¿Cuál es la escena, qué es lo útil?
Te pierdes bajo la lluvia. Un
instante y otro es lo mismo.
Es lo que creíamos retener.
Te sumerges en la niebla y
recorres la escena de la primera sensación.
No volverás. No serás la que
viaja por las estaciones.
No regresarás. Estamos ausentes.
Imaginamos el sonido de la lluvia.
Es abril. Entonces era primavera
y cantabas.
Estabas distante, pero tu cuerpo
brillaba en la habitación.
Yo iba por otro país.
Cruzaba un puente y el puente me
retenía en la orilla.
A esta misma hora debes estar
cruzando el otro puente.
Es otoño y las orillas se pierden
frente al horizonte.
Siempre el paisaje regresa antes
de posar mi pie sobre el puente.
El viento golpea tu rostro.
El tiempo no tiene orillas y te
arrastra hasta el final.
LO QUE OCURRE
No podrás comprender.
Lo que ocurre es más profundo.
Nunca en la superficie ni en el
borde,
más profundo como un círculo
por donde caminas sin regreso.
Es mejor no mirar, no pensar.
La hoja cae ligera y sin límites
como tu caminar, tu forma de
emprender.
¿Quién emprende? ¿Quién triunfa?
El camino es el silencio que se
desprende
sin tu comprensión, sin poder
acercarte,
sin poder retener lo que se
desvanece.
Sin detenerte un solo instante
lejos de ti,
y sin poder decir esto es lo que ocurre.
Lo que no puedes comprender sube
sin fin.
Lo que es igual y escapa, y no
tiene esplendor.
Dentro de ti el paisaje. El eco
de la gran desolación.
Tu yo sin una palabra, sin un
fulgor.
Todo es igual. El fuego y otra
vez el silencio.
No alcanzarás a ver el comienzo.
No alcanzarás a ver la brizna
verde cayendo
hasta que abras los ojos y el día
vuelva a empezar.
UNA VEZ FUI UN GATO
Esta noche no sé adónde ir.
Tampoco tú lo sabes.
No soy un lobo, no soy un conejo,
no soy un gato.
Debe haber algún puerto donde
esperen a alguien como yo.
Una mujer que no sabe quién soy
debe estar esperándome.
Pero hay un océano de por medio.
El capitán del barco exigirá que
le cuente mi vida
a cambio de cruzar el océano.
“Cualquier océano será bueno”, me
dirá, para un poeta
que no sabe adónde ir. Cualquier
puerto será hermoso
para una mujer que no sabe a quién
espera.
Le diré al capitán que una vez
fui un lobo
como el de Herman Hesse. Sé que
no me creerá
por mi cara de conejo, pero le
mostraré que no soy un conejo,
que no puedo dar saltos sobre la
cubierta.
Me mirará asombrado y me dirá que
un poeta no tiene
que imaginar tantas sandeces.
Entonces le diré
que mi orgullo no me permite mentir.
Sr. Capitán no soy un conejo, soy
un gato, soy el gato de Poe.
“Es posible que seas un gato”, me
dirá, pues maúllas como un gato.
“Solo así puedo creerte, pues
tienes suficiente edad para mentir”.
Exacto, capitán, además un poeta
no debe ir por ahí
fingiendo ser un gato.
NO ES LO QUE PIENSAS
Todo acontece mientras caminamos
por Manhattan.
Nos perdemos por las avenidas,
giramos y bajamos
entre las nubes. Tomamos la forma
de una ola,
tomamos la forma de una estrella
que cae,
tomamos la forma del fuego que
crepita entre las sombras.
“No es el mismo fuego de la noche
anterior”, dices.
Nada es tan trágico como perderse
sin saber
qué palabras pronunciar.
“Las palabras brillan en todas
partes”, dije.
Están dentro de ti igual que el
silencio
cuando callas y te desvías del
camino.
La magia está en lo que elegimos.
Si todo es frío y desierto ¿podrías
explicarlo?
Si miras a lo lejos comprenderás
qué es la vida.
Miras otra vez por el cristal.
Crees que has regresado
a la habitación pero caminas
entre la multitud.
Ya es otoño, ya es invierno, ya
es Navidad.
Los árboles han perdido su
esplendor.
¿Miramos la misma realidad?
ME VOY PERO ME QUEDO
Me voy de estas montañas, regreso
o estoy yéndome.
Siempre me voy y vuelvo como un
duende
entre sueños. Soy el cántico
interminable que viaja
entre las piedras y las costas.
Voy en tu equipaje
y en tus viajes para que veas que
nunca te abandono,
cuando llegas sin saber que has
partido,
cuando partes sin saber que has
llegado
y la vida te lleva por ciudades
entre voces
que cantan en el tiempo, en la
estación
de un tren que ya se aleja. Me
voy digo al destino
que me aguarda para que el mar y
el sol no me detengan,
cuando cantan los árboles a lo
lejos
o brillan en la noche por tu
ausencia.
Me voy digo a las piedras y al
camino,
compañeros de viajes y de pérdidas.
Me voy por que la nieve de otros
pueblos me llama
siempre para que no la olvide,
cuando la vida pasa
como un rayo que traspasa mi
cuerpo.
Siempre estoy regresando y
partiendo para hacerme creer
que nunca estuve ausente, cuando
voy por las calles
y todo va alejándose como un eco
detrás de mis pasos.
David Cortés Cabán (Puerto Rico, 1952). Fue maestro en las Escuelas Primarias de Nueva York, y profesor adjunto del Departamento de Lenguas Modernas de Hostos Community College (CUNY). Ha publicado: Poemas y otros silencios (1981), Al final de las palabras (1985), Una hora antes (1991), El libro de los regresos (1999), Ritual de pájaros: antología personal (2004), Islas (2011), Lugar sin fin (2017), Visión poética en tres libros de Alfredo Pérez Alencart [Ensayo] (2017). Ha participado en Festivales Internacionales de Poesía en Puerto Rico, Colombia, México, Nicaragua, Venezuela, Portugal y España. En 2014 fue invitado a presentar “Noche de Juglaría, cinco poetas venezolanos” en Berna y Ginebra. Ese mismo año la Universidad de Carabobo, en Valencia, Venezuela, le otorgó la Orden Alejo Zuloaga Egusquiza en el Festival Internacional de Poesía de Valencia. En 2019 la ciudad de Salamanca le concedió el Diploma de Huésped Distinguido, en un acto celebrado en el Ayuntamiento y dentro de la programación del XXI Encuentro de Poetas Iberoamericanos. Reside en Nueva York junto a su esposa Gloria Quiñones Caraballo.
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