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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

lunes, 26 de septiembre de 2016

DOS TEXTOS LITERARIOS DE ANÍBAL RICCI



ENLACE CUÁNTICO

El pasado será un sustituto que permita recomponer daños neuronales. He creado una máquina que proyecta mis pensamientos gracias a una mutación cerebral. Traslada objetos al pasado, pero el amor no viaja en el tiempo. La transposición temporal es incapaz de dejar atrás la tristeza. Avanzan los años, sigo cayendo y me enredo en emociones extrañas. Las conversaciones ajenas paulatinamente me están volviendo loco. Si logro transportarme al pasado quizás deje atrás estos pensamientos suicidas. Requiero encontrar una salida lo antes posible. Haré un viaje al futuro y accederé a una infinidad de horizontes alternativos con la esperanza de que no estén contaminados. Si todos esos escenarios fuesen improductivos, un ser superior hará otra transposición temporal para evitar que el sufrimiento contagie nuevas galaxias.

LA MICRO

Voy cruzando el Puente del Arzobispo y escucho el caudal del río bajo mis pies. Mi abrigo negro me permite capear el frío. Estuvimos estudiando estadísticas con Sebastián durante toda la tarde. Cuando llegó la hora de once se nos unió su hermana y conversamos de un montón de películas de Cronenberg. Antes de reanudar Sebastián colocó un VHS de Pink Floyd. Nos quedamos pegados con el Us and Them del Delicate Sound of Thunder. Estaba oscuro cuando divisé un pub del Barrio Bellavista. Roberto Lecaros tocaba jazz junto a su grupo y me sacó inmediatamente de las probabilidades que todavía anidaban mi cabeza. Me gustaba ir solo a los bares cuando juntaba algo de dinero. Voy a tomar la micro en calle Salvador y me doy cuenta que son recién las nueve. Decido volver mis pasos hacia Providencia e ingreso a la estación del tren subterráneo. Vale sesenta pesos, veinte menos que la micro. Me bajo en el Barrio Lastarria y llego justo a la función del Biógrafo. En este cine dan muchas películas francesas. Compro una entrada para una comedia de Patrice Leconte. Muestra a Mathilde y su esposo encerrados día y noche al interior de una peluquería: aparte de su trabajo disfrutan de las danzas árabes. Viven en su propio universo y vislumbran el mundo exterior a través de la ventana. Mathilde, en secreto, piensa que la felicidad y el amor no pueden ser eternos. Comparten un romance tan distinto al de Lula y Sailor, Lynch es oscuro y me atrae, aunque igual me conmueven los personajes de Leconte. Mathilde no quiere envejecer para su marido. Se la ve feliz junto a Antoine, pero teme que los años arruinen su idilio. Yo con suerte alcancé a pololear tres meses con Antonia y temo no ser suficientemente interesante para las mujeres. En los últimos minutos, de improviso, Mathilde se arroja a las aguas de un río mucho más caudaloso que el Mapocho. En el segundo piso del Café del Biógrafo pido un sándwich con una bebida. Observo a los comensales del primer piso y en sus caras adivino el amor. Desearía que Antonia apareciera y me contara una de sus historias, pero me conformo con los besos de las parejas que se prodigan miradas cómplices. Antonia no se dejaba besar en público y de sus labios surgían imágenes poéticas. Sus diálogos creaban películas románticas, me conformaba con abrazarla y ser parte de su mundo. Esos tres meses me embrujó con sus ojos azules. Cancelo la cuenta y me pongo a caminar por la Alameda. En el Normandie anuncian Stalker, la veré la otra semana. Me gustan los planos extensos de Tarkovski. También reponen No Amarás.Kieslowski intuye un vínculo entre la soledad y la edad, dando a entender lo triste que es no tener a nadie que te acaricie cuando envejeces. Magda va a casa de Tomek, pero el adolescente sigue en el hospital. Ella observa por el catalejo. Las imágenes del pasado, ante la leche derramada, son reinterpretadas por el amor de Tomek y ella recién comprende que nunca ha estado sola. Cruzo la Alameda y me subo a la micro. Observo los colores de la noche. Un ambulante me vende un Super 8. Disfruto del chocolate y veo gente transitando las calles. Las ventanas me ofrecen distintas perspectivas de la vida nocturna. Muchas mujeres llevan bolsos de lana. Algunas suben a la micro y hablan en voz alta. Me interno en las conversaciones y experimento una alegría indescriptible. Algunos van aferrados a pensamientos lejanos. Yo escondo los cuadernos; quizás soy el único que ha estado estudiando. No quiero parecer aburrido ni llamar la atención en medio de la penumbra. Voy sentado en el último asiento y observo desde el anonimato. El chofer y ninguno de los pasajeros se percatan de mi presencia. Soy un adolescente que decodifica vidas ajenas, no necesito ningún catalejo, el cine me ha enseñado a interpretar los códigos. Absorbo la energía de los demás como si fuera un vampiro. Desciendo de la micro en Plaza Ñuñoa. Las Lanzas acoge a decenas de bebedores de cerveza. Hoy sábado no había ninguna fiesta. La sensación de ser espectador de la ciudad fue mucho más placentera que una conversación entre amigos de universidad.

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