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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

domingo, 19 de diciembre de 2021

"INSURRECCIÓN DE HELIÓPOLIS", RECIENTE LIBRO DEL POETA CHILENO ALEJANDRO H. VILLAGRA






 

Poemario Insurrección de Heliópolis (2020)

Mi nuevo libro trata sobre experiencias de vida, la mayoría de ellas realmente maravillosas: el nacimiento de mis hijos Amaru y Luis, mi desarrollo como antropólogo, conocer la verdad sobre el caso de mi Padre después de 40 años de impunidad, la adopción de la Matria espiritual cusqueña… Pero todo el multiverso de una vida no cabe en un libro. La poesía es un espacio de creación que se expande como Big Bang trascendente. Por ello hay en las páginas que leerán mucho de historia americana. La poesía posee naturalmente una faceta social. En el Cusco yo me he sumado al esfuerzo de muchos estudiosos talentosos, hombres y mujeres, que continúan profundizando en la herencia patrimonial y cultural del mundo andino. He recorrido la tierra, los cielos y los astros. He escrutado el pasado considerando la sustancia humana en medio del tejido biológico marcado por la tutelar Cordillera de los Andes. He soñado, he alucinado, me he liberado. He cruzado la bruma y el eclipse, con toda su carga inquietante y reveladora. De esta experiencia me nació un amor que es para siempre: el Cusco, su historia, su pueblo, su ethos en el tiempo y en el espacio. También he sufrido los rigores de la vida. No todo ha sido ideal ni totalmente pacífico. Pero al experimentar el miedo o el dolor más me he enraizado en esta tierra inmortal. Me he vuelto un Qosqoruna más. Y ver crecer aquí a mis hijos ha sido mi total realización, el triunfo del Sol Invicto. Por ello canto al Inca Rey y a su pueblo, al campesino, a los antiguos caravaneros, cazadores, navegantes, mitimaes, al escritor de los siglos coloniales, como al Inca Garcilaso de la Vega, y a otros de nuestra época republicana como César Vallejo. Mi poemario hunde sus raíces en la fertilización del suelo materno. No he creado esto solitariamente, uno no está solo en el mundo: he sumado en este poemario el trabajo de Edwin Chávez Farfán, Royer Capcha Quejías y Rodolfo Sánchez Garrafa, y el Ayni conseguido ha originado una mejor producción simbólica. En cuanto a Santiago de Chile, lo mismo reivindico a mi familia sanguínea, comenzando por mi Madre y Hermano, modelos humanos que me esfuerzo en seguir. Me remito a mi crianza en barrios obreros, bajo el signo de las décadas de 1970, 1980 y 1990, las luchas por la vida, la libertad y la democracia, por los Derechos Humanos. Recurro a mi pertenencia cultural y política, a mis raíces indígenas, a mi amor por el sur del país natal, a mis influencias literarias y poéticas. En fin: a mi convencimiento de que el pueblo chileno ha logrado triunfar para construir un futuro mejor. De todo ello hablan estos poemas solares. Y más aún porque logré terminar mi último libro: Pensamiento, memoria e identidad (2020), un grueso trabajo sobre historia andina. Yo espero que este poemario sea benévolamente recibido y leído con curiosidad. Quizás nuevos lectores también gusten de este estilo de escritura que es esperanza del lenguaje y pensamiento humano. La vida es poesía. Y la poesía es vida. Alimento espiritual.


Bajo la Bóveda (ii)

ME RECUESTO en la hierba, mezclándome

con la tierra, con el aire,

sedándome con los sonidos que emanan de toda la vida musical

de las montañas de los Andes del sur.

Percibo claramente aquel misterio y observo su caleidoscópica luz

en el cielo púrpura del atardecer.

En mi interior se reúnen todos los animales mitológicos,

todas las fuerzas de la naturaleza,

para un magistral concierto de voluntades e instintos.

Por el bosque se abre un sendero que nunca he recorrido

pero que ahora quiero recorrer y comprender.

Las hojas crepitan bajo mis pies

dejando suavemente un rastro tenebroso de recuerdos.

Desde la fronda

me observan furtivos ojos de ofidio.

Bandadas de aves cantan.

Muevo las ramas y cruzo el pantano,

bajo la mirada anciana de la luna creciente.

Respiro profundo y exhalo la niebla que llevo en el pecho.

Ya es medianoche: el frío hiela la sangre.

Aparezco en un claro de este bosque.

Detengo la interminable caminata.

Me resguardo para pasar la noche.

Enciendo una fogata.

Se alzan las reverberaciones del fuego.

El elemento danza frente a mis ojos

produciéndome dicha y satisfacción.


Luz dentro de mi CABEZA

SE ACERCAN y, a la vez, cálidamente alejanse las imágenes impresas
en las retinas de un oscuro museo de colección de recuerdos
—daguerrotipos que discretamente captaron sinuosidades
y pliegues de la carne y la piel, y que, aún más, cautivaron los
hálitos de perfumes que emergieron de cavidades místicas del
más profundo centro de la tierra, manante de líquidos saludables
en los que se reflejaron ávidos halcones, en la contemplación de
luces fuertes que quedaron retratadas en pozas negras y en las
coronas congeladas de los viejos señores de roca, tierra y viento.
Así vienen y se van tus manos misteriosas de ramas de árbol brujo;
comienzan y terminan tus brazos de enteógenas lianas que me
rodean dejándome a solas con la Madre Selva. Esta ambivalencia
tan sabia como fecunda tampoco ignora el vacío: surgen culebras,
lagartos y peces que se estremecen en esta soledad, se fusionan
en un nuevo cuerpo que los convierte en seres impensados;
aparecen y desaparecen estas extrañas creaturas que desafían con
su luz estridente al ser interior, híbrido de tres cabezas que devora
sigilosamente estos pensamientos en la exacta magnitud de la noche.
La noche es un extenso reino en el que fluyen tres ríos por el que
navegan en piraguas extraños ancianos, iluminados únicamente
con sus metálicas lámparas de deseos. Diríase que cada uno de los
impulsos pueden ser aceptados magnánimamente si cada criatura
vuelve a procrear un nuevo planeta, una saga de vidas virtuosas o un
juguete de madera que algún niño en el futuro podrá atesorar. Pero
un reino sin que tú estés en él es apenas un remedo inseguro de un
enjambre de luciérnagas atrapadas en el ámbar del árbol sortilegio
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Alejandro H. Villagra
—astrólogo tarotista del espacio estratagema, trampa del tiempo sin
tiempo, de océano primordial que no será nuevamente inventado.
Por todas estas imágenes, estos flexibles cuerpos que la constituyen,
cartografías que arden como meteoros, por las cosas animadas con
más vida, por los extraños fenómenos que se engendran —besos
eróticos, sin duda. Todo lo que pudimos hacer nacer se aparece y
desaparece, fuego de la nada, agua del todo, atardeceres tras las
montañas, y porque nace elusivamente yo creo percibir que este
día tú vienes a mí. Contradicción que da vida y la quita. Y yo puedo
percibir que me desaparezco tras los mitos, así como el SOL cuando
cae exhausto en tus pechos de nácar nautilido de alta marea,
concurrida de seres estrellados y elegías de sueños profundos.
Hay una piedra brillante que da luz dentro de mi cabeza.

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