Desde muy joven he sido un entusiasta lector de poesía, y mi admiración por algunos autores, como los simbolistas y los herméticos, me llevó a frecuentar el francés y el italiano. En la Universidad estudié además griego clásico y latín, asignaturas en las que la traducción era cosa de todos los días. Más tarde, al concentrarme a enseñar latín, tuve que dedicarles muchas horas de lectura a Catulo, Virgilio, Horacio y Ovidio, leerlos y analizarlos en su lengua original pero también valorar las traducciones que de ellos se hicieron. Aquí comencé a experimentar ciertas contradicciones, porque frente al texto se manifestaban en mí varias naturalezas o personalidades simultáneas: el filólogo que intentaba la mayor precisión posible respecto del original, el poeta que no se resignaba a una traducción rigurosamente estructurada sobre la partitura sintáctica, el lector de poesía que muchas veces buscaba sin encontrar la poesía en el resultado de la traducción. Con el tiempo fui realizando mis propias traducciones o versiones, sin pretensiones de competir con otras ya existentes, para mi lectura personal, que a lo sumo compartí con mis alumnos de lenguas clásicas. Mi propósito, un tanto temerario, era mostrarles la poesía latina como si se tratase de una escritura contemporánea. El lector actual de poesía está acostumbrado a enfrentarse, en general, con textos breves. Algunos poetas, como Catulo y Horacio, tienen composiciones que bien podrían haber sido escritas hoy. Con Ovidio realicé la operación de resecar, de los textos extensos, fragmentos con unidad propia y tono profundamente lírico. Insisto en que mi objetivo estaba puesto en el lector y no en el filólogo, ni siquiera en el estudiante de lenguas clásicas, que difícilmente ame el latín si su literatura se le presenta como pesada y artificiosa. Presento a continuación uno de los resultados de mi trabajo:
Cumque meis curis omnia longa facit —Tristia V, 10.
Vt sumus in Ponto, ter frigore constitit Hister,
facta est Euxini dura ter unda maris.
At mihi iam videor patria procul esse tot annis,
Dardana quot Graio Troia sub hoste fuit.
Stare putes, adeo procedunt tempora tarde,
et peragit lentis passibus annus iter.
Nec mihi solstitium quicquam de noctibus aufert,
efficit angustos nec mihi bruma dies.
Scilicet in nobis rerum natura novata est,
cumque meis curis omnia longa facit.
An peragunt solitos communia tempora motus,
stantque magis vitae tempora dura meae?
Y todo se hace largo a partir de mis penas —Tristes V, 10
Desde que vivo en el Ponto, se heló tres veces el Híster
y tres se congelaron las aguas del Mar Negro.
Pero a mí, que estoy tan lejos de mi patria, me parecen
los años del asedio a la dárdana Troya.
Creerías que estoy inmóvil, así marcha lento el tiempo,
así cruza su ruta el año con pie lerdo.
Ni el verano es suficiente para acortarme las noches
ni el invierno me trae brevedad en los días.
Quizás la naturaleza se ha renovado en mi contra
y todo se hace largo a partir de mis penas.
¿Acaso camina el tiempo para todos a igual paso
y sólo el de mi vida me parece más duro?
El texto se presenta en la forma de un poema moderno, incluso le he agregado un título que lo delimita, un título no arbitrario sino que, siguiendo una larga tradición escritural, está tomado de uno de los versos. Como resulta chocante ver un poema traducido a prosa, sobre todo si es poesía lírica, intenté una traducción en verso, y en verso rítmico, que tratase de imitar, aunque fuera vagamente, el dístico elegíaco de Ovidio. Como el dístico es una combinación de un hexámetro y un pentámetro, traté de imitar ese ritmo con un octonario (8 + 8) y un alejandrino (7 + 7). La sintaxis del poema suele ajustarse al esquema métrico, pero aun así sabemos lo compleja que resulta ante la sintaxis de cualquier lengua romance. El ritmo se puede imitar, la sintaxis resulta imposible y llevaría a un galimatías. Por eso preferí un fraseo más sencillo, subordinado en todo caso a las exigencias del metro. En lo que respecta al léxico, podría ser fuertemente criticado, pero se trata de la versión de un poeta para lectores de poesía. Me pareció atinado reemplazar “Ponto Euxino” por “Mar Negro”, que es el nombre con que se lo conoce hoy, y con gusto hubiera cambiado “Hister” por “Danubio” si no se me hubiese presentado un problema métrico. “Unda” es una palabra poética, pero en mi versión cuadra más la sencilla “agua”. Ovidio comienza el poema con un plural casi mayestático, “sumus”, pero luego repite varios “mihi” y utiliza los verbos en singular. Me pareció la forma más apropiada para un poema confesional como es este. Preferí “pie lerdo” a “pasos lentos”, “solstitium” y “bruma” por “verano” e “invierno”, que son más familiares a la sensibilidad del lector, y así sucesivamente.
¿Qué es lo que le da “modernidad” al poema? Quizás la percepción del tiempo, aquello que, paradójicamente, vuelve a este texto atemporal. El hablante lírico, que puede tener muchos puntos en común con Ovidio, saca cuentas del tiempo que lleva desterrado: tres veces se heló el Danubio, tres veces el Mar Negro; han pasado, desde que “estamos” aquí, como quien dijera “mi alma y yo”, tres inviernos, tres años. Pero para el que está lejos de la patria, para el que está en tierra extranjera, esos tres años parecen diez, los años del asedio de los griegos a Troya. La imagen del año como un caminante que hace camino con pie lerdo no es hoy demasiado sorprendente, pero quizás lo fuera hace dos milenios. La percepción de las estaciones también está trastocada: el verano no basta para acortar las noches ni el invierno para abreviar los días. Pero no es el tiempo el que se ha modificado, sino su percepción a partir de la pena. Ese verso resulta clave y por eso lo propuse como título del poema. El hablante lírico ignora que el tiempo es distinto para todos, que es siempre subjetivo, pero en su desdicha le parece que es igual para todos menos para él. La actualidad del poema, me parece, está en presentarnos a un hombre en estado de desamparo, de indigencia espiritual, forzado a estar lejos de su patria y, aunque no lo dice, se intuye que está solo. Hay en este “él” un dolor que parece trastocar el ritmo de la naturaleza, nada puede ser bello ni placentero si no proviene de un estado interior, y esta es una situación por la que atraviesa constantemente el hombre de hoy. Si en lugar del tópico de citar los años del asedio a Troya el poema dijera “diez años”, nadie podría suponer que fue compuesto hace dos milenios.
El que haya traído esta traducción propia me sirve para arribar a lo que más me interesa del tema de la traducción del discurso lírico, que es la hipertextualidad. Bonnefoy lo deja entrever cuando distingue entre la traducción, operación cerrada, y la interpretación, continuamente abierta; las palabras tal vez sean intraducibles, pero las frases no; la función de la poesía es inquietar al lenguaje y eso es lo que hace también la traducción. El texto en latín que leímos es evidentemente de Ovidio; pero ¿podría decirse lo mismo del texto en español? La traducción, o la reescritura de poesía en otra lengua, presenta curiosas similitudes con el proceso mismo de creación. Un poema empieza a construirse a partir de una imagen generadora, que puede surgir de una experiencia propia o de un contacto cultural, por ejemplo la lectura. En la rescritura, el poema original, el hipotexto en términos de Genette, funciona como imagen generadora. Hay algo en los versos de Ovidio que me moviliza a traducirlos, no sé si cierto sinfronismo con el hablante lírico, el recuerdo de años de miseria personal, el desamparo y la soledad que traslucen las imágenes, el comprobar que yo también he experimentado esa dimensión psicológica del tiempo. Ello me lleva a planificar una reescritura, a plantearme una partitura rítmica, a adaptar la sintaxis y el léxico. Es como trabajar en un poema propio, pero como decía mi maestro Horacio Castillo “con todos los elementos al alcance de la mano”. El resultado será un nuevo texto, un hipertexto, diferente de otras versiones de los versos de Ovidio que hayan hecho otros traductores, pasible a su vez de ser recreada por infinitas lecturas.
El hecho de que seamos diversos, de que tengamos diferentes formas de vivir, de que nos expresemos con una gran profusión de lenguas, no va en menoscabo de la vocación universal de la poesía. Escribimos y leemos poesía porque somos miembros de la raza humana. Es cierto que nacemos en una cultura y que nuestro destino, como decía Borges, es una lengua. Pero toda traducción ensancha la lengua de destino, porque integra nuevas maneras de decir y pensar. Es un viaje hacia lo otro y el otro. La forma de comprender lo propio es conocer lo ajeno. En cada geografía, en cada territorio lingüístico, habrá siempre personas reescribiendo sus propias versiones de Ovidio, de Hölderlin, de Rimbaud. Y los poetas necesitamos de esas personas tanto como de Ovidio, de Hölderlin o de Rimbaud. Si esta humanidad sufriera, hipotéticamente, un cataclismo en el que se extinguiesen de súbito todos los poetas, creo que el hombre podría arreglárselas para sobrevivir aun por mucho tiempo gracias a esa otra práctica escritural que ha dado en llamarse traducción.
[Esta conferencia fue leída en el Primer Simposio Internacional de la Academia Tomitana celebrado en Constanza, Rumanía, el 21 de junio de 2023]
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