Una mano negra no quiere que estemos juntos. Desde que te conocí
mi vida se ha vuelto un infierno. No es mala suerte. De verdad lo nuestro no
está funcionando.
Esas palabras dejaron sin habla a Jorge. La misma mujer apasionada
de la noche anterior, tras compartir una copa de vino, ahora condicionaba la
relación ante la burocracia de una entidad fiscal. Cómo si un duende hubiera
sacado todos los números y aplazara el turno hasta lo indecible. Una sala de
espera inexistente dado que la atención era virtual. Estoy en el
estacionamiento e Internet no funciona… ¿Te puedes acercar? Jorge pide la
cuenta del café deseando que corran los números, no anticipa que ella ha permanecido
más de dos horas en ese estacionamiento inhóspito. Rocío preocupada por la
demanda del ex marido. La denuncia era brutal: ella lo habría amenazado con un
cuchillo proveniente de la cocina. Quiere que la dejen divorciarse en paz, pero
el susodicho ha abierto una causa criminal que no tiene pies ni cabeza. Orden
de alejamiento incluida; ella incluso se ha trasladado a una ciudad a mil
kilómetros de distancia. Ese hombre nunca ha visto a Jorge, pero desea impedir
por todos los medios que Rocío sea feliz. Ha falseado los hechos y declarado
que ella estaba drogada y alcoholizada, cuando en verdad Osvaldo irrumpió en su
departamento reclamando propiedad sobre esta mujer interesada en otro hombre.
Jorge le da un beso y en el aparcadero no hay un solo testigo.
Hay furia en sus ojos, mientras él ha recorrido las calles de Osorno esperando
que por un milagro se solucionen los problemas. Rocío está sometida a arraigo
nacional y la verdad no ha hecho nada salvo enamorarse de Jorge, un tipo mayor
que la adora y al que le duele cada palabra proferida en el camino de vuelta al
lago Llanquihue. Nada resulta y estoy cansada. No soy una criminal. En
sus diez años de matrimonio jamás imaginó la crueldad de su hombre anterior.
Dejaron de hablarse hace años hasta dejar atrás todo rastro de cariño. Desde
que él abandonó la casa Rocío rejuveneció, empezó a preocuparse de sí misma y a
frecuentar a su entorno. Volvió a vislumbrar una hoja de ruta. Al dejar su
ciudad natal tuvo que renunciar a un magnífico empleo para contentar al marido.
Intentaron hacer crecer la familia, pero uno de los dos estaba incapacitado
para tener hijos. Osvaldo la culpó a ella y un buen día dejaron de hablarse. La
involucró en una deuda hipotecaria que nunca se interesó en pagar. Sola en una
ciudad ajena, todo llegó a su fin cuando él se fugó con una mujer diez años más
joven.
No me deja en paz. Agradecí el día que desapareció, pero cada
vez que intento rearmar mi vida, inventa amenazas porque sabe que en el
divorcio le voy a pedir compensación por los humillantes últimos años. Me
maltrató psicológicamente, hizo que me sintiera una mujer miserable.
El silencio se apoderó de todo el trayecto a Puerto Octay. Jorge
giraba la cabeza y Rocío explotaba, que la dejara en paz, salían llamas de sus
ojos. Los besos de la noche anterior, ese sauvignon blanc que tanto
disfrutaban, de gusto seco con algún dejo a manzana verde. El vino los
reconcilió otras veces convirtiéndolos en dedicados amantes. El queso y las
uvas lograban el perfecto contrapunto. Se adueñó de mi alma, nunca me fue
fiel incluso antes de encamarse, ahora sigue controlando mi vida inventando
esto de la agresión. Jorge miraba los árboles de la carretera, esa
perfección del sur que a veces irrita. No sabe cómo calmar a esta mujer que ama
y ahora lo quiere matar, supone que lo compara con Osvaldo. El silencio se
apodera de la carretera. Dime algo, ahora no me entiendes y te quedas
callado. Rocío le quitó el volumen a la música cuando se acabaron todos los
temas. En el fondo Jorge sabe que ella tiene razón y que estar juntos implica una
implosión del universo. No hay explicación racional, como si cada beso los
llevara a un agujero de gusano. Leyes gravitacionales haciéndose trizas y un
espacio enrarecido donde no hay cabida para el amor.
No estoy acostumbrada a lidiar con una persona malintencionada
que me quiere cagar a toda costa. Todo porque ahora salgo contigo y sabe que sólo
te quiero a ti. Rocío le dice que se
comportará frente a sus padres, que el almuerzo transcurrirá en completa armonía.
Jorge no reacciona, no entiende que las apariencias lo tienen sin cuidado. Sabe
que la ama, pero ella hace lo indecible por apartarlo. La carne al jugo parece
deliciosa, la madre cocina como los dioses, aunque ningún festín podría calmar
esta angustia que le perfora el pecho. Disfrutan el sexo, pero esa noche
duermen espalda contra espalda tras tomar unos somníferos. Jorge despierta en
mitad de la noche, ya no podrá conciliar el sueño hasta que partan de madrugada
rumbo a Santiago. Su licencia caducó hace años y Rocío tendrá que conducir más
de doce horas para llegar al destino.
Mi vida está en peligro. Tengo esa maldita audiencia y a ese
fiscal que reúne pruebas en mi contra. No soy una asesina, había bebido porque
el conserje llevaba semanas husmeando en mis asuntos.
Jorge simuló dormir todo el trayecto hasta Osorno. No soporta
ese silencio aniquilador mientras intenta descifrar a Rocío. Sintió alivio
cuando ingresaron a la Panamericana y ella le dijo que tomaran algo luego de
cargar combustible. Ella canceló con su tarjeta y el café impidió que Jorge
articulara alguna frase. Osvaldo irrumpió con su papá en mi departamento y
este conserje de mierda los dejó pasar. Antes de la siguiente bencinera
Jorge le insinuó deseos de comer algo. Rocío también iba a proponer que
desayunaran. Fue la primera coincidencia desde el día anterior. Algo se
descomprimió en ese momento y estacionaron frente al Pronto Copec. Rocío sacó
un sándwich del escaparate y cuando se detuvo a pagar, Jorge la apartó y colocó
los alimentos de ambos sobre el mesón. Canceló en actitud de tomar el control y
se fueron a sentar a una mesita solitaria mientras la lluvia arreciaba a un
metro de distancia. El frío calaba, pero el agua no llegaba a las sillas. Jorge
la comprendió y le dijo que tenía razón. Alguien, no estaba seguro que fuera
sólo Osvaldo, quería impedir que ellos estuvieran juntos. Demasiadas
coincidencias: la copia de llave, la denuncia a Carabineros, la apertura de una
causa penal, el fiscal que parecía contratado por una mano negra, sin
posibilidad de abandonar el país y el conserje de mierda que la espiaba desde
el jardín del edificio. Todos esos flashazos tras las cortinas en mitad de la
noche clamaban por un culpable. Por primera vez compartía su desesperación. No
sólo la amaba, también estaba asustado de que algo le sucediera. Si tenía que alejarse
de ella, sería doloroso, pero sobre todo Rocío debía recuperar su tranquilidad
y en cierto modo la cordura. Una noche enrolló su cuello con el cordón del
alargador y pensó en arrojarse por la ventana. La mujer engañada tras diez años
de matrimonio con la soga al cuello por las deudas, a todas luces Rocío era una
víctima, pero todo parecía sacado de una retorcida novela de conspiraciones, el
esposo hasta que la muerte los separe, un sociópata que incluso había utilizado
los contactos de inteligencia que mantenía el padre de sus días en el ejército.
No sé por qué tenía copia de mis llaves y al entrar descubrió la
cajita con marihuana. ¡Lo único que se llevaron del departamento! Receta de por
medio, prescrita para combatir esta artritis que diagnosticaron cuando mi
sistema nervioso ya no pudo más.
Rocío lo besa y tras cien kilómetros de asfalto le devuelve el
alma al hombre que tiene enfrente. Están llorando y se abrazan como si fuera la
última vez. Jorge escapa al baño y seca sus lágrimas. Sabe que ella lo ama,
pero todavía quedan novecientos kilómetros de despedida. Al norte queda la
capital donde sus vidas correrán por caminos separados. Jorge quisiera no
llegar nunca a Santiago, aunque parece que ese norte será el fin de este amor
cardinal.
Resulta que ahora estoy condenada a ser una drogadicta. Mi
familia nunca me volverá a mirar con los mismos ojos. Por qué me quiso hacer
daño si ni siquiera teníamos sexo, más de un año sin intercambiar palabras y un
día se va con esa pendeja de mierda.
Rocío rompe en llanto sobre el hombro de Jorge. No puede contener el temblor de
sus manos. Te amo y ya no tengo salidas, mi vida ya no volverá a ser la
misma. Me persigue la justicia y no tienen idea de la verdad. Todo es una maldita
mentira. Lo ama, pero ese amor los está destruyendo. Antes le daba fuerzas
para seguir viviendo, pero una mala estrella se ha posado sobre ellos. Ya no
puedo mantenerte a mi lado.
Reanudan el regreso a la capital. Ella continúa llorando. Debe
devolver las llaves a su arrendatario. Sólo quedan las cortinas de la pieza y
un colchón inflable. Al llegar a Santiago lo invitará a una última noche antes
de retornar al sur. Besos cargados de tristeza y desesperación. Acudieron al
café Dante y compartieron una tabla de quesos. Piden un gran reserva de la viña
Casa Silva. Otra tabla de verduras y un último sauvignon blanc.
Un Uber los deja donde Rocío. El amor los hace esa noche y
quedan exhaustos. El sexo les brinda un final placentero. Jorge suplica que se
mantengan en contacto por wasap y que dejen pasar el tiempo. La ley no será problema
cuando descubran que Osvaldo inventó toda esa trama delirante. La verdad saldrá
a flote, a fin y al cabo Jorge podrá viajar al sur para compartir esos parajes.
Ella le enseñará a mojarse bajo la lluvia, a disfrutar del viento y de ese frío
que capearán junto a la estufa a leña.
Amor, tienes que dar aviso a la policía: Osvaldo ya es historia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario