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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

sábado, 31 de diciembre de 2016

DOS CRÍTICAS DE CINE DEL ESCRITOR ANÍBAL RICCI




CIUDAD DE DIOS (2002)
Dirigida por Fernando Meirelles

Sicilia, Little Italy, Miami, Las Vegas, Ford Coppola, Scorsese, De Palma, todo huele a mafia, pero nada comparado a la violencia desplegada en la favela Cidade de Deus. La historia se desarrolla en largos raccontos a los años sesentas y setentas, entre una persecución de gallinas que corren despavoridas por las calles. La historia es similar, primero el ascenso de los traficantes más despiadados, la llegada de la tranquilidad al barrio, luego los excesos y finalmente la caída. Cómo olvidar a personajes tan bien caracterizados como los del Trío Ternura, quienes le pasan un arma a un chico apodado Dadinho, que con los años se transformará en Zé Pequenho, el relevo más joven de los anteriores vendedores de drogas. La voz narradora será la de Buscapé, un chico ajeno a la violencia de las calles, criado entre estos monstruos del hampa. Zé Pequenho será sanguinario y tendrá un amigo de fechorías, Bené, querido por todos los habitantes, quien mantendrá a su camarada dentro de sus casillas. Cuando falte ese catalizador, la tranquilidad desaparecerá del vecindario y surgirá una despiadada guerra entre pandillas. La droga implica descontrol y violencia mientras los asesinatos se vuelven cada vez más brutales. Buscapé ingresará a trabajar en un periódico y casi por accidente sus fotos saldrán en primera plana. En la confusión aparecerán enemigos insospechados que, ante el fuego cruzado, querrán llevar a cabo venganzas personales. Las bandas reclutarán a niños menores de diez años y les pasarán armas. La historia de Ciudad de Dios es acerca de la pérdida de la inocencia, la de niños que no alcanzan a vivir su infancia cuando ya tienen un arma en sus manos. Las nuevas pandillas reemplazarán a las anteriores: mientras más jóvenes sus miembros, más ambiciosos y violentos. Buscapé será testigo de primera fila del fin de los traficantes de su generación y plasmará en fotografías el horror de esa verdadera guerra. Será también espectador de la complicidad de la policía y de la estigmatización de los vecinos, pero guardará esos secretos para convertirse en el fotógrafo Wilson Rodrigues, de los pocos sobrevivientes de esta historia real.


CERO EN CONDUCTA (1933)
Dirigida por Jean Vigo

Mediometraje francés, homenaje y rescate del cine mudo (el vigilante se asemeja mucho al personaje de Chaplin), Jean Vigo dota a una historia bastante simple de imágenes verdaderamente memorables: la guerra de almohadas, la toma del techo, los juegos de sombras. Se burla del principio de autoridad mostrando a cuatro niños enarbolando banderas de lucha ante las injusticias acaecidas al interior de un internado. Refugio del espíritu infantil, libre de las normas que castigan a los alumnos con un cero en conducta. Cine de gran simbolismo, presenta a un director enano, de voz aflautada, que junto al inspector pretenden uniformar las mentes de los niños. Quizás el director del colegio representase una especie de Napoleón y, por otro lado, la conquista de los tejados podría suponer una toma de la Bastilla, especie de canto revolucionario, en este caso bajo la hegemonía de una bandera pirata. Un deleite a los sentidos y demostración de que el cine podía ser un vehículo de crítica social.

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