Dos alegrías me han unido a Giovanni
en estos últimos meses. A fines del año anterior, haberle otorgado el Premio
Dámaso Alonso de la Academia Hispanoamericana de Buenas Letras, que compartió
con nuestra amiga Ángela Gentile y con la filóloga francesa Françoise Morcillo.
Ahora, la alegría de ver materializado En
el suave país de la nada y que me haya elegido para formar parte de la
terna de presentadores. Hablar último tiene la desventaja de que algunas cosas
que se iban a decir ya fueron dichas con otras voces. Sin embargo, creo que
puedo aportar un par de líneas de lectura para este libro. Sin entrar, desde
ya, en análisis filológicos que pueden confundirse con un encarnizamiento
crítico sobre el texto.
Mi primera impresión, impresión de
lector que además escribe poesía, fue que este libro es un gran diálogo:
diálogo del poeta que habla vicariamente por la persona que es Giovanni,
diálogo de persona a poeta y diálogo con otros escritores vivos o muertos.
Basta repasar los títulos de algunos de los poemas: “A una amiga que lee a
Sylvia Plath”, “A mi madre que me leía Farewell”, en alusión a Neruda, “Al
poeta Juan Antonio Massone”, “Hoy que leía a Paul Eluard”, “Hoy he leído a
Rolando Cárdenas”, “Conversación con el poeta Luis Maggiori”, “Breve carta a
Angela Gentile”, “Misiva para Cristina Demo”, “Barco ebrio”, en alusión a
Rimbaud, “Hoy que murió Efraín Barquero”… Escribe conversaciones, escribe
cartas, escribe lectura, que es esa forma de comunicación fuera del tiempo y
del espacio. Numerosos poetas de ayer y de hoy aparecen en estos poemas: Rilke,
Hölderlin, Jorge Teillier, Miguel Arteche, Trakl, Kavafis, Gabriela Mistral,
Enrique Lihn, Jaime Siles, Nerval, Villón, René Char. Son también amores del
poeta, porque como alguna vez dije, hasta la forma en que amamos cambia después
de algunos libros, después de ese amor primero que es la lectura.
Lo curioso de este libro es que, con
tan numerosas referencias literarias, no resulta abrumador ni erudito. Muy por
el contrario. Se puede conocer o no a los autores que yacen bajo esos nombres;
si se los conoce mejor, los poemas ganarán en resonancias, pero aún si se los
ignora conservan su significado. Porque se los trata familiarmente, como cuando
uno habla de la madre o del abuelo al que el lector tampoco ha conocido, y
además, porque muchos aparecen como soporte de un proceso de escritura. Lo
importante no es “lo que fue o escribió tal o cual poeta”, sino “lo que siente
y escribe” el poeta que habla por Giovanni en este libro “a partir de esas
lecturas”. Generalmente, tales lecturas, los recuerdos de ellas y su asociación
con un instante, son el alimento que pone en marcha la fisiología del poema.
Dije recién “instante”, y no por
casualidad, porque otro aspecto de la obra es su forma epigramática, poemas de
pocos versos que muchas veces se pueden relacionar con lo que son en fotografía
las instantáneas. El recuerdo sorpresivo de algo que se leyó, o de una música,
como en “Hotel nostalgia” o “Perfect Day”, llevan a una reflexión, a una conclusión
que casi nunca es intelectual, sino más bien emocional, pero con cierto
carácter de universalidad, como en algunos haikus en los que, de una gota que
cae o una hoja que vuela, surge el sentido de la propia existencia. Desde ya
que no todos los disparadores son literarios o artísticos: hay por detrás del
poeta que escribe un hombre lleno de sensibilidad y de humanidad, con sus
alegrías y sus dolores, con sus nostalgias sin remedio. Lo que ha leído, la
música que ha escuchado, se le han hecho carne, o mejor sería decir “espíritu”.
“Nostalgia sin remedio”, dije. Creo
que no me equivoco. Lo nostálgico es lo que da unidad de tono a la obra, desde
su mismo título. Decía Pessoa, y decía bien, que la nostalgia no es dolor por
no poder regresar a ciertos lugares, sino a determinadas épocas. La nostalgia
siempre tiene que ver con ese paraíso perdido de la infancia. En la poesía de
Giovanni se entremezcla la nostalgia de un país con la nostalgia de una edad.
No importa si ese país del pasado era mejor o peor que el de la realidad
actual, si estaba mejor o peor gobernado. Siempre va a ser mejor el otro, como
decía Antonio Gala, porque en ese país fuimos jóvenes, fuimos niños. No sé si
en la poesía de Giovanni ese país se corresponde geográficamente con el mapa de
Chile. Parecería que es más bien Santiago, esa ciudad con añoranzas de mar,
siempre confrontada al mar y lo que el mar simboliza. “Esta ciudad no es una
ciudad, dice, si sus comensales cruzaron hacia el suave país de la nada”. Ese
juego de atracción y rechazo por la ciudad en la que uno vive no es una muestra
de ingratitud. También amamos y rechazamos cosas de nuestros padres. Sin esas
tensiones sería muy difícil escribir poesía.
Quiero agradecerle a Giovanni que haya confiado en mí para hablar de su libro esta noche y que me haya permitido, aunque sea virtualmente, volver una vez más a Chile. De todos los países que conozco, Chile es el que más he visitado, al punto que ya perdí la cuenta de cuántos viajes fueron. El último en 2019, en el que estuvimos conviviendo en fraternidad en un hermoso encuentro del que surgieron algunos de los poemas de este libro. Quiero agradecerle también la dedicatoria de ese hermoso poema en el que Isabelle Rimbaud tarja los escritos de su hermano que yace en la cama con una pierna amputada, como si quisiese agregar herida a la herida. Y finalmente quiero agradecerle el descubrimiento de algunas imágenes luminosas que por alguna misteriosa razón han hecho sinapsis con mi vida. Hace muchos, muchos años fui soldado, y me veo en un patio de cuartel, sentado al sol, pelando una naranja con la tristeza de quien siente que cada día es una lucha por no morir. Y muchos, muchos años después escucho la voz de Giovanni, como si le hablara a aquel soldado que fui, como si le dijera: “Estamos vivos gracias a la poesía y a las naranjas que crecen en el patio”.
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