubre se desempeña como editor de Literatura de la Revista Cultural AguaTinta.
Entre sus premios destacan en 1994 la beca Klas de Vylder al mejor escritor extranjero residente en Suecia. En el 2000 recibe la Beca del Consejo Nacional del Libro y la Lectura y, el volumen de cuentos Fin de la inocencia obtiene el Premio Municipal de Santiago de Chile 2004.
Actualmente se desempeña como: Director literario de Cactuscultural.cl; Director de Narrativa y Difusión de Signo Editorial Ltda.; Colaborador del Programa Liteario Barco de Papel de Radio Nuevo Mundo; Editor de Literatura de la Revista Cultural AguaTinta.



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