Los 195 minutos de metraje podrían parecer un exceso, pero no, estamos frente a un filme portentoso que adapta con maestría el cuento “La esposa” de Antón Chéjov.
La literatura rusa es riquísima en detalles y dramatizaciones psicológicas de sus personajes, aunque Nuri Bilge Ceylan va un paso más allá: profundiza el relato con diálogos agudos y punzantes que destruirían a cualquier ser humano, parlamentos largos, pero el admirable equilibrio entre las palabras y la estética de las imágenes, hace que el espectador se mantenga absorto y se sumerja en cada giro que propone el guion escrito por el propio Ceylan y su esposa.
La
historia transcurre en un hotel y en sus yermos parajes de alrededor, propiedad
de un ex actor turco, Aydin. En dichas tierras habitan inquilinos en viviendas
modestas que construyó su padre en épocas pretéritas.
«Para
no sufrir prefieres engañarte a ti mismo», dice su hermana Necla, en tono
destructivo y cáustico, le dice que escribir sobre el teatro turco es un tema
lo suficientemente pequeño para no afrontar la realidad. «Como eres actor
brincas de una personalidad a otra». Son encuadres fijos, con ellos ubicados en
diferentes planos, uno en cada esquina de la pantalla. Diálogos hirientes, tan
densos que cada escena sólo aguanta el peso de un personaje, alternando planos
y contraplanos muy bien urdidos que culminan en un silencio sepulcral.
Aydin
es un hombre rico que vive aislado del mundo, desperdiciando sus mejores años
diría Necla, pero la rudeza de la conversación con su hermana tiene un objetivo
muy claro: desnudar su mirada cínica sobre los habitantes del pueblo, pobres e
inferiores desde su punto de vista, y denunciar la supuesta supremacía moral al
considerarse un hombre de principios, que utiliza sus virtudes para aplastar y
humillar a la gente.
El
protagonista es un ser complejo que vivió una infancia muy dura, es una persona
bastante rústica que cuando ve que su esposa (Nihal) ya no lo soporta, le
ofrece el divorcio, diciéndole que él no la obligó a casarse.
Su
postura delata que no fue feliz en sus primeros años, razón por la que cree no
poder hacer feliz a otra persona. Han transcurrido dos horas del metraje cuando
se sincera por primera vez y deja de inmiscuirse en las labores de beneficencia
que dirige su esposa con las escuelas desposeídas.
El
cinismo de Aydin no es suficiente para hacer frente a la violencia psicológica
de su hermana, ha quedado algo desarmado con el descuartizamiento que ésta hizo
de su artículo sobre religión. El actor acusa el golpe y acude a la tumba de su
madre, tal vez por primera vez.
Aydin
menosprecia el trabajo de su esposa, le pide los recibos de las donaciones, la
trata como una inútil y descarga su ira contenida sobre Nihal, una mujer más
joven que ha dejado atrás sus virtudes para afrontar la carga de vivir con su
esposo. «Llevamos dos años en paz, pero si volvemos a discutir tendré que
abandonarte».
«No
tienes idea de lo que significa la gratitud», sigue violentándola Aydin y le
dice que irá a Estambul por un tiempo, que no volverá hasta la primavera.
Conversan
de lejos, en habitaciones separadas, sólo se aprecian juntos a través del
reflejo de un espejo, expresando que esa relación marital no es real. Se mofa
de ella, la humilla con la violencia de las palabras que antes le dirigió su
hermana.
Toda
la conversación transcurre en penumbras, la escena potente, gran angular desde
un contrapicado, la esposa arrinconada en primer plano, mientras la imagen de
Aydin, agazapado en las sombras, se eleva iluminado por la luz de una
vela.
En
vez de huir a Estambul, el chofer lo deja en casa de un amigo, donde el
profesor con que trabaja su esposa, le recrimina su actuar al no haber
albergado a las víctimas del terremoto. El profesor está ebrio, pero su tono
sarcástico desnuda el resentimiento hacia las personas ricas, que pueden darse
el lujo de ser creativas.
Luego
de cazar a un conejo, Aydin se da cuenta que está solo, que ha alejado a sus
cercanos. Vuelve al hotel donde Nihal lo observa desde la ventana.
La
voz en off del actor descubre a un nuevo hombre. El orgullo no lo dejaba
confesar que extraña a su mujer. Sabe que ya no lo ama, pero está dispuesto a
ser su esclavo, a hacer las cosas como ella disponga. Son palabras sinceras, no
expresadas, habitan sólo en su mente.
Aydin
es esclavo de sus palabras y cavilaciones, su cinismo le ha hecho herir a la
única persona que permanece a su lado.
La
película es un tratado acerca del significado de las palabras, de la hondura
que alcanzan cuando son usadas para herir al prójimo. Esas palabras remecen y
vuelven rencoroso a cualquiera.
Todos
estos enfrentamientos: primero con la hermana, que desaparece de escena. Entra
Nihal, los odios acumulados por estos tres no caben en una misma habitación. La
cinta los dispone sólo de a pares, frente a frente desnudando sus pequeñeces a
través de palabras destructivas, hasta socavar los cimientos donde se asienta
la personalidad de cada uno.
Se
trata de la interpretación de un cuento ruso, en Chile las personas afrontarían
la desidia con conversaciones triviales acerca del tiempo o de la última ida al
Mall. Son cúmulos de palabras sin peso específico, en cambio para este director,
cada palabra hiriente permitirá al protagonista afrontar sus miedos y en
definitiva la realidad.
Aydin
sabe que debe dejar de lado su egoísmo y darle espacio a su mujer.
Un
plano fijo de la habitación de su esposa, con ella ubicada justo en el centro,
ella es la única responsable de permitir una vida juntos.
El
actor se enfrenta al ordenador y comienza a escribir la historia del teatro
turco, la cámara se aleja y enfoca los vestigios paleolíticos de Capadocia y la
música de Schubert permite que aquilatemos esta profunda reflexión del alma
humana.
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