(“REVISTA DE LIBROS” DEL DIARIO “EL MERCURIO”,
DOMINGO 9 DE ENERO DE 2011)
La generación ochentera reunida, aunque no de manera exhaustiva, en esta antología preparada por uno de sus integrantes, el poeta y académico Andrés Morales, ha sido llamada "de la dictadura", "NN" y "del 80", si bien corresponde, en el modelo orteguiano, seguido brillantemente por el profesor Cedomil Goić, a 1987.
Todos publicaron sus primeros y siguientes libros en los años dictatoriales, cuando el país pugnaba por volver a una democracia formal, repudiada previamente por los vientos de la revolución, la que comenzó por escribirse con mayúsculas y terminó entre comillas.
En una época marcada por íconos insurreccionales y acto seguido por la mitología de la cultura pop, la onda disco, el travoltismo, y en lo social por la imposición del liberalismo económico, la represión política y el consumo, todos estos poetas, y eso los hace destacables, asumieron, bajo una u otra perspectiva, el cambio social e individual que se producía en Chile.
Ya fuera desde el exilio o desde el intraexilio, a través de revistas de improbable permanencia y distribución como La Bicicleta, La Gota Pura, El Organillo o La Castaña, y de fondo con el rock de Los Prisioneros, dejaron una marca que el antólogo recoge con vehemencia y conocimiento, sin pretender un canon, sino más bien profundizando una huella que, a pesar de haber transcurrido ya dos generaciones desde el momento de su auge, sigue sin borrarse.
Así, como lo señala Morales, las propuestas líricas de los 40 poetas incluidos consideran los registros estéticos del neovanguardismo, la poesía de servicio político, la que reflexiona sobre sí misma y su eficacia o nulidad, la etnocultural, la urbana, la de las minorías sexuales.
En cada una de esas tendencias hay representantes bucólicos y malditos, elegíacos y prosísticos, infra y sobrevalorados, autodestructivos y exultantes, de verso profético y de palabra reveladora de lo cotidiano.
Están quienes se hundieron en el rimbaudiano silencio del pas de mots y los que perseveraron en la lírica, también los que partieron antes de tiempo y los que viraron a otros géneros. Aun así, mientras estuvieron en la trinchera de la resistencia cultural que se oponía al severo apagón autoritario, conservaron, cada uno a su modo, para decirlo sencillamente, vivo el fuego sagrado de la poesía.
¿Para qué poetas en épocas de penurias?, es la repetida frase heideggeriana que los del 87 intentaron responder con sus artes poéticas, sus epigramas, sus poemas extensos y reflexivos, su carácter transgresor, su ingenuidad o sus blasfemias.
Allí están los versos de amor y desamor tan heterogéneos que conglomeraron a Raúl Zurita y Carmen Gloria Berríos; a Teresa y Lila Calderón, y a Armando Rubio; a Arturo Fontaine y Alejandra Basualto; a Elvira Hernández y Diego Maquieira; a Alicia Salinas y José María Memet, a Eduardo Llanos y Tomás Harris...
Un largo etcétera de representantes constituye la cifra de esta generación que yo también leí en años remotos.
Todo lo íbamos a resolver ahora. Estos son, pues, los años venideros. El tarot permanecía mudo.
1 comentario:
Qué buen comentario de Mario Valdovinos. Gracias, Andrés.
Un abrazo.
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