La neurobióloga Joan Wright lleva a cabo
su ponencia científica en el congreso bajo el rótulo de Los nuevos zombis. Las drogas
atacan al cerebro y ralentizan los pensamientos, sobre todo inhiben el
desarrollo de emociones dentro del espectro normal. Esta última palabra resulta
bastante imprecisa en psicología, apunta a cierta conformidad con la regla, al
comportamiento que no se aparta del promedio.
El sujeto de prueba ha sido sometido a
numerosas dosis de alcohol. Acabado el pitcher, solicitará un nuevo schop a la
mesera. Llama a sus contactos del celular, presiente que si no opera dentro de
las convenciones su conducta no será la adecuada. Responden algunos, pero no
concerta una cita. Cancela la cuenta y aborda un taxi en busca de tres gramos
de droga, todavía hay límites dentro de lo irracional.
La doctora recurre a su primera
digresión. La cinematografía aportará un buen punto de partida al mundo de los
zombis, seres cometiendo actos involuntarios que supondrán riesgos importantes
contra la preservación de la civilización. Especímenes que surgen en escenarios
apocalípticos, quizás en respuesta a la sobrepoblación mundial.
El sujeto ha recibido el resultado de
los exámenes serológicos que han salido todos negativos. Dos tazas de café
cargado y el centro de placer requiere retribución. Habrá que celebrar, su
próximo destino será el bar.
Zombis existen en todas las clases
sociales, sujetos en los que el bombardeo de estímulos desencadena conductas
aberrantes reinterpretándolas como actos racionales. Internet será una fuente
de imágenes que actúan de manera silenciosa al interior de los cerebros.
Subsisten la pornografía y la publicidad, lenguajes que enaltecen formas de
vestir o expresarse fuera de la llamada normalidad.
El sujeto no recuerda el camino que lo
condujo al dealer. Luego de la transacción se encamina a abordar un Uber, pero
con sólo probar la droga pierde de inmediato la consciencia, efecto no buscado
y que se hubiera evitado si alguno de sus amigos de Internet le hubieran
respondido.
Las redes sociales validarán esas
conductas perniciosas miles de veces por segundo y van conformando el
pensamiento zombi, forma de estructurar ideas a partir de algoritmos
matemáticos que operan dentro de los motores de búsqueda. Una forma
estandarizada de pasos para llegar a soluciones que maximizan el placer de los
usuarios.
El sujeto deambula sin consciencia por
las calles hasta que reactiva su cerebro. Se encuentra apoyado en una pared y
bebe de un sorbo lo que queda de la petaca de whisky. Queda atrapado en su
cuerpo, la perfecta definición de un zombi.
Lo estándar es contrario al pensamiento
creativo que se produce cuando la mente itera soluciones a conflictos variados.
En el mundo de Internet estas soluciones provienen de un número limitado de
opciones a las cuales el usuario recurrió frecuentemente en el pasado y que
resulta en la paradoja de que todas las vertientes del futuro son determinadas
por el comportamiento de períodos anteriores.
Las primeras veces en que el sujeto
consumió droga simplemente sintió euforia, un exacerbamiento de las capacidades
físicas. Ahora simplemente cae al suelo al tiempo que masca otra dosis de
cocaína. Lo físico ha dado paso a lo mental. El placer experimentado por el
cuerpo obtiene imágenes extraídas de la red. Pornografía, escenas de películas,
con la mente atrapada en el cuerpo, sin opción alguna a generar una idea
original.
La modelación hace que el futuro lejano
sea determinado cada vez por un menor número de variables del futuro cercano.
Las conductas resultantes repetirán los mecanismos del pasado y no
experimentarán el ensayo y error, sino más bien un error continuo.
Al sujeto lo aborda el pánico. Antes
había aplacado el miedo y no le interesaba el entorno. Pero ahora calibra la
situación desde el suelo esperando el momento propicio para levantarse.
El ensayo y error ha sido fundamental en
la evolución del conocimiento humano y denominaremos pensamiento zombi a aquel
que se queda estancado en el pasado e impide el desarrollo de la ciencia.
Deambula nuevamente por calles
desiertas, a la espera de una avenida concurrida. Palpa sus bolsillos y extrae
el celular. Pide un Uber a la ubicación y su cerebro le recuerda opciones del
pasado. Todavía queda dinero y volver a casa resulta demasiado irracional.
El zombi se encuentra atrapado en
recuerdos de antiguas amistades, en la idealización de una expareja, todo
aquello que niega la posibilidad de un futuro.
Carol lo espera en la esquina de
siempre, Caroline es su nombre verdadero. Después de la droga ha recurrido a un
par de viagras. Ejecuta el acto ancestral, pero algo tan mecánico lo paraliza.
Ha vuelto a la carga dos veces y de pronto apoya su cabeza en el vientre de la
mujer.
Por eso las drogas permiten al usuario
acceder al presente, al aquí y ahora disfuncional que le brinda un escape del
pasado, donde persiste el anómalo comportamiento de no imaginar un futuro, ni
siquiera impreciso, simplemente no existen soluciones al cerebro bombardeado
por redes sociales. Un mundo de amigos que no son amigos, de deseos que no son
los propios, de necesidades inalcanzables que deshumanizan continuamente al
sujeto.
Carol siempre insiste en lavarse las
manos. Los preservativos son sagrados, incluso para el sexo oral. Pero todavía
no se ha convertido en prostituta, aunque cobre por sus servicios. Acaricia el
cabello del sujeto de pruebas y bastará ese pequeño instante de cariño para
validar toda la espiral de vicios. Emoción antigua anterior a la era de
Internet, si bien la ha experimentado otras veces, de pronto le permiten
sentirse humano. Cariño se encuentra dentro del espectro normal, contrario a la
euforia o depresión que le generan las redes sociales.
Hoy en día las respuestas se obtienen de
Internet y los datos se dejan de procesar debido a que la información viene
digerida. La droga va apagando las emociones y sólo quedan estos remedos de
satisfacción digital.
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