Daniel, uno de los
protagonistas (el principal) de esta novela urde un plan para huir del
“Complejo Antártico”; la excusa será recoger pertrechos a la ciudad de Punta
Arenas, de ahí Santiago y a continuación el Cajón del Maipo, más precisamente
el poblado de Baños Morales, en el cual se presenta con el nombre de Aníbal
(¿Ricci?). El propósito de su estadía era escribir una novela, “su” novela que
llegara más allá de su propia biografía y en eso estuvo un año; mucho más que
los tres meses inicialmente planificados: “Escribir es doloroso, pero descarga
las culpas y permite el perdón. Le otorga belleza al pasado que nunca termina
de ocurrir”. Esta última frase (“El pasado nunca termina de ocurrir”) es una
novela de Ricci, publicada en 2016, la frase es recurrente en el libro que hoy
reseñamos y de hecho en el relato se alude a dicha obra. El protagonista se presenta
además como autor de tres novelas.
De esta última estadía en
Baños Morales nos enteramos al final del libro (había ido en otras etapas de su
vida y así lo señala en el desarrollo de la trama) posibilitará a Daniel
separar el pensamiento de las emociones, es la estación final para alejar de su
existencia las voces interiores que permanentemente lo han acosado y lo han
obligado a una huida perpetua, tránsito en el cual la paranoia, la psicopatía,
las drogas y la esquizofrenia han hecho lo suyo.
Ha llegado el momento de
ordenar -en alguna medida- su historia, pues la narración que ahora sabemos está
construyendo y que da como producto esta novela (“Voces en mi cabeza”) se
transforma en una escritura desde distintos planos con relatos en primera o
tercera persona, saltos en el tiempo (si es que éste existiera, acaso) o
lugares. En determinados pasajes del libro, el autor inserta en la narración
escenas de películas, como también (en algunos pasajes, reiteramos) recurre a
las canciones del conjunto nacional “Los Prisioneros”; preferencia que cambia
hacia el final del libro por las creaciones del astro argentino Charly
García.
Ricci combina realidad
dentro de la ficción con ficción dentro de la ficción. El protagonista explora
pasado, presente y futuro, dimensiones que él mismo nos resalta que no existen y
se diluyen en función de artificios, como las distintas dimensiones en las
cuales se toman decisiones u ocurren los hechos, o el ya mencionado “Complejo
Antártico”, entidad cuyo objetivo es básicamente el mejoramiento de la raza
humana. Allí los “entes evolucionados” se encargan de eliminar mediante
pulsaciones de un botón a aquellos integrantes de la sociedad (en este caso la
chilena) que, a su juicio, “no son aptos” (“Los entes superiores son
conscientes de las múltiples realidades y protegen a la raza humana de su
masiva destrucción”). Allí trabaja Daniel y hay algo que lo diferencia de los
otros operadores, quienes no perciben las decisiones que sus homólogos del
futuro toman en distintas dimensiones; entonces se corre el riesgo que el
presente con sus luces y sus sombras, se repita sucesivamente por esta memoria
borrosa. Daniel reflexiona: “Al experimentar esta memoria defectuosa no se
puede distinguir la realidad, solamente el genoma de la esquizofrenia permite
acceder a todas esas realidades simultáneas y mediante un riguroso
entrenamiento se armoniza la multiplicidad de emociones”; “la esquizofrenia no
supone una enfermedad, es una mutación que permite acceder a otras realidades”.
La novela se inicia con
un sórdido episodio que le ocurre a Victoria (¿esposa de Daniel?) para -a poco
andar y sin previo aviso- mutar a la historia de Daniel en un relato que -como
ya anticipáramos- no es fácil de seguir y debemos estar muy atentos para que la
esquizofrenia, la paranoia, o el estado al cual llega el protagonista por el
uso de las drogas no nos jueguen una mala pasada a nosotros los lectores y
-porque además- la trama, es decir la biografía de Daniel -quien se mantiene en
una huida perpetua- se proyecta hacia aspectos históricos, políticos y
económicos de nuestro país: “Daniel es empujado por una mente en permanente
estado de fuga, un evento ocurrido en la infancia (abuso sexual) será el
detonante”. Pero también el golpe de estado de 1973 en Chile hará lo propio.
Entonces, escucha voces en su cabeza que lo tratan de “traidor de mierda” o
“maldito degenerado”, implantes cerebrales le permiten trasladarse a distintas
dimensiones, agregándole atemporalidad a la historia: pasado, presente y futuro
son accesibles e intercambiables.
En esta huida cobra
relevancia el Metro de la ciudad de Santiago, cada estación es una dimensión
diferente, con distintas emociones, como distintas son las intensidades de las
voces y los insultos que salen de los altavoces de los vagones o de los
teléfonos celulares de los pasajeros.
La esquizofrenia, la
paranoia y la depresión lo empujan al consumo de drogas y alcohol para aplacar
las voces y en esos afanes cambia de escenario, perdiéndose en juergas
interminables en el circuito Viña del Mar, Olmué, Con Con; visita moteles, lo
hace solo o en compañía y entonces el sexo desenfrenado y la pornografía son su
vía de escape. Estos lugares representan el desquiciamiento, incluso la posibilidad
del suicidio en la frecuentemente citada Cuesta La Dormida. Ello, en
contraposición al Cajón del Maipo, sitio recurrente en la historia (donde está
Baños Morales, el poblado desde el cual escribe esta novela) y que asocia a la
tranquilidad en distintas etapas de su existencia, un paradigma del goce de la
vida: “La depresión oscurece hasta el mejor paseo al Cajón del Maipo”. Esta
simbología de los lugares se extiende a otras menciones reiteradas, por
ejemplo: los “ojos de buey” como punto de observación, las curvas en el camino,
los espejos rotos, el número tres o el gato Mc Leod que lo mira permanentemente
desde una ventana.
En estos viajes mezcla de
realidad, sueño y alucinaciones, Daniel transita desde la infancia, pasando por
la adolescencia y la adultez, los vínculos con sus padres y con su hermana, las
amistades y los amores de juventud, sus trabajos en el gobierno, en un banco o
en una universidad, o la inacabable pero acabada relación con Victoria; la
mujer que ama, pero a la vez teme. Nos expone con visos de crónica periodística
episodios de la historia de Chile, relacionándolos con su devenir personal
según la época. Desde la conquista hasta la actualidad, centrando su atención
en los temas contingentes de cada momento, alude a atropellos a los derechos
humanos durante la dictadura que gobernó a Chile (la tortura o los detenidos
desaparecidos, entre otros). A ello agrega el rol en ese periodo del partido
Demócrata Cristiano, del Diario “El Mercurio”, como también el de Estados
Unidos y su secretario de estado Henry Kissinger, la implantación de un modelo
económico neo liberal y sus consecuencias, las privatizaciones, el accionar de
la Iglesia Católica en defensa de los derechos humanos, pero también de
ocultamiento de abusos respecto de víctimas vulnerables, situando como ejemplo
el caso del sacerdote Fernando Karadima, de quien Daniel habría sido uno de sus
protegidos. En temas más actuales Daniel se refiere al sobre endeudamiento de
la población, la reforma procesal penal y el garantismo o la situación de la
región de la Araucanía, con énfasis en la muerte del comunero mapuche Camilo
Catrillanca.
Interesante resulta la
exposición descarnada del (sub) mundo de la droga, al igual que la descripción
de sitios como el Barrio Diez de Julio en Santiago o de la “noche roja” de Viña
del Mar donde reina la prostitución y el travestismo callejero, que nos
demuestra que más allá de las campañas publicitarias, esta es una “ciudad (no
tan) jardín”; es como cualquier otra ciudad, con realidades de día y de noche.
El protagonista deja
entrever que fue funcionario del gobierno de Pinochet (subordinado al Ministro
Fernández). Aquello podría tener su correlato de ciencia ficción en el
“Complejo Antártico”: “Se fue dando cuenta (Daniel) que monitorear a otros iguales
no era muy diferente a la labor de los organismos de inteligencia”. Entonces,
la meditación y los viajes “reales” permiten al protagonista depurar el pasado,
al contrario de los viajes cibernéticos: “El meditar logró rescatar su mente de
los hechos dolorosos y paulatinamente lo fue apartando de las actividades del
complejo”, con ello y con la escritura intenta alejar las voces que lo han
atormentado.
En suma, a través de una
compleja técnica narrativa que centra su trama en un personaje determinado, “Voces
en mi cabeza” es una estremecedora novela, un texto atractivo mediante el cual
el autor extrapola una delirante situación personal a la de un país en su
conjunto. Más allá de la historia de su protagonista, Aníbal Ricci propone un
manifiesto, intentando canalizar aquellas voces que, a su juicio, han estado
acalladas en su sufrimiento, a la vez que hace un llamado de atención ante la
indiferencia de quienes, también en su visión, han guardado silencio por
ello.
Aníbal Ricci Anduaga nació en Santiago de Chile en
1968. Es Ingeniero Comercial de la Pontificia Universidad Católica de Chile,
escritor y crítico de cine. Esa es su séptima novela, a la que se suma una
recopilación de cuentos, otro volumen que incluye ensayos, cuentos y crónicas y
un texto con comentarios de cine desde la perspectiva filosófica.
"Voces en mi cabeza”, Aníbal Ricci
Anduaga -1ª edición-. Editorial Vicio Impune, Santiago de Chile, 2020, 186 pgs.
(Disponible en formato Epub).
Publicado en dos entregas los días 28 de marzo y 4 de abril de 2021 en
la sección “Lecturas desde la pampa y el viento” del diario “El Magallanes” de
Punta Arenas, edición dominical de “La Prensa Austral”.
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