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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

viernes, 19 de marzo de 2021

"JUAN RAMÓN JIMÉNEZ: NAÚFRAGO DE LA LUNA OYE EL MAR POR TELÉFONO: A LOS CIEN PRIMEROS AÑOS DE DIARIO DE POETA Y MAR" POR EL POETA ESPAÑOL JAIME SILES

 



Revisar un libro a los cien años de su publicación es una prueba que muy pocos de ellos  son capaces de soportar. En los de ciencia, ninguno o casi ninguno, ya que en éstos se da por sentado que lo último es necesariamente mejor que  lo anterior. En los de creación, en cambio, no se aplica este dogma, ya que en ellos - como  sucede también  en el arte  y en no pocas de las llamadas ciencias humanas y sociales, por los franceses, y Geisteswissenschaften (Ciencias del Espíritu) por los alemanes- lo último no siempre mejora o  supera a lo anterior. Quienes nos dedicamos a la Filología Clásica y tenemos que vérnoslas con obras y autores de hace más de dos mil años, lo sabemos muy bien: ¿Homero  ha sido superado por Virgilio? , ¿Éste lo ha sido por Dante?, ¿La tragedia ática ha sido superada por alguna posterior producción teatral?, ¿Arquíloco, Safo y Alceo lo fueron por Píndaro?, ¿lo fue éste por Horacio?  Está claro que no, porque en la literatura de creación, y a diferencia de lo que Paul Valéry pensaba, hay cambio, pero  ello no entraña  necesariamente  superación: lo anterior se modifica, pero casi nunca o nunca se supera, porque lo  que define propiamente lo clásico es – como vio muy bien Schlegel- su carácter y condición de inagotabilidad. Lo que hace de la producción literaria – y tanto de la antigua como de la moderna-  un fondo de armario continuamente reinterpretable y ajustable a cada nuevo momento o situación. De modo que la verdadera creación se genera sólo dentro de la Tradición y a partir de ella, que es su cadena transmisora. Podría decirse que la Tradición es la letra de la Literatura, y  que su espíritu es lo que las obras y el estilo   de cada época, de un modo u otro ,  intentan volver a  definir, poniendo énfasis en tal o cual motivo, en tal o cual tema y en tal o cual modo de dicción, reduciéndolos al mínimo una veces, o ampliándolos al máximo otras, pero haciendo que la literatura no deje de ser nunca lo que siempre ha sido, fue y es  : una constante reinterpretación de una serie de materiales dados, a los que cada época aplica una distinta y diferente hermenéutica, cuya clave de cifra  pocas veces deja de ser una interesada metáfora y/o  una consciente  metonimia del   variado continuum  que es la Tradición. El libro de Juan Ramón que ahora comentamos no es una excepción de ello sino una regla: como todo libro convertido  ya en clásico, lo es. Por eso, más que analizarlo, hay que definirlo: esto es, describirlo en todo aquello que  como libro  hace que sea lo que es. Y ello, porque – como nos enseñó  Panofsky[1] desde el Renacimiento, al menos, la  obra de arte ha de ser entendida como “un segmento del universo, según lo observa una persona determinada, desde un determinado punto de vista, en un momento determinado”. Lo que, aplicado al libro, quiere decir que éste -al igual que la obra de arte- se encuentra sometido a los caprichos y  vaivenes de la perspectiva, que es de la que depende, a fin de cuentas, su interpretación. En este sentido conviene recordar lo que advertía Ortega[2] : que “la perspectiva es uno de los  componentes de la realidad”. De manera que, si cambia o se modifica ésta, cambia y se modifica también aquélla,  la realidad, entendiendo por tal no tanto lo que ella es en sí ,y que continuamente se nos escamotea y oculta, como nuestra visión de ella, que es el modo en que, para comprenderla y comprendernos,  la tenemos  que  interpretar. Y si esto es así con la realidad, ¿cómo no va a ser  así también con el  objeto que llamamos libro? Lo cual – sea dicho ya desde ahora- constituye la  insoslayable limitación de todo intento de hermenéutica: de éste que emprendemos aquí y ahora con el libro de Juan Ramón  también. Porque  no es  sólo que, por su condición de clásico, sea inagotable,  como decía Schegel, refiriéndose a los de la Antigüedad: es que - como indica muy bien el dramaturgo José Ricardo Morales[3] - “los textos no se descifran por completo nunca”:  están siempre a la búsqueda y la espera de una nueva y, de inmediato, vieja interpretación, que,  como todas, proporciona – y proporciona  sólo-  “esa plenitud de lo efímero”[4] , que Cervantes, en el Quijote, supo llevar al yo múltiple y plural de sus distintos habladores y hablantes personajes. Lo que no nos exime del ejercicio del rigor, pero sí ratifica y confirma el carácter  provisorio y fugaz de  nuestras conclusiones. Esa- y no otra – es la humildad de la Filología, y con ella hay que contar  cada vez que se interpreta o se intenta interpretar algo.

    Dicho esto y asentado, pues, este principio filológico que no se debe nunca abandonar, vamos a describir el libro de Juan Ramón Jiménez y  a disertar sobre él, que es a lo que hemos sido aquí  invitados.  Adviertan ustedes que he dicho describir. Lo que supone  una operación visual, realizada sobre el texto desde fuera, porque el que describe no puede situarse dentro de aquello que pretende describir, ya que, si así fuera, difícilmente podría contemplarlo, al no mediar la distancia necesaria entre lo observado y su observador. Considerado esto así, Diario de poeta y mar o Diario de un poeta recién casado sería un libro constituido por CCXLIII- 243- composiciones, cada uno con su propio título, anotadas  en números romanos y articuladas en seis partes o secciones, tituladas, cada una de ellas a su vez, del siguiente modo: “I. Hacia el mar”, II.”El amor en el mar”, III.”América del Este”, IV.”Mar de retorno”, V. “España” y VI. “Recuerdos de América del Este escritos en España”[5]. No todas las partes o secciones tienen el mismo número de poemas: veintiséis constituyen la primera; treinta, la segunda;  cien, la tercera;  cuarenta y uno, la cuarta; veinte, la quinta; y veintiséis, la sexta. Tampoco los títulos de  los  poemas se ajustan a un modo de enunciado ni de grafía común: así, algunos -sobre todo, los de la segunda parte- llevan título en inglés – como Sky, Physical culture, New Sky- o en francés -Berceuse- o incluyen anglicismos como Subway, al tiempo que los topónimos que en ellos aparecen  dejan constancia de los distintos parajes que en su viaje el poeta atraviesa y recorre (Boston, Nueva York, Broadway, New Jersey, Hungtington) o partes muy concretas, como la Quinta Avenida,  poetizada  por el mexicano  José  Juan Tablada[6]  en fecha simultánea o muy próxima a cuando lo hace Juan Ramón, con cuya escritura de Diario de poeta y mar tiene cierto aire de parentesco. En la quinta parte los espacios descritos son Cádiz (CXCVIII)  y el trayecto de Cádiz a Sevilla (CCII), mientras que en la sexta - por no corresponder ya a la visión real, hecha in situ, sino a una versión memorizada de todo ello-  hay una significativa mezcla de lugares, temas y motivos, entre los que destacan sus versiones de tres poemas de Emily Dickinson[7] , los titulados “Walt Whitman”  y “La casa de Poe” y la anotación en  mayúscula y cursiva   de otros como  NATIONAL ARTS CLUB, COLONY CLUB, COSMOPOLITAN CLUB  o la combinación de ambos tipos de letra en el que lleva por título “¡Dulce LONG ISLAND… Todo lo cual informa de la enorme variedad de matices que dichas diferentes grafías y modos de anotación de letras y palabras presentan, y que al lector - por no prestarles atención-  le  podrían  pasar  desapercibidas, con lo que  queda oculta para él una posible clave que el  autor sí quiso hacernos ver. 

 Mi propósito no es desanimar al lector sino mostrarle las dificultades que entraña  la operación de leer tal y como debe hacerlo el atento lector ideal que imaginó y fue Cervantes, y para el cual el “yo del libro” debe ser más importante que el “yo del autor”, al que no siempre equivale, pero al que no pocas veces corresponde. Puestos a ella, que es la tarea que pretendemos abordar – y no sé sí también-  realizar aquí, el “yo” de Diario de poeta y mar es – como el del Arcipreste Juan Ruiz- un yo trashumante: un yo en continuo viaje, expuesto a  sufrir las impresiones de lugares desconocidos para él y  también  la extrañeza provocada  por la presencia de una lengua a la suya diferente y de la que se siente excluido porque, al  carecer de competencia lingüística en  ella, él , que es un escritor, no alcanza siquiera  la condición de hablante. Lo que supone una doble conmoción: vital y mental, porque para él las cosas han perdido su nombre. Y este carecer de nombres será uno de los ejes que le pongan en camino hacia un nuevo decir, que será también en él un nuevo nombrar. De modo que podríamos calificar el suyo como un “yo extrañado” y, en parte, a sí mismo  extraño y ,casi o por completo,  ausente: un “yo”, pues, perturbado, dislocado por la nueva realidad que contempla y  a la que responde con series de nuevas percepciones objetivadas en  series de poemas, en gran parte nuevos también. Esta sensación  de extrañamiento- de étrangeté, según su versión baudelaireana, o de Entfremdung, en la acepción que, al traducirlo al alemán,  dio al término francés anterior  Walter Benjamin-  se hace patente en  aquellos poemas de la segunda y  de la cuarta parte del libro que llevan por título los signos de interrogación, pero entre los cuales no figura una sola palabra: me refiero al CVIII y al CLXXXVI. El primero de ellos, fechado en Nueva York el 20 de abril de 1916,  dice así: Vive entre el corazón/y la puesta de sol o las estrellas. /-En el silencio inmenso/que deja el breve canto/ de un pájaro; en la inmensa/sombra que deja el oro último/de una hojita encendida por la  yerba.- /Vive dentro / de un algo grande que está fuera/ y es portador secreto a lo infinito/de las llorosas pérdidas/que huyen, al sol y por el sueño, /igual que almas en pena, /en una desesperación que no se oye, / de fuera a dentro a fuera. / Alguien pregunta, sin saberlo, /con su carne asomada a la ventana/ primaveral: ¿Qué era? El segundo, fechado el 18 de junio del mismo año, tiene un desarrollo no menos interesante. Veámoslo: Es verdad y mentira,/hija tan sólo del instante único,/pero es verdad./ La hace/ una armonía de la tarde/y la ola,/ y nace, entre la espuma y las estrellas,/como algo que no es, pero que quiere serlo, o se quiere que sea,/ o sonríe ante el alma fascinada./ ¡Oh música desnuda, que perfumas,/blancamente, como un sabor, el cuerpo/ hecho alma, cual tú, por la armonía/de la ola y la tarde! Y que concluye reduciendo a dos los tres versos del bloque estrófico del inicio en un sintético y condensado Es verdad y mentira/pero es verdad, del que se ha eliminado la aposición hija tan sólo del instante único, que constituía el verso segundo del poema. Entre ambos textos - y pese a los dos meses que los separan- hay una relación temática recurrente, manifiesta en la alusión en el primero a ese momento entre el corazón / y la puesta de sol o las estrellas que, en el segundo, se ha convertido en entre la espuma y las estrellas. El primero termina en y con una pregunta: ¿Qué era?; el segundo se cierra con una  doble afirmación, enfatizada por la adversativa del último verso: Es verdad y mentira, /pero es verdad. La dialéctica visible en ambos poemas permite comprender hasta qué punto  Juan Ramón Jiménez se encuentra frente a un mundo lírico nuevo, al  que él - o mejor: su obra anterior-  le opone cierta resistencia, pero que, como prueba la misma escritura de su  Diario…, al fin se va – y se le va-  a imponer, dando lugar a  lo que se ha dado  en llamar “segunda época juanramoniana”[8]. Estamos, pues, ante un libro, por así decirlo, refundacional [9]en y para la obra de este poeta, pues si, por un lado, inicia una etapa  que ,por el giro  que supone   dentro de su obra, abre un nuevo camino hacia y para su OBRA, por otro, obliga a su autor  a revisar, en función de ella, toda su  anterior producción lírica, sometiéndola a una implacable y rigurosa criba que, a fuerza de  un  proceso de recreación  y supresión  obsesivo y constante[10], hará irreconocibles -o reconocibles sólo para él-  lo que fueron algunas de sus textualidades originales. ¿Se equivocó Juan Ramón al  hacerlo?, ¿Se puede retocar un texto hasta el punto de borrar de él su propia historicidad  lingüística y estética, porque ésta  no cuadra en  y con el proyecto de escritura  que su autor, años después, se ha hecho y que ya no abandonará? Gilbert Azam[11] propuso una solución tan elegante como inteligente: que esta continua rectificación que Juan Ramón hacía de su obra obedecía en él a un estímulo espontáneo, no   calculado sino surgido de un estado de consciencia. De modo que  el poema no era revisto sino revivido y, por lo tanto, recreado en el contexto de otra época. Sí: ¿pero de cuál: de aquella en que fue escrito o de aquella en la que ha sido corregido? La cuestión no es sencilla y ha recibido por parte de la crítica respuestas no siempre coincidentes. Pero, del mismo modo que los pintores tienen lo que se suele llamar arrepentimientos e introducen en sus cuadros cambios que sólo ahora los sofisticados  avances de la técnica nos permiten ver, también un poeta puede tener los suyos y, como Juan Ramón, considerar borradores silvestres los poemas escritos antes de que su propio mundo se le mostrara de pleno  en y como la realidad que, a partir de ese instante, iba ya y  para siempre a  ser. Ese instante suyo tuvo lugar en 1916, un año clave en la vida y la obra del poeta no sólo por los hechos  que en el mismo concurren - viaje a los Estados Unidos, conocimiento de otra, y muy moderna, cultura, extrañamiento de su propia lengua, contacto con otras escrituras, su boda con Zenobia Camprubí…[12]-   y que no son precisamente anécdotas, sino que  - como explica muy bien David Pujante[13] -  sirven de  catalizador   para  que “encuentre su auténtica personalidad” poética. Esta es la importancia que Diario de poeta y mar  o Diario de un poeta recién casado tiene para el “yo” de Juan Ramón, que empieza a ser allí lo que Paul Valéry[14] llama un “escritor consciente”: esto es, dueño  de una inteligencia o consciencia creadora, a la que Juan Ramón llega mediante un proceso de autodisciplina y reflexión  poética y metapoética que le permiten alcanzar esa deseada desnudez, que no es otra cosa que poder expresar su propia realidad  también con palabras propias[15] . El propio Juan Ramón reconoce[16] que  el Diario fue el único libro que escribió de un tirón, y también el único concebido como tal libro y escrito inmediatamente. Y añade: tan pronto como lo escribí lo publiqué. Y dice que después siguió reeditándolo en la misma forma, sin corregirlo. Lo que podría interpretarse también como que lo considera, por tanto, su primer libro, aunque no lo fuera en sentido cronológico, pero sí - y esto  es lo importante para él y, por lo tanto , también para nosotros-  en sentido estético. Lo anterior eran, pues, ensayos para ir  hacia la obra, pero no la OBRA con mayúsculas a la que aspiraba y se exigía él. Esto es lo que  -creemos -hace del Diario un libro que marca un antes y un después en la escritura de Juan Ramón y, si se nos permite, también en la escritura de la poesía  en español escrita  a ambos lados del Atlántico[17]. Con  el Diario… Juan Ramón empieza a ser “el adalid de otras nuevas modalidades expresivas como el poema en prosa[18]. Y esto es algo que no pasó desapercibido a sus contemporáneos, aunque no  todos ellos lo vieron del mismo modo ni le atribuyeron un valor igual : hubo quienes -como el académico Julio Casares[19]- en un resumen bibliográfico del año 1917, publicado en el diario ABC, en el que entonces  colaboraba- lo tachó de “obra de franca decadencia”, no entendiendo ni  la alternancia en él de verso y prosa  ni por qué textos que pueden estar en verso se disponen en prosa ni por qué hay prosas que difícilmente pueden concebirse ni distribuirse en forma de verso ni darle entrada  en él,  y demostrando así que se puede ser un excelente filólogo y a la vez un pésimo crítico literario. Pero, por suerte para Juan Ramón , no todos vieron ni entendieron así su innovador Diario… :   Isidoro Solís[20], al reseñarlo  en junio de 1917 en la revista  Polytechnicum de Murcia, nada más publicarse el libro, escribe que “nadie como él - es decir, Juan Ramón-  ha introducido en ritmos de ensueño fugacidades y sutilezas que, antes de su verso, parecían confinadas en la inefabilidad de lo inexpresable”, señalando su “ansia consciente de renovación” y “la espontaneidad del instinto poético”, advirtiendo ya que “Diario de un poeta recién casado es tal vez hito lírico en el rumbo del nuevo sendero. Está escrito -dice- en verso y prosa; una prosa que es poesía en el fondo y un verso que podrá parecer prosa en la forma a  los ojos acostumbrados al pautado oficinesco de la métrica ineludible e inalterable”, que “tal vez  tachen estos versos de prosaísmo exterior”. Sin embargo – prosigue-  “La sensibilidad de poeta , agudizada en este libro , halla a cada momento el pensamiento profundo, la descripción nueva, la sensación artísticamente transmitida, la imagen plástica y original”.  Y, por si esto fuera poco, explica muy bien el predominio - en la parte tercera del libro-  de “los violentos ácidos del aguafuerte” , la reacción en clave de humor ante lo que llama “la rudeza del contraste con las ciudades enfebrecidas del industrialismo, trepidantes como un canto de Marinetti y en las que la sórdida grandiosidad de los rascacielos tiene la pesadez de las elevaciones sin alas”, la ironía visible en “Authors’club” y “Coro de canónigos” -donde llega -dice- a “acres genialidades de sarcasmo”- concluyendo  que Juan Ramón Jiménez aquí, “sin perder su primordial condición cordial, se cerebraliza”.  La reseña de Isidoro Solís - distinta por completo a la de Julio Casares en el diario ABC - es un testimonio que nos permite comprender la recepción que el libro tuvo y mereció entre sus contemporáneos. Por ello la he traído a colación aquí: porque nos aporta la clave de lectura con - y desde-  la que el Diario… de Juan Ramón fue leído el mismo año en que se publicó. Dicha clave no es ni pude ser la nuestra, pero tampoco difiere demasiado de ella, pues, al fin y al cabo, como  afirma Ferrater Mora[21], “el sentido de la realidad está dado en buena parte fuera de ella”. Lo que, si se hace extensivo al libro, supone aceptar que el sentido de éste está, en buena parte, fuera de él. O -lo que es lo mismo- que el sentido del libro está en sus lectores como el de la realidad está en sus intérpretes.  Y lo que nosotros como intérpretes vemos – o mejor: admiramos-  en el Diario…de Juan Ramón es el giro dado a todo su proceso creador. Si el jardín espiritual y eterno[22] condensa y define el espacio lírico del primer Juan Ramón, el mar inaugura y abre el espacio del segundo. Antonio Sánchez Barbudo[23] hizo ver cómo el tema básico de los poemas del mar -que en el libro son muchos, “aunque en diversas fases” y “con muchas variantes”-  es “el asombro, el miedo, la angustia que la contemplación del mar casi siempre le produce, y también  su deseo de escapar de ese temor, de sentirse salvado”. Y es que, según él, en alta mar y “rodeado por el océano “, Juan Ramón “se sentía como perdido, en ocasiones: como náufrago a punto de ser absorbido por las aguas”. Lo que hacía que  el mar se le convirtiera en correlato e “imagen de la nada”, que se le manifiesta como conciencia triste y le produce lo que- en la composición CLXXXIX-  llama  Este miedo, de pronto…De ahí ese diálogo constante con él y esa tensión dialógica y dialéctica que lo acompaña. De ahí ese Sí, mar, ¡quién fuera/ cual  tú, diverso cada instante,/coronado de cielos en su olvido;/mar fuerte-¡sin caídas!-,/mar sereno/-de frío corazón con alma eterna-,/¡mar, obstinada imagen del presente!, escrito el 1 de febrero , que informa la composición XL  y que unos días después, el 5 del mismo mes, se transforma, en la composición XLI en  correlato del cambio – parto lo llama él-  con que el mar - como el poeta, con cuya génesis y creación ahora lo identifica- se va dando a luz  a sí mismo en su misma / y sola plenitud de plenitudes,/…¡por encontrarte –dice- o porque yo te encuentre! Pero esta visión no es fija sino siempre cambiante, como demuestra la composición  XLVIII, titulada -con claro guiño  cervantino- “Argamasilla de la Mancha”, escrita el 8 de febrero y en la que define La Mancha no de tierra, sino de agua, como un Desierto de ficciones líquidas y  que concluye en y con esta nihilista invocación: Oh mar, azogue sin cristal; /mar, espejo picado de la nada! El mar, pues, es, por un lado, lo que  en el viaje de ida se interpone entre los dos amantes  como da a entender la composición XXVI, que cierra la primera parte del libro y que está fechada en Cádiz  el 29 de enero  y escrita en las murallas, cuando aún no se ha embarcado rumbo a América : Aun cuando el mar es grande,/como es lo mismo todo,/me parece que estoy ya a tu lado…/ Ya sólo el agua nos separa,/el agua que se mueve sin descanso,/¡el agua ,sólo, el agua! Pero, por otro, es una imagen de soledad – como la que tematiza la composición XXIX- y de  desolación y  de monotonía, como la que monopoliza  la composición XXX. No es, pues, un término de significado unívoco sino  polivalente, con el que el poeta puede identificarse, ya que, como el mar, él mismo está continuamente haciéndose y deshaciéndose. Y tal parece ser la sensación que el propio Juan Ramón, al contemplarse y contemplarlo, experimenta: la de una soledad desidentificadora y absoluta (En ti estás todo, mar, y sin embargo,/¡qué sin ti estás, qué solo,/qué lejos, siempre de ti mismo!)   y la de un continuo autoextrañamiento, que le permite comparar  con la  dinámica de las olas la de sus pensamientos (Abierto en mil heridas, cada instante,/ cual mi frente,/tus olas van, como mis pensamientos,/ y vienen, van y vienen,/ besándose, apartándose,/ en un eterno conocerse,/mar, y desconocerse). Pero tanto una como otra no sólo se operan y realizan en el  lírico yo  de Juan Ramón sino también en el yo lírico del libro, para el que el mar se convierte en metáfora del proceso creativo hacia  la OBRA que el poeta emprende tras sufrir una profunda transformación interior que le lleva a lo nuevo : a ese vivir suyo sólo dentro de la primavera, como explicita la composición CXVII y que se objetiva en esa especie de “mundo al revés”, que presenta y representa la composición XXXIII, fechada frente a las Azores el 2 de febrero y titulada “¡Estrellas! (Las estrellas parecen en el mar,/tierra, tierra divina,/islotes de la gloria,/la única tierra y toda/la tierra,/la verdadera tierra única:/¡Estrellas!/ ¡En el mar sí que lucen/las estrellas! Son más estrellas que en aquella/ tierra que yo creí la tierra, y atraen más al alma/ con su imán blanco,/ porque son aquí ella y ellas, ¡todo!/ tierra y estrellas.- / ¡Estrellas!/ ¡Ahora voy, ahora voy!/ -¡El mar aquí sí que es camino!- / Se me abren los ojos, y no ven,/deslumbrados de luz cercana,/ estallido infinito de pureza…/ Cien voces gritan : ¡Tierra!/ Yo, ciego : ¡Estrellas!). El mar, pues, recupera aquí su primigenio  sentido etimológico[24]  :-El mar aquí sí que es camino!- como algunas de las lenguas indoeuropeas testimonian : cf. el nominativo singular  védico pánthah, el avéstico pantá, el griego pátos  y tal vez póntos. Con ello no quiero decir que Juan Ramón Jiménez lo supiera sino   que la poesía- pese a no ser una ciencia-  a veces sí es una revelación y, como tal, nos hace y nos enseña a ver: a mirar y ver, descubriendo en lo de siempre aquello que antes se nos mantenía oculto y ahora se nos da en esa especie de satori  que nos lo ilumina en un  reconocer que - como en la teoría de la anamnesis platónica-  es recordar  más que saber: es, pues, deslumbramiento, sí,  pero también memoria . Lo que Juan Ramón Jiménez vio en el mar no era, pues,   una etimología - que, por lo demás, no creo que le interesara- sino lo que éste para él significaba: un camino, sí, que lo llevaba tanto hacia el AMOR (Zenobia, en este caso, que elimina y borra todas las amadas y amantes anteriores, fueran reales o imaginarias[25]) como hacia la OBRA, iniciada aquí con este  giro que marca el inicio no sólo de una segunda - y ya definitiva-  etapa de su vida sino también el comienzo de la segunda etapa de su escritura : la que se extiende de 1916 a 1936 y que, aunque las  incorpora y asume, borra también todas las anteriores. De manera que ambos inicios resultan solidarios y correlativos: Zenobia – y ya no su familia o , lo que es lo mismo : Moguer, su madre y sus hermanos[26]- es el fundamento de su vida; y el mar – como símbolo de continuo cambio y permanencia del ser en su constante devenir- va a ser el espejo y ejemplo de su OBRA. El mar sale del mar y me  hace doblemente claro-dice-  al tiempo que la composición XXXIV- en la que también se alude al símbolo que, como dijimos[27] antes,  sintetiza y define su poesía primera: el jardín-  se refiere a éste como algo ya dejado atrás y superado: Se me ha quedado el cielo/ en la tierra, con todo lo aprendido,/cantando allí. /Por el mar este /he salido a otro cielo, más vacío/ e ilimitado como el mar, con otro/ nombre que todavía/ no es mío como es suyo…/ Igual que, cuando/adolescente, entré una tarde/ a otras estancias de la casa mía/-tan mía como el mundo-/, y dejé, allá junto al jardín azul y blanco,/ mi cuarto de juguetes, solo/como yo, y triste…Este poema es muy significativo del cambio que se ha operado en él :lo que llama cielo – y que hay que entender, creo, como creación o estímulo creativo-  se le ha quedado en  la tierra  con todo lo aprendido – esto es : su poesía anterior también-  y es esta nueva  visión del mar la que ahora  le lleva  a otro cielo, más vacío –dice- e ilimitado como el mar, con otro  /nombre que todavía /no es mío como es  suyo. Es evidente que ese cielo vacío  corresponde a la desnudez que, en esta nueva etapa de su obra, es el ideal estético que su creación persigue y para el que todavía no ha encontrado el cauce apropiado. De ahí, pues,  que aparezca con otro/ nombre que todavía/ no es mío como es suyo…: es decir,  con y bajo un nombre que no sabe y que, por eso, aún está buscando. Y lo explica con un símil que recoge el símbolo de su poesía primera - el jardín- asociado a un recuerdo concreto de su rito de paso de la infancia a la adolescencia: cuando dejó, allá, junto al jardín azul y blanco, su cuarto de juguetes, solo como él, y triste. Esa soledad y tristeza del cuarto de juguetes de su infancia vino  impuesta por su entrada  en la adolescencia: antes no era así sino que el poeta lo recordaba junto al jardín azul y blanco, que se convertirá después en el jardín espiritual y eterno de la serie La frente pensativa (1911-1912) y  antes en los Jardines galantes, místicos y dolientes  que informarán y conformarán su libro Jardines Lejanos (1904). De modo que podría decirse que Juan Ramón en Diario… sustituye el símbolo del jardín, tan presente en toda su obra anterior, por el del mar, que es el que así de manera total e imperiosa  ahora se le impone[28]. Convine recordar aquí una interesante observación metodológica, hecha por Paul R. Olson[29], según el cual “para ver el símbolo como una verdadera entidad estética dentro de la poesía de Juan Ramón, debemos mirar más allá de los significados genéricos para considerar la forma específica en que   se integra dentro de la estructura total de un determinado poema”. Esta sustitución del jardín anterior por el mar de ahora no ha de verse como fruto del azar o del capricho  del poeta sino como  directa  consecuencia  del método y del sistema que ahora Juan Ramón aplica a su escritura y de la cosmovisión que como tal entraña: lo explica muy bien su composición LXXIX, escrita en Nueva York el 27 de marzo, y en la que  claramente lo expone (¡Guirnalda cotidiana de mi vida,/ reverdecida siempre por el método!/ ¡Qué trabajo tan fácil y tan dulce/ para un estado eterno! /…¡Qué trabajo tan largo-dices tú-/ para sólo un momento).Casi dos meses antes el lenguaje se le resistía, como puede verse en la composición XXXVIII, escrita el 4 de febrero :¡Nada! La palabra, aquí, encuentra/ hoy, para mí, su sitio,/como un cadáver de palabra/ que se tendiera en su sepulcro/ natural. ¡Nada!  Ahora no: ahora el mar y el amor se aúnan  y son uno del otro,   recíprocos, si es que no son sinónimos. Así hay que interpretar -creo-  el hilo conductor que, sin contener ninguna de estas dos palabras, conecta la composición I (¡Qué cerca ya del alma/lo que está tan inmensamente lejos/ de las manos aún!  y ese se hace la vida/por dentro, con la luz inextinguible/de un día deleitoso/ que brilla en otra parte   con  ese ¡Oh, qué dulce, qué dulce/ verdad sin realidad aún, qué dulce! ,que remiten directamente a la amada lejana, pero también a la poesía, entrevista aquí como verdad sin realidad aún) y  ese contraespejo del mar, que es el cielo de la composición XLIII (Te tenía olvidado,/cielo, y no eras/más que un vago existir de luz/visto – sin nombre- / por mis cansados ojos indolentes./ Y aparecías, entre las palabras del viajero/ como en breves lagunas repetidas/ de un paisaje de agua visto en sueños…/ Hoy te he mirado lentamente,/ y te has ido elevando hasta tu nombre). El mar verdadero es por el que - como en la composición LII, “Niño en el mar”- va hacia el amor: ese es el mar que sale del mar  y  lo  hace doblemente claro.  AMOR y MAR aquí van de consuno y ambos logran que todo  se eleve hasta su nombre. Juan Ramón ensaya y alcanza aquí una nueva manera de mirar, que se traduce en una nueva manera de nombrar, nominar y  dar nombres: o - mejor- de dar con los nombres que lo sean y lo puedan ser. De ahí su búsqueda de nombres. Ramón Gómez de la Serna[30], con el tono lúdico  y el hallazgo lingüístico que siempre lo acompañan, escribió que Juan Ramón  veía “como dos poetas, con dos visiones distintas: la del ojo prismático y la del ojo normal. Cuando la realidad no sea muy práctica entornará el ojo que ve las cosas como son de verdad, y cuando la realidad merezca mirarse tal cual es, entornará el ojo cubista, arlequinesco, kaleidoscópico, polifacético, multicolor y cromático como él solo”. Gracias a esa mirada doble, el temor y la angustia -que el mar le producía antes-  se transforman en serenidad del alma  ahora en la proa alta / que abre en dos platas el azul profundo/ bajando al fondo o ascendiendo al cielo. Juan Ramón encuentra así su modo de decir, y en uno de los poemas en prosa del libro[31], fechado el 3 de mayo de 1916,  nos lo aclara: no se trata de decir cosas chocantes como puede creer cualquier poeta del Ateneo de Madrid o del Club de Autores de Nueva York, sino de decir la verdad sencillamente, la mayor verdad y del modo  más claro posible y más directo. Este cambio en la manera de decir, que afecta a la expresión misma, es una de las novedades que el Diario…aporta, pero no la única: hay más y todas ellas, muy, pero que muy diversas.  La  aparente pero compleja sencillez  es, desde luego, una de ellas. Ahora bien,  como dice Antonio Sánchez Barbudo[32], “muchos poemas  parecen cosa muy sencilla, algo simplemente hablado, dicho; pero leídos con atención no resultan tan sencillos”, porque, aunque  sus “elementos son simples”, “su ordenación no lo es”. Y es que - como este estudioso y gran especialista en  y de la obra juanramoniana indica[33]-  el Diario… “es un ejercicio  de autenticidad, de sinceridad y de precisión”. Y lo mismo viene a decir otro estudioso, David Pujante[34], al advertir que el cambio profundo y fundamental ,que la obra de Juan Ramón en este libro experimenta, no se limita a  los detalles -los paréntesis o  la ortografía simplificada, que son sólo síntomas de su “afianzamiento en el decir personal”-  sino que afecta  al “plano del macrocomponente”, que es  donde “la personal visión del mundo del poeta”  se traduce y transparenta, confiriendo orden y  unidad “al aparente caos del Diario de un poeta recién casado”. Esto es lo que la crítica de  Julio Casares no  quiso o no pudo entender y  que no entendió: que el poeta, una vez dueño de su propio lenguaje y de su propio mundo, “se lanza a expresar su interioridad”[35]. Lo que explica  lo que Pujante llama “la improvisación de factura en el desaliñado fluir de sensaciones”, indicando, además, que “la sintaxis del verso no varía esencialmente a lo largo de la obra juanramoniana” y que donde su evolución poética más se hace patente y manifiesta es “en la sintaxis macrocomposicional”[36].  De manera que podría decirse que los “recursos empleados en la organización de superficie perduran en toda la obra”[37] y  que  es la lengua poética juanramoniana la que va adquiriendo cada vez más  y mayores  y más nuevos niveles de significación. El Diario… no supone un abandono de  todos los anteriores recursos expresivos, ni siquiera una atenuación: sigue utilizando la doble o triple adjetivación; mantiene la elipsis de los verbos y  las estructuras fono-rítmicas de su obra anterior;  no renuncia  a las acumulaciones  ni a las construcciones paralelísticas ni al isocolon ni a las aposiciones explicativas[38] ; y adelanta ya el uso de la similicadencia[39], que luego, en Animal de fondo, tan  productivo le resultará.  Y esta – claro- es la pregunta: ¿qué es  lo que cambia entonces y hace nuevo este discurso de Juan Ramón? La respuesta no es fácil: lo que cambia es el concepto mismo de obra porque cambia el concepto mismo de persona. Lo que cambia, pues, es el yo del libro porque cambia también el yo de Juan Ramón.   Eso  es lo que el poeta viene a decir en el poema en prosa titulado “Llegada Ideal”  (LIV), dedicado al pintor Joaquín Sorolla,  cuando afirma: Sí, somos la verdad, la belleza, la estrofa eterna que perdura, cogida con la rima, en el centro más bello y entrevisto de una poesía eterna que conocemos siempre, y que siempre estamos esperando, nueva, conocer - ¿el segundo cuarteto de un puro soneto marino?-. ¿Dónde estamos? ¿De qué tiempo somos? ¿De qué novela hemos salido? ¿Somos una estampa? ¿Llegamos?  Y en el  que termina, admitiendo  nada menos que la imposibilidad de escribir: El papel se me cae… Ya no sé escribir. El cambio, pues, es producto de un cataclismo interior: de una conmoción porque  el verso como tal - el verso, entendido como antes lo entendió- ya no le sirve, como no le sirve tampoco su propio yo, que ahora se transforma en otro, como también su obra será otra, y como también lo serán su idea del poema y su vivencia  del amor.  Juan Ramón decía[40] que con el Diario empieza también el simbolismo moderno en la poesía española, y no le faltaba razón: Pujante[41] ha explicado muy bien cómo en y con el Diario  Juan Ramón “pasa a un simbolismo personal, absolutamente subjetivo” y “ambiguo”.  Y ese cambio se objetiva en la idea de renovación de naturaleza, cuerpo, creación  y espíritu  asociada a la primavera, palabra ésta recurrente en el libro no sólo como sustantivo sino también en sus formaciones adjetivas: la primavera simboliza aquí la idea de cambio, pero también – y, sobre todo-  la de resurrección. Diario de poeta y mar o Diario de un poeta recién casado  es – por decirlo con el título del libro de otro poeta: Luis Rosales- el Diario de una resurrección- de una resurrección múltiple: del yo del poeta, del amor, de la creación, de la poesía, del libro. De todo eso, separado y junto,  a la vez.  Lo que explica también el  sentido del libro  como viaje, pues el mar - que lo conduce hacia el amor tanto como al principio lo separa- se le presenta como un contrapunto del cielo, y uno y otro, el mar y el cielo, como partes contrapuestas de la creación. Si la vida para el cristiano es el recorrido que ha de hacer por el espacio y el tiempo de la tierra para llegar a  su unión con Dios, el viaje es para Juan Ramón el recorrido  que ha de hacer tanto para llegar hasta Zenobia como para llegar hasta sí mismo y hasta su propia creación[42]. Ese – y no otro- me parece el sentido del Diario… Pero – claro- hay otras muchas otras cosas que nos quedan por explicar aquí, y una de ellas es la de esa mezcla de verso y prosa[43] que recorre el Diario… y que, a veces,  no siempre, produce lo que él llama “Sensaciones desagradables” y cuya  desacertada formulación - acorde, por otra parte, con aquello a lo que el texto alude-  ha sido explicada por  la crítica[44]  como consecuencia  del desajuste derivado  de la falta de  correspondencia entre el retoricismo estructural del tono  y los humorismos y coloquialismos empleados. No estoy muy seguro de que esto sea así, pues los poemas en prosa que atraviesan y recorren el libro son, todos ellos, de muy variada naturaleza y, por ello, de muy rara o, cuando menos, muy difícil unidad. Sánchez Barbudo[45] indica que el Diario “anota impresiones de muy diverso carácter”, advirtiendo que la alternancia en él de verso y prosa puede  explicarse del siguiente modo:  que “el verso, aunque sea el verso libre” se emplea aquí  “para expresar lo más íntimo e intenso, lo más propiamente lírico”,  y  la prosa, en cambio,  “para  descripciones más anecdóticas  e impresiones más superficiales”, aunque  a veces  se mezclan  “en una misma prosa partes líricas con otras más banales”. Reconoce que  “hay algunas prosas  que por su tema  y la emoción que contienen, por su belleza, son propiamente prosa líricas” y  presta atención al lugar y posición  que en el libro ocupan: las que aparecen al final del libro – dice- “son de  muy diferente carácter, calidad y tono”, y las de la tercera sección del libro puede considerarse “apuntes de viajero”, mientras que otras recogen recuerdos y son, por ello, narrativas,  y no faltan las que anuncian ya lo que serán sus “caricaturas líricas”  después.  El Diario… contiene, pues, tanto al Juan Ramón anterior[46] - quintaesenciado y despojado ya  de jardines, de yerbas y hojarascas-  como al futuro, demostrando así la firme creencia de su autor de que un libro debe contener tanto todo lo anterior como lo siguiente[47]. Pero el Diario… supone también una crisis del  verso tal y como lo concebía hasta entonces Juan Ramón, quien ahora comprende que el ritmo poético  es más determinante que el metro y que la rima[48] y, sin renunciar a ésta ni a  la disposición estrófica de muchas de sus composiciones,  apuesta por el verso libre, el más presente en el libro y al que su ideal de poesía desnuda va a ajustarse más. Para ello -como demostró Navarro Tomás[49]- el poeta “prescindió del metro  alejandrino que antes había cultivado tan intensamente, y del soneto que había usado como forma única en uno de sus libros. Pero en ningún momento, ni aun en el periodo en que hizo mayor uso del verso libre, dejó de utilizar en un amplio género de composiciones la rima asonante o consonante y los metros regulares de once, nueve y ocho sílabas o de medidas menores” : en el Diario “las composiciones con rima  asonante representan el 38 por ciento”. Lo que sí hace Juan Ramón, y mucho, además de cultivar  el verso libre, “de medida fluctuante” y “sin sujeción de rima ni estrofa”  - sobre todo, a partir del Diario…-  es   practicar una sistemática  fragmentación  del endecasílabo, que ,si bien atomiza y destaca las palabras,  “no impide que el verso mantenga su unidad rítmica”. La necesidad de convertir “realidades externas  en productos poéticos”[50]  se le impone y, con ello, un intenso proceso de condensación lingüística y lírica, que da como resultado una poesía  abstracta[51] o conceptual,  de las dos maneras la llama, a la que el mismo Juan Ramón[52] se refiere, al arremeter contra lo que considera El error de tanta “escuela” moderna retórica contra la poesía directiva, que, según él consiste, en creer que la creación concierne a lo descriptivo y no a lo conceptual, que es su reino. Su método está claro y él lo detalla así, cuando habla de los dos dinamismos[53] de la escritura poética: el del que monta  una fuerza y libre y se va con ella en suelto galope ciego; y el del que coje (sic) esa fuerza, se hace con ella, la envuelve, la circunda, la fija, la redondea, la domina. El mío- dice- es el segundo. Diario…, pues, obedece a este segundo dinamismo, dentro del que se inscribe y bajo  el cual  escribe. Por eso Juan Ramón dice que es el libro que quería escribir, desde sus comienzos, que significa una total renovación de su poesía, que lo considera su mejor libro y que es -y así lo llama-  un libro de descubrimientos[54]. Lo que, sin duda alguna, es. Y pone, al frente del libro, lo que podemos interpretar como su poética- la de Juan Ramón y la del libro-  fechada en Madrid el 3 de septiembre de 1916[55]: No el ansia de color exótico, ni el afán de “necesarias” novedades. La que viaja, siempre que viajo, es mi alma, entre almas. Ni más nuevo, al ir, ni más lejos; más hondo. La depuración constante de lo mismo, sentido en la igualdad eterna que ata por dentro lo diverso en un racimo de armonías sin fin y de reinternación permanente, ya  que lo que en la tarde total da la belleza es el latido íntimo de la caída idéntica, no el variado espectáculo externo ; la exactitud del latido. Porque El corazón, si existe, es siempre igual, y el silencio, verdadera lengua universal ¡y de oro!, es el mismo en todas partes. Por eso lo que   En este álbum de poeta copia, en leves notas, una veces con color solo, otras sólo con pensamiento, otras con luz sola, siempre frenético de emoción, son  las islas que la entraña prima y una del  mundo del instante subía a su alma, alma de viajero, atada al centro de lo único por un hilo elástico de gracia… Lo integran, pues, composiciones  que son hijas del instante y en cuya escritura  las fronteras tradicionales entre  el verso y la prosa desaparecen[56] porque - como el 7 de junio de 1919  le escribe a Manuel B. Cossío[57]-  su intento e impulso  no es otro que simbolizar – hacer permanente- la emoción- lo pasajero-. Eternizar (…) la hermosura momentánea. De ahí  que  su ritmo – el del libro-  sea el  del oleaje[58]; y que  la fractura del mar en  las olas parezca ser lo que inspira la ruptura de la frase hecha. Su desconocimiento del inglés le fuerza a conocer las cosas al nombrarlas y, además de muchos anglicismos, como ya habían  hecho Rubén y otros modernistas,  introduce en sus poemas, además de citas y textos  de otros poetas, que toma como préstamo[59],    la técnica del collage, consistente en   insertar “en un texto poético – en verso o en prosa-  un letrero, un anuncio publicitario, una noticia de periódico”[60] : es decir, “algo que no fue escrito con fines estéticos” pero que, al ser incluido en el poema, los tendrá. De ello  hay en Diario… algunas y significativas muestras: las composiciones LXXX, CCXXXII, CCXXXVIII, CCXL y CCXLII, entre otras. Necesita elevarse al ser desde las cosas y, para ellos, necesita elevar las cosas a su nombre para que éstos, en la Obra, lo eleven a él.

 La poética de Juan Ramón ha ido configurándose diacrónicamente hasta alcanzar en Diario de poeta y mar su versión casi definitiva: la que, en la carta dirigida “Al Señor  Don…”, que no está fechada, dice[61] : Creo que la esencia de la poesía debe ser lo eterno, lo universal, y el lenguaje el mismo que hablamos[62]. Y, en otra, a Manuel García Morente, fechada en Madrid en diciembre de 1919,  le expone su concepto de sencillez y de espontaneidad, dos de los rasgos distintivos de la poética de su Diario…, publicado unos años antes: ¿Qué es, entonces, sencillez y qué espontaneidad? Sencillo, entiendo que es lo conseguido con los menos elementos; espontáneo, lo creado sin “esfuerzo”. Pero es que  –advierte- lo bello conseguido con los menos elementos sólo puede ser fruto de plenitud, y lo espontáneo de un espíritu cultivado no puede ser más que lo perfecto. Y unas líneas más adelante  concluye: la perfección, en arte, es la espontaneidad, la sencillez del espíritu cultivado. Y, sobre la tan debatida cuestión del verso y de la prosa, tal como él la concibe, no tienen desperdicio estas líneas - por desgracia, también sin datar-   que, sobre el mismo tema, dirige a Antonio Machado: La perfección de la forma artística  no está en la esaltación (sic) sino en su desaparición, no en hacer una prosa mala o desaliñada  sino en hacerla tan buena que parezca que no existe[63]. Se comprende, pues, que, en otra[64], escrita el 27 de septiembre de 1924 a Ernst Robert Curtius, le explique que considera toda su propia obra anterior sólo material poético para la Obra  definitiva que piensa empezar a publicar en hojas  sueltas, pues ,de modo informe, existe ya toda. Lo que está ya muy cerca de lo que le escribirá a José Revueltas el 12  de julio de 1943[65]: Yo no creo -le dice-  en la perfección, creería en “la perfección sucesiva imposible”, como en “la posible sucesiva imperfección”, pero reconoce que le gusta el orden, el orden anterior y posterior a la creación, porque, para él, Ordenar no es terminar; es empezar. Y su Obra, anterior y posterior al Diario… nunca deja de ser un mar  siempre recomenzado.

Gilbert Azam[66]  interpretó el Diario… como el producto de una crisis personal, sufrida por Juan Ramón en el momento en que ha de dar su paso hacia la madurez y aceptar así, con su matrimonio,  la condición de adulto. Crisis que  supone una tensión entre la sujeción al cuadro familiar durante  su infancia y adolescencia y el impulso, en su madurez,  hacia la plenitud del amor y de la independencia[67]. Lo que, a  su vez, genera, otra  crisis - ésta de creación-  que se traduce no tanto en el  radical abandono de sus antiguas formas poéticas como en la transformación de las mismas  y en una renovación de su idea y realidad del yo y de su idea y realidad del libro. Lo que convierte al Diario… en una aventura personal e intelectual a la vez, articulada en forma de viaje espiritual y que se presenta regida por la disonancia: así  lo indeterminado es descrito con términos determinantes; lo complejo, como si fuera  sencillo y simple; lo abstracto, mediante fórmulas mágicas; lo  arbitrario y subjetivo, con  giros rigurosos; lo invisible, con fragmentos de imágenes sensibles o con metáforas que obedecen  a las leyes de la  disonancia y  de la paradoja. Todo lo cual hace que Juan Ramón deje de ser un poeta modernista, como era,  para convertirse en un poeta moderno, como en este libro – y para siempre - ya  lo es[68]. 

A lo largo del viaje, el mar va adquiriendo connotaciones positivas, que contrastan con las negativas que recibía  en  la segunda sección del libro y que provocan en el sujeto la sugestión  del  agua humanizada.  El yo del poeta lleva a cabo un intenso proceso de introspección, que da significado metafísico a la búsqueda e investigación poética[69].   Lo que el poeta ahora  pretende  conseguir es la perfección mediante la palabra más sencilla, que es también la más exacta, a lo que contribuyen tanto  la riqueza de la paleta cromática de su  vocabulario como la técnica impresionista aprendida en su periodo como pintor[70].

Lo que se llama evolución no ha sido otra cosa que un proceso de eliminación de tópicos[71]: de lugares comunes, que se interponían entre la realidad y el poema,  entre  el objeto y la palabra.  En eso consiste su decidido desnudamiento: en la eliminación de todo convencionalismo poético. Lo que explica la reducción del uso de la rima, la fragmentación del endecasílabo y  la mezcla del verso y de la prosa. Como el mismo Juan Ramón[72] confiesa - y Jaime Gil de Biedma, sin citarlo y modificándolo un poco, repetirá después  también[73]-  lo que quiere es  ser Poesía y no poeta. La  denominada disonancia  [74]del Diario… “no es sólo entre la inteligencia y la sensibilidad”: lo es también entre dos concepciones míticas del yo. El conflicto y la tensión se resuelven en las seis últimas composiciones de la sección IV, en las que las exclamaciones, allí tan abundantes como los signos gráficos que las anotan, indican que el poeta ha redefinido su relación con el mundo, al integrar en su interior la experiencia del mar y del amor[75].  En este  viaje del alma - que así es como lo presenta Juan Ramón-  el drama de las dos fuerzas enfrentadas - que  “se proyecta  sobre el íntimo paisaje espiritual”-  se objetiva  “en una organización expresiva de los registros de base de las imágenes, cuyas significaciones”, al adquirir un carácter definido, “se convierten en símbolos”[76]. La dialéctica de esa dualidad se hace patente en  los dos registros de base de las imágenes, a los que se ha aludido antes y que son: el que expresa  la vinculación del sujeto con Moguer  y todas las obsesiones de su infancia; y el   que expresa el deseo de amor en su vida y de renovación en su yo y en su obra. Lo que convierte al Diario… en un libro metafísico, cuyo drama es la identidad,  y sus  protagonistas, el  amor, el cielo y  el mar. De ahí la complejidad de su difuso simbolismo y la perfección de su lenguaje, que remite los símbolos unos  a otros y los enlaza entre sí, creando con ellos un sistema en el que cada poema se explica por relación a todo el conjunto, y éste por las relaciones que los distintos poemas establecen entre sí[77] . De ahí también que el Diario…pueda ser visto como un solo  poema largo, al que algunos consideran como un exponente avant la lettre de la deshumanización del arte descrita por Ortega y Gasset, y que otros admiren en él  su lirismo ontológico. El Diario…juanramoniano  ocupa un lugar central en  todo su sistema porque crea no sólo unas nuevas formas poéticas sino que genera también un nuevo tipo de lector: el que representan los poetas de  la generación del 27, que partirán de él[78]. Y no sería exagerado decir que casi todo lo mejor que  en el pasado Siglo XX se ha escrito en español de América y de España procede de este libro y de este autor. Sin Juan Ramón y sin su Diario… estaríamos todavía en la inopia, abandonados a nuestra secular pereza intelectual.

 


[1] Cf. E. Panofsky, “Albrecht Dürer and Classical Antiquity”, Meaning the Visual Arts, Nueva York, 1955, p. 278.

[2] Cf. J. Ortega y Gasset, Obras Completas, III, Madrid, 1950, p. 199.

[3] Cf. J.R. Morales, “La disidencia del escritor. Una premeditación”, Obras Completas, 2 : Ensayos, edición, prólogo y notas de Manuel Aznar Soler , Valencia, 2012, p. 56

[4] Cf. loc. cit. en nota anterior, “El Quijote, la lectura y la escritura”, p. 81.

[5] Me atengo a la edición utilizada, que es la  segunda edición de Juan Ramón Jiménez, Diario de poeta  y mar, Editorial Losada, Buenos Aires, 1957, según consta en el índice: cf. pp. 183-188.

[6]  Cf. José Juan Tablada, Obras.I-Poesía, recopilación, edición y prólogo de Héctor Valdés, Universidad Autónoma de México, Centro de Estudios Literarios, México 1971, pp.  327-328 y la nota de la página 624, en la que se explica que fue el  Abate González  de Mendoza quien sugirió a Tablada el título de  “Quinta Avenida”. Los poemas a los que me refiero son éste y el titulado “Lawn Tennis” y “Flirt”, recogidos en su libro Al sol y bajo la luna, con prólogo de Leopoldo Lugones , portada de Jorge Enciso y kalograma de Torres Palomar, México-París , Librería de la Viuda de CH. Bouret, 1918, que recoge poemas de Tablada publicados mucho antes en 1901, 1902 ,1903, 1904, 1906,  en Revista Moderna ; en 1904 y 1905 en Revista Moderna de México  y El Mundo Ilustrado , así como el titulado “Luna Galante” (loc. cit. pp. 312-313) fechado en  Nueva York en 1916.

[7] Cf. H. S. Stevens, “Emily Dickinson y Juan Ramón Jiménez”, Cuadernos Hispanoamericanos, 166 (octubre 1963), pp. 29-49; B. Gicovate, La poesía de Juan Ramón Jiménez. Obra en marcha, Barcelona, 1973, pp. 105-147; y  C. Pérez Romero, Juan Ramón Jiménez y la poesía anglosajona, prólogo de Howard T. Young, segunda edición,  corregida y ampliada, Universidad de Extremadura, Madrid, 1992, pp. 151-156.

[8] Cf. J.D. Pujante, De lo literario a lo poético en Juan Ramón Jiménez, Universidad de Murcia, Murcia, 1988, p. 145, para quien “Con el Diario de un poeta recién casado Juan Ramón Jiménez se muestra ya él mismo y él plenamente, por lo que se puede decir que da entrada a la conocida como segunda época juanramoniana”.

[9] El propio Juan Ramón así lo reconoce en su carta a  Luis Cernuda, fechada en Washington en julio de 1943:cf. Juan Ramón Jiménez Cartas. Antología, edición de Francisco Garfias, Madrid, 1992, p. 233: Se escribió que el Diario era un segundo primer libro mío. La coincidencia de amor y mar grande, América, obró el prodijio (sic). El oleaje, la comunicación de cielo y mar, la nube, les dio  a mi  sentimiento y a mi pensamiento libres mi verso desnudo (como en 1901, la nostaljia (sic) de España desde Francia , me volvió el octosílabo y la canción, después de los dos primeros abortos poéticos míos “modernistas” .

[10] Cf.  Juan Ramón Jiménez (Cartas,  p. 222)  escribe el 12 de julio de 1943 a José Revueltas lo siguiente: Los que me conocen saben bien que yo soy un descontento de mi escritura sucesiva más o menos poética, y esto no es un decir propio o ajeno: yo lo demuestro cada día con mis revisiones y cambios. Jaime Gil de Biedma (cf. Jaime Gil de Biedma. Conversaciones, edición y prólogo de Javier Pérez Escohotado, El Aleph,  Barcelona, 2002, pp. 256-257) dice que “un buen poema tiene que estar enraizado en el momento en que se concibió y a la vez transcenderlo” y, en este sentido, critica con razón  “el ejemplo de Juan Ramón y sus lamentables esfuerzos por lo que él llamaba revivir sus poemas modernistas. Lo que él intentaba era quitarles a esos poemas su hojarasca modernista, pero sin darse cuenta de que, así, también les quitaba su emoción modernista para no poner en su lugar ninguna otra, convirtiéndolos en poemas pasterurizados, ni de ayer ni de hoy ni de mañana. Y la literatura no puede instalarse en esa especie de limbo histórico, sino insertarse en una tradición y un momento determinados”. Pero esta dura y objetiva observación no le impide reconocer (cf. loc. cit. p. 115) que lo que se entiende por verso libre  “es un tipo de verso que en literatura castellana fue usada por primera vez en forma consciente y deliberada por Juan Ramón Jiménez en Diario de un poeta recién casado”, especificando que se trata de “un verso más o menos libre”, que está “dentro de lo que suele llamarse el rimo endecasilábico” y cuya “unidad formal”  es endecasílaba.

[11] Gilbert Azam, L’Oeuvre de J.R. Jiménez. Continuité  et renouveau de la poésie lyrique espagnole,  Lille-Paris, 1980, p. 351. 

[12] Cf. A. González, Juan Ramón Jiménez.Estudio, Madrid, 1973, pp.29-30.

[13] Cf. loc. cit. p. 146.

[14] Cf. P. Valéry, “Lettre sur Mallarmé », Œuvres I, Paris, 1968, pp. 633 y ss.

[15] Cf. Pujante, loc. cit. p. 147.

[16] Cf. R. Gullón, Conversaciones con Juan Ramón, Madrid, 1958, pp. 83-84.

[17] Recuérdese que el mismo Juan Ramón dice- cf. Gullón, loc. cit. supra, pp. 90 y 120-  que “la mitad de la poesía moderna, en España, viene del Diario “.

[18] Así lo llama Pedro A. González Moreno, La musa a la deriva, Salamanca, 2016, p. 214.

[19] Cf. J. Casares, Crítica efímera, Madrid, 1962, pp. 39-40 y Pujante, loc. cit. supra, pp. 154-155.

[20] Cf. I. Solís, “Diario de un poeta recién casado”, Polytechnicum. Páginas de cultura general, Murcia, Año X, nº 114 , junio de 1917 (=  Aurora de Albornoz (ed.), Juan Ramón Jiménez, Madrid, 1980, pp. 120-121.

[21] Cf. J. Ferrater Mora, El ser y el sentido, Madrid, 1967, p. 281.

[22] Cf.  “A los nobles poetas que en una noche de primavera de Sevilla, se congregaron en honra mía, balo los palios ideales de Apolo”, apud Juan Ramón Jiménez, La frente pensativa (1911-1912) (Cuatro poemas inéditos), Colección  La Borrachería, nº 12, Zamora, abril de 2001.

[23] Cf. A. Sánchez Barbudo, La obra poética de Juan Ramón Jiménez, Fundación Juan March, Madrid, 1981, pp. 49-50.

[24] Cf. A. Ernout y A. Meillet, Dictionnaire étymologique de la langue latine. Histoire des mots, Paris, 1967, p. 521, s.v. pons, pontis, así como para la especialización del sentido en latín, E. Benveniste, Word 10 (1954), pp. 256 ss.

[25] Para las amantes, amadas y enamoramientos de Juan Ramón, anteriores a Zenobia, cf. I. Prat,  El muchacho despatriado. Juan Ramón Jiménez en Francia (1901), Madrid, 1986 y  la destinataria de los cuatro poemas que conforman la serie titulada “Amor doliente”, Victoriana, la “enigmática mujer”, de la que- como dice José Luis Puerto en su nota introductoria a la edición de La fuente pensativa- “aún nada sabemos y a la que aluden estos versos de amor doliente y sensitivo”.

[26] Cf. la composición XIII: Moguer. Madre y hermanos y XXXV “Nocturno”, y el comentario de M. E. Predmore, La poesía hermética de Juan Ramón Jiménez, Madrid, 1973, p. 32.

[27] Cf. lo señalado antes en la nota 17.

[28] Gilbert Azam, L’Oeuvre de J.R. Jiménez. Continuité  et renouveau de la poésie lyrique espagnole,  p. 312  habla de « La double révélation que Jiménez a eue au cours de son périple, celle de l’amour et celle de la mer, en lui apportant une expérience métaphysique de l’être, l’installe en quelque sorte dans l’éternité ».Sobre estos dos símbolos – el jardín y el mar- cf. la siguiente declaración de Juan Ramón (Cartas, p. 75 ): (…) España no es sólo Castilla.  Los meridionales somos  fenicios, griegos, romanos, árabes, y lo pardo de la meseta central  no nos invade dle mismo modo que los jardines y el mar

[29] Cf. P.R. Olson, “Tiempo y esencia en un símbolo de Juan Ramón Jiménez” MLN, 78 , nº2 (1963)  (= Aurora de Albornoz (ed.), Juan Ramón Jiménez, Madrid, 1980, p.272).

[30] Cf. R. Gómez de la Serna, El alba y otras cosas, Madrid, 1923, pp. 147-149 : cito por Aurora de Albornoz (ed.), Juan Ramón Jiménez, Madrid, 1980, p. 37.

[31] Cf. composición CXXX: “ME SIENTO AZUL”.

[32] Cf. loc. cit. supra, p. 47.

[33] Cf. loc. cit. supra, p.  46.

[34] Cf. loc. cit. supra, p. 147.

[35] Cf. Pujante, loc. cit. supra, p. 148.

[36] Cf. Pujante, loc. cit. supra, p. 149.

[37] Cf. Pujante, loc. cit. supra, p. 152.

[38] Cf. Pujante, loc. cit. supra, p. 162.

[39] Cf. Pujante, loc. cit. supra, p. 166.

[40] Cf. Gullón,  Conversaciones…, p. 93.

[41] Cf. loc. cit. p. 174.

[42] W. H. Auden, Iconografía romántica del mar, traducción de Ignacio Quirarte, Universidad Autónoma de México, México 1996, p. 19, en nota explica cómo  la concepción cristiana del tiempo como una creación divina “hizo del viaje o el peregrinaje un símbolo natural para la vida espiritual”, pero advierte que “el peregrinaje del alma piadosa  jamás se simboliza en la literatura cristiana más antigua  como un viaje a través del mar”.  En el caso de Juan Ramón el tratamiento dado al mar en este libro es más panteísta que cristiano. Lo que resulta coherente con todo su modo de pensar.

[43] Recuerdes que para Juan Ramón - como explicita en carta a  Sofía Arzarello (cf. Cartas, p. 214) – Lo escrito en prosa siempre es poesía, punto éste en que coincide no poco con lo dicho por Valle-Inclán.

[44] Cf.  Pujante, loc. cit. supra, p. 161 y  Sánchez Barbudo, p. 54.

[45] Cf. loc. cit. p. 53.

[46]  Cf. A. de Albornoz, El Juan Ramón de Aurora de Albornoz, edición de Fanny Rubio, Madrid, 2008,p. 97.

[47] Cf. Juan Ramón Jiménez, Prosas Críticas, edición de Pilar Gómez Bedate, Madrid, 1981, p. 237 : un poeta debe significar todo el pasado y todo el porvenir.  Ese es el sentido de la Tradición al que nos hemos referido en el inicio de esta conferencia.

[48] Pujante, loc. cit. p. 161.

[49]  Cf. T. Navarro Tomás, “Juan Ramón Jiménez y la crítica tradicional”, La Torre, XVI, nº 59 (enero—marzo 1968) (=Aurora de Albornoz (ed.), Juan Ramón Jiménez, Madrid, 1980, pp.307-324).

[50] Cf. R. Senabre, “El proceso creador en Juan Ramón”, Papeles de Son Armadans, XXXVIII, nº CXIII (1965) (=Aurora de Albornoz (ed.), Juan Ramón Jiménez,  p. 262).

[51] Cf. Gullón, Conversaciones con Juan Ramón, p. 120.

[52] Cf. Cuadernos de Juan Ramón Jiménez, recopilados por F. Garfias, Madrid, 1960, p. 203.

[53] Ibídem, p. 197.

[54] Gullón, Conversaciones con Juan Ramón, p. 92.

[55] Sobre ella y, en concreto, sobre este texto que abre el Diario…cf.  G. Chiappini,  “Pittura  e poesía nella poetica  di J. R. Jiménez : “Il Diario de un poeta  recién casado, Antinomie Novecentesche II (J.R. Jiménez , F. García Lorca, R. Alberti) Firenze, 2002, pp. 45-64.

[56] Cf. A. de Albornoz, El Juan Ramón de Aurora de Albornoz, p. 96.

[57] Cf. Juan Ramón Jiménez, Cartas. Antología, edición de Francisco Garfias, Madrid, 1992, p.64.

[58] Cf. Gullón, Conversaciones con Juan Ramón, p.84.

[59] Otro punto importante a destacar en el libro y que afecta directamente al cambio en él de la  poética anterior de Juan Ramón es el abandono en 1916 de sus lecturas francesas y su preferencia desde entonces  por las líricas inglesa, irlandesa y norteamericana contemporánea- como le explica a Cernuda en su famosa carta de julio de 1943:cf. Cartas, pp. 234 ss. , donde, además, le dice: En 1916, insisto, vi (como lo hemos vuelto a ver y a demostrar que lo he visto en 1936) que la lírica latina, neoclasicismo grecorromano total, no es, con su tipo escultórico, tan grato a Jorge Guillén, y tan bien resuelto hoy por él, lo mío; que siempre he preferido, en una forma u otra, la lírica de los nortes, concentrada, natural y diaria. Porque, para mí, la lírica no es necesariamente dominical, como para los parnasianos de todos los tiempos, desde Fray Luis de León,  por ejemplo mejor, entre nosotros, hasta los del retorno al soneto. Yo estaba ya por aquellos años demasiado nuancé en formas cerradas, compuestas, demasiado bien compuestas; y los versos de Edward Arlington Robinson, de William Butler Yeats, de Robert Frost, de A.E. , de Francis Thompson, unidos a los anteriores a los anteriores de Whitman, Gerard Manley Hopkins Emily Dickinson, Robert Browning  me  parecieron más directos, más libres, más modernos, unos en su sencillez y otros en su complicación. Lo de Francia, Italia y parte de lo de España e Hispanoamérica se me convirtió en jarabe de pico, y no leí ciertos libros que me eran favoritos. (Entre lo francés que seguí y sigo leyendo con admiración y goce, me refiero a lo contemporáneo, quedaron André Gide, Paul Claudel y Marcel Proust, poetas grandes los tres. Los poetas siguientes que me han interesado más no eran simbolistas. Léger, hoy tan en boga secreta, me parece  un  claudelista valerynizado, de una estética insoportable y falsa).

 

[60] Cf. A. de Albornoz, El Juan Ramón de Aurora de Albornoz, p. 99.

[61] Cf.  Juan Ramón Jiménez, Cartas. Antología, p. 75.

[62] Cf. Lo que indica  George Steiner, Presencias reales, prólogo de Claudio Guillén,  traducción  de  Juan Gabriel López Guix, Madrid, 2017, p. 177: “Más que ser formado o hablado por él, el lenguaje del poema precede y habla al poeta”. Jaime Gil de Biedma, Diarios 1956-1985, edición de Andreu Jaume, Barcelona, 2015  habla de “soñar con un poema que sólo exista en la voz de quien lo dice”.                                               

[63] Lo mismo casi opina Valle-Inclán, quien, en su conversación con Gerardo Diego publicada como parte segunda  de su poética -la primera es La contenida en La lámpara maravillosa (1916)-  no duda en afirmar que “No hay diferencia esencial entre prosa y verso”: cf. G. Diego, Poesía española. Antología (Contemporáneos), Signo, Madrid, 1934, p. 85 (=  G. Diego, Poesía española contemporánea (1901-1934), Madrid, 1968, p. 85).

[64] Juan Ramón Jiménez, Cartas. Antología, p.139.

[65] Juan Ramón Jiménez, Cartas. Antología, p.229.

[66] Cf. loc. cit. p. 311,

[67] Ibídem, p. 320.

[68] He recogido, adaptándola, más que traduciéndolas tal cual, la brillante y precisa explicación dada por Gilbert Azam, loc. cit. p. 325,  a quien  aquí rindo homenaje póstumo.

[69]  Cf. Azam, loc. cit. pp. 334 y 337.

[70] Cf.  como ejemplo de ello, CXXIV, III: Por el ambiente yerran, como viento, colorines que aún no están posados en ninguna parte; CXXIV, IV: Estamos en dos tonos. No hay aún tricromía; CXXIV, VII : Sobre la yerba verdeoro, en que la luz decae y se enfría, verde que no ha igualado la guadaña, oro que el sol complica, nuestras sombras de amor se alargan, en pura esmeralda, hasta un naciente malva, rosa y gris de ramajes y nubes confundidos, que parece la retina del invierno; o CXXIV, IX : Cada vez que se abren los ojos, el paisaje real tiene el valor mismo que el del recuerdo, pintado en la ausencia momentánea del sueño. Juan Ramón  había aprendido en Manet y los impresionistas franceses lo que él mismo - en una carta a Ramón Gómez de la Serna, Cartas,  p. 34- llama una realidad sensualizada.

[71] Cf. Azam, loc. cit. pp. 348-349.

[72] Juan Ramón Jiménez, Crítica paralela, Madrid, 1975; lo mismo  expone en su citada carta a Luis Cernuda (cf. Cartas, p. 237) :Ser uno poesía y no poeta.

[73]  Jaime Gil de Biedma dice que quiere ser poema y no poeta. En el fondo aluden a lo mismo, que es el sueño de todo creador.

[74] Cf. Azam, loc. cit. p. 372.

[75] Cf. Azam, loc. cit. p. 375.

[76] Cf. Azam, loc. cit. p. 377.

[77] Cf. Azam, loc. cit. p. 379.

[78] A ello alude, en cierto modo y sin explicitarlo, Valle-Inclán, cuando en su “Conversación con Gerardo Diego, 1934”, antes citada (cf. supra  nota 62) advierte  que “La poesía actual  - se refiere a la del 27, entonces en pleno auge- se esfuerza por crear el lenguaje de la nueva época. La disgregación de la gramática, el empleo de las imágenes distantes, el juego de las cesuras y silencios, el nuevo escandido, responde a una necesidad de expresión no euclidiana que tendrá que preparar el terreno de la novela futura”.

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