A propósito
de Miedo y Voces en mi cabeza, novelas de Aníbal Ricci.
Fear (2007)
fue el título de la primera edición (Editorial Mosquito) con su
desestructuración del tiempo, en cambio en esta última versión, bajo el título
de Miedo (2021), editado por Zuramérica, el elemento de búsqueda a
través del extravío deviene en un ritmo diferente que obedece a la construcción
de una obra en tres actos con un clímax más nítido.
Los
personajes de las dos novelas buscan contextos urbanos debido a que son
espacios delimitados; particularmente en Miedo la naturaleza (el aire
libre) desorienta al protagonista: el horizonte se vuelve muy amplio y la
armonía del paisaje lo hace sentir insignificante y deprimido. El extravío
mental (temática abordada desde la paranoia y la esquizofrenia) necesita
anclajes, una red para funcionar (en Voces… ese lugar lo ocupa el tren
subterráneo), un universo con límites donde su mente se muestra muy acuciosa
para inspeccionar lugares.
En
Miedo si el personaje no logra escanear los lugares que se interponen en
su camino, el miedo lo inunda y el delirio de persecución se desborda. Plaza
Ñuñoa y Bellavista son lugares de discotecas, en Providencia se provee de
prostitutas y tanto Matta como Vicuña Mackenna lo asocia al comercio de transexuales.
Son lugares donde es imposible encontrar cariños genuinos, representan
espejismos de emociones para escapar de la tristeza y la frialdad de la ciudad.
Las marcas urbanas son necesarias para configurar la mente extraviada y el
personaje busca figuras conocidas en cada uno de esos lugares: necesita
certezas, no incertidumbre.
El
personaje de Miedo está extraviado principalmente por las drogas. Ha
perdido el afecto de su pareja (sólo queda lo sexual) y queda náufrago en el
Barrio Brasil que luego de la medianoche se torna desértico. Al principio no se
drogaba, pero para mantenerse dentro del mundo de su pareja, deja a un lado el
deporte (droga) por otro escapismo más sintético. Teme quedarse solo, a su modo
está demasiado enamorado de esa mujer oscura que intuye ya no lo ama.
En
Miedo, ante la ausencia de amor, el personaje invoca la emoción, quiere
escapar de la depresión que lo ha inmovilizado en otros episodios de su vida.
Observa el mundo con frialdad, donde la alienación y el nihilismo mantienen a
ese cuerpo físico en funcionamiento. El caos de las drogas lo ha sumido en
entornos peligrosos (travestis, prostitución) y dentro de la empresa la
sociedad cerca sus espacios de libertad. La droga y el bullying disparan la
huida, de sí mismo, del trabajo que dejó de significar una ruta viable (otra
droga), quizás también la propia sexualidad es un detonante de la huida.
En
cambio, en Voces… el extravío tiene un sustrato esquizofrénico: ausencia
de afectos y mente compartimentada en distintas personalidades. La
esquizofrenia le hace interpretar emociones bajo distintas sensibilidades. El
Metro funciona como máquina del tiempo, pero los nombres de estaciones remiten
a una red neuronal (guía para una mente dispersa) que lo sitúa en parajes
específicos. Las referencias al cine de terror dan cuenta del escenario
esquizofrénico (el de la dictadura) y el gen mutante le permite intentar una
explicación a ese mundo caótico. La fuga parece más infinita en Voces…,
se trata de una mente cuántica que dos veces por segundo reconstruye una y otra
vez el ambiente que lo rodea.
El
miedo es el gran movilizador del comportamiento en un esquizofrénico: terror a
no volver a ser el mismo tras cada brote de la enfermedad. En Miedo la
espiral es descendente, con cada inhalada, más difusa es la salida, es un
escapismo que lo va encerrando dentro de su mente. En Voces… el gen
esquizofrénico conlleva temor, pero también conocimiento; el personaje aprende
a conocerse y empieza a huir de sus voces interiores (en Miedo nunca lo
logra).
Miedo
es la respuesta a la dictadura y sus ataduras; Voces… navega más la
transición de la Concertación. Al final de Voces… hay esperanza para el
personaje, pero a qué precio. Queda solo, aunque conquista cierta paz. Todo lo
que tiene que ver con el mundo neoliberal trae consigo aislamiento, pero ese
aislamiento es disfuncional, trae caos.
Las
violaciones de la dictadura son violaciones que marcan el cuerpo y lo
diseccionan del espíritu. La búsqueda de otros cuerpos (igual de alienados)
mediante la prostitución retrata un mundo sin futuro. El libre mercado heredado
también satisface al cuerpo (necesidades básicas) pero encapsula al ser humano,
lo aliena de su comunidad mediante la persecución del bienestar individual.
La
transición a la democracia no fue la respuesta, pero tampoco se hallaría en la
sublevación mediante las redes sociales: otro mundo alienado donde las minorías
imponen su punto de vista. Mediante el caos y la violencia no se logrará más
que caos y violencia. Las redes sociales siguen ese espíritu descalificatorio
que representa una supuesta diversidad. Donde los grupos ¿progresistas?
(primera línea) buscan encontrar respuestas a demandas sociales, en realidad
constituyen un artefacto que niega la diversidad del pueblo que dicen
representar. Simplemente interpretan el odio hacia el otro: el infierno es el
otro, una idea muy sartreana.
En
Voces… una vez que el personaje abraza la meditación sanadora, sabe que
la paz no llegará mediante la violencia autodestructiva ejercida sobre los
cuerpos (mutilados o muertos). La búsqueda tampoco tiene nada que ver con más
mercado o más estado, la salvación y la paz consiste en cultivar una actitud
empática con el otro: el violador de derechos humanos debe decir dónde están
los cuerpos, así como el que protesta debe dejar de violentar el espacio físico
de sus semejantes (la ciudad como cuerpo habitado). Las redes sociales y la
violencia, en definitiva, no son la respuesta.
Los
personajes de ambas novelas no conectan con el mundo femenino, le es muy
difícil relacionarse con ellas, pero su desencanto radica en que no reconoce un
instinto maternal en ellas, más bien las observa como un despiadado mecanismo
darwiniano. El personaje busca (en su desesperación) un tipo de mujer más
cariñosa, menos despiadada. Una prostituta lo seduce con sus frases aprendidas,
diseñadas para agradar en el mundo de libre mercado a que está habituado. No
sólo busca lo femenino en las prostitutas, llega al extremo de seducir a
transexuales, una representación externa de la psiquis de una mujer. Podrá ser
peligroso el mundo donde se desenvuelven estos seres (extorsiones, funas), pero
tampoco se trata de algo que haga tanto daño como romperte el corazón.
Satisfacer el cuerpo, lo externo, el mercado de lo sensorial. El mundo de la
publicidad da respuestas rápidas, de fácil acceso. El protagonista no está en
condiciones psicológicas de enfrentar una nueva ruptura amorosa, su
personalidad ya está dividida y el miedo a romperse, a malograrse, simplemente
lo inmoviliza en la mecánica de los cuerpos.
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