Una columna rota frente al Egeo pétreo. Una columna
que es la espina de mi lengua y de todas las otras lenguas. Un recuerdo vago
que sube a los muros de Micenas o el calor de primavera mirando la caldera de
Thira.
Una palabra, Grecia, que recorre mi sangre y avienta
el corazón. No un país ni un estado, una patria que hiere y una patria que
acuna.
Un espacio en el tiempo, en la palabra, en el sueño.
Una forma de vida, de muerte y de eternidad.
(A Ángela Gentile)
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