EL SERMÓN DE NUESTRA PESTE
Bienaventurados frágiles
de piel acribillada.
Bienaventurados todos en
la ignorancia enjuta.
Bienaventurados torpes
que ensucian los crepúsculos
y los amaneceres solos de
la belleza sola.
Bienaventurados ciegos de
la muerte insomne.
Bienaventurados Marcos,
Lucas, Juan, Mateo
al mundo ya sin pausa,
sin Cristo, sin ventura.
Bienaventurados, esos,
los que ya no tienen hambre
y aquellos que la tienen
y callan y se duermen.
Bienaventurados todos los
Pedros traidores,
los desnudos y los
muertos, los que sueñan y no gritan.
Bienaventurados niños en
el filo de su asco,
magullados por su sexo,
tiritando en el vacío.
Bienaventurados Jonathan,
Bryan y Natacha.
Bienaventurados todos
porque el aire aún resopla.
Bienaventurados ellos,
nosotros, los que vengan
porque no hay más sangre
entre los dedos muertos
ni agua que bautice, no
hay mancha, ni agonía.
Bienaventurados todos los
que cuenten, lo oigan o lo escriban.
Bienaventurados esos,
aquellos, que me olviden.
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