Camino u orden natural de la existencia, el
Tao es el todo y en realidad no puede ser nombrado. Término filosófico, también
religioso, representa el abandono de nuestro propio camino para seguir el gran
camino.
Al escribir estoy dando cuenta a otros de que
estoy vivo, pero en realidad estoy hablando conmigo mismo. Conversando con la
única persona que tengo al lado, para que realmente me escuche, para que cada
palabra que diga tenga un sentido ordenador y cada emoción su propio lenguaje.
Lo necesito porque el lenguaje oxigena las
ideas y cuando la lectura me lleva más allá de lo confortable y extravía mis
pensamientos por senderos oscuros, en esos momentos escribo palabras intentando
darle sentido al camino, por errados que sean los pasos.
Cierto escritor, en forma impertinente,
responde a uno de mis relatos. «Cuando estoy mudo conmigo mismo el
todo habla por mí», parece algo propio del Tao. «Qué descanso, qué maravilla no
tener nada que decir». Aparte de la rima, descubro que es un insulto. Para mí
un amigo es un amigo y ese tufillo espiritual creo no merecerlo. Dicen que
escribir es hablar con uno mismo, otros dicen que hablar consigo mismo es
síntoma de trastorno mental y por extrapolación el escritor sería una especie
de enfermo del chape.
La verdad es que
no importa demasiado. Lo único cierto es que tengo más de cincuenta años y no
he tratado muy bien a mi corazón, en todos los sentidos. Escribo simplemente porque
cada día queda menos tiempo y conceptos como vivir el aquí y ahora, en estos
momentos no me parecen del todo adecuado. Dejar pasar los años sin decir lo que
siento sería como no existir. Si meditara doce horas al día tampoco tendría
tiempo para escribir una palabra y me gusta definirme como escritor, oficio
aparentemente inofensivo, pero que para muchos rescata de la locura
irremediable. Hay tiempos para meditar y estar en armonía con el todo, pero
mandar a decir que me calle en un poema parece más propio de un alma que se
siente entronizada en las alturas.
A veces uno busca
el silencio, pero a veces trae soledad y voces que dicen que te vayas a la
mierda y yo no quiero irme a ningún lado hasta que exhale una última
respiración. No tener nada que decir también implica callar ante la injusticia
que vez alrededor e insinuar a aquellos que perdieron a un ser querido que el
todo habla por uno, que no era necesario ir al funeral de su hijo, cuando es
obvio que es mejor mirarlo a los ojos, otro tipo de silencio que la mirada traduce,
no me vengas con que descansas porque no tienes nada que decir.
Cuando no digo nada estoy de acuerdo con el que
tengo al frente aunque sea un fascista, estoy de acuerdo con el delator, con el
torturador y le estoy diciendo a esas madres con pañuelos en la cabeza que sus
lágrimas fueron en vano.
Estoy mudo cuando no escribo, dejo de existir
en esta vida cada vez más corta. El tiempo fluye más rápido con los años y
siempre querré escuchar una palabra amable para compartir aunque sean penurias.
Es triste llegar a viejo sin haber conversado
con alguien que hayas amado a tu manera, jamás entenderás por completo a la otra
persona, pero incluso después de dejar caer un plato será reconfortante que
alguien se burle de tu estupidez.
Escribir es conversar con ese alguien esperando conmoverlo. En algún lugar del mundo llegará el mensaje a otra persona que estará conmigo. Si no logro entablar ese diálogo será un claro síntoma de locura, las teclas del piano resonarán distinto y tocaré una última pieza con notas discordantes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario