LICORICE PIZZA (2021)
Dirigida por Paul Thomas Anderson
Escenas despreocupadas y un aire de nostalgia situado en Los Ángeles de
la década del 70. La reconstrucción de época es simplemente maravillosa, la
música es el telón de fondo perfecto para retratar a los personajes. Gary, un
joven productor de 15 años, que invita al bar a una chica 10 años mayor, Alana,
aspirante a actriz que tiene una vida mucho menos resuelta que la del joven
Gary.
El título de la cinta corresponde a la manera popular con que se denomina
a los discos de vinilo, parecería un fetiche de la época de la adolescencia,
pero las escenas están tan bien urdidas, que fluyen naturales entre esas
canciones y un montaje que no deja rastros de su hilván.
Son imágenes de un color antiguo que flotan ante los ojos del espectador
y reflejan fielmente los inseguros pasos de la adolescencia. Esa magia en que
creemos estar viviendo una secuencia que no se detiene cada vez que nos
levantamos, ese apenas atreverse a rozar la mano de una chica y aunque no pase
nada (el sexo no era necesario en esta cinta) las emociones desbordan a estos
personajes. Gary se involucra en variados negocios, arma su vida a cada
instante, mientras Alana siente que va tomando decisiones equivocadas y que su
vida no alcanza ningún objetivo.
La química entre los dos actores jóvenes puede que sea el epicentro de la
película. Él es encantador y no esconde dobleces; ella apuesta por una
sensualidad que no siempre es tan genuina, pero el cariño que siente por Gary
va aumentando conforme pasan estas dos horas deliciosas.
Gary observa desde lejos como Alana se relaciona con algunos chicos
mayores. La idealiza y está ahí para sostenerla en cada caída. Su amor es leal
e ingenuo, en cambio Alana muchas veces es cortante y desnuda la realidad de
una vida futura no tan promisoria.
Los personajes secundarios aparecen los minutos precisos en escenas que
develan las obsesiones de unos adultos que no congenian con el tono mágico que
fluye entre Alana y Gary. La cinta no incurre en los cinismos típicos de las
comedias románticas, hay una estética luminosa que nos impone el punto de vista
de estos chicos y sentimos sus vidas como propias.
Las historias secundarias de hecho nunca se concretan, el espectador las
ve salir por unos fuera de campo inconclusos, sólo interesa el destino de la
pareja protagónica e incluso al final, esas anécdotas adolescentes parecen
llegar a su fin y al espectador le queda una sensación de que se le escapa el
agua entre los dedos.
Los travellings de los chicos corriendo por las calles o acudiendo a su
encuentro son fantásticos. Fotografían ese amor de estar compartiendo los
instantes más alucinantes de sus vidas, capturan ese tiempo que vuela ante sus
narices.
La película semeja una sola escena continua donde escasean grandes
acontecimientos, sólo fluye el sentimiento de una época que parece extenderse
de manera placentera en la retina del espectador.
Quizás el mérito mayor de la cinta es que logra que rememoremos nuestra
época adolescente, entendamos los pequeños conflictos de los personajes y los
amemos tanto como ellos mismos.
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