CANTOS DE REPRESIÓN (2020)
Dirigida por Marianne
Hougen-Moraga y Estephan Wagner
Hay que destacar el simple, pero efectivo
tratamiento estético de los realizadores. No utilizan música de fondo, sólo los
cantos de los ancianos que viven al interior de Villa Baviera. Los paisajes son
idílicos, panorámicas siempre luminosas, muchos de los entrevistados
prefirieron ser fotografiados en ese entorno, en general, los testimonios son
realizados en sus lugares de trabajo o en sus hogares, al comienzo se deja
claro que son los colonos los que eligen locación. Planos fijos y preguntas
breves, el entrevistado se explaya libremente. Utilización de subtextos que
describen la realidad de ese enclave fundado en 1961 por el exmilitar de la
Alemania nacionalsocialista, Paul Schäfer.
Al espectador, durante el documental, le queda
muy claro el porqué de las elecciones estilísticas del formato. El coro y la
orquesta de Colonia Dignidad (nombre original) eran la fachada de pureza con la
que El Jerarca daba una idea de tranquilidad al observador externo. Se trataba
de una secta de origen religioso, con prácticas paramilitares, que mantenían el
orden interno en base a castigos, golpizas llevadas a cabo por los seguidores
de Schäfer, pero a su vez, dando una connotación de castigo expiatorio a los
abusos sexuales, perpetrados por el propio Jerarca. Incluir los cánticos de los
colonos obedece al propósito de hacernos testigos de cómo a través del arte se
pueden encubrir aberraciones.
El uso de paisajes idílicos responde por un
lado a la belleza del lugar, pero por otro, una muestra más de encubrimiento de
acciones abyectas, de hecho, en la actualidad es un lugar turístico para gente
adinerada, refleja todas las comodidades que no tuvieron los colonos abusados,
el paraíso es para el visitante. Pero también hay un concepto de pulcritud a la
que acceden los que no se oponen a los hijos de los jerarcas (cómplices de
Schäfer), de beneficios por pertenecer a esa herencia oscura: salud gratis,
casa de reposo para los ancianos y en general pocas preocupaciones económicas.
Los disidentes sufren discriminación y los que emigran huyen con lo puesto. Es
bastante diabólico: si no estás de acuerdo con los preceptos de Villa Baviera,
simplemente eres expulsado del paraíso.
Los entrevistados eligen la locación y en las
imágenes abunda la luz, en su doble acepción tanto de blindaje como de
purificación de los horrores. Los colonos son bañados por esa luz
tranquilizadora para que se expresen libremente ante las cámaras. El tono de
los testimonios es mesurado, aun cuando a veces se refieren a golpizas brutales
y violaciones sexuales. Se trata de una localidad que no se rige por la
Constitución del país, donde hubo privilegios y encubrimientos mucho antes de
la dictadura de Pinochet.
El lado amable del exceso de luz, es que no se
trata de entrevistas, son más bien testimonios terapéuticos, donde los colonos
dejan entrever su sumisión tras años de abusos físicos y unas profundas
diferencias en cuanto al significado. Para unos fueron horrores que no se
pueden tapar sólo cantando, pero otros asumen la obediencia y ven bondad y
encuentro con Jesucristo, según ellos, están mejor capacitados para distinguir entre
el bien y el mal. No se trata de un psicoanálisis, aquí no hay asociaciones
libres, sólo respuestas instintivas para sobrevivir a la realidad.
Una mujer entrevistada, a boca de jarro
concluye que “Perdonar significa olvidar”, momento en que al espectador se le
aprieta el estómago y todo buen chileno sobreviviente de los tiempos de
dictadura, en su fuero interno, se da cuenta de que Colonia Dignidad es una
alegoría de un país sin memoria, de gente a la que se ha inculcado que olvidar
es bueno y que es mejor perdonar a los torturadores del pasado.
“El amor y la sexualidad van de la mano”, le
explican a otra de las abusadas y el marido ahorra comentarios diciendo que
sólo tuvieron sexo cuando concibieron a sus hijos. Silencio, recurso que abunda
en este documental.
Las conclusiones que el espectador obtiene de
la primera hora de visionado son espeluznantes. Pero luego viene lo peor:
testimonios de algunos colonos que escucharon los gritos de los torturados y
luego desaparecidos durante la dictadura. Schäfer fue un colaborador cercano
del régimen y en su enclave murieron muchos prisioneros políticos. Esos
testimonios de la última media hora son dados a hurtadillas, en voz baja,
mientras unas ancianas los espían desde las ventanas y los vienen a intimidar
para que no den la entrevista.
Se muestra la placa del sitio de memoria donde
se realizaban esos actos oprobiosos y otro colono muestra las fosas comunes que
están siendo investigadas. El documental se adentra en terrenos surrealistas.
Una abuelita da testimonio de lo buena persona
que era el general Pinochet, que vivía en forma austera con un sueldo menguado.
Es tal la desconexión con la realidad, que incluso entiende las torturas y da
como explicación que evitaron la muerte de otros tantos miles. Los cantos
ensalzan al pueblo alemán y la vida en medio de sus paisajes. La propia
abuelita cuida de las plantas dentro de un vivero, representación en miniatura
de los parajes alemanes.
El documental termina mostrándonos bailes y
costumbres típicos bávaros, mientras los turistas ignorantes beben de una jarra
de cerveza. Es bien chocante ver a sus hijos disfrutando de esos parajes llenos
de horror que se ocultan bajo la luz del sol.
El canto y la orquesta eran el maquillaje perfecto
para dar una sensación festiva de programa de televisión. Esa fachada ha
evolucionado y ha sido cambiada por otra de postal turística.
Todo termina con el testimonio de los
abusadores, entubados y viejos, pero felices… dando a entender que sus acciones
siempre obedecieron a su buen corazón.
El final es verdaderamente surrealista. Los
viejos cantan y es imposible distinguir a víctimas de victimarios.
*Publicado en "Cine y Literatura":
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