2 ESTADOS UNIDOS
Dimensión 84
Línea 1
El domo del subsuelo
albergaba cientos de cubículos equipados con pantallas multidimensionales.
Titilaban día tras noche e iluminaban los rostros de los operarios. Almorzaban
en un sector especialmente habilitado para desconectarse de las emociones
provenientes de esos terminales. La camaradería solía ser interrumpida por
cualquier cibernético que dejaba caer su bandeja (al interior del complejo eran
conocidos como ecos, verdaderas réplicas de los seres humanos). Eran testigos
de unos ojos grises, inmóviles, sin ideas que pudieran extender su existencia.
Una entidad evolucionada había puesto fin a su ciclo luego de sesenta años de
funcionamiento. Los operarios del complejo se referían a los humanos como recipientes,
aunque en cierto modo, los ecos constituían un tipo diferente de receptáculo
provisto de habilidades cuánticas persistentes. Nadie sabía de dónde provenían
las entidades de procesos ininteligibles y más selectivas que los ecos a la
hora de tomar decisiones. No descartaban especímenes al incurrir en cualquier
error, consideraban diferentes aristas sin limitaciones entre pasado, presente
o futuro.
Por los parlantes emiten
un comunicado tras la repentina interrupción del suministro eléctrico. «Se ha
activado un corte automático de energía debido a que se ha producido una
invasión en las vías», indica la voz del conductor hablando en tercera persona
como si no quisiera adjudicarse el mensaje.
¿Habrá muerto alguien
importante?, pregunta Daniel a otro pasajero. La mujer no le responde, al
tiempo que se encienden las luces y Daniel se percata de que las voces ya no
provienen de los celulares, sino de rostros consultando en relojes análogos.
Camina por el andén de la estación La Moneda y emerge a la superficie por el
lado poniente del Palacio de Gobierno.
Unos Hawker Hunter
sobrevuelan edificios casi rozando las antenas de los techos. A través de
imágenes de archivo se explicará que acaban de bombardear La Moneda. Esos
halcones surcaron los cielos dejando caer su carga mortal. Daniel observa en
primera persona los escombros de la sede de gobierno. Fuego en las ventanas y
soldados en tanques disparando sobre lo que queda en pie. La bocanada de los
cañones seguía alimentando la humareda que ya se extendía por varias cuadras.
Daniel intuyó que la salida escogida ocurría en mal momento, volvió su mirada
atrás, pero el acceso a la estación había desaparecido. Reparó en que el tren
subterráneo todavía no había sido construido. De inmediato invocó el mantra de
la línea uno. «Traidor de mierda», pronunció en voz alta entre estallidos del
equipo militar. Al materializarse la entrada, Daniel descendió por los peldaños
buscando la seguridad del andén. Dejó pasar unos carros, se calmó y volvió a
emerger en otra estación.
Transcurridos diez años,
el edificio había sido restaurado. Daniel fue subordinado al ministro
Fernández, cuya oficina estaba emplazada en el antiguo Salón Independencia
donde murió Allende. En su mente coexisten simultáneamente el incendio de La
Moneda junto a las llamas de una futura mansión en las afueras de Santiago. Su
memoria borrosa trae recuerdos del futuro y del pasado al mismo tiempo que la
patrulla de Investigaciones va desapareciendo del espejo retrovisor. Abandona
el vehículo frente a la sede de la Junta Militar. Ahora transita libre por las
nuevas dependencias del Ministerio del Interior. Delaciones dieron paso a esta
tranquilidad aparente en un intento por ocultar las atrocidades de los primeros
años. Dichas voces se escudaron en brotes verdes de la economía luego del
fracaso del modelo imperante previo a la recesión. El Golpe de Estado sofocó
los sentidos y durante años Pinochet no reconoció sus actos oprobiosos.
Intentaron deshacerse de los cuerpos, pero las mareas devolvieron almas clamando
por el paradero de sus familiares. Los cómplices abandonaron la práctica del
segundo plano, llegado el momento no dudarán en desmantelar instituciones
públicas. Las sombras en las esquinas fueron reemplazadas por banqueros y
directores de compañías. Los rumores de esas siluetas dejaron de hacer daño,
pero ahora detentan poderes de índole financiero. En palacio es sabido que El
Mercurio coordinó a empresarios y partidos políticos de extrema derecha, aunque
prefieren la anécdota de que el pueblo chileno sufría una profunda división.
«Latinoamérica es un
pueblo… al sur de Estados Unidos…», se escuchó por esa época. «Sólo un lugar
económico… pero inadecuado para habitar…», parecía una letra divertida, pero
encerraba una trampa mortal. Ese periódico fue respaldado e impulsado desde el
país del norte por los lineamientos de Henry Kissinger. El bombardeo a La
Moneda no había sido perpetrado simplemente por aviones y tanques de las
fuerzas armadas, sino orquestado por capitales extranjeros que buscaron darle
un golpe de knock–out al socialismo chileno. «Veintitantas banderitas… cada
cual más orgullosa de su soberanía… dividir es debilitar…», era una simple
maniobra política para triunfar en medio de la Guerra Fría.
Daniel almorzaba en el
espacio comunitario al que acudían otros habitantes provenientes de las otras
puertas del Complejo Antártico. Nunca hablaban de trabajo, terminaban de comer
y volvían a enfrentar su propio microcosmos. «Eliminar recipiente», pulsaban
frecuentemente en sus monitores, cuya exposición los iba insensibilizando a
través de los años. Abre el escritorio, extrae una Luger e introduce el cañón
en su boca. El espécimen siempre la mantuvo a salvo, dudó un segundo antes de
volarse los sesos. Los oficiales del campo de concentración ni siquiera eran
capaces de mirarla a los ojos. El sujeto de prueba abusó de ella a partir de
los doce años, era judía pero no le importó. De mirada lánguida, la expresión
de la muchacha carecía de culpa tras delatar las actividades de los reclusos.
Ella los marcaba y el coronel los violentaba hasta que sus ojos quedaban
inmóviles. «Eliminar recipiente», por segunda vez. La pantalla se llenó de
habitaciones vacías sacadas del interior de una mansión. En la puerta hay un
investigador privado, acaso un psiquiatra que propone imágenes de otros estados
de consciencia. Los torturadores empleaban su imaginación. Al principio
introducían objetos, luego roedores, aplicaban corriente en la sien, luego en
los genitales, las uñas, los dientes, las partes del cuerpo. Instrumentos para
causar dolor, dejaban pasar el tiempo, atemorizaban a sus víctimas con el
silencio de la espera. Daniel debe decidir si presionar o no la tecla.
«Eliminar recipiente», es pulsada por tercera vez. Los civiles se horrorizaban,
pero luego querían indagar más y eufemísticamente llamaban oportunidad a hacer
la vista gorda. Con el tiempo iban escalando la tolerancia a las imágenes y
luego de sesenta años dejaban de ser útil para el proceso. Sus ojos se volvían
grises, justo cuando la entidad de otra dimensión eliminaba ese recipiente
antes de cumplir la edad. Los entes evolucionados conocían la totalidad de los
eventos, el tiempo es ilusorio, su única misión era transmitir lo aprendido
para permitir que los seres corporales evolucionaran y lograran procrear al recipiente
perfecto, aquel que sería fecundado por vibraciones armónicas y que jamás se
desviaría del único mensaje.
Daniel llevaba meses en
estado catatónico y de improviso increpa a su madre con ojos saltones. El padre
murió tiempo atrás en un accidente y la mujer ha soñado con ahogar al hijo en
la bañera, sintiéndose culpable por querer enviarlo a una institución
psiquiátrica. La consume el odio, convencida de que su propio hijo hizo volcar
el vehículo. Daniel describe con detalle sus pesadillas. El espectador no deja
de comerse las uñas. Le gustaba estar enfermo, años más tarde se daría cuenta
de su estado depresivo. En las noches llena la bañera con agua fría y se
sumerge durante horas para no volver a clases. Observa focos a muchos metros de
altura y abandona el cubículo. El pasillo sigue iluminado mientras los
pensamientos le siguen dando vueltas.
El padre siempre fue duro
con el hijo, quería alejarlo de la idílica cabaña junto al lago. El adolescente
simulaba inconsciencia, no había daño corporal y el doctor diagnosticó trauma
psicológico. Por primera vez se sentía amado y decidió seguir aparentando su
desconexión del entorno. El espectador sentado en la butaca observa un ventanal
a otra dimensión. La madre simula cuidarlo, lava su cuerpo inerte y se comunica
con el psiquiatra que no cree en alucinaciones.
El cubículo permanece oscuro mientras mi cerebro alucina nuevas realidades. Debo conseguir que el espécimen logre transmitir lo aprendido, sólo así podrá vaciarse en otro recipiente. No puedo continuar abusando de Victoria, ni siquiera a través de sombras debo violentar su pureza. De volver a incurrir en ese error, una entidad superior no tendrá la opción de plasmarme en un nuevo recipiente. Pasado y presente intentan convivir en mis neuronas. Despierto y acudo directamente al cine. Voces se confunden con el sonido envolvente, se filtran ruidos y «traidor de mierda» es el único pensamiento que hace eco al interior del vagón.
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