NUEVO ORDEN (2020)
Dirigida por Michel Franco
Una película necesaria para los tiempos que
corren, en años donde las protestas callejeras se multiplican en todos los
rincones del planeta, sea en el primer mundo (chalecos amarillos en Francia;
disturbios raciales en Estados Unidos) o en los países tercermundistas
(estallido social en Chile; guerra civil en Bolivia; protestas ante ajustes
económicos en Ecuador). Son sólo ejemplos, como los violentos enfrentamientos
con la policía en Ucrania, revueltas sociales cada vez más frecuentes dada la
publicidad de estos eventos vía redes sociales que captan imágenes en el
instante y las dispersan por todo el globo.
Muchos de estos movimientos sociales surgen
por el abuso de las clases dominantes por sobre una mayoría trabajadora, en
Chile, abusos producidos por agentes económicos que instauraron a la fuerza
(Golpe de Estado) un sistema neoliberal y que ni siquiera fueron capaces de
seguir sus propias reglas. Los grupos económicos de esas elites se
corrompieron, tal como se corromperían los cabecillas del narcotráfico.
El director mexicano sigue al dinero, por eso
la comparación extrema, pero el papel moneda surgió hace mucho tiempo,
introducido por los chinos en el siglo VII, en Europa recién se utilizaría diez
siglos más tarde. El dinero existe antes del surgimiento del capitalismo, pero
con el correr de los siglos, el poseedor de una gran fortuna pasa a formar
parte de la élite y se inmiscuye en el funcionamiento de los Estados, ya sea
política o económicamente. El dinero es un símbolo de estatus, en las últimas
décadas ya no se persigue los bienes que puede comprar, sino que se persigue el
dinero en sí mismo. Esto ha ocurrido en los sistemas de libre mercado, como
también en los de economía planificada, las oligarquías existen en todos los
rincones y Michel Franco da cuenta del poder del dinero (como si fuera fruto
del narcotráfico). Da lo mismo de donde provenga, el dinero corrompe
absolutamente.
«Nuevo orden» no
especifica cual es el origen de la revuelta social, la intuimos por el ataque
de pobladores y de la propia servidumbre, asaltando violentamente una mansión
de una familia de elite. Los asaltantes recaudan el dinero y dan muerte a los
patrones, el espectador debe entender que las diferencias económicas entre esas
dos clases han sobrepasado todos los límites. Los eventos transcurren en
México, un país con una economía neoliberal, que apenas dedica el 7% del PIB a
gasto social, lo que en una lectura facilista culparía al capitalismo de los
males de la sociedad.
Pero estas revueltas sociales ocurren también
en Francia, que dedica un sorprendente 35% del PIB a cuestiones sociales, con
buenos niveles de pensiones, un país de capitalismo mixto o social demócrata,
muy alejado de lo que sería uno de corte neoliberal (donde el tamaño del Estado
no supera el 25% del PIB). En Francia el Estado es responsable del 55% del
Producto Nacional y sin embargo surgen los chalecos amarillos, coordinados a
través de redes sociales, como muchos otros grupos espontáneos.
Otro interesante apunte de Michel Franco es
que plantea la violencia como un estado de estrés. Al director, hay que
subrayarlo, no le interesa dar un origen al estallido social, simplemente
muestra la violencia desbordada en las calles y como la población va irrumpiendo
en las casas de los ricos. Esa guerra civil deviene en un punto álgido que no
puede durar indefinidamente, se apilan cientos de cadáveres y la violencia cesa
de golpe con las Fuerzas Armadas estableciendo un toque de queda y disparando a
quema ropa sobre la población. Una violencia reemplaza a la otra y surgen, al
interior de los militares, las típicas corrupciones de un grupo de poder: algunos
miembros piden rescate a las familias adineradas y dan muerte a los que no
sirven a sus propósitos. Pero el «nuevo orden» es jerárquico, son una
elite de militares los que no dudarán en asesinar a sus subalternos para
reconstruir un nuevo estadio, menos violento. Porque tal como un tigre no puede
mantener el estrés indefinido sin matar a su presa (consumiría toda su
energía), los altos mandos del «nuevo orden» deben establecer nuevas reglas de
convivencia.
Thomas Hobbes
define como estado de la naturaleza (violencia desatada) todo lo que existe
antes de que una sociedad establezca un pacto social. El hombre dicta leyes
para estar a salvo de la violencia del otro. Michel Franco es muy perspicaz y
se da cuenta que ese nuevo pacto (leyes, Constitución tal vez) suele producirse
por acuerdos entre las distintas elites, en el caso de la película, los altos mandos
militares y los mismos grupos acomodados del orden anterior, se encargan de
establecer un nuevo estado sin violencia. Es cierto que estos ricos sufrieron
algunas muertes, pero se levantan de inmediato por el poder que les otorga, de
nuevo, el dinero.
Una tercera
arista clarificadora, es que en las revueltas sociales son los pobres los que
sacan la peor parte. Ni los militares ni los ricos sienten gran compasión por
ellos: el grueso de los muertos proviene de las clases sociales más bajas,
cuyos sobrevivientes siguen pasándola mal en el futuro, por un tiempo más
prolongado. En Chile, por ejemplo, se quemaron decenas de estaciones del tren
subterráneo y quedaron aislados justamente los grupos más vulnerables de la
población.
El gatopardismo
es implacable: primero, la violencia en las calles (movimiento contra las
elites) y muertes de ambos bandos; segundo, la represión de las fuerzas de
orden (las constituciones establecen a las policías como el único organismo que
puede ejercer fuerza coercitiva); y tercero (en la gran mayoría de las veces),
las elites que antes fueron atacadas, logran un acuerdo con las fuerzas armadas
para establecer nuevas leyes. Primero hay unas leyes injustas, surge la
violencia, y luego se dictan otras leyes para terminar con el estado de estrés.
El corolario de
la cinta es sumamente pesimista: hay que dictar nuevas leyes o crear nuevos
mecanismos de convivencia, para que con esas leyes (menos injustas) sigan
gobernando las mismas elites que existían antes de la revuelta civil.
Cinematográficamente,
no es una gran película (aquí no asoma Buñuel, Kubrick, tampoco Wenders): simplemente
violencia explícita (incluso torturas) bastante sensacionalista, poniendo el
punto de vista del lado de las clases dominantes, intuyo que para enardecer más
los ánimos.
No se aprecia una
visión de orden fascista, sino más bien, de elemental ciencia política, pero
que, ante la vigilancia de millones de celulares, quizás produzcan muchos
episodios de violencia (imitativos), pero ese estrés será denunciado por
fotografías y audios anónimos que harán que esa violencia no perdure, como era
la usanza de las antiguas dictaduras latinoamericanas.
Pero la cinta de
Michel Franco tiene el incuestionable mérito de alertarnos acerca de la
violencia, de hacer pensar al espectador mientras se desarrolla la masacre. En
definitiva, de la necesidad de una mejor calidad de ciudadanos para poder
convivir en paz.
Publicado en "Cine y Literatura":
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