Damero
Bajo un reloj detenido por siglos
el pianista ciego eleva la música
pulsando con certeza las blancas de marfil
y matemáticas las negras de ébano.
Sus manos se reflejan áureas
en la lustrosa madera,
secreto sarcófago de mi nostalgia
sobre el marmóreo damero.
La clavija de bronce bien templada.
En el cielo, lámparas de fulgor y cristal
luz absorbida en el granate del terciopelo
como el sonido y las voces que me abandonaron.
Hace reverberar imágenes insepultas
que emergen de la negrura del instrumento
igual a un halcón herido
arrastrado por la tormenta.
Geometría de las Palabras
Hago malabares con el lenguaje,
lanzo al aire
lo genuino matérico
de la escritura, busco sus
facetas,
los prismas que cortan cada
rasgo.
Para mí las palabras son
tridimensionales.
Unas más cúbicas, pentagonales,
poliédricas o redondas,
que en su movimiento se tornan
esféricas, y danzan entre
pirámides
construidas con letras o sonidos
de palabras iridiscentes. Veo en
el aire
sus palmarios movimientos áureos.
Se armonizan y forman conjuntos
o colisionan semejantes a
meteoritos.
En su vulnerabilidad o riqueza
pulsan con fuerza sus códigos.
Conjuro de la palabra poética.
Crean diagonales y tangentes,
construyen la geometría semántica
de nuestros delirios y
pensamientos.
Se elevan como torres de
marfil.
Desde sus miradores auscultan
cada idea nuestra, enarbolada
con sus significantes
enmascarados.
Subrepticias nos demuestran
que somos
lo que pensamos:
palabras.
Selva de mi Sur
Asumo el paisaje
en íntima actitud
poética.
He visto bosques
dialogando
al viento, o
petrificados
bajo la densa
niebla.
Permanecen erguidos
bajo la lluvia
y en la noche giran
con los astros.
He conocido árboles
mejores que
personas.
Un olivo me saludó
al paso
y besó mis heridas
abiertas.
Heroicos elevan su
fruto místico
emblema triunfal de
la historia,
testigos de la
magnética Palestina.
He visto asesinar
bosques,
caer como dignos
gigantes.
Respira la arboleda
el mismo aire
que respiró el
tyranosaurius rex,
respiro.
Bebo la misma agua
que Heráclito viera
pasar
por aquel río
legendario,
la misma agua que
el bosque y el rex.
Habitado por ninfas
y leyendas,
el boscaje es la
selva de mi sur,
donde relampaguean
ojos de huemul.
La floresta es la
vestidura de la tierra,
en el misterio de
su éter reside el aura.
He visto asesinar
bosques sin pensar
que son más
necesarios que personas.
Aquí hubo un bosque
hoy, rodeados de
muerte,
solo quedan cenizas
en el aire.
Quise salvar al
bosque, al mundo.
Solo quedan cenizas
en el aire.
Tal vez, tal vez la
humanidad
no merezca seguir
viviendo.
Theodoro Elssaca es poeta, narrador,
ensayista, artista visual, fotógrafo antropologista y expedicionario. Viajero
impenitente y autor de numerosos libros, desde: Aprender a morir (1983),
pasando por Viento sin Memoria (1984), Rapa Nui
(1988), El espejo humeante-Amazonas (2005), Travesía del
Relámpago (antología, Madrid 2013), Fuego contra hielo
(Madrid 2014), Celebración del instante 365+1 Haiku (Ediciones
UC, 2018), hasta su reciente obra Huésped del aire-visiones desde la
pandemia (HB Editores, 2021).
Ha recibido reconocimientos como el Premio Mihai Eminescu, por su prosa, Rumanía (2013). Premio Poetas de Otros Mundos, España (2014). Premio Rubén Darío, otorgado por el Instituto Literario y Cultural Hispánico de California-Westminster (2018).
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