PÁJAROS DE VERANO (2018)
Dirigida por Ciro Guerra y Cristina Gallego
La película está estructurada como un
poema épico dividido en cinco cantos. En «Limbo» (último canto) volvemos al
narrador del primer canto, un pastor sobreviviente de la guerra entre los wayús,
un ciego que se emparenta con Homero, que también era ciego, sin duda se trata
de una tragedia al estilo griego donde prima la inevitabilidad del destino.
El viejo le canta al desierto. «Canto
para que los wayús (indígenas que habitan La Guajira) y alijunas (colombianos)
no olviden lo que el viento de verano borra… Para que lo canten los pájaros y
habite en el lugar de los sueños y la memoria». El cantor es quien rescata las
costumbres de los clanes wayús en su tradición oral.
La historia que narra es la de un
héroe comerciante, sus inicios, sus años de esplendor y la llegada de la
muerte. Algunos de los clanes experimentaron la bonanza marimbera (tráfico de
marihuana hacia los Estados Unidos), pero en la actualidad son nómades que
crían animales en medio del desierto.
Los wayús son clanes que viven bajo
un código de honor, donde la familia es lo más importante y donde las mujeres
son las encargadas de transmitir las tradiciones. Se centra en el clan
Pushaina, donde Úrsula oficia de matriarca, encargada de velar por sus muertos
y custodiar el talismán que protege a la familia.
Debido a la tradición oral con que
transmiten su cultura, la figura del «palabrero» es central dentro de su universo
lleno de rituales. El honor de una familia está unido a su palabra y los
mensajeros de la palabra serán los mediadores ante diferencias con otros
clanes.
Rapayet ha forjado un futuro
comerciando con los alijunas (su amigo Moncho habla español y es ajeno a las
tradiciones wayús). Pretende a Zaira y en una ceremonia que marca su paso de
niña a mujer, el futuro esposo conviene con Úrsula la dote. La consigue al
venderle marihuana a unos estadounidenses y en ese momento comienza una empresa
que lo hará progresar económicamente.
Ante un malentendido, Moncho asesina
a unos gringos y derrama sangre sobre territorio wayú. Úrsula le explica a
Rapayet que un pájaro viene a cobrar la ofensa. A la larga, le disparará tres
tiros al colombiano.
Aníbal es primo de Úrsula y ante la
muerte de sus hombres (a mano de Moncho) no quiere seguir comerciando con
Rapayet. El palabrero del clan, Peregrino, logra un acuerdo entre las partes a
cambio de aumentar el precio de la marihuana.
La bonanza marimbera permite que la
familia de Rapayet construya una enorme casa en medio del desierto. Zaira sueña
con el hermano muerto de Aníbal y Úrsula intuye que vendrá la desgracia. Leonidas,
miembro del clan Pushaina, en dos oportunidades deshonra a la hija de Aníbal y
desata la guerra entre los clanes.
Peregrino acude a la finca para
negociar la paz, pero Aníbal no está dispuesto a perdonar y da muerte al
palabrero.
«La violencia sobre la palabra es un
hecho sin precedentes», dice otra matriarca en una reunión de clanes, donde
acuerdan acabar con Aníbal. Asesinan a sus hombres y le queman los cultivos.
Los directores realizan un trabajo
etnográfico sobre las costumbres de los wayús y paulatinamente van mostrando
como el tráfico de drogas y el dinero va socavando sus creencias. Úrsula pierde
la capacidad de conversar con los sueños, el alma de la familia se ha
extinguido y Rapayet intuye que están todos muertos.
La fotografía del desierto y el ritmo
pausado convierten el relato en una tragedia que avanza a fuego lento. El
montaje es prolijo, se oscurece el cielo ante la irrupción de una bandada de
aves.
Un pájaro se posa sobre la alfombra y
presagia el fin. Aníbal compromete los bienes que le quedan para emprender su
venganza y gente venida de Medellín ataca con lanzacohetes la casa de los
Pushaina. Tras la muerte de Rapayet, no quedarán vestigios del narcotráfico.
La película está basada en hechos
reales ocurridos en la región de La Guajira entre los años 1968 y 1980. La
tradición de esta familia mafiosa podría establecer puentes con «El Padrino» de
Francis Ford Coppola, también hay traiciones y asesinatos, pero el honor tiene
otro significado para los wayús, relacionado con el poder cohesionador de la
palabra.
Es a través de la palabra que se
logra la paz y no las armas. La irrupción de estas últimas, trastocan la forma
de vida que cultivaron los antepasados. El rompimiento de las tradiciones es lo
que trae la muerte de la familia.
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