En esta novela, el autor vuelve a incursionar
en uno de sus temas predilectos: los horrores perpetrados al interior de las
familias, pero su abordaje es tangencial. Las familias de los victimarios no
son la fuente de la maldad anidada al interior de estos siniestros personajes.
Son más bien las oscuras elecciones las que van provocando la construcción de
los monstruos del relato.
Otro tema presente en la obra de Max Valdés es
la muerte como acto definitivo, a menudo emparentada con horrores mayores
ocurridos durante la dictadura de Pinochet.
Curiosamente, los hechos narrados transcurren
antes del Golpe Militar, pero el autor da cuenta del enrarecido aire que
circulaba en esos días previos. La oscuridad, la desconfianza, el
confrontamiento sacan a relucir lo peor de los seres humanos. Son tiempos
convulsos del mercado negro para transar todo aquello que escasea, donde los
dealers se aprovechan de la situación, debido a que operan en la clandestinidad
y nadie los persigue para ajustar cuentas.
Max Valdés no invoca los buenos tiempos, como
tampoco idealiza el (des)gobierno de Salvador Allende. Simplemente se avoca a
mostrarnos el tipo de alimañas que van surgiendo, aun antes de que la dictadura
militar mostrara sus garras y evidenciara su impunidad sin límites.
En ese contexto se produce el (supuesto) descuartizamiento
del oriundo de España Francisco Muñoz. El autor utiliza hábilmente la
estructura de novela negra y bien adentrado el relato comenzamos a enterarnos
de la vida del comisario Benavides, un ser solitario que persigue a un asesino
inexistente. La demora en dar con los cuerpos, el tiempo transcurrido hace muy
infructuosa la búsqueda. La pareja asesinada, uno es sólo un torso sin
posibilidades de identificación, pero podría tratarse del marido de otra
ciudadana española que aparece muerta en una bañera.
Han transcurrido cuarenta años y una futura
abogada está interesada en desarrollar su tesis con los pormenores del caso.
Clara es una mujer brillante, pareja de Roman, un profesor de castellano que
indudablemente es el alter ego del autor de la novela.
Roman sigue de cerca las indagaciones de Clara
y su relación amorosa se va tiñendo con la oscuridad que rodea a los hechos del
pasado.
Sin lugar a dudas, descuartizar a una persona entraña
una maldad y sangre fría fuera de los órdenes normales, da cuenta de los más
bajos instintos del ser humano. Los eventos transcurren en el preámbulo de la
dictadura y el comisario Benavides, sin quererlo, pasará de investigar el caso,
a pertenecer a las fuerzas policiales que protagonizaron uno de los regímenes
fascistas más cruentos de la Historia.
Pinochet encarnará los pensamientos de
Mussolini, de Hitler, para ellos tiene sentido imponer sus ideas sobre otros
seres humanos, tildándolos de ser un peligro para la sociedad, y creyendo tener
el derecho a imponer la fuerza sobre estos seres humanos, no sólo mediante el
asesinato, sino a través de formas mucho más siniestras como la tortura y la
desaparición de los cuerpos.
Benavides ya es un anciano y desea dejar
constancia escrita de los oscuros bemoles del caso, pero antes le confiesa a
Clara y Roman de otros horrores que vinieron a enturbiar las investigaciones.
Como miembro de las fuerzas policiales, Benavides fue obligado a ejercer la
violencia sobre compatriotas pertenecientes a los movimientos de izquierda que
respaldaron al gobierno de Allende.
De
esa experiencia como testigo… quedó en su memoria una mujer de unos veinticinco
años… la torturaron repetidas veces en la Escuela de Suboficiales de
Carabineros, en el Estadio Nacional. Era una mujer humilde de La Pincoya, la
DINA la torturó luego en calle Londres, en Tejas Verdes, intentaron que tuviera
relaciones sexuales con su padre y hermano, materializándose con un perro y las
ratas introducidas en su vagina la harían contraer toxo plasmosis, una
infección parasitaria. La violaron repetidas veces, sin ningún afán de sacarle
una confesión, sólo por el placer insano de reducirla como ser humano. Quedó
embarazada tres veces, torturada durante años hasta perder la consciencia. Pasó
por Tres Álamos y al final fue expulsada del país. En Cuba le reconstruyeron su
cuerpo. El comisario Benavides nunca supo su nombre y la llamó Beatriz.
«Todos
esos asesinos están libres y gozan de buena salud. Algunos en Punta Peuco, pero
muchos siguen libres y reciben una pensión del Estado de Chile que financiamos
todos los chilenos… El descuartizado de Quilicura pasó a ser un caso menor
dentro de su gravedad», confesó Benavides, que escribió en su libreta azul
todos los detalles.
Las
descripciones de los asesinatos y hallazgos de los cuerpos no eluden las
imágenes de horror, su impronta escandalizaría a cualquiera. Max Valdés indaga
en los negocios sucios de la (supuesta) víctima y de su accionar (sus
decisiones oscuras) se desprende el germen de la violencia que venía enquistándose
en la sociedad.
El
comisario Benavides nunca pudo resolver el enigma de este “crimen perfecto” y
la dictadura borró definitivamente las huellas. Mutilar un cuerpo ya no será un
evento excepcional, sino que la Junta Militar dio rienda suelta a un terrorismo
de Estado donde asesinar, torturar y desaparecer fueron la moneda corriente.
Ahora
era el turno de Roman (el escritor) de llevar al papel todos esos horrores,
para dejar testimonio sobre los límites a los que puede llegar un ser humano.
Clara
y Roman, su visión de los hechos, son rescatados por Max Valdés, que en
definitiva escribe el mismo manuscrito de Roman, dando vida a estos personajes
y a otros muchos secundarios a través de sus testimonios ante la policía, otras
veces mediante escritos judiciales y también asoma el punto de vista
periodístico.
Es
una novela coral, compuesta por múltiples voces que van completando los hechos,
muchas veces prescindiendo de un narrador que guíe el relato, aunque de todos
modos Roman, en primera persona, representa el sentir del autor.
Al final se insinúa quién sería el asesino,
pero es un hecho que el responsable sigue gozando de buena salud. Nunca se
expuso la identidad del asesino ante los tribunales, hubo impunidad, tal como
la habría con las infinitas causas de apremios ilegítimos de la dictadura.
El autor nos enfrenta a un país que renunció a
tener memoria. Los asesinos de ayer, como los encubridores del fascismo, seguirán
vivitos y coleando en medio de abusos económicos heredados desde tiempos
pretéritos.
Han pasado cincuenta años y el país sigue en
manos de estos seres oscuros que realizan negocios turbios.
La novela de Max Valdés podrá ser catalogada
de barroca por la cantidad de recursos literarios a los que echa mano, pero hay
un afán de recomponer la verdad en cada una de sus páginas, de devolver la
memoria a un país que ni siquiera luego del estallido social se hace cargo de
sus muertos.
La verdad es secundaria, sólo prevalece la
ganancia monetaria en un mundo que nos acostumbró a dar legitimidad a los
negocios ilícitos. Ya no se trata de un mercado negro, los abusos serán
cometidos a plena luz.
En la obra de Max Valdés siempre asoman los secretos
familiares como el origen del mal, pero en esta última novela hay un cambio
importante en su enfoque. No es la familia la malvada, sino una sociedad
permisiva que entroniza la mentira, que llama “abusos” o “excesos” tanto a las
torturas, desapariciones, asesinatos, así como también al fascismo encubierto
en las maquinaciones de algunos grupos económicos.
La novela es enfática y clara en su visión del
mundo: el país sistemáticamente ha renunciado a su memoria y en definitiva,
esta sociedad corrupta que avala la mentira, seguirá multiplicando estos
horrendos crímenes.
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