Trotamundos y errante, a Oscar Ortiz le pueden calzar muchos adjetivos –también historias y leyendas–, pero hay una cosa que es indiscutible: fue el testigo más cercano de las aventuras y desventuras de los últimos largos 20 años de vida de Clotario Blest, el histórico líder sindical fundador de la ANEF y la CUT.
Ortiz fue, así, el colaborador y
confidente de ese Blest que, dejado de lado –vilipendiado y humillado– por un
mundo sindical que había sido capturado por los partidos políticos, perseveró
en lo que para él era una misión.
Este libro narra las peripecias del
viejo líder sindical durante los primeros dos años tras el Golpe de Estado de
1973. Había sido denostado por el gobierno de la Unidad Popular –en una de sus
tantas muestras de su intolerancia– pero, sin dudar, fue el primero en acudir
en socorro de los perseguidos.
Si el golpe fue la culminación de un
proceso de desgarro que fue alimentándose de sectarismo, violencia, desprecio
por el diálogo y descalificación del adversario, la intervención brutal de los
militares también constituyó una prueba para los chilenos.
Este libro narra cómo el viejo líder
sindical estuvo más que a la altura: fue el primero en constituir una
organización para preocuparse de las víctimas de las violaciones a los derechos
humanos. Desde la precariedad total, sin apoyo institucional o político
alguno, sin redes de respaldo, lo hizo casi solo, sólo con la ayuda
comprometida de algunos viejos compañeros de la actividad sindical y la de un
joven –el mismo Oscar– que fungía de "ayudante".
En momentos como esos se muestra el temple de los hombres. En la casa de Blest se reunía un puñado que dio muestras de la perseverancia que dan las convicciones genuinas. Cada acción que se emprendió para denunciar a la Junta Militar es narrada aquí como lo que fueron, una osadía.
Pero también se muestra la rigurosidad
de Blest como maestro, que educaba a su aprendiz a través del ejemplo y
exigiendo un compromiso propio de lo que era: un asceta riguroso e
implacable.
Blest era un cristiano genuino, por lo
que no dudó el socorrer a esos perseguidos por los militares que, por razones
políticas, lo habían maltratado. Blest era, también, un místico. Pero él no
aspiraba a altos púlpitos para declamar, sino que –al igual que Gandhi, al que
admiraba– se expresaba a través de los actos y el testimonio. Este libro es un
compendio de ellos.
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